Viento y lluvia

La semana pasada fue muy ventosa, y tocaba salir el peor día de todos. ¿Qué hacer? Pues volar viento a favor y procurar volver en tren, que para eso, entre otras cosas, se hizo la Renfe. Para colmo, los pronósticos daban abundante lluvia en el trayecto, pero tal vez, con el viento –y la lluvia- de culo no sería para tanto.

Así que embocamos la sirga del canal de Castilla en dirección a Venta de Baños. Efectivamente, el viento nos daba en la espalda y la bicicleta rodaba como nunca. La salida de la ciudad por el ramal sur del canal no es en absoluto hermosa: abundan las naves e incluso los vertederos dispersos e incontrolados. Además la autovía nos acompaña. Nos salimos de la sirga por el polígono industrial nonato de Corcos-Cabezón y, en cuanto lo dejamos, empezó lo bueno.

Junto al caserío de las Arcas

Descubrimos un antiguo y estrecho camino perdido, pero adornado con almendros en flor, pasamos junto a las ruinas del caserío de las Arcas para torcer luego hacia el este y acabar tomando un ramal de la cañada real leonesa en el Aguachal, a la altura de unos viejos corrales de barro, arruinados. Luego pasamos por el manantial de la Higueruela, con abundante agua, si bien han talado los árboles (!).

¡Y qué pena la casa de la Higueruela! Destrozada. No sólo la casa, también el corral, la bodega y la balsa. Sólo quedan los almendros y nogales, además del bacillar de arriba.

Muro que cerraba el corral de la casa de la Higueruela

El agua nos perseguía. Los nublados pasaban rozando y sólo nos caían algunas gotas. Cuando ya estábamos cerca de Cubillas de Santa Marta, comenzó el chaparrón. Tras dos kilómetros de buena mojadura nos refugiamos en el atrio de la ermita del Santo Cristo durante una hora, hasta que pasó la tormenta.

Y salió el sol

Como todo estaba cubierto de agua, buscamos la pista asfaltada que, con sol que nos secaba, nos llevó hasta Dueñas. Aquí pudimos acercarnos a la desembocadura del Carrión en el Pisuerga. Es un gran humedal en el que parecen juntarse dos ramales del Carrión y dos ramales del Pisuerga, casi todo cubierto de arbolado y vegetación. Una garza blanca parecía montar guardia en el centro de los ramales.

En la desembocadura

Ya por la orilla izquierda del Pisuerga una amplia cañada entre graveras, prados, almendros y algún chozo de pastor, nos llevó hasta Tariego de Cerrato, bien presidido por la torre del telégrafo óptico. A Venta de Baños sólo quedaba un paso. Nos habíamos aprovechado del viento sin que nos doblegara la lluvia. Un «media distancia» nos devolvió a Valladolid tras recorrer más de 60 km.

Aquí, el trayecto seguido.

El Cerrato de Castrillo de don Juan

Esta vez partimos de Castrillo de don Juan, único pueblo de la provincia de Palencia que se asienta en las orillas del Esgueva. Como está en pleno Cerrato, abundan las buenas construcciones de piedra caliza, pero también las casetas y tapiales en barro. En cualquier caso, resulta una localidad típica, muy agradable para ser visitada y hacer un recorrido por el Esgueva, las laderas con bodegas y el páramo y, por supuesto, sus calles. A mediados del siglo XX tenía –según el Madoz- 95 casas, 20 fuentes (!), 526 almas y un molino harinero de dos ruedas.

Subimos por el camino del Coto Negro al páramo del sur o de la margen izquierda. Este Coto es una curiosa colina que se eleva sobre el páramo, queriendo superar su ras. Hay un sembrado de cereal, corrales y monte. En cualquier caso es una atalaya privilegiada para asomarse a Castrillo y a los barcos, vallejos y ondulaciones que forma aquí la paramera. En el nacimiento del arroyo de Fuentequeril hay dos corralizas con chozos y, a campo traviesa, nos asomamos a la más cercana.

