Tal vez los montes propiamente dichos sean abarcables, pues su extensión continúa reduciéndose –como podemos apreciar en la zona de la Santa Espina a causa de las roturaciones- pero el páramo de los Torozos es difícil de conocer y rodar en su totalidad. De hecho llevamos años –decenios- recorriéndolo en bici y uno llega a la conclusión de que la vida no te va a dar para decir de verdad: conozco el páramo de Torozos.
Y es que la última excursión fue por las estribaciones de Torozos entre Mota del Marqués y Castromembibre. Entre otros parajes, cruzamos por La Tuda, colina amesetada que se encuentra en el término de Villavellid, cerca de Villardefrades. Se trata de un alto con forma alargada y abundante yeso en sus laderas. Arriba, hay sembrados de cereal y tierras en barbecho. Pero lo mejor son los paisajes que se contemplan desde aquí. Hacia el norte, Villardefrades a los pies, el perfil señorial de Urueña, los tesos de Tordehumos, un montón de pueblos más, que se hacen más pequeños conforme se alejan, y las tierras onduladas –hoy verdes y marrones- de Tierra de Campos.

Hacia el oeste, Villavellid en primer plano y luego San Pedro de Latarce y un montón de pueblos al fondo… Como para quedarse una mañana o una tarde contemplando este mar de campos de Castilla.
Y luego, las laderas, en las que aflora esa piedra caliza viejísima, modelada por la intemperie, con mil salientes y agujeros, con restos de líquenes. Parece que aquí el páramo tuviera millones de años. Un sendero nos lleva por la ladera, muy cerca del cerral, y por un momento cabalgamos mirando el paisaje de abajo, con los mares a nuestros pies.

Las sorpresas no acaban aquí. Bajamos por lo que fue un camino y el destino nos conduce hasta la fuente de Carbajosa, manantial del arroyo Lavaderos: ahí está, con su rústica arca, manando un hilo de líquido elemento aprovechado para dar vida a una alfombra de plantas acuáticas…
Otro trayecto aéreo fue el que recorrimos entre Castromembibre y Villavellid, un tramo por el mismo cerral de El Cuerno y otro rato por un sendero hecho seguramente por motoristas o ciclistas todo terreno. Se producía la misma sensación de cabalgar cerca del cielo y alejados de los campos de tierra.

Aunque no acaban aquí los descubrimientos. Después de salir de Mota y acompañar durante 2 o 3 km el trazado de la autovía [por cierto: hemos echado en falta un chozo de pastor que aquí se levantaba, ¿qué habrá sido de él?], atravesamos el monte de Carbajosa –parte que fue de los montes de Torozos- de punta a punta. Conserva buenas matas de encina.

Ya acabando la excursión, antes de llegar a Mota desde Pobladura de Sotiedra por el sendero de los Frailes y otros caminos y veredas, decidimos subir –y así agotar las fuerzas- a la cuesta de Tiedra, que se levanta entre Mota y el arroyo Marrundiel. La acometimos por un portillo para conectar hacia el sur con el camino de Mota. Bonitos cerros pelados y blanqueados por el yeso. Y hermoso paisaje con el castillo de Mota al este, iluminado por el sol poniente, y el de Tiedra al oeste…
Pasamos por Villavellid, que en buena parte se cae, por Castromembibre, donde a las ruinas de su molino de viento le han colocado aspas, palo de gobierno y cubierta, o eso parecía desde lejos; y por Pobladura, a los pies de la Virgen de Tiedra Vieja.

Los almendros estaban comenzando a vestirse de blanco, si bien algunos aún no habían estallado. El campo estaba verde, engañosamente verde: visto de lejos, así parecía, pero cuando estabas encima, el cereal estaba raquítico y predominaba el marrón de la tierra –o el blanco del yeso.
Aquí os dejo el trayecto seguido. Las fotografías no son actuales, pues la máquina la perdí en Mota y por allí se quedó.