Esta vez hemos paseado por los páramos que se levantan entre Peñafiel, Burgos y Segovia al sur del Duero. No son los páramos que habitualmente nos encontramos en la provincia, no responden a la idea que tenemos. En parte son llanos, pero desde el llano se levantan oteros, cerros, cuestas redondas, barrerones, colinas… De manera que forman un paisaje diferente, si bien no faltan los normales valles y vallejos que caen hacia el Botijas o el Riaza. También abundan enormes, ciclópeas piedras calizas. Parece como si por aquí todavía no se hubieran empezado a romper en mil pedazos.

Otra particularidad es que puedes ir de un canto a otro del páramo para asomarte al valle que prefieras. Los páramos son estrechos y especialmente irregulares, y poseen abundantes asomadas. Por ejemplo, nada más subir desde Olmos nos plantamos en la Atalaya, desde donde contemplamos el valle del Botijas con el castillo de Peñafiel al fondo, y en las proximidades de la fuente de Valcavado nos asomamos al valle del Duero, divisando enfrente los paredones de Bocos y San Martín de Rubiales… Pero eso no fue más que el comienzo.

Fuentes también las hubo, y en abundancia, no en vano este territorio estuvo dedicado fundamentalmente a la ganadería. Ahora ha cambiado todo: las fuentes o están secas o, incluso, han desaparecido sin casi dejar rastro. La primera que vimos fue la de Valcavado, que mana unas gotas bajo una zarza. Lo justo para que beban los animales (salvajes), según nos comentaba un viticultor que estaba al lado, podando. La que hay cerca de la Cruz de la Muñeca seguía manando, con su lagunita y álamos que la acompañan. La de Cuestalavega manaba agua, pero no salía por el caño. No vimos ni la fuente del Perro ni la de las Tenadas. Por el contrario, la de la Solana, soltaba un buen chorro. Lo descubrimos después de quitar la maleza que la asfixiaba. Y es que ya nadie las utiliza…

Entre Valdezate y Cuevas el páramo tiene muy poco terreno destinado a la agricultura. La piedra caliza está a flor de piel y el suelo es áspero, apropiado para los rebaños de oveja y cabras. Todo él estaba lleno de restos de corrales y chozos, que tampoco se utilizan ya. Grandes tenadas que antaño dieron buen juego estaban caídas y arruinadas. En las laderas, la densidad de las matas de roble llega a impedir el paso; sus hojas se habían caído o estaban amarillas. Aquí el invierno está siendo algo más duro que en los valles.
Bajamos el páramo hacia Castrillo por el Chorro de Extremadura. Curioso sitio y curioso nombre. El chorro era en algunos puntos un hilo exhausto de agua. Lo de Extremadura podía ser porque, realmente estaba en Extremadura: los castellanos, al saltar el Duero durante la repoblación, a las tierras al sur del río las llamaron Extremadura mientras que para las del norte reservaron el nombre de Castilla.

bien cuidados. Y -por todas partes- desmontes que anuncian futuras plantaciones. Ya se ve donde está el dinero en esta tierra. Junto a un monte inculto y lleno de piedras, aparece un bacillar con buena tierra, perfectamente labrado y cuidado.
Lo mejor de esta excursión, como de tantas otras, el paisaje con sus vistas panorámicas a los valles, en los que podemos distinguir terrenos sembrados, viñedos, ríos, pueblecitos…
No ha sido un trayecto largo (35 km). A pesar de todo, hemos pasado por cinco términos municipales y tres provincias: Valladolid (Olmos de Peñafiel, Castrillo de Duero), Burgos (Nava de Roa, Valdezate) y Segovia (Cuevas de Provanco).
Aquí tenéis el track.