Corrales

Después, cruzamos ondulaciones, colinas, pequeñas regueras, cerrillos redondos… hasta llegar a las proximidades de Los Llanos. Vemos corrales, una caseta bien cuidada, algo que tal vez pudo ser una era, ruinas y, en medio de tanta llanura, una par de humildes almendros que mantenían sus almendrucos desde la pasada temporada. Y gracias a las piedras arruinadas, pudimos dar cuenta de buena parte de ellos. Curioso y recóndito lugar entre el cielo y la tierra, pero así es este Cerrato.

Luego nos dirigimos hacia el sur. Se veía, entre cerros, la torre del castillo de Guzmán. También vimos en ese momento y más tarde la Manvirgo, impresionante cerro que emerge en el anchuroso valle del Duero muy cerca de Roa. La verdad es que toda esta zona que se extiende entre Esgueva y Duero es un páramo roto en mil cabezos, colinas, cuestas, cerros… Cualquier cosa menos una simple llanura.

Luego, por el pico Agudo, los cerros Mirón y Pelado, los Portillejos y los Llanos –toponimia que refleja bien la realidad- acabamos en las proximidades de Villovela. Pero como no teníamos aun ganas de iniciar la vuelta, subimos de nuevo al páramo por el camino de los Pedregales, y dimos una nueva vuelta entre corrales, robles y encinas. Destacaban algunos viejos robles de gran porte. Y, desde luego, en los sembrados había más piedra que cebada.

El camino de los Pedregales acaba en el páramo

También destacaba, desde nuestro lugar cercano al cielo, las montañas del sistema Ibérico y sus estribaciones, hacia el este. En primer plano la sierra de Tejada, inconfundible por su gigantesca antena. Detrás, hacia el norte, blancos, el pico de San Lorenzo y, al sur, los picos de Urbión. Después de dar un ligero rodea hasta el término de Torresandino, bajamos por Valdecubillas, que es también un buen bosque de roble.

Viejo roble entre Villovela y Torresandino

En Villovela admiramos su arquitectura tradicional en piedra y barro, y también en madera, de puertas y ventanas. Hicimos una visita a lo que queda del molino de Abajo, en un hermoso lugar de la ribera y, siguiendo el cauce del Esgueva nos acercamos a la solitaria ermita de San Isidro, junto al arroyo Vallejo y con pradera en la que no faltan mesas y altar. Después, entre bancales y almendros nos presentamos en Tórtoles, uno de los no muy abundantes pueblos vivos de la comarca.

Unas pocas pedaladas más para llegar a la provincia de Palencia y, por un camino entre chopos mochos, en Castrillo de nuevo. Por cierto, que entramos en esta localidad junto a lo que queda del viejo castillo (¿de don JuanDelgado de Avellaneda?), estos es, un lienzo de la muralla y lo que parece fue un cubo o pequeño torreón.

Aquí podéis ver el recorrido, de unos 40 km. (Ruta realizada el pasado invierno)

Arlanzón: historia y vida

El Arlanzón es un río que nace en la sierra de la Demanda, pasa por Burgos y desemboca en el Arlanza cerca de Palenzuela, ya en el Cerrato. No es muy caudaloso, pero crea en sus orillas y riberas un bosque fresco de chopos, fresnos, álamos y sauces. Además –al menos donde lo hemos recorrido en esta excursión- recibe una multitud de ríos, arroyos y zanjas o esguevas que extienden este frescor mucho más allá de sus orillas. Y abundan las choperas y alamedas plantadas por la mano del hombre que contribuyen a desarrollar este oasis, lo cual es de notar –y de agradecer- en veranos como el que llevamos a cuestas, sudando lo lo que no está escrito.

Cerca de Villodrigo

Nosotros lo hemos rodado entre Torrepadierne y Villodrigo, partiendo desde éste último punto. Ya en Villodrigo nos topamos con restos, digamos, históricos y pudimos ver los de un puente sobre el Arlanzón y los de un molino de buenas dimensiones. Pero no era más que el aperitivo, pues pasamos nada menos que por un precioso puente romano –el de Santibáñez- casi escondido, al parecer sobre un antiguo ramal del río Cogollos.

