El Cerrato tiene su encanto y su misterio. Tal vez por eso algunos volvemos una y otra vez. Además es amplio y variado: cada valle, cada rebarco, cada cerrato oculta una sorpresa, como si poseyera algo propio y distinto. El Cerrato atrae. Es un mundo de subidas y bajadas, de huecos y cimas, en medio de la ancha llanura castellana.
Cevico de la Torre se asienta en una cuesta, en un espolón de un páramo. Un páramo que muere -o nace, quién sabe- allí mismo y, tras más de 20 km de lengua, hacia el este, acaba unido a un páramo más ancho y extenso. Es el que hemos seguido esta vez. Si Unamuno decía que todo el páramo es una inmensa cima, cuando caminamos por una paramera estrecha y alargada estamos, sin duda, cresteando en medio de Castilla. Y eso solo se puede hacer en el Cerrato, donde abundan las crestas.

Hemos ascendido desde el núcleo del pueblo para pasar junto a las casas-cueva, numerosas en la comarca, usadas en otro tiempo, para rodear el cerro cónico del Castillo y asomarnos al Balcón de Pilatos, que hoy deberíamos llamar más bien de las antenas. ¡Así son los tiempos! Desde allí tenemos una hermosa vista del pueblo y de sus valles.
Seguimos rodando. A nuestros pies se abren los dos valles sobre los que, verdaderamente, volamos. Al sur, el del arroyo Maderano y al norte el del Rabanillo. Curiosa sensación. Tan curiosa como posible y casi vulgar, en el Cerrato. Trozos o tiras de tierra de labor, sembrados de cereal o plantas forrajeras; es el tono verde. Monte de encina y roble; es el tono pastoril. Sobre el yeso, aulagas de viva flor amarilla, tamarillas del mismo color, lechetreznas verdes, elegantes collejones morados; ofrecen el tono primaveral, tímido todavía en estas elevadas cimas.

Pero lo que abunda de manera especial son las corralizas y los chozos de pastor, que certifica a las claras la dedicación de esta comarca desde tiempo inmemorial. Muchos de ellos están en medio de las tierras de labor, aislados, lo que quiere decir que antaño estos campos no lo eran, eran montes dedicados a pastos. Así, van pasando los corrales de Maricio y de Tacona, de la Isabelilla y de Martín, todos con sus chozos o cabañas en pésimo estado, casi desaparecidos. Volatilizados, y eso que son de dura piedra. En el páramo de Valdegerite nos encontramos con un chozo en perfecto estado, o casi. El de Hijón está mal pero los corrales de la Paloma bien. En todo caso, dominan las ruinas por franca goleada.

A los 3 o 4 km de salir nos topamos con el portillo de Renedo, con una bajada de 50 m. y su correspondiente subida e, inmediatamente el camino desaparece (!) durante un kilómetro aproximadamente. Literalmente se lo han comido. ¡Estas épocas nuestras, que devoran caminos y corrales….!
En fin, poco más diremos. Si alguien sigue esta ruta podrá disfrutar de una navegación de altura. El caso es que, poco después de pasar por los corrales de la Paloma, giramos hacia el norte para descender enseguida por el valle esculpido por el arroyo Rabanillo. Naturalmente, conforme descendíamos, el valle se iba ensanchando y en sus laderas más altas y más inclinadas- se refugiaban los quejigos que empezaban a verdear, sobre todo en la falda sur.

Y así fuimos cayendo hasta el puente de Esguevillas y la ermita de la Virgen del Valle, que se levanta sobre una suave cotarra, donde el valle se ensancha aun más. Es un edificio muy remozado con una agradable y pequeña pradera alrededor.
Y después de visitar Valle de Cerrato, continuamos valle abajo hasta Cevico. El cielo había estado gris, sosteniendo lluvias, con algo de viento y buena temperatura. Hemos rodado casi 45 km, algunos a campo traviesa por desaparición de caminos. He aquí el trayecto seguido.

Gracias por la visita! Pero hay un pequeño error: en mi pueblo, Cevico de la Torre, no subiste a «los balcones de Pilatos» sino a la «cueva grande». Dichos a están un poco más allá, subiendo por «el camino Cristo». La cueva grande se ve desde todo el pueblo, mientras que los balcones solo desde la carretera Vertabillo. Saludos.
ok, ¡gracias por la precisión!