Desde Amallóbriga hasta Villagarcía por la calzada romana

Salimos desde Urueña por la carretera que atraviesa el monte de Almaraz que aún conserva nieve en las zonas situadas al norte de las matas de encina. Cruzamos la autovía aprovechando el paso o puente de una gasolinera y, después de cruzar otro trozo de monte, aparecemos en campo abierto donde vemos hileras de almendros con las flores abrasadas por las fuertes y persistentes heladas.

Inicio de la bajada hacia la Puentecilla. Tiedra al fondo.

Ya en Tiedra, que era nuestro primer objetivo, bajamos hasta el arroyo de la Puentecilla por la antigua calzada romana que conectaba Amallóbriga con la vía, también romana, de Villalazán a Montealegre, que ya hicimos parcialmente hace unas semanas. Según los expertos esta bajada es lo único que queda visible -con cierta seguridad- de la época romana. Hoy casi no se utiliza, y la vemos con el firme cubierto de verdín y musgo. Se aprecia claramente cómo se adapta a la línea de pendiente más adecuada, con protección a un lado y un talud al otro.

Ya abajo, pasamos junto al viejo trasformador y antiguos lavaderos para tomar la calzada principal. No vemos restos antiguos de la vía, si bien aparecen taludes construidos en piedra y, al poco, lo que pudo ser otra calzada, o al menos camino, en dirección a Villavellid… Esta calzada luego se llamó camino real de Toro a Medina de Rioseco; en todo caso históricamente fue una vía muy transitada.

La calzada que bajaba desde Amallóbriga

Un palomar en ruinas nos mira desde la ladera, acompañado de almendros; después, nos acercamos hasta la fuente del Tayo, donde una pareja sestea, su perro me ladra y los despierta. Los campos de las laderas se encuentran sin sembrar, o con el cereal por nacer. El camino se va elevando lentamente, aprovechando la suave caída del Puentecillas. Es el trazado perfecto para cualquier camino, calzada o carretera. Finalmente, el valle desaparece en el barco de San Nicolás, justo por donde hemos pasado antes viniendo de Urueña.

Campos de lavanda

Y con el valle desaparecen los restos del trazado más o menos seguro de la vía. Cruzamos junto a una cantera y luego nos introducimos por un monte con amplios claros cultivados. El suelo del camino es la superficie de piedra caliza del páramo. Justo aquí tuvo lugar nuestro encuentro con un  meloncillo que parecía observarnos sin vernos.

Ruinas de la iglesia de Almaraz. Al fondo, Villagarcía y Tordehumos.

Llegamos a la autovía de Galicia. Abajo, un área de servicio. Un poco más allá, al otro lado, aún se mantiene en pie la iglesia de Almaraz de la Mota. Por aquí bajaba la calzada precisamente hacia Almaraz; parece distinguirse, en plena ladera en la parte de arriba, el trazado de un antiguo camino, ¿o sería la calzada? El caso es que nosotros tenemos que dar un gran rodeo y llagar casi hasta Villardefrades para pasar al lado este de la autovía, que parte esta tierra en dos.

Imposible seguir por aquí el trazado virtual de la calzada. Los caminos han desaparecido, así que hay que atravesar sembrados, lo cual no está muy bien. Y es que, además, estos campos están separados por alambradas. Nos acabamos perdiendo fuera de los caminos y hacemos lo que podemos hasta salir prácticamente debajo de Urueña, justo en el punto por donde debió pasar la calzada. La seguimos durante poco más de 2 km, no quiere separarse de las faldas del páramo y se pierde entre sembrados.

Vista desde Urueña. La línea azul señala el trazado aproximado de la calzada.

Nosotros nos plantamos en Villagarcía de Campos, donde tomamos la carretera hacia La Espina hasta el cruce virtual con la calzada, que seguimos –ahora en sentido contrario- durante kilómetro y medio para abandonarla cuando deja el camino. Tomamos luego la carretera que nos subirá a Urueña, donde finalmente entramos por las eras. Pasamos junto a lo que parece fue un antiguo pozo de la nieve, en el borde del páramo, y acabamos a tiempo de contemplar la puesta de sol desde las almenas de la muralla. Fin.

Aquí tenéis el trayecto según wikiloc.

El primer día de invierno, en Tierra de Campos

…que coincidió, además, con el uno de diciembre. Como no había hecho frío hasta entonces, como el día estaba luminoso y muy soleado, salí con pantalones cortos –como en todas las últimas excursiones- y con una chaqueta ligera. Craso error. Un viento helado sopló desde el primer momento en que empecé a pedalear y al punto me di cuenta que había equivocado la vestimenta. Pero ya no tenía solución.

