Entre Bayona y Cartago

¡Menudo invierno seco hemos pasado! Y la primavera no le va a la zaga. Paseando por la isla del Charcón en Pollos –un vergel habitualmente verde- había unas calvas amarillas terribles, y eso que estamos a mitad de abril. Bueno, todavía puede llover: abril no ha terminado y mayo está enterito.

Pues bien, la excursión comenzó en Pollos esta vez. Todo cambia, no sólo el tiempo y la estación; también los caminos. Tomamos el camino de Bayona por el Prado y… poco antes de llegar, el camino ha sido modificado, ya no sigue de frente: giro a la izquierda y atrás. Menos mal que al poco retomaba el rumbo y llegamos a Bayona bordeando el pinar y el canal de Pollos. Supongo que la modificación de los caminos se ha debido a la instalación de los nuevos sistemas de riego. Menos mal que han respetado y reabierto algunas vías pecuarias, como la cañada de Bayona que ahora llega hasta el río.

Todo lo que se asoma al Trabancos parece estar muerto, como estos chopos próximos a la desembocadura

Fuimos por la orilla izquierda del río Trabancos hasta su desembocadura (por llamarla de alguna manera) y luego por la orilla del Duero, aprovechando un camino que llega hasta una toma de agua y luego conduce a un colmenar. Aquí se pierde en la enmarañada ribera y seguimos por la orilla entre la maleza y las tierras de labor. Antes hubo camino y una vía pecuaria, pero ha desaparecido por completo. Todo cambia. En la otra orilla, agrestes cortados de tierra roja.

Caserío de Cubillas

A la altura de una casa aparecen perros y el camino cerrado con una cadena, de manera que subimos unos metros hasta el monte de encinas cercano y volvemos a bajar. En la vega de Cartago bajamos hasta el río y vemos en la otra orilla, vigilante y altivo, el caserío de Cubillas. Hay ovejas con perros que nos respetan y acabamos saliendo a la carretera entre encinas centenarias para volver a entrar hacia el puente del ferrocarril. La estación está clausurada y por la vía casi no pasan trenes. Todo cambia.

Manzano en la estación de Castronuño

La vuelta la hacemos atravesando la colina que se eleva entre el Duero y el Trabancos por la que discurre la cañada de Salamanca. Como siempre, un buen paisaje se abre, esta vez, a nuestras espaldas, con Castronuño en el centro. La primavera también está aquí exhausta: numerosas flores amarillas y blancas a provechan la poca humedad de las cunetas; no durarán demasiado. Las escobas amarillas parecen mejor preparadas.

Floración junto a un almendro

Caemos al valle del seco Trabancos y lo cruzamos por la cañada. Donde antes se levantara la finca Santa Lucía del Anís hoy hay un extenso bacillar y, en las laderas, han plantado almendros. En el cauce del Trabancos no hay más que álamos muertos por la sed y un poco más arriba, almendros viejos que parecen retorcerse para sobrevivir.

Seguimos hacia Pollos por las tierras de la Colorada, con el telón de fondo de los últimos cerros del páramo de Torozos y un cielo que se ha llenado de nubes frescas.

Al fondo, la dehesa de Cubillas

Aquí podéis ver el trayecto seguido.

El convento de Nogales y la sierra de Carpurias

(Viene de la entrada anterior)

La excursión no acabó en Calzada de Valdería. Al bajar la cuesta del monte de la Chana vimos a lo lejos el enorme arco que emerge sobre Castrocalbón, a 3 km de distancia. Pero al llegar a esta localidad por la carretera, siguiendo el río Ería, nos olvidamos del arco y del castro y, como estaban a punto de cerrar la panadería,  nos fuimos a por pan. Un pan riquísimo, por cierto, del que dimos cuenta en la pared soleada del molino de Raimundo. Pero ya quedaban lejos Castrocalbón y sus tesoros.

El molino

Después de pasar junto a alamedas y campos de labor, el camino desapareció. Hubimos de buscar trochas de ganado y cruzar a campo traviesa por perdidos y monte bajo. Pero al final conseguimos llegar a San Esteban de Nogales, con sus peculiares campos de cerezos en flor.

