El pasado fin de semana asistimos a un simposio sobre el paisaje organizado por Joaquín Díaz en la bodega Heredad de Urueña. La sede parecía elegida a propósito pues se levanta en una ligera elevación sobre Tierra de Campos que domina la suave vega del Sequillo a la vez que resulta dominada por el perfil murado de Urueña, encaramada en el canto del páramo.
Las intervenciones fueron gratas e interesantes. Gratas porque se estaba allí muy a gusto con Germán Delibes, que nos explicó como si lo estuviéramos viendo el paisaje en un poblado hacia el año 2.500 a. C. en Villalba de los Alcores, o con Miguel Delibes de Castro que nos contó sus experiencias a propósito del paisaje y ecología, o también con Juan M. Báez Mezquita que disertó de manera deliciosa sobre el paisaje a través de la historia de la pintura. E interesantes porque profesionales tan buenos supieron poner a disposición del público su sabiduría acumulada durante años de dedicación y trabajo. La verdad es que les seguíamos encantados y absortos en su discurso. No sé el tiempo que utilizaron en sus charlas, pero se nos pasaron en un abrir y cerrar de ojos.
Otras conferencias fueron, también, muy sugerentes. Por ejemplo Leonardo Servadío nos condujo a un futuro hipotético, posible y tal vez inquietante en el que, después de regenerar las urbes, campo y naturaleza estarían presentes en las ciudades, a la vez que éstas podrían llenar un campo automatizado y tecnificado.
Por su parte Albert Cortina, propuso las modernas y progresistas Cartas del paisaje, que funcionan como instrumentos de concertación y participación frente a reglamentaciones u ordenanzas. Además, estas técnicas ya se están experimentando de manera positiva en algunas regiones españolas, como el Priorato. En su intervención, José Luis Carles nos ayudó a percibir la sonoridad del paisaje, y Cristina Palmese, por su parte, nos llevó de paseo a saborear paisajes tan visuales como sonoros…
Para terminar, la Heredad de Urueña nos invitó a degustar sus caldos. Un agradable tinto y un clarece de primera ciertamente.
Si el sábado hizo un día excelente para contemplar la puesta de sol en la paramera y disfrutar del comentado paisaje, nosotros aprovechamos el domingo a medio día para dar un paseo por los alrededores de Urueña. Pero hizo terrible: viento helado y racheado, con aguaceros continuos. A pesar de eso y de que el barro de los caminos se nos pegaba a las suelas, logramos llegar a las ruinas del monasterio del Hueso, subir al páramo de Almaraz y bajar a la ermita de la Anunciada. Ya de vuelta a la ciudad, nos tomamos un clarete –para entrar en calor- al pasar por Torrelobatón.
¡Muchas gracias, Joaquín!
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