Es lo que ha quedado: la peña o el pico, o las laderas de socastillo. Antaño hubo fortaleza –aún se pueden ver los restos de alguna muralla- pero fue destruida o reducida a ruinas, hasta que desapareció por completo.
El lugar es excepcional y lleno de historia y simbolismo: un saliente del páramo, entre Peñafiel y Roa, se adelanta sobre el río Duero que queda abajo, a 500 m de distancia, de manera que domina el aquí amplísimo valle del Duero con sus viñedos, montes, colinas y localidades y, como fondo, las estribaciones de la Demanda, la sierra de Ayllón, Guadarrama y la sierra de Pradales. El lugar es estratégico, pues es un cabezo sobre elevado en el borde del páramo, muy difícil de acceder por todos sus costados. Sin embargo, consta que el castillo primitivo fue destruido por Abderramán III cuando huía del escenario de la batalla de Simancas en dirección a San Esteban de Gormaz siguiendo la línea del Duero en el verano del 939, una vez superadas las Mamblas de Tudela. Así, el cronista árabe cita la ciudad de Roa (madinat Rawda), que encontró sin moradores y el castillo de Rubiales (hist Rbyls), que destruyó. De poco le valió al ejército cordobés, pues unas jornadas más tarde, fue destruido y Abderramán a punto de ser capturado… (En esta entrada describimos la historia con algún detalle más)

Hoy se levanta aquí una cruz metálica de grandes proporciones, una hornacina con la reproducción de una talla románica de la Virgen, dos carteles informativos y algún banco para descansar. Pero sin duda, lo mejor, el paisaje del Duero y de Castilla.
En los carteles de la cima también hay una referencia a otra batalla, con toma y destrucción del castillo a cargo del hijo de Almanzor, hacia el año 1007. Pero los expertos discuten si ocurrió aquí o en San Martín dos Mouros, Portugal.

Antes de ascender al cerro de Socastillo cruzamos el puente del Duero, visitamos la antigua fábrica de harina y pasamos junto a la ermita de San Juan. Y, tras dejar algún palomar y alguna casilla, subimos por la carretera hasta el páramo para cruzar por unas viejas canteras y una balsa de agua elevada desde el río.

Veníamos de Pesquera de Duero, donde tomamos el camino de Bocos bajo la protección de las viejas Pinzas y otros cantiles del páramo. Después, al convertirse en carretera, bajamos a la senda del Duero, pero tuvimos que volver sobre nuestros pasos, pues la senda estaba totalmente impracticable: cubierta de vegetación espinosa y desmontados los puentes o pasadizos de madera. El que instala una infraestructura así no tiene más remedio que mantenerla. Si no, no sirve de nada.

En Bocos paramos en el molino del arroyo Madre, para seguir luego hacia la vieja estación de Ariza y cruzar el Duero por el puente de hierro –que cada vez tiene menos hierro y más vistas al río- de la raya de Castrillo. Por Tardevás aprovechamos las roderas de los tractores en el cereal, a la par que veíamos, como si fuera una fotografía, rodar los pedruscos del páramo por las laderas del Monte. Toda esa falda del páramo estuvo cultivada gracias a bancales que todavía hoy se notan.
De Socastillo un camino nos llevó a Mambrilla de Castrejón, en donde entramos por las viejas y arruinadas bodegas. ¡Qué buenas vistas sobre la Manvirgo!

Luego, tras subir por el valle del arroyo de las Fuentes –y beber en la del Henar- nos encontramos en el páramo, que es una gran extensión de sembrados de cereal con encinas y robles solitarios. Paramos en la fuente de Isarrubia a repostar agua fresquita y de otro tirón nos presentamos en las cercanías de los manantiales del arroyo Jaramiel. La colada real del camino de Curiel nos acercó a la bajada del páramo por el valle del arroyo de San Pedro, que atraviesa Roturas.

Ya sólo nos quedaban unas cuestas y toboganes entre viñas con el valle del Duero como meta y telón de fondo. Y al poco, estábamos de regreso en Pesquera. A pesar del calor, había merecido la pena. Aquí podéis consultar el camino rodado.