El paso siguiente fueron las ruinas, verdaderamente increíbles, del inmenso convento de Santa María de Nogales, que data en sus inicios de 1150. Aunque se trató de una fundación femenina, en 1160 para a los monjes de Santa María de Moreruela, que en 1164 constituyen el nuevo monasterio. Por las enormes y variadas ruinas, suponemos que fue creciendo en mónacos y y amplitud, hasta que en 1836 llega la desamortización, y a Dios muy buenas. Esto es lo que hay. Unas ruinas que van a menos y una naturaleza indómita que va a más, tragándoselo todo. Y una Administración que lo contempla, como contempló –y si no fomentó- la motoniveladora. Pero el paseo por tan curioso y romántico lugar no nos lo quitó nadie.

De la tranquila localidad de Alcubilla de Nogales pasamos a Arrabalde con otra sorpresa entre medias: el dolmen del Casetón de los Moros, que tendrá unos cinco mil años de vida. Gracias a Dios, a esta construcción megalítica no se la ha comido nadie, y hoy podemos ver unas enormes lajas de piedra traídas de la contigua sierra de Carpurias, dispuestas en círculo y con un pasillo de entrada. Como el dolmen de los Zumacales, en Simancas, se trata de una construcción funeraria que domina una gran extensión de terreno, esta vez sobre la vega del río. Hay, al menos, otros dos dólmenes similares en Granucillo, al otro lado de la sierra, a 7 km en línea recta de aquí.

Dolmen del Casetón de los Moros

En Arrabalde iniciamos la conquista de la sierra de Carpurias, de piedra y pinos. Al llegar a la Portillica (850 m), en vez de bajar a la vertiente oeste, decidimos subir al castro de Las Labradas, a casi mil metros de altura. Sus murallas y situación natural defienden una gran extensión de terreno, donde se refugiaron los antiguos habitantes de esta comarca, astures, con sus ganados ante el empuje de los ejércitos romanos. De nada les sirvió, como bien sabemos, y el castro quedó abandonado desde entonces hasta nuestros días. Aquí se encontró, el siglo pasado, el famoso tesoro de Arrabalde.

Un rebaño en el castro

Visto el castro, enfilamos la vertiente oeste por una pista con tramos muy complicados -¡menos mal que era cuesta bajo!- y entre pinos y encinas llegamos a Bercianos de Vidriales por la Barrera. Por cierto, esta localidad cuenta también con un campamento romano.

Y ya casi paseando por la ribera del Ería pudimos visitar las ruinas de un molino sobre el arroyo del Real. Desde él se podían ver la iglesia de San Martin de Tardemézar y las ruinas de la ermita de Santa Marina.

En las riberas del Eria

El recorrido total fue de 60 km aproximadamente. Enlace en la entrada anterior.

Calzada del Obispo o vía romana XVII del itinerario Antonino entre Zamora y León

Tristemente está de moda la calzada del Obispo, nombre popular con el que se conoce a la calzada romana perteneciente al itinerario XVII de Antonino (que es como si dijéramos el mapa de carreteras del Imperio Romano) y que va de Calzada de Valdería a Fuente Encalada (¡qué nombres tan bonitos!). Y está de moda no porque haya crecido de repente el interés por nuestro patrimonio histórico, sino porque alguien se ha cargado, así, sin más, metiendo maquinaria pesada –una motoniveladora, al parecer- un kilómetro y pico de esta histórica vía que comunicaba Astorga con Braga, ya en Portugal.

San Pedro de la Viña. Lavadero

Y hemos podido ver el desaguisado hace unos días. Pero vayamos por partes porque la calzada no fue más que una parte de esta excursión.

 Salimos de Rosinos de Vidriales (Zamora) para contemplar, en primer lugar, la ermita de la Virgen del Campo, sita en una pradería y visible desde buena parte del valle del que es patrona. Al lado están los restos del campamento romano de Petavonium, cuyo recinto estaba cerrado. No obstante, algo pudimos ver, desde fuera.