Camino del Rosal

Además, conforme daba las primeras rodadas, al fondo se levantaba, como a través de un amplio valle abierto en la cordillera Cantábrica, el macizo de los picos de Europa blanco de nieve. Eso y el viento del noroeste te aun daban más frío.

Pero en fin, rodando desde Becilla de Valderaduey por suaves lomas de Tierra de Campos, crucé junto al teso de San Miguel para llegar a Castroponce por el agradable camino empedrado del Rosal, que sigue el vallecillo del arroyo de Santa Cristina. En el pueblo había casas de barro, bodegas en el mogote del castro y palomares deshechos. Pero al menos todo estaba limpio y rodeado de verdes prados.

Paisaje de Castroponce

Ahora las lomas, regueras, pequeñas arboledas solitarias y algunas cárcavas descarnadas nos llevaron hasta Mayorga y de ahí bajé a la ribera del Cea. Primero por los caminos de la orilla derecha pasamos junto a viejas casetas de labradores, algunas norias que regaron huertas, árboles frutales tales como manzanos o nogales, hasta que llegamos al puente del coto de Castilleja. Un original paseo con una hilera de almendros une el puente con la casa del coto que se levanta sobre el valle. Castilleja es hoy un despoblado que llegó a tener dos iglesias.

Seguimos hasta Castrobol por un sendero pegado a la misma orilla del río, atravesando un verdadero bosque de chopos, sauces y otros árboles de ribera que se encontraban vestidos de ese dorado típicamente otoñal. El agua estaba limpia y clara, a pesar de las últimas lluvias; aquí el viento gélido desapareció entre la vegetación.

Casa del monte de Urones

Un camino que subía suavemente entre lomas nos llevó al punto más alto del recorrido, precisamente sobre el que se asienta la vieja casa del monte de Urones. De nuevo contemplamos al fondo, hacia el noreste, esta vez sobre Mayorga, los picos de Europa nevados. El viento, a pesar de que  daba de costado, molestaba bastante.

Ribera del Cea

La casa del monte estaba arruinada. Un gran corral con las dependencias internas que se encontraban destartaladas. Alguien había forzado la puerta y eso había contribuido al desastre. Una pena todo. Lo mejor, sin duda, el paisaje desde este peculiar viso que sobresale entre los campos de tierra.

Y pusimos rumbo a Becilla, pasando antes por un pozo con bebedero, encinas aisladas -¿es lo que queda del monte?- y la peculiar fuente de la Escontrilla, con el agua muy embarrada. El final al menos fue cuesta abajo, después de tanto viento molesto.

Las torres de Mayorga, más al fondo, picos nevado

Siempre es bueno acercarse al único puente romano de nuestra provincia, sobre el Valderaduey y con piedras de un suave color naranja.

Aquí podéis ver el recorrido realizado.

Arroyo de la Vega, tributario del Cea

El río Cea pasa por el norte de la provincia separando la Tierra de Campos –al sur- de la comarca de los oteros y páramos leoneses. Ribera derecha –por la que vamos a dar un pequeño paseo- y ribera izquierda son distintas. Esta, de campos de tierra aquella de grava y arena. En una abunda el barro y las pequeñas y secas regueras, en la otra los arroyos corren con verdadera fuerza. Seguramente el Cea tenga algo -o mucho- que ver en esto, pero lo dejamos para otro momento.

Camino de la Pájara

Esos arroyos son abundantes y descienden formando valles y facilitando agua a alamedas y choperas. Uno de ellos es el conocido como arroyo de la Vega, que viene desde cerca de Santas Martas y forma un amplio y fresco valle que se aprovecha no sólo para alamedas, también para cultivos de regadío –en unas ocasiones- y de secano en las laderas más alejadas. Llama la atención esta amplia franja de tierra en la que abunda el agua. Cuando nos acercamos al cauce, vemos que el agua está limpia y que incluso nadan algunos peces.

El arroyo de la Vega

Lo recorrimos en su último tramo, cuando penetra en nuestra provincia por los términos de Monasterio de Vega y Saelices, si bien lame las localidades leonesas de Albires e Izagre. Especialmente a finales de primavera y en verano debe ser un lugar fresco y muy agradable para estar y pasear. Descubrimos también un manantial cerrado por el típico cono, en una zona cercana a la dehesa de Macundiel. En fin, que donde no había arbolado, había praderas y donde no, tierras frescas y feraces sembradas, sobre todo, de colza.