Puente romano de Santibáñez

Vimos varias fábricas de harina. Tal vez la más impresionante por su increíble volumen en medio de la nada fue la de la Encarnación. Nos impresionó de manera particular el molino de Valverde-Mogina, al que accedimos tras una aventura cruzando el Arlanzón por su misma presa. Llenas de polvo y olvido estaban la cabria y sus lunas, las piedras con sus guardapolvos, los ejes, correas y toberas, y tantas cosas del molino y sus molineros… Incluso un trasmallo colgaba de la pared -¿cuántas docenas de años llevaría allí?- y un viejo tonel junto con otros útiles necesarios entonces para el sustento del molinero. Pero todo pasa en este mundo. En Pampliega, sin embargo, utilizan la presa del molino como piscina, nada mala.

Torrepadierne

Y pasamos por el castillo e iglesia de Torrepadierne; ésta ruinosa, aquél en muy buen estado. Nos dio la impresión de que esta comarca fue mucho más de lo que es hoy. Fue curioso, por ejemplo, atravesar el barrio de la estación de Villaquirán: tuvo estación activa, bares, tienda, talleres, pasaba la carretera de Irún al lado… hoy todo estaba cerrado y empezaba a parecer viejo y antiguo, lleno de polvo y tierra, como las fábricas de harina.

Cuérnago

Desde el otro punto de vista, o sea, si miramos el paisaje de la comarca, la cosa cambia. De entrada, al empezar a rodar íbamos en manga corta y pasamos frío, y es que las temperaturas del Arlanzón son bastante más bajas que las del Pisuerga o el Duero por Valladolid. Cruzamos ríos, arroyos, canales y acequias. Aunque no faltaron las rastrojeras, abundaron los cultivos de regadío como alfalfa, maíz o remolacha. También los perdidos verdes y otras zonas destinadas a pasto. Esto no es Tierra de Campos: por doquier ofrecían su frescor alamedas, hileras de sauces que seguían a los arroyos,  choperas, higueras, nogales y otros árboles frutales.

La Encarnación

En la ladera del páramo que sube por Torrepadierne, nos encontramos con un gran encinar cuyos ejemplares ofrecían un buen porte… Al fondo hacia el este se levantaba la sierra de la Demanda que parecía ofrecer sus aguas frescas y, al norte, la cordillera Cantábrica.

Y, si bien el Arlanzón no tiene un gran caudal, sí que forma meandros y cuérnagos que amplían su frescor. Y sus arroyos tributarios crean humedales y zonas pantanosas que también ayudan a suavizar los rigores estivales. Ya hemos citado el río Cogollos; ahora está seco, pero en otras fechas parece querer competir con el mismo Arlanzón.

Esto fue, a grandes rasgos, nuestro recorrido. Lo podéis ver sobre el mapa aquí.

Los nobles corrales del Cerrato

El Cerrato es una tierra de ganados, especialmente ovino. Toda la comarca se encuentra atravesada por cañadas reales  –muchas merineras, que van de las sierras de Burgos a Extremadura-, cordeles y veredas; prácticamente todos los municipios tenían –tienen- sus propias cañadas para llevar los rebaños al monte o a los bebederos. Hoy todavía las podemos ver e incluso rodar. Lo mismo puede decirse de los corrales, corralizas y chozos, que abundan desperdigados por doquier.

Pero en la excursión de hoy –hecha en el mes de julio pasado- nos hemos topado con algo nada común: corrales cuyas tapias fueron, exagerando un poco, auténticas murallas; tenadas que fueron  casas bien acabadas con un amplio corral; chozos que fueron, exagerando otro poco, casi casas palaciegas.

Todo esto sucedía entre Tórtoles de Esgueva y Villafruela. Recorrimos, entre otros, los corrales de Los Serranos, del Monte, de la Pedraja, de la Senda de Antigüedad, del Cangrejo, de Lasauso… En todos ellos predominaban las tapias anchas de piedra bien colocada, puertas con dinteles en piedra tallada, con restos de casetas relativamente dignas para pasar la noche y los calores de la estación…  Parece que aquí los pastores y zagales vivieran mejor que en la zona occidental de la región cerrateña. Pero nunca se sabe.