La calzada todavía en la provincia de Zamora. La abundante vegetación le sirve de protección. Puede verse también la diferencia de altura con el camino actual. Gracias a eso, y al lomo, no le ha afectado el agua de lluvia.

El punto siguiente fue San Pedro de la Viña, con su espadaña que sostiene dos campanas y a la que se puede subir, cosa normal en esta comarca. También cuenta la localidad con una fuente romana y un original lavadero de piedra. Un poco más allá de la fuente, en el lugar que ocupa una granja, se levantó un campamento romano, algo igualmente normal en la comarca. Bueno, en algunas localidades llegó a haber dos o más.

Una pista forestal asfaltada nos llevó hasta Fuente Encalada. Preguntamos por ella, por la fuente encalada, pero nos dijeron que ya no existe, pero que podíamos beber en otra. Curioso su cementerio, por el que hay que pasar para entrar en la iglesia, óptimo paso para traer a las mientes lo que somos y lo que seremos. También columbramos –aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz / por vez primera, dejo también el corazón– a Antonio Colinas, poeta.

Camino sobre la calzada

Entre bodegas caídas salimos hacia el norte. Por la calzada, hoy carretera asfaltada. Al poco, la reproducción de dos miliarios romanos nos vuelve a poner en situación, por si se nos había olvidado. Sus restos originales fueron encontrados al levantar la nueva calzada. Uno se colocó siendo emperador Caracalla (211-217) y otro siéndolo Maximino (235-238). Antes de llegar al páramo encontramos mojones que señalan por donde discurrió esta calzada o vía romana del itinerario XVII, alguno de ellos junto a sus restos (no muy identificables para profanos en la materia como nosotros).

Arriba, el alto lomo de la calzada; abajo, una lagunilla que aprovecha el hoyo de la extracción de gravas.

Y nos presentamos en el páramo, donde sabíamos que la calzada estaba relativamente bien conservada porque no se utilizó desde que se abandonara su uso, seguramente en época visigoda, pues no habiendo ya ejércitos romanos en Hispania, los habitantes de los pueblos utilizarían otros caminos más directos, porque las grandes distancias son propias de un imperio…

Sea como fuere, ¡sorpresa!: allí estaba, si no perfectamente visible, perfectamente identificable. Un cembo o lomo de medio metro de altura por unos seis metros de ancho, ligeramente abovedado y tan largo como la calzada misma. Allí estaba, después de casi dos mil años. Como si el tiempo se hubiera parado. Sí, claro, al no haber sido usado en tantos siglos, estaba recubierto de vegetación variada. Curiosamente, ningún árbol. Verdaderamente se ha operado el milagro y el tiempo nos lo ha trasmitido tal cual. No se ha construido encima. No pasa ninguna carretera sobre el lomo. Algún camino lo ha cortado, en algún tramo se ha desdibujado, llegando a desaparecer parcialmente, pero luego se recupera. Ahí está. Curioso, curioso (o no): en los 4 kilómetros que recorrimos junto a la calzada o por encima, precisamente cuando rodábamos por encima el firme era perfecto, llano, sin baches. Una maravilla.  Estoy seguro de que una carretera actual abandonada desaparecería en pocos decenios.

La aportación del siglo XXI, ¡que es la nuestra!

Seguimos por la calzada. Visitamos manantiales y lagunas, estas últimas se formaron gracias a la tierra y piedras que los constructores extrajeron de las proximidades de la calzada para construir su cembo. Seguramente hubo diversas mansiones y, señalados por sus trazados, al menos cuatro campamentos romanos. A ambos lados, prados y monte bajo con matas de encina. Ahora, todo verde.

Y llegamos al sitio donde la maquinaria moderna se ha tragado la calzada. Sin comentarios, pues ha ido suficientemente divulgado en prensa, televisión y redes sociales*. Una pena todo.

Corrales de la Devesa

Bajamos del páramo por los corrales de la Devesa, de piedra y tierra rojas, y nos presentamos en Calzada (¡claro!) de Valdería, precioso pueblo también de barro rojo. Pero que desaparecerá, irremediablemente, más pronto que tarde. Es el destino de nuestras poblaciones, no tanto de las vías romanas. A pesar de los pesares.