A partir de Izagre la vega se abre mucho más y ya en las proximidades del Cea es una llanura sin laderas.

La vega

La subida desde Saelices la hicimos por otro arroyo, por el de los Frailes, que tiene un recorrido mucho más corto –de unos 13 o 15 km- pero que suele llevar siempre algo de agua, y forma un valle relativamente cerrado y frondoso. Cerca del límite con León estuvieron las casa Vieja, la de la Era y la de la Dehesa, hoy arruinadas o desaparecidas por completo. Mantuvieron su vitalidad mientras fue necesario vivir allí para atender las labores agrícolas.

Encina en el sembrado

Pero esta zona limítrofe con León tiene su encanto, y merece la pena dar un paseo por ella para descubrirlo. Se trata de un raso, con la montaña palentina al fondo, cuarteado por multitud de pequeños arroyos y alguna hondonada lagunar. El cultivo de cereal o la colza se ve salpicado por corpulentos robles y enormes encinas que subrayan la horizontalidad de la llanura. Y en esta época del año, todo estaba de un verde brillante o bien de un amarillo cegador.

El molino

Además, pudimos contemplar muchas avutardas emparejadas, que se nos dejaron acercar mucho más de lo normal, mientras que en lo alto del cielo nos vigilaban los milanos –negros y rojos- y, casi a ras de suelo, los aguiluchos cenizos buscaban su sustento. Y, en la vega, los laguneros.

Ya de vuelta, en Saelices visitamos algunos palomares de la localidad y el viejo molino –dentro de nada, nada será- del Cea. ¡Qué pena!

Este fue el trayecto seguido, de unos 33 km.

Tierra de campos, lagunas y pozos

Una región peculiar, típicamente castellana, que monta también sobre el antiguo reino de León, es Tierra de Campos. Históricamente conecta con los Campi Gothorum de la edad media y poéticamente con la Generación del 98. Así, Unamuno:

Tierra nervuda, enjuta, despejada,
madre de corazones y de brazos,
toma el presente en ti viejos colores
del noble antaño.

En la práctica son inmensos campos de tierra y barro que se extienden por unos 3.400 kilómetros cuadrados de Palencia, Valladolid, León y Zamora. La infinitud del cielo sólo tiene reflejo en esta comarca, además de en los océanos y mares. Las gentes –que ahora van a menos de manera irremisible, a pesar de que fue madre de corazones y de brazos– son austeras y duras, acostumbradas a que el cielo les conceda –o niegue- el pan de cada día, porque no en vano esta Tierra fue el granero de España…

Fue un palomar

La excursión de hoy rueda por esta Tierra, entre las provincias de Valladolid y Zamora. Aquí no hubo –no hay- ríos, ni fuentes, ni arroyos reidores, salvo  que se quiera llamar río a una zanja sin corriente asfixiada por el carrizo. Por eso los pueblos se establecieron junto a charcos o lagunas y, no lejos de ellas, se horadaron pozos en busca de agua más sana. En la lagunas abrevaba el ganado, canturreaban las lavanderas y de sus orillas se extraía el barro para la construcción. Y gracias a los pozos públicos –también los había privados-, la gente bebía agua sin enfermar. Y gracias a estas aguas, los pueblos sobrevivieron. Y precisamente ahora, que hay agua corriente y otros progresos, la gente huye de estos Campos.

En Cotanes del Monte –de donde salimos- no faltan ni las lagunas ni los pozos. En la plaza se exhibe uno, con el brocal tapado pero bien marcado por las sogas seculares de los esforzados vecinos… También pudimos acercarnos a palomares, casas y corrales que se van disolviendo en la tierra, arrastarando tras de sí los colores del noble antaño.

Dejamos Cotanes por la cañada de La Coruña que aprovecha la raya de Valladolid y Zamora para acercarnos al Valle, u hondón de terreno que pretender romper el equilibrio de estos campos. Un mísero arroyo mantiene algunas charcas en las que no falta carrizo. Alguna encina perdida, un nogal en el horizonte, cuatro álamos entecos; suficiente para mostrar la exuberancia de esta tierra.

Sin límites ni fronteras

 

Y entramos en Quintanilla del Monte, pequeño pueblo bajo la influencia de Villalpando. Una laguna estrecha y alargada y otra de proporciones regulares humedecen sus cercanías. La iglesia se está cayendo (hay otra nueva, de ladrillo, al lado) pero posee aun dos encantadores arcos y un viejo cementerio en su costado.