También cruzamos por dos veces la cañada real burgalesa, plagada de corrales, vadeamos el arroyo del Cerrato y pudimos entrar en la curiosa caseta de la Hermenegilda, que parecía haber estado habitada recientemente, pues poseía, en sus antiguos pesebres, televisión (?) y ordenador (!!), además de otras comodidades no tan modernas.

Especialmente agradable fue el paseo por el monte de Salce y, a continuación, por el valle del arroyo de Valdesalce. Aquí, el trayecto seguido.

Sofocante madrugada cerrateña

No sólo en la ciudad y no sólo por el día. En los páramos y valles del Cerrato, a eso de las tres de la mañana, continuaba haciendo un calor sofocante. Nunca de madrugada habíamos pasado tanto calor. Pero estábamos en plena ola, haciendo la transición del día 16 –Virgen del Carmen- al 17 de julio.

Además, los caminos rezumaban y soltaban polvo, cuando lo normal es que a esas horas estén ligeramente húmedos y no levanten polvaredas, típicas con el calor del día.

O sea que eso de polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga porque cruzaba por la terrible estepa castellana con el ciego sol, podía repetirse en la madrugada de un 17 de julio bajo la estrella Polar y la luna menguante…

Salimos de Cubillas de Cerrato para subir al extremo este del páramo de los Infantes, aun de Valoria la Buena. Entre encinas y campos segados y por segar, cantos de grillos, guiados por la Polar que asomaba en lo alto del cielo donde no llegaba la suave neblina, llegamos a la ermita de la Virgen del Monte, que se asoma a los valles de los arroyos Maderano y Rabanillo, donde también se asienta, a horcajo de ambos, Cevico de la Torre, convertido ahora en un poblado de luz.

Junto a la Virgend el Monte

Sin miedo pero con cierto de riesgo, atravesamos el páramo Angosto por un camino muy irregular de yeso convertido en torretera. Un curioso todoterreno con una rara y fuerte luz naranja en su techo y rodeado de una nube de polvo, apareció y desapareció ante nosotros ¿o era un OVNI? Para mayor dificultad y suspense en el trayecto, a una rueda se destalonó pero, a Dios gracias, pudimos volver a hincharla y seguir la ruta.

En las cercanías de Vertavillo, la tímida luna –que había emergido del horizonte sin ser vista- dejó la nube donde se había refugiado y nosotros apagamos las linternas para el resto del trayecto. En Vertavillo vimos un alma, lo que no es poco, y nos acercamos a la fuente, junto a la iglesia.

Luces de Cevico de la Torre

Rodamos largo y tendido, con brisa caliente y de espalda, por el valle del arroyo Madrazo. Visita a Población de Cerrato y su barrio de bodegas y, desde allí, recorrimos el último trayecto que nos dejó en Cubillas. Unos dos kilómetros antes, no sé si porque realmente bajó la temperatura o porque habían regado en la zona, notamos -¡por fin!- un agradable fresquito. Cuando llegamos a Cubillas estaban dando en el reloj las tres de la mañana.

Aquí, el recorrido, de 34 k. Abajo, una de las estrofas de Castilla de Manuel Machado.

El ciego sol, la sed y la fatiga…
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

Senderos y caminos que se esfuman (Ribera del Pisuerga y valle de Valvení)

El Pisuerga y el Duero, con sus riberas, tienen mucho atractivo para el ciclista en verano. Sabes que, si hace calor en exceso, te lo puedes quitar del cuerpo con un baño y sabes también que vas a encontrar sombra fresca en su bosque de galería.

