No siempre es necesario salir a campo abierto para dar un buen paseo en bici. Esta vez – 27 de febrero, domingo- hemos mantenido nuestra condición de urbanitas y no hemos abandonado la ciudad. Aunque el sol brilló muy poco, los almendros brillaban con esa nieve sedosa que les adorna todas las primaveras. O todos los inviernos que, para nuestro caso, es lo mismo.
Lo primero que llama nuestra atención, además del puro adorno de estos árboles, es el contraste entre un árbol florido, hermoso, natural, y el entorno urbano, las más de las veces, sucio y con basura –plástico, papel, escombros- en su entorno. Es como si la primavera lograra redimir la suciedad y, por un momento, brillara más lo auténtico que tanta porquería humana. Pero ahí están los almendros, como siempre, fieles a su cita, al margen de que se levanten en la ciudad o en el campo.
Son abundantes en la ribera del Pisuerga. Y en las riberas, o antiguas fincas vallisoletanas –hoy abandonadas o medio urbanizadas- siempre próximas al río. En las laderas de Parquesol. En la cuesta de la Maruquesa. En los perdidos pendientes de urbanizar, junto a ruinas y naves abandonadas. En las nuevas urbanizaciones del extrarradio, pues los almendros tienen la virtud de volver a salir si no los has arrancado de raíz. En fin, que estos árboles resisten duramente… para alegrarnos la vista.
Tal vez esa sea la razón de su abundancia: que los antiguos agricultores los plantaban porque sabían que no requerían grandes cuidados, dada su fortaleza y resistencia. Además, acabarían por dar almendrucos, que no está mal.
Lo malo es que el día no acompañó. No es que hiciera frío, sino que el sol salió sólo a ratos y el viento sopló de lo lindo. Incluso calló alguna amenazadora gota de agua que no se vio secundada por sus compañeras.
En fin, es llamativo el poder de sugerencia de los almendros espumosos, por encima de la muerte misma, como dejara escrito Miguel Hernández:
A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.
El trayecto seguido fue desde la zona de riberas de las Villas, puente de la Hispanidad, laderas de Parquesol, antigua Granja Escuela, Las contiendas, La Mona, La Maruquesa, Huerta del Rey, para terminar en la plaza del Poniente. Total, poco más de 15 km: aquí puede verse.
A más de uno nos hubiera gustado recibir la nieve desde la bici, pero no fue posible. Nos tuvimos que conformar con un breve paseo andando por la ribera del Pisuerga para disfrutar de la primera nevada de este otoño. El pasado miércoles, después de toda la noche lloviendo, a las nueve caía agua nieve y media hora después grandes copos adornaban el ambiente.
Pudimos dar un paseo por la ribera y comprobamos que estaba cuajando como pocas veces. Claro que duró muy poco. Unas tres horas. Cuando dejó de nevar empezó a deshacerse la capa blanca. Pero fue suficiente, pues ya se sabe, como «en Valladolid nunca nieva», lo poco que nieva se agradece. ¡Hasta la próxima nevada! (A ver si nos pilla con la burra)
Ayer mismo cruzaba por el puente Mayor y me llamó la atención lo transparente que estaba el agua del Pisuerga. La verdad es que en invierno -no sé la razón, tal vez tenga que ver con las temparaturas de decantación- si no hay riadas, las aguas vienen muy claras en todos nuestros cauces.
Pero esta mañana, al dar un paseo por la ribera, me sorprende un Pisuerga de color chocolate intenso, que contrastaba con las verdes -y relativamente transparentes- aguas de la Esgueva, como puede apreciarse en la fotografía. ¿Cual de los cuatro ríos -Arlanza, Arlanzón, Pisuerga, Carrión- será el causante de este color? El nivel era el normal en invierno… Por cierto, también se aprecia la humana porquería que dejó la crecida de diciembre de 2019 en las ramas de los arbustos ribereños; en primavera y verano no se apreciaba.
Tierra de Pinares salta el Duero desde el sur para llegar hasta la misma ciudad de Valladolid, pues el pinar de Antequera -el Pinar para los vallisoletanos- es una gran mancha de este monte alto entre el Pisuerga y el Duero. El Pinar es el pulmón de Valladolid, ya que la ciudad se ha ido expandiendo hacia los cuatro puntos cardinales, pero sólo por el sur cuenta con terreno verde en abundancia. Son mil hectáreas de bosque pinariego, sobre todo de piñonero, si bien encontramos algunas zonas de carrasca, muy pocas de negral o resinero y algún roble testimonial. Pero si unimos los pinares limítrofes de Laguna de Duero y Simancas, con unas 200 y 800 hectáreas de monte respectivamente, tendremos un gran pinar al sur de Valladolid, de ¡20 kilómetros cuadrados! A pesar de todo, en los tiempos de la fase 0 del desconfinamiento lo hemos visto casi llenito a ciertas horas. Había que ir a otros lugares (prohibidos) para no juntar virus.