Pasamos el Ahogaborricos y entramos en Villamayor. Pueblo vivo, tiene de todo: carnicería, farmacia, cafetería, panadería, tienda… hasta dos iglesias. Pero nos dirigimos al barrio de bodegas, al otro lado del río Valderaduey, que tiene agua y un poco de hielo, a pesar de que el día no es especialmente frío. Pero lleva helando muchas noches.

Barrio de las bodegas

Este es un barrio curioso. Porque tiene muchas bodegas y muy bien conservadas. Y porque cuenta con iglesia, dedicada a la Virgen de Socastro. También, próxima, una laguna barrera con pozo y abrevadero.

También nos invita, y nos acercamos, lo que podríamos llamar el barrio de los palomares, al este. ¡Algunos están en uso, y muy remozados! Otros hace tiempo que se confundieron con la tierra. Otro fue molino de viento. De camino, hemos saludado a un burro negro y a un caballo blanco.

«Fuente» de la Reguera

Un camino más bien estrecho (se agradecen este tipo de caminos en esta Tierra en la que es tan fácil abrir pistas anchas y feas) nos conduce hasta Santa Eufemia del Arroyo. Descansamos en su alameda y seguimos hasta Cabreros del Monte, donde visitamos las lagunas Grande y Chica, y el llamativo pórtico de su iglesia, que recorre los pies y ambos lados.

Cercado en Cabreros

No resistimos la tentación y nos acercamos –aunque ya la conocíamos- a la preciosa fuente de la Reguera, que en realidad es un pozo -¿llegaría el agua hasta el nivel del suelo?- bien protegido por una bóveda pétrea de medio punto. Para llegar a ella hemos atravesado por una calle entre tapiales de barro que protegían heredades con huertas o viñedo, almendros y nogales.

Laguna en Pozuelo

Al fondo, destaca la línea del páramo de los Torozos y el cerro de Santa Cristina, cercano a Tordehumos.  Entre lomas y regueras llegamos a Pozuelo de la Orden, que se encuentra rodeado de pozos de excelente factura –alguno desapareciendo- y lagunas. Un paseo por sus orillas reconforta, a pesar de todo. ¡Tanta desolación!

Palomar en su isla

El último trayecto a Cotanes lo hacemos por la carretera, con un desvío al barrio de las bodegas –en franco retroceso hacia la tierra- que un día criaron el clarete de estas tierras, que también dieron vino y bien bueno. Nos llamó la atención la construcción de algunas bóvedas, con adobe especialmente macizo, de aspecto casi ladrillar. Es lo que queda: todavía recuerdo cómo hace 25 años nos refugiamos en la entrada o pórtico de una de ellas para tomarnos el bocata contemplando el aguacero… Pero el tiempo pasa y, al final, todos nos vamos. ¡Si al menos vinieran otros brazos y nuevos corazones!

Aquí, el recorrido.

Fue molino de viento

Donde los caminos se esfuman

Pues sí, a veces las cosas desaparecen como por ensalmo. Los caminos y senderos forman parte del paisaje, han sido trazados por el hombre para llegar de un sitio a otro. Pero en estos tiempos modernos muchos han desaparecido, se han volatilizado. La razón estriba, normalmente, en que desaparecen porque ya no se usan. Es lo que he comprobado este verano en las comarcas leonesas de Luna, Babia y Omaña: antes los pueblos limítrofes estaban comunicados por caminos directos; hoy se han trazado buenas carreteras y los caminos han caído en el olvido, guardando  puentes y viejos molinos… con dificultad se pueden utilizar algunos, mientras que otros sólo existen en los mapas.

Aquí tenía yo un derecho preferente, pues estamos en un camino aun en uso, no en una cañada. Conste que acabaron cediendo el paso.

Bueno, pues algo parecido ha debido ocurrir en Tierra de Campos. Me proponía ir de Villerías a Villatoquite, donde me esperaban. Y vuelta.

Salí de Villerías por el camino de Castromocho. Me las prometía muy felices: un rebaño de ovejas churras me dejó pasar gracias a la habilidad de los perros pastores, levanté un elegante bando de avutardas que dio una vuelta volando a mi alrededor, el firme del camino ni me expulsaba ni me atrapaba (podríamos decir que se encontraba en supunto)…  hasta que el mismo camino desapareció y me hallé en mitad de un campo de labor. Tal cual. Menos mal que el campo estaba duro y raso y se rodaba con bastante facilidad. Unos kilómetros después apareció otro camino y pude llegar a Castromocho sin mayores complicaciones.

