Esta vez algunos nos fuimos hasta el santuario de la Virgen del Henar con un grupo variado de chavales y gente joven de la Escuela Deportiva Niara. Como estamos en mayo –aunque no lo parezca- es un buen momento para acercarse a visitar a la Virgen y, en este caso, a la Patrona de los resineros españoles y de buena parte de Tierra de Pinares. Es costumbre en muchos pueblos de la comarca acudir andando en romería al Henar el domingo anterior a San Mateo, en Septiembre; se juntan entonces muchos miles de personas. Otros lo hicimos en bici y en mayo; y como llovía sólo fuimos nosotros y algún loco despistado más…

De manera que aprovechando que el 13 de mayo se celebra San Pedro Regalado en la ciudad del Pisuerga, a las 11 de la mañana quedamos para salir. Chucho, Mariano, Dario, David, Álvaro, Alejandro, Fosco, Ilde, Santi, Íñigo, Pablo, Lolo, Chuco, Guille, Joaquín y el que suscribe enfilamos la cañada de Puente Duero donde nos encontramos a Gonzalo y Agustín que se unieron encantados al grupo. Enseguida nos desviamos al Pinar de Antequera y tomamos el sendero de la acequia de Laguna que nos condujo al Canal del Duero. Allí se nos esperaban Juan y Alberto. Ya estábamos todos. El camino diseñado no era nada complicado; sólo temíamos a la lluvia que, efectivamente, hizo su aparición en varias ocasiones a lo largo del trayecto en forma de chubasco intenso pero breve. Lo suficiente para calarnos bien, secarnos y volvernos a calar. Y así sucesivamente.

La sirga del canal era puro barro. Tan ligero que no se pegaba a las ruedas, de manera que algunos estaban encantados de pisar todos los charcos, para cubrirse bien de barro y manchar lo más posible al ciclista vecino que respondía con la misma moneda. Total, que muchos componentes del grupo quedaron irreconocibles, salvo por la voz.
En Fuentes de Duero nos esperaba Antonio para saludarnos y animarnos. A alguno le dio un poco de envidia ver un coche limpio y calientes al lado pero todos seguimos el trayecto previsto.

Lolo y Fosco ya iban un poco tocados. Lolo seguía una peculiar táctica consistente en esprintar durante unos segundos y dejarse llevar por la inercia después. Al poco acabó agotado, claro, además de acabar con las galletas energéticas de Agustín. Y Fosco mantenía, desde que salió de Valladolid, una peculiar lucha con su bici con un estilo nada ortodoxo. Al poco, acabó agotado. Le ganó la bici por K.O.

Pero justo en el puente de hierro entre Herrera y Tudela nos esperaba otro Juan con la furgo de apoyo. De manera que los susodichos vieron el cielo abierto, digo la furgo abierta y no lo dudaron un momento. Pepe, seco y fresco, se bajó de las cuatro ruedas y se unió a nosotros. También subió Alejandro pero porque era lo previsto y le obligamos, pues él no era partidario. Que conste.

Los pinares estaban con una hierba alta, exuberante, como pocas veces se les ha visto. Tan alta estaba que a Joaquín se le cayeron las gafas y ya no las encontró. Había abundante retama amarilla y empezaba a distinguirse el azul del cantueso.

Álvaro pasó todo el trayecto metido en un casco peculiar, con unas gafas peculiares. Nadie sabía exactamente quién estaba detrás de aquello y del barro. ¿Un esquiador? ¿Un motorista? ¿Un extraterrestre? Santi, con su luminoso y radiante chubasquero amarillo fue el único que sorteó –no sabemos cómo- el barro. Al llegar a la meta sólo tenía cuatro motitas de barro. Ilde se quedó sin frenos, pero no se estampanó contra nada ni nadie…

Seguimos el sendero de la vía y nos desviamos para cruzar la carretera de las Maricas justo en el cruce con la carretera de Aldeamayor. Otra vez pinares bajo un fuerte chaparrón. Más barro. Algunos estaban encantados de tanto barro. A la altura de la ermita del Compasco, Gonzalo y Agustín se dieron la vuelta hacia Valladolid.
La pista, de buen firme y buen barro blanco, nos llevó en línea recta a lo más alto, hasta Fuente Mínguez. Cierto que con la lluvia y el barro nos costó un poco de trabajo subir. Cuando estábamos casi llegando miramos hacia atrás y vimos allá lejos un punto negro en medio de la pista blanca. Era Pablo. Juan bajó a recogerlo y le transmitió ánimos para subir.

En Fuente Mínguez hicimos un parón para reponer fuerzas y la furgo de Juan apareció con una buena fuente de torreznos made in Aldeamayor. No pudimos ni sentarnos, todo estaba lleno de agua. Pero las fuerzas volvieron a nosotros y pudimos seguir adelante. También dimos cuenta de la ensalada de Darío y de las aceitunas de Mariano. Aquí Lolo volvió a las dos ruedas y no descansó hasta que llegó a la meta.

Íñigo, que en todo momento llevó el casco ladeado, una bici que le superaba y que con dificultad llegaba a los pedales, impuso su ritmo al pelotón. Bueno, ya lo había impuesto desde que salió de Valladolid. Al aproximarnos a los cruces de caminos, siempre preguntaba al guía -¿por dónde? Porque, evidentemente, iba el primero. Ya en la última parte se nos escapaba y tuvimos que cerrarle el paso en algún momento. Ilde se ocupó de ello, pero como también sabe mantener el equilibro, no llegó a caerse. Estuvo intratable.

Seguimos la pista forestal hasta Montemayor de Pililla y luego fuimos tomando caminos por pinares, tan preciosos como perdidos. En los últimos montes pudimos ver dos corzos y un zorro. Íñigo y los de cabeza, claro, los demás bastante teníamos con darle a los pedales. Pero todos pudimos respirar ese aire de los pinares con aromas de resina, tamuja y tierra mojada.

Por fin llegamos a Viloria donde esperamos a algunos rezagados –Juan, Guille, David, Lolo– y por la pista de bicis nos plantamos en el Henar. Foto de grupo con bicis en la escalinata, ducha en la fuente, visita a la Virgen –nos abrieron el camarín para rezarle una Salve-, y merienda en la pradera. Algunos padres habían llegado para recoger lo que quedaba de sus chavales -por desgracia para algunos estaban todos enteros, si bien irreconocibles.
La guinda: Chucho, Guille, Juan, Alberto, Mariano y Darío, ¡se volvieron en bici a Valladolid! A eso de las 22:30 estaban en casa. Cerca del Compasco vieron el coche empantanado en la arena y lo sacaron. Al principio, los auxiliados se asustaron al verlos en lugar solitario, pero luego resultó que eran conocidos. El mundo es un pañuelo, y más el pinar.
Y el último apunte: ¡0 pinchazos con 40 ruedas!

Espectacular ruta! Gran comentario «Un esquiador? ¿Un motorista? ¿Un extraterrestre? Santi»
Un guía de primera categoría. Fico, nos has hecho descubrir unos paisajes impresionantes.