Habíamos pensado dar una vuelta por Simancas y el páramo de Wamba, pero durante el día anterior diluvió, de manera que decidimos asegurar mínimamente el buen desarrollo de la excursión y nos fuimos a pasear por las tierras arenosas de La Seca y alrededores. Y no nos equivocamos, pues casi no encontramos el pegajoso barro.
Salimos con nubes bajas o niebla alta, que se fue disipando conforme el sol se elevaba sobre el horizonte.
Los caminos nos llevaron, sobre todo al principio, entre majuelos. Pero también encontramos sembrados, cañadas y algunas curiosas plantaciones de arbolado, como ésta en la que se entremezclaban ejemplares variados. El sol empezaba a asomar tímidamente.
Así estaban muchos caminos. Pero sin barro. Poco después hicimos una parada técnica en la fuente del Angelillo, construida en de 1900, según reza en el frontis.
Y así estaban los viñedos. Supongo que ahora acopian de agua para cuando vengan tiempos peores. No podías entrar, pues te hundías hasta más arriba de los tobillos.
En Pozaldez paramos a ver el viejo olivar, seguramente el más viejo de la provincia. San Boal se recortaba bajo las ramas de olivo. Luego paramos también en la estación de tren, donde nos llamó la atención una sencilla grúa rescatada de tiempos antiguos.
Antes de llegar a Pozal de Gallinas, una gran charca anega la tierra de labor. Son algunos lavajos que vuelven por sus fueros perdidos. Sin embargo, el lavajo que hay cerca de la ermita de la Virgen de la Estrella -y otros del pueblo- se mantienen secos. Tal vez fueron drenados hace años. Por el contrario, la fuente de Aguanverde tenía más agua fuera del abrevadero que dentro.
En esta otra charca -entre Pozal y el pinar de San Rafael- asistimos a una verdadera sinfonía de sapos. ¡Ya están en plena puesta!
Estas son las llamadas lagunas o navas de Medina, entre el pinar y la vía del AVE, junto a la carretera de Moraleja.
Acompañamos al arroyo de la Agudilla -del que hemos hablado largo y tendido en este blog: aquí, por ejemplo- en su tramo bajo hasta su desembocadura en el Zapardiel, que traía un poquitín de corriente. Se ha salido de su pequeña zanja -seca habitualmente- para inundar los prados y humedales cercanos. El ganado vacuno, habitual en el lugar, se lo agradece.
Ya enfilando la vuelta a La Seca y superando el valle del Zapardiel, nos saludan almendros floridos y molinillos blancos. El cereal también parece contento pero, en este caso, siempre hay que esperar a los meses de abril y mayo, cuando la lluvia se trasforma, para los agricultores, en verdaderos chorros de oro.
Y aquí podéis ver el trayecto seguido, de poco más de 50 km.