Paisaje con avutardas

De Castromocho salí por el camino que conecta con el del Molino. En mala hora lo hice, pues éste fue desapareciendo hasta que se cubrió por completo de maleza y me dejó en medio de un erial que antiguamente debió ser prado. Tuve que cruzar una zanja con agua y barro –menos mal que la temperatura era buena- y salí como pude hasta conectar con otro camino que me dejó frente al cementerio de Abarca.  Y desde aquí pude llegar a mi destino sin mayores complicaciones, si bien usando la carretera más de lo que me hubiera gustado para no llegar tarde a Villatoquite.

Cuérnago del Valdeginate

La vuelta empezó bien, atravesando los campos luminosos de esta Tierra, hasta que me topé con el Canal Cea Carrión. Lo crucé para seguir por la orilla derecha del Canal de Castilla pero… la sirga estaba cortada, repleta de maleza y arbolado. Imposible andar y menos aún rodar. De manera que no tuve más remedio que dar la media vuelta y volver a conectar con el Canal de Castilla más adelante, en las cercanías de Fuentes de Nava.

En Fuentes crucé a la orilla izquierda y por ella fui feliz cual perdiz; el sol empezaba a caer sobre el horizonte y sacaba al paisaje sus mejores matices.  La sirga, los sauces y álamos, el reflejo del agua, los cantos de los pájaros, todo hacía que el paseo fuera encantador. Y así llegamos a Abarca de Campos.

Camposanto en Abarca

Seguía feliz por la sirga izquierda hasta que… hasta que empezaron a abundar troncos de de álamos olivados. El camino se complicaba, pues pasé de la contemplación de la naturaleza a la preocupación por saltar troncos y ramas…  Luego, llegó un momento en que, sin disminuir los troncos caídos, desapareció por completo el camino y la sirga se llenó de maleza, zarzales y matas de todo tipo. Me había introducido, si querer, en una auténtica ratonera: a la derecha el canal, a la izquierda una zanja infranqueable, al frente zarzas y matorrales… ¿volver atrás? ¡eso nunca! Así que cogiendo la burra por los cuernos y abriéndome paso con las dos ruedas por delante, la trasera en el suelo y alta la delantera, avancé como pude hasta llegar a la carretera Palencia-Benavente.

Canal de Castilla

Luego, hasta Capillas fue un paseo tranquilo y de allí a Villerías. Como el sol se estaba poniendo y el esfuerzo fue grande entre matas y zarzales, rodé por una carretera vaciada (¡je!) hasta el destino final. ¡Ufff!

Para el que lo quiera, aquí dejo el trayecto de casi 80 km que NO recomiendo seguir ad pedem lineam por las razones expuestas.

Las frescas riberas del Carrión

Por los álamos de España
el viento lo repetía:
como el agua del Carrión
ningún río la tenía

M. García Velasco

Iba a ser el día más caluroso del año. Los termómetros subirían hasta 39 grados en Valladolid. Y nosotros teníamos que salir en bici y no queríamos pasar demasiado calor. ¿Qué hacer? Pues nos largamos a Villoldo, en plena ribera del río Carrión –al menos sus aguas vendrían fresquitas de Fuentes Carrionas, ¿no?- para dar una vuelta por aquellos frescos lares.

Entre Villoldo y Villalcázar

De sobra sabíamos que el río tiene un potente bosque de galería, que se ve engordado por las numerosas choperas que crecen en sus cercanías. Además, son abundantes los canales y acequias que riegan su vega, lo que también contribuye a hacer la temperatura agradable. Total, que salíamos muy de mañana y ¡con manga larga! (A este paso, no vamos a llegar a los 39 ni a los 30, pensé)

Crucero. San Mamés.

Visitamos Villalcázar de Sirga, San Mamés de Campos, Carrión de los Condes, Calzada y Torre de los Molinos, nos metimos en el agua para ver mejor molinos y atravesar vados, hicimos 5 km a la sombra de la ribera del Ucieza y alguno más junto al arroyo Izán… y la temperatura no se hizo en ningún momento sofocante. Y como tampoco subimos cuestas de importancia, pues el calor no acabó de aparecer. Tampoco hizo frío, conste. Al volver a Villoldo el termómetro había subido a los 30 grados.

Engranaje de compuerta molinera

En Valladolid, a media tarde, la temperatura debió llegar a los 36 grados. Un día de verano, o sea. Esperaremos a un nuevo pico u ola de calor.

En cualquier caso, esta ruta es muy recomendable para hacer en verano.

Aquí podéis ver el trayecto seguido y una descripción más detallada de la ruta en otro cuaderno de bitácora.

San Pedro de barro y piedra (Villalcázar)