La excursión continuó por el valle del Eria y la sierra de Carpurias. Pero más adelante lo contaremos. Aquí, el trayecto.

Ya en Calzada de Valderia

  • *Ver, por ejemplo este video de Isaac Moreno Gallo, que lo sabe todo sobre nuestras vías romanas.

Cañada real segoviana

La cañada real segoviana es una de las grandes rutas merineras de la Mesta. Tiene su origen en la sierra de la Demanda burgalesa, en los puertos y sierras de Huerta de Arriba y de Abajo, Neila, Pineda, Tolbaños, Barbadillo… en todos ellos abunda el pino silvestre, pero también el melojo y los acebos. Sus elevadas cimas, cubiertas de nieve en invierno, facilitaron la abundancia de pastos veraniegos. Pero al acercarse el invierno la merinas tenían que emprender el viaje trashumante en busca de pastos frescos, y atravesaban las provincias de Segovia, Madrid, Toledo, Ciudad Real y Badajoz, buscando el valle de la Serena.

Pero no sólo los ganados eran de Burgos, también de Logroño, Soria y Segovia, que se iban uniendo a través de cordeles y veredas. E, igualmente, algunos no llegaban al valle de la Serena y se quedaban en Ciudad Real o norte de Badajoz. Y también –y esto lo conocemos mejor por proximidad- otros ganados de esta sierra  trashumaban a Extremadura cruzando por la provincia de Valladolid, como es el caso de la cañada real burgalesa –que cruzaba el Cerrato y la ciudad de Vallaodlid- o de la real soriana, por Peñafiel, Megeces y Alcazarén.

Al fondo, las peñas de Cervera

Nosotros hemos recorrido un breve trozo de esta cañada por la provincia de Burgos, en concreto el tramo de unos 20 km que sube de Hontoria de Valdearados hasta Huerta del Rey; ¡nos quedan todavía unos 500 kilómetros para otras excursiones!

En Hontoria buscamos el camino que sube por el cerro de la Horca hacia el noreste. Ya arriba, la cañada aparece recorriendo la ladera y, al poco, se convierte en una ancha lengua cubierta de suave hierba y sabinas, árboles estos que nos van a acompañar prácticamente durante toda la excursión hasta Huerta del Rey. En la misma cañada, nos sorprende una amplia tenada en uso. Parece que la vía pecuaria es amplia y, en general, no ha sido invadida demasiado. Otro aspecto que descubrimos con agrado es la abundancia de viejos mojones –tallados unos, otros no tanto- que delimitan la cañada y previenen posibles invasiones.

Tenadas

Al llegar al cerro Gallego nos despistamos y pasamos al sur del pico Bellosillo, mientras la cañada lo rodea por el norte. Enseguida volvemos a nuesta vía atravesando sembrados bajo la protección de sabinas y llegamos al alto de la Muela que nos dispone una subida ¡casi vertical! Burras de la mano, resbalando, conseguimos controlar este contratiempo… Como siempre, aunque sólo sea por el panorama que nos han preparado arriba, ha merecido la pena. Efectivamente, Arauzo de Torre, de Salce, un infinito ondulado de campos, la sierra de Tejada, las peñas de Cervera… Al noreste, marcando el rumbo, el pico nevado de San Millán. Y arriba las nubes, que pasan raudas aumentando la sensación de fresquito.

El terreno de la  Muela es hosco, duro, austero, frío en invierno… y es que si los extremos y sierras de las cañadas son suaves, el trayecto siempre es duro. Pero es así, como la esencia misma de Castilla, esencia que no ha cambiado desde los tiempos trashumantes de los pastores.

La cañada viene desde el pico Bellosillo

La bajada nos ocultaba una sorpresa: montículos y hondonadas –toboganes- de tierra anaranjada nos invitan a dejarnos caer y divertirnos un poco, cuidando siempre el equilibrio. Parece una pista para moteros.  Pero la cañada sigue su ritmo hacia el noreste, aquí vuelve a ser una amplia cinta poblada de sabinas que avanza entre sembrados de cereal.