Ideal para caminar y pasear en bici, pues posee una pista verde que conecta la ciudad con Puente Duero y Simancas, una cañada real que lo atraviesa de norte a sur (y un cordel medio desaparecido que viene de las Arcas Reales), varias caminos en buen estado, un camino asfaltado con grandes baches (el del Gobernador), multitud de estrechos senderos y algunos caminos totalmente enarenados, como debe ser.
A pesar de ser un pinar y nada más que un pinar, posee zonas diferentes. Algunas de altos y enormes pinos, otras de ejemplares de tamaño mediano y también de pimpollos en pleno crecimiento. Cuenta con llanuras, pequeñas cuestas y vaguadas y, por el sur, se asoma al Duero. Las carrascas crecen en medio de una verdadera selva en las proximidades del camino del Gobernador y los pocos negrales los veremos al norte, junto a los Perales y al sur, en el ángulo formado por la cañada real y la carretera de Simancas. También posee arbolado caducifolio no sólo en la ribera del Duero, sino junto a las acequias de Simancas y Puente Duero, que lo circundan. En varios puntos crecen junqueras, testigos de viejos humedales; otras veces los testigos son topónimos, como Las Lagunillas.
La hombre también ha dejado su impronta y es parte integrante de este paisaje: el tranquilo barrio del Pinar, situado al noreste, pertenece parte a Valladolid y parte a Laguna; cuenta con dos cuarteles, parada de autobús, playa, un complejo recreativo-deportivo, la ruinas de la granja Ronquines, los restos del claustro del convento de la Merced en la arruinada granja de los Quemadillos. Vemos también los restos del polvorín próximo a los cuarteles. Y la vía del AVE, que lo atraviesa de norte a sur formando una barrera casi infranqueable, o sea, el impuesto de la modernidad.
Si el Pinar es un monte normalmente seco y austero, en el que sólo las copas de los pinos nos ofrecen un verde perenne, ahora también el suelo está completamente verde y repleto de colorido. Podemos disfrutar de humildes matorrales con flores amarillas o blancas, como las escobas, o la retama. Del azulado, empenachado y oloroso cantueso, de la atrevida silene colorata, de las rosas silvestres… O de otras flores más humildes, como -por citar algunas- las pequeñas y azules agujas de pastor… Ahora también es obligatorio rodar con gafas, pues la avena loca se inclina sobre los estrechos caminos de roderas… La primavera ya ha hecho su labor, sólo hemos de contemplarla. ¡Ah!, y será de lo más normal contemplar a los esquivos corzos o a las huidizas ardillas. Nos esperan en el Pinar.
Gracias a Covid-19 los pinares de Valladolid, especialmente el de Antequera, se han llenado de paseantes y ciclistas. Como no nos dejan salir de término municipal, la mayoría nos hemos dirigido hacia el sur (Antequera) llegando incluso hasta los montes de la ribera del Adaja, pues nuestro término se alarga en dirección sur unos 14 km, mientras que hacia el norte no llega más allá de 7aproximadamente, igual que al este y al oeste.
El Puente
Puente Duero es Valladolid desde muy antiguo. Seguramente su origen se lo deba al mismo puente sobre el Duero, ya que todos los viajeros que se dirigían desde Simancas y Valladolid hacia el sur debían pasar por él, y no les vendría nada mal alguna venta o mesón. También cruzaban las cañadas de la Mesta leonesas y burgalesas que previamente habían pasado por Simancas o Valladolid. No hay más que contemplar la disposición de las casas de esta localidad o barrio para darse cuenta de que es una gran calle cuyas casas guardan la anchura de la vía pecuaria, tanto a un lado del río –del puente- como al otro, es decir, en dirección Valdestillas y Valladolid-Simancas.
Y no es nada aventurado pensar que aquí en la época romana existiera un puente, si bien no hay duda de que el origen del actual se remonta a la Edad Media. Poco hay que ver en Puente Duero al margen de la belleza austera y equilibrada del propio puente; la antigua iglesia cayó en el siglo XIX a consecuencia de una riada, si bien restos del retablo podemos contemplarlos en la nueva. En la orilla del río está, abandonada, la fuente del Caño y muy cerca de la iglesia podemos beber de una nueva.
