El río Cea pasa por el norte de la provincia separando la Tierra de Campos –al sur- de la comarca de los oteros y páramos leoneses. Ribera derecha –por la que vamos a dar un pequeño paseo- y ribera izquierda son distintas. Esta, de campos de tierra aquella de grava y arena. En una abunda el barro y las pequeñas y secas regueras, en la otra los arroyos corren con verdadera fuerza. Seguramente el Cea tenga algo -o mucho- que ver en esto, pero lo dejamos para otro momento.

Esos arroyos son abundantes y descienden formando valles y facilitando agua a alamedas y choperas. Uno de ellos es el conocido como arroyo de la Vega, que viene desde cerca de Santas Martas y forma un amplio y fresco valle que se aprovecha no sólo para alamedas, también para cultivos de regadío –en unas ocasiones- y de secano en las laderas más alejadas. Llama la atención esta amplia franja de tierra en la que abunda el agua. Cuando nos acercamos al cauce, vemos que el agua está limpia y que incluso nadan algunos peces.

Lo recorrimos en su último tramo, cuando penetra en nuestra provincia por los términos de Monasterio de Vega y Saelices, si bien lame las localidades leonesas de Albires e Izagre. Especialmente a finales de primavera y en verano debe ser un lugar fresco y muy agradable para estar y pasear. Descubrimos también un manantial cerrado por el típico cono, en una zona cercana a la dehesa de Macundiel. En fin, que donde no había arbolado, había praderas y donde no, tierras frescas y feraces sembradas, sobre todo, de colza.
A partir de Izagre la vega se abre mucho más y ya en las proximidades del Cea es una llanura sin laderas.

La subida desde Saelices la hicimos por otro arroyo, por el de los Frailes, que tiene un recorrido mucho más corto –de unos 13 o 15 km- pero que suele llevar siempre algo de agua, y forma un valle relativamente cerrado y frondoso. Cerca del límite con León estuvieron las casa Vieja, la de la Era y la de la Dehesa, hoy arruinadas o desaparecidas por completo. Mantuvieron su vitalidad mientras fue necesario vivir allí para atender las labores agrícolas.

Pero esta zona limítrofe con León tiene su encanto, y merece la pena dar un paseo por ella para descubrirlo. Se trata de un raso, con la montaña palentina al fondo, cuarteado por multitud de pequeños arroyos y alguna hondonada lagunar. El cultivo de cereal o la colza se ve salpicado por corpulentos robles y enormes encinas que subrayan la horizontalidad de la llanura. Y en esta época del año, todo estaba de un verde brillante o bien de un amarillo cegador.

Además, pudimos contemplar muchas avutardas emparejadas, que se nos dejaron acercar mucho más de lo normal, mientras que en lo alto del cielo nos vigilaban los milanos –negros y rojos- y, casi a ras de suelo, los aguiluchos cenizos buscaban su sustento. Y, en la vega, los laguneros.
Ya de vuelta, en Saelices visitamos algunos palomares de la localidad y el viejo molino –dentro de nada, nada será- del Cea. ¡Qué pena!
Este fue el trayecto seguido, de unos 33 km.