Simancas es una de las localidades con más historia de toda nuestra provincia. La mayoría de las poblaciones son -podríamos decir- de ayer, incluida la capital, fundada por el conde Ansúrez en 1072. Sin embargo, Septimanca ya era conocida en la época romana, fue sometida por los musulmanes seguramente en 713, destruida por Alfonso I en 754 y repoblada definitivamente en 899… Como no se trata de narrar la historia de Simancas, no seguimos; solo dejamos constancia de que fue sede episcopal durante la época de la Reconquista y que de época muy anterior a la romana conservamos los restos del dolmen de los Zumacales. Fue la población más importante de la zona hasta que Valladolid le arrancó esa primacía.
Pero en este blog nos interesa en paisaje y, en esto, también lo tiene todo: páramo, valles, ríos, riberas, montes. No echamos nada en falta. Vayamos, pues, por partes.
El páramo
Este accidente geográfico define la peculiar situación de Simancas: una lengua del páramo de los Torozos llega hasta las inmediaciones del Pisuerga. Y desde su canto desciende con relativa suavidad formando una especie de colina hasta que por fin, cae en vertical unos 50 metros hasta el río. ¡Perfecto para un poblamiento defensivo! El único sitio que había que proteger especialmente era la unión con la paramera.
Por lo demás, el páramo simanquino es eso, una lengua de 6 km de largo por unos 600 de ancho. Ideal para contemplar el anchuroso valle del Pisuerga-Duero y Valladolid con su festón cerrateño de fondo. En días claros, desde la balconada se nos muestra la cordillera de Segovia y Ávila.
Se encuentra bordeado por el barranco del Pozo de la Teaza, al oeste, y por la laderas de Valsordo, al este. Por esta lengua discurre la cañada de Merinas, que es uno de tantos ramales de la cañada leonesa oriental: los rebaños cruzaban el puente de piedra para seguir hacia Puente Duero.
Los valles y cuestas
Entre el páramo y el término de Arroyo de la Encomienda se extiende una amplia zona de pequeñas colinas y campos ondulados. Por ella discurren los arroyos Rodastillo y de Santa Marina. Es una zona rica en fuentes: podemos acercarnos al manantial de Pico Cuerno, que tal vez se encuentre fluyente al menos a partir de los marjales 200 metros aguas abajo del nacimiento, a la fuente de la Puerca que con dificultad encontremos, asfixiada –pero también señalada- por una densa espadaña, y a la fuente del Muerto, a la sombra de unos chopos.

No lejos de esta última descansa -en el abandono hasta ayer mismo- el monumento megalítico de los Zumacales, único en la provincia. Ahora lo acaban de limpiar, han recolocado las piedras que había tiradas en una ladera y han trazado un caminillo de acceso.
Cerca del río brotaban abundantes manantiales, como ya hemos visto en la entrada anterior. No hemos encontrado ya la fuente de la Teja, que fluía aguas abajo del puente de piedra, en la orilla izquierda y de la que hemos bebido buenas aguas hace más de treinta años.
Pero de lo que de verdad se ha gloriado el término es de acoger la confluencia del Pisuerga y el Duero, a lo que ya hemos dedicado más de una entrada. Y es que por Simancas también pasa el Duero: desde Puente Duero a la desembocadura del Pisuerga, la orilla derecha es de Simancas, y posee las fuentes del Batán y del Frégano –de ésta sólo queda el nombre y el lugar donde brotaba- y las aceñas –hoy centralita eléctrica- de Pesqueruela. El Duero forma en sus riberas un bosque de galería, si bien menor que el creado por el Pisuerga.
Lo malo de estos ríos es que la ribera suele ser una estrecha y enmarañada selva inaccesible que también impide el paso a la misma orilla del río. Claro que esto tiene sus excepciones y hay arboledas y pequeñas praderías muy adecuadas para reposar o pescar. Ahí está, por ejemplo, el prado de la Mesta –hoy arboleda- aguas abajo del puente en la orilla izquierda; no obstante, los espacios accesibles abundan algo más en la orilla del Duero. Madoz reseñaba al menos tres prados importantes en el término de Simancas. Claro que también decía que en el sus ríos abundaban el barbo, la trucha y la anguila, de los que ya sólo queda el primero.
Los montes
También sus montes –pinares en este caso- son agradables para el paseo, o incluso para recolectar nícalos en otoño. El pinar de Simancas forma un todo indivisible con el vallisoletano de Antequera, y en él abundan grandes ejemplares de piñonero. Es llano, con buenos caminos y senderos para andarines y ciclistas. Hacia el oeste, el pinar se llama de Peñarrubia y se va estrechando hasta casi Pesqueruela.
Precisamente en este último pinar, junto al camino de la fuente del Frégano, vemos uno de los pocos ejemplares de pino piñonero catalogados en nuestra provincia, denominado de Simancas. Destaca por la esbeltez y corpulencia de su copa.
Entre los pinares y el Pisuerga, la acequia, con sus senderos, forma un pequeño y estrecho bosquete ideal para pasear en verano por su sombra y frescura. Y como no falta la humedad, podemos coger setas del chopo ya desde finales del verano.
Y la ciudad
Todo esto sin despreciar la propia ciudad, cuidada y bien conservada. Nos podemos acercar al mirador sobre el río, muy cerca de la plaza Mayor, pasear por las inmediaciones del puente de piedra, caminar por sus calles en cuesta, visitar el rollo jurisdiccional, beber en la fuente del Archivo, o solazarnos en los jardincillos de la Virgen del Arrabal…