Finalmente nos metemos en un interminable y denso bosque de pequeñas sabinas y encinas que nos dura como 5 km hasta que acabamos en Huerta del Rey. Paseo por sus casas y molinos, sus generosas fuentes, su plaza de toros y su iglesia, que todo lo preside desde lo más alto.

Pinares de Huerta del Rey

Un kilómetro más y descansamos en la misma fuente donde nace el Arandilla, precisamente en el prado de la ermita de Nuestra Señora de Arandilla. Los ganados retomaban la cañada por la cuesta de la Mina, cerca de donde están los campos de deporte que vemos enfrente.

Pero nosotros dejamos la vía pecuaria para adentrarnos en el pinar por la zona o valle de las Navas, que nos acaba dejando sobre Arauzo de Miel, de forma que sólo hay que dejarse llevar cuesta abajo.

Roble

Desde aquí tomamos un camino por el valle del Aranzuelo que –lógicamente- es una suave cuesta abajo. Pero como nos habíamos acostumbrado a lo bueno, subimos 25 metros para contemplar una inmensa balsa de regadío, un embalse en miniatura. Luego, otra vez cuesta abajo, nos presentamos en Arauzo de Salce. Junto a la ermita hay una original fuente de caños con un original abrevadero, alto y exento.

Otro pequeño tramo de valle y llegamos a Arauzo de Torre. Esta vez contemplamos la vieja fuente romana, muy bien conservada y la enorme olma muerta junto a la ermita de la Virgen de los Remedios.

Ermita de la Virgen de los Remedos y su vieja olma. Arauzo de Torre

Seguimos por el valle hasta que ¡se corta el camino! Alguien lo ha vallado para que no se escape su ganado, pero se ha olvidado de poner un portón que facilite el paso de caminantes y ciclistas, y no tenemos más remedio que dar un rodeo hasta conectar con la carretera de Caleruega, que nos deja en Hontoria.

He aquí el trayecto seguido.

Nuestros cercanos ríos…

Estos días pasados hemos salido en bici por los alrededores de Valladolid para ver cómo los ríos que pasan por nuestro término y aledaños vienen crecidos, casi desbordados. Después de varios años de sequía, con el caudal mínimo o casi secos, han vuelto a la vida, o sea, a llevar agua, a ser verdaderamente ríos. Así se limpiará un poco el cauce y los peces y otros animales que en ellos viven lo agradecerán.

Cega en Viana. Pretende competir en anchura con el Duero e incluso con el Pisuerga, cuando algún verano lo hemos visto desaparecido

Duero en Puente Duero, inundando la alameda aguas abajo del famosos puente. Y el Pisuerga, desmelenado, en Arroyo de la Encomienda:

La fortaleza de Gormaz y el cañón del Caracena

La fortaleza y el cañón fueron, seguramente, las etapas más interesantes de esta excursión por tierras sorianas, en la que partimos de La Rasa, pueblo convertido en centro industrial de la manzana, pleno de trabajo y actividad.

Salimos por la vía de Ariza entre encinas y sabinas hasta que nos dimos de frente con el río Ucero, que bajaba desmadrado. Los puentes del ferrocarril ya no son lo que son, pues la plataforma de hierro que servía para paso de peatones ha sido levantada en su mayor parte, de forma que pasamos con la bici al hombro y de traviesa en traviesa. En la otra orilla nos esperaban las ruinas de adobe de las tainas del Bardalón.

La histórica vía de Ariza por un encinar

A partir de ahí rodamos entre la vía y el Duero, con monte y tierras de labor al norte. También vimos algunas torres de vigilancia –seguramente avanzadillas  en otros tiempos a la fortaleza– como la atalaya del Enebral. En los bebederos helados de la  fuente Maya comenzaba a empinarse la cuesta y al poco llegábamos al barrio de bodegas de Gormaz.

Apetecía tomar la Fortaleza, sobre todo para contemplar la inmensidad de esta antigua tierra fronteriza entre musulmanes y cristianos. Pasamos junto a la ermita de San Miguel y por la cómoda carretera nos subimos a las piedras seculares de este palacio y castillo erigido, en un primer momento, por los musulmanes sobre los restos de un castillo o fuerte anterior mucho más reducido.

