
Esta vez nuestro objetivo era doble: llegar al convento de Duruelo, primera fundación de san Juan de la Cruz, y al nacimiento del río Trabancos, en Narros del Castillo. En línea recta están a poco más de 5 km, lo que facilita la consecución de ambos a la vez.
Partimos de El Ajo, población que se encuentra en la orilla del Trabancos en la que nunca habíamos estado, si bien habíamos pasado cerca hace casi tres meses. Por cierto, aquella vez encontramos una Moraña gris y triste. Hoy la hemos encontrado verde y un tanto animada, seguramente por la proximidad de la estación primaveral.

Río Trabancos
Cruzado el Trabancos, tomamos la vereda de la calzada romana. La verdad es que no sé si se debe a que la vereda va sobre una antigua calzada o si se dirige a ella. En todo caso, esto último es verdad, pues termina en Cantaracillo, por donde antiguamente cruzaba la vía romana de Salamanca a Ávila, antigua Abula romana. La vereda va siguiendo el peculiar arroyo del Migarnal, que mantiene una estrecha franja de hierba, lo indispensable para alimentación del ganado.
La vereda sortea la alquería de la Cruz y cae al valle del río Regamón. Pero nosotros nos quedamos antes, en las ruinas del denominado Torreón, cuyo lugar se conoce como alto de los Castillos, desde el que se domina una extensa llanura en la que destacan varias decenas de pueblos, o sea, una inmensidad, tanto al este como al oeste. Da toda la impresión de que esto fue frontera entre Castilla y León, lugar estratégico para una torre de vigilancia de cualquiera de los dos reinos. Y seguramente estuvo, según los tiempos, en manos de ambos. En la vega del río pasta ganado vacuno; en otros tiempos hubo una ermita –de San Salvador- y tal vez un poblado. Hoy queda la fuente.

En el Torreón. Al fondo, Peñaranda de Bracamonte
Rodamos hacia el sur y caemos al arroyo de las Regueras, que también mantiene prados. Un arenal nos hace aflojar el paso pero encontramos enseguida tierra firme y, en la rasante, sobresale la torre de la iglesia de la Asunción en Gimialcón, a donde llegamos. No hay mucho que destacar por aquí, salvo una elegante portada de un palacio en la plaza de la iglesia y el ábside y torre de ésta. Por cierto, el arranque de la torre, en calicanto, parece más parte de una muralla que de un edificio religioso.
Seguimos hacia el sur saliendo por la laguna, cruzamos la autovía por las Bragas –eso es, las Vargas- para salir a la vía del ferrocarril, donde en otro tiempo hubo una estación.

Valle del río Almar
Y después de cruzar algunos campos de labor, el paisaje cambia. Ahora vemos más en profundidad la sierra de Ávila –que siempre la hemos tenido al fondo, al sur- y un bosque de corpulentas encinas se extiende por la ladera cae a la vega del río Almar. Ya hemos cambiado también de comarca.
¡Qué agradable bajada! Termina en el convento de Duruelo que, como hemos dicho, es la primera fundación de fray Juan de Santo Matía, que aquí se cambió el nombre por el de fray Juan de la Cruz y así empezar de nuevo en el Carmelo reformado. Nos cuenta Jiménez Lozano
…que a fray Juan le gustó el sitio y que encontró también la casa muy apropiada en cuanto la enjalbegaron un poco, la barrieron bien, sacaron brillo al suelo de madera del desván y dieron lustre al suelo de barro de la parte baja… Así que fray Juan se sintió muy a gusto allí enseguida, porque a lo mejor le recordaba su casa de Fontiveros. O seguro que se la recordaba…
Encinas, fuente, regato. Perfecto paisaje para la vida contemplativa. En estos solitarios campos, alejado del mundanal ruido debió ser feliz, pero le duró poco, pues enseguida tuvo que moverse hacia otros lugares más poblados. De hecho este lugar o lugarejo, como le llamaba santa Teresa, estaba tan perdido que la Santa no acertó a dar con él cuando vino a por primera vez, en 1567. Hoy sigue siendo una alquería, si bien mantiene el convento de carmelitas descalzas en el que podemos contemplar una estatua de la Santa en el jardín y otra del Santo en el centro de la plaza. Y la fuente de san Juan a 300 metros al este.

Duruelo
Tenemos que cruzar el río para subir por la ladera norte hacia Narros. El camino nos lleva por un vado, no hay puente, es un río intermitente. Pero ahora lleva agua, así que no tenemos más remedio que vadearlo mojándonos los pies, ya vayamos caminando o en bici. Después de cruzar praderas y alamedas, subimos por una ladera de corpulentas encinas. Detrás de nosotros, el río Almar y la sierra. Delante, un paisaje raso.
Por el momento, dejamos la narración. Seguiremos en la próxima entrada. El trayecto completo puede verse aquí.