Así que salimos de Cabezón (Cabezón sur, que se encuentra incomunicado con el del norte por las obras del puente, si bien hubiéramos podido cruzar con las bicis a cuestas) por el antiguo camino de Valoria, que va (iba, mejor) entre el río y la falda más baja del páramo. El camino ha desaparecido en la mayor parte de este trayecto o bien se ha reducido, como en esta primera pare, a un simple sendero más adecuado para senderistas que para ciclistas.

Pisuerga en el soto de Aguilarejo

Nos salimos del sendero para acercarnos a la presa de Aguilarejo, antiguas aceñas, por el límite de los sembrados de girasol y cereal con la ribera del río. Las ortigas nos azotaron, pero luego quedó ese picorcillo agradable para el resto del día. ¡Una odisea acercarnos hasta las aguas del Pisuerga: todo lleno de maleza! ¿Qué ha pasado? ¿Por qué antes no había tanta maleza? Por un doble motivo: ya no vienen pescadores por las orillas –no hay senderos como antes- y ya no hay crecidas tan grandes y duraderas como antes porque le sacamos demasiada agua al río. De hecho, aquí había antes mucha corriente y profundidad; no era difícil ahogarse. Ahora ni corriente ni profundidad de las aguas…

Camino hacia Valoria desde Cabezón

Bueno, al menos llegamos a la orilla y, con el agua hasta las rodillas, hasta la isla a la que hace 40 años se llegaba nadando. En fin.

Salimos de allí como pudimos atravesando de nuevo la Veguilla y acabamos dando un paseo – agradable y reconfortante como siempre- por el sendero de los cortados o peñas de Gozón, antigua localidad tal vez vaccea y en todo caso medieval y estratégicamente situada.  A los pies, la vega de Aguilarejo e, invadiendo todo nuestro campo de visión, el amplio valle del Pisuerga. Contemplamos a las aves volar entre nuestros pies y el río, interesante sensación.

Pisuerga desde las peñas de Gozón. Los viejos pescadores contaban que era el mejor sitio para tencas

Seguimos el antiguo camino que bordea un campo de cártamo en flor, especie de cardo de cuya semilla se saca un aceite de consumo humano y un tipo de colorante. Pasamos bajo las vías del AVE –otra novedad-a San Martín, donde sigue cayéndose el castillo –esto no es ninguna  novedad. Tomamos el camino de las bodegas, dejándolas a la derecha, en la ladera de yeso del alto de la Campana. A la izquierda, las ruinas de una vieja ermita.

Bodega de San Martín

Delante de nosotros, la ladera enorme y gris del páramo, formando el gran circo de Valdecelada que aumenta ante nosotros conforme nos vamos acercando. Tal vez hace unos decenios, casi todas las laderas, hoy cubiertas de pino carrasco, eran como ésta, desnudas, agrestes, con abundantes cárcavas que las iban derruyendo. El sol les daba de frente, sacándoles todos los colores y matices.

Valdecelada

El camino gira hacia el este siguiendo el cauce del arroyo de Valdecelada. Dejamos a un lado el cabezo de las cuevas, bosquetes de encina y, al fin, el camino, casi perdido, sube hasta el páramo de Peralba y Valdeberrón, poblado de matas de encina y roble. Nos asomamos al cerral que da a la Granja San Andrés bajo la protección de un roble y buscamos el viejo camino de San Andrés a las Bodegas, que aprovechaba una suave ondulación en la ladera y que –¡oh novedad!- ha desaparecido, convertido en una auténtica torrentera. A pesar de todo, bajamos por ella hasta las tierras casi llanas del fondo del valle. No estaban sembradas, así que las atravesamos hundiendo en ellas  de manera generosa nuestras ruedas. ¿Hace cuánto tiempo se holló por última vez este camino? ¿Alguien lo volverá a recorrer algún día? En mi interior, la sensación de estar haciendo algo único en este siglo…

Valle de Valvení

El resto del recorrido no merece la pena comentarlo: vuelta a San Martín por el valle de Valvení, subida al páramo con posterior asomada desde los cortados de Cabezón, bajada por la vega del Regato, tramo de carretera, entrada en Cabezón por Valdelana. Fin. Unos 37 km cuyo trazado podéis ver aquí.