Paseando por la Fortaleza

La Fortaleza no nos engañó: murallas, almenas, puertas señoriales, pozos, aljibes, troneras, un espacio de 400 metros de largo que se asoma al Duero y desde el que se pueden contemplar los campos y sierras circundantes… Aquí el califa Al Hakem levantó el palacio hacia 965 y plantó sus reales, pero de poco le valió, porque el conde castellano García Fernández la conquistaría en el año 978, si bien Almanzor la recupera para Córdoba en 983 hasta que el rey de Navarra la toma en 1010, para quedar definitivamente en manos castellanas a mediados del siglo XI. También Mio Cid pasaría por aquí:

No demoran el mandato de su señor,
deprisa cabalgan, andan de día y de noche,
llegaron a Gormaz, un castillo muy fuerte,
allí se albergaron en verdad una noche.

Gormaz y, al fondo, el Duero

Pero en fin, ahí se yergue todavía, como testigo mudo de unos tiempos en lo que musulmanes y cristianos de Castilla y Navarra peleaban por los territorios del Duero. No hay que olvidar que las marcas o fronteras de los musulmanes estaban en Zaragoza y Toledo, y Gormaz las defendía.

Si subimos por la carretera bajamos en directo por la ladera, enyerbada gracias a las continuas lluvias de los últimos meses. Nos plantamos enseguida en las Fuentes Grandes, que son 4 lagunas que borbotan de manera misteriosa para verter sus aguas al Duero, pues están en la misma orilla.

Una de las grandes fuentes en primer plano. Detrás, el Duero

De ahí al viejo puente de Gormaz para terminar con un descanso en la misma boca del cañón de la fuente de la Muñeca, por donde el Duero se escapa hacia la parte norte de los campos dominados por la  Fortaleza.

Un poco más y nos plantamos en Villanueva de Gormaz, donde –ahora, en invierno- viven solos una señora y su hijo pastor. Pero ella está feliz, tomando el sol de la tarde que ha podido vencer a la niebla matutina. ¿Merece la pena vivir en la ciudad?

Y finalmente, la aventura… que nos pudo haber salido cara. Nos topamos con el río Caracena que discurría por un tramo de campos abiertos, sembrados de cereal. Pero al poco se lo tragaba un impresionante cañón que casi no dejaba espacio para circular en bici. La verdad es que en un primer tramo nos aprovechamos del sendero de caminantes y casi no nos bajamos de la bici. El paisaje no podía ser más hermoso, con caídas verticales de varios metros de altura, infranqueables salvo para escaladores profesionales. En los acantilados, los buitres parecían esperar algún acontecimiento.

Aguas del Duero

Avanzamos como pudimos, con algún tropezón y caída al agua, hasta que llegamos a las ruinas de un viejo molino. A partir de ahí, y aprovechando el firme medio perdido del camino al molino, tuvimos que salir del cañón, pues era imposible avanzar. Pero como queríamos llegar a una presa de este río, tomamos otro camino hasta ella.

Ahora el sendero por el recobrado cañón se iba a encajonar aún más y hubo momentos de verdadera tensión, al tener que subir con las bicis por alguna pared casi vertical, aunque no muy alta. Perdimos algo de impedimenta, irrecuperable porque se lo llevó la corriente pero, al final, respiramos y, en cuanto pudimos dar con él, un  camino nos llevó a Vildé, donde descubrimos otra fuente con la inscripción Maya 1894  y la del pueblo, de tres hermosos caños, un palomar, y los restos de la torre de la Mora, que seguramente vigilaba un vado del Caracena.

Uno de los muchos peligros y amenazas al cruzar el cañón

Exhaustos, la carretera nos llevó, subiendo un puertecillo y luego pasando por Navapalos, a La Rasa. Fin. He aquí el duro trayecto, de unos 52 kilómetros.

Y un AVISO para navegantes.- Esta ruta no la hubiéramos podido hacer con bicis eléctricas: pesan demasiado para llevarlas cruzando un puente de traviesa en traviesa o subirlas por la irregular pared de un cantil en el interior de un cañón.