Vaguada en el monte Blanco
Puente Duero, en fin, a pesar de pertenecer a Valladolid tuvo alcalde pedáneo hasta 1960, en que pasó a ser un barrio de la ciudad a todos los efectos.
Al sur del Duero se extiende un territorio de casi 8 km de largo, de este a oeste, por unos 4 km de ancho en su parte central, de norte a sur.
Piñonero y negral
Pinar del Esparragal, cerca de Aniago
En la parte norte–oeste podemos pasear por el amplio pinar del Esparragal, casi todo él llano, con muchos pinos de buen porte y dos caminos de excelente firme que los atraviesan, ideales para rodar. Uno es el denominado camino de Aniago y el otro se dirige también a Aniago entre el pinar y una franja de tierras de labor junto al Duero. También lo recorren diversos caminos secundarios que, si no tienen tan buen firme, se rueda muy bien por ellos. Por senderos se puede llegar a diferentes puntos de la ribera del Duero: la Vega o la pesquera de Pesqueruela. El término municipal se queda a sólo 300 m de la desembocadura del Pisuerga y a kilómetro y medio de las ruinas de Aniago y la desembocadura del Adaja.
Efectos del último temporal de viento
Monte Blanco, un lujo para Valladolid
En la franja central o sur podemos pasear por un idílico y pintoresco lugar que sí, sí está en Valladolid y es el monte Blanco. Es monte en las dos acepciones de la palabra. Por una parte su altura máxima está 80 m por encima de Puente Duero y cuenta, por tanto, con cuestas y vaguadas. El punto más alto –Eras denominado- está señalado con un vértice geodésico, pero lo que nos facilita su localización es la torreta de vigilancia contra incendios. Y por otra parte es un auténtico monte mixto de pinos y –sobre todo- de encinas con algún roble aislado. También descubriremos una amplia pradera que ataño estuvo dedicada a cultivo. Hasta la cima del monte podemos rodar por estrechos senderos, rozándonos con encinas y arbustos, que parten de una antigua gravera al sur de Puente Duero. O bien podríamos utilizar caminos más accesibles desde la urbanización los Doctrinos o desde la cañada de merinas, hoy carretera de Valdestillas.
El punto más elevado
Merece especialmente la pena la asomada sobre el Adaja y su valle, e incluso bajar por las curiosas hornías hasta el mismo cauce y cruzarlo por el vado Ancho. Se divisa igualmente Simancas y Ciguñuela, Valladolid, Laguna, las Mamblas de Tudela, Olmedo, Valdestillas, Matapozuelos, Villavieja del Cerro… Un lujo de observatorio.
Todos conocemos el refrán Soy Duero, que de todas aguas bebo, menos del Adaja, que me ataja. Pues bien, tal vez desemboque este río cabreado porque precisamente aquí, este monte lo detiene en su constante y rectilínea dirección norte para hacerle desembocar con rumbo oeste. Y muy enfadado por ello, ataja al Duero.
Uno de los muchos senderos
Y el Cega desemboca por aquí
Y al este tenemos el denominado Montico de Duero, otro precioso monte de pinos, encinas y abundante retama con suelo de grava y arena que se acerca hasta Viana o, para ser exactos, hasta la vía del AVE. En esta zona se encuentra la desembocadura del ríoCega en el Duero, pero no se puede acceder a ella en bici, pues está todo vallado. Recuerdo que, de chavales, íbamos a pescar y pasar el día a ese idílico paraje, y ya entonces teníamos que cruzar por una estrecha franja, llena de maleza, entre el río y los gallineros y terrenos cerrados, desde Puente Duero. No hace muchos años pude llegar a ella caminando sobre las arenas del Cega en verano, aprovechando la buena temperatura y el exiguo caudal del río.
Entre Viana y Valladolid
Pues nada, a rodar por el término administrativo de Pucela. Es lo que hay. Si se tercia, prepararemos entregas administrativas: Pinar de Antequera, Arcas Reales, Esgueva, La Overuela, La Bambilla… Claro que antes nos podemos morir de hambre o de pena –jamás por Covid- ya que la consejera parece dispuesta a mantener la fase 0 hasta Navidad.
Alguien, hace ya unos cuantos años, aprovechó una de las primeras arcas reales (que data de 1588) como mural para su expresión artística (!). Casi al mismo tiempo, un zapatitos de la Virgen decidió que era buen sitio para nacer.
–Así no vas a llegar a viejo, no tienes espacio para sostenerte y nutrirte bien, le dijeron.
–No importa -contestó- disfrutaré de la luz, la lluvia y la vida el tiempo que me corresponda y seré feliz, siempre merece la pena vivir y más en primavera. Aunque estés casi emparedado. (O confinado que diríamos hoy)