Por el valle del Talanda y el viso de Arbocala

Para este recorrido salimos de Venialbo, pueblo zamorano situado en la Tierra del Vino que dista unos 20 kilómetros de la capital. Paseando por sus calles ves que bien pudo gozar de una época de esplendor durante la segunda mitad del siglo XIX, pues abundan las casas en piedra arenisca de cantería con escudos e inscripciones de esa época. Una hermosa fuente adosada a una de estas casas tiene inscrita la fecha de 1888. Por otra parte, la localidad se encuentra dividida por el río Talanda –este y oeste- y por la calle Tajada –norte y sur.

Puente sobre el Talanda

Es frecuente el topónimo albo por aquí. Además de Venialbo tenemos Villaralbo a 16 km y la antigua ciudad romana de Albocela y la original vaccea de Arbocala, aunque estas dos pueden ser la misma. Y un pago de Villalazán recibe el nombre de El Alba.

El molino al fondo

En esta excursión recorrimos el tramo del río Talanda que va desde Venialbo hasta su desembocadura en el Duero, cerca de Villalazán. Un amplio valle, con arbolado en las riberas, acompaña a este río o arroyo que viene de El Maderal. Tomamos el camino del Molino que, además de llevarnos a él, cruza una extensa pradera donde pasta ganado vacuno. En la margen derecha vamos dejando abruptas laderas con algunos picos que, como Peñatejada, se asoman al valle. Pinos y encinas contribuyen a dar continuidad al bosque de galería.

Peñatejada

Pero, poco a poco, el arbolado va a menos. Al llegar a una finca agrícola encontramos cortado el camino del valle y subimos por la ladera hasta conectar con el Culo del Mundo. Allí tomamos el sendero que atraviesa bajo las laderas descarnas y explotadas ya en época romana para construir la nueva ciudad de Albocela. Todavía hoy se desprenden enormes pedruscos que ruedan hacia el río. Por aquí ya no hay valle, pues se abre una llanura hacia Zamora en la ladera opuesta a las canteras.

Ladera de Arbocala

Acabamos cerca de la ribera del Duero. Luego pasamos por Villalazán, localidad nueva que no tendrá dos siglos, pues fue construida después de que la vieja se la llevara una riada. Después cruzamos Madridanos donde, entre otras cosas, nos llamó la atención su plaza de Buen Gusto, y más tarde llegamos a Bamba por el arroyo de Ariballos [¿de nuevo la raiz alba-?] , ligada de alguna forma al rey visigodo Wamba. La iglesia de esta localidad guarda entre sus muros a la Virgen del Viso, a la que se tiene gran devoción en toda la comarca y cuya ermita se levantó en el famoso Viso al que subiríamos después.

Casa de Venialbo

Además, en el Viso se erigía el castro vacceo de Arbocala, conquistado por Aníbal antes de su campaña en Italia. ¡Buen mirador, que eso significa viso!

Sólo nos quedaba atravesar Sanzoles y sus campos de colinas cubiertas de viñedo y solitarias encinas para llegar, en agradable bajada al Talanda y a Venialbo, nuestra meta. Aquí podéis ver el itinerario seguido.

Albocela y el Viso de Bamba

El subsuelo del término municipal de Villalazán, entre Zamora y Toro, guarda los restos de una ciudad romana de tamaño medio que se desarrolló entre el emperador Augusto y el siglo V. Por el momento no sabemos demasiado, pero los vestigios ahí están, esperando a los arqueólogos. La mayoría de los datos sobre esta ciudad –Albocela- se los debemos a la fotografía aérea: en determinados momentos del año la fotografía sobre los lugares arqueológicos desvela interesantes secretos. Por ejemplo, el maíz al brotar sobre Albocela tiene un tono diferente si lo hace donde antiguamente hubo muros o vías que sobre otros terrenos. Así, los expertos hablan de una ciudad de un kilómetro de este a oeste por 500 metros de norte a sur, además de un amplio campamento, al oeste de la ciudad, levantado seguramente por Augusto en las guerras cántabras. Y al norte del campamento, defendido por el Duero y por una muralla, se han encontrado los restos de un castro prerromano, Valcuevo.

En la dehesa de San Martín

Pues por ahí y por el teso del Viso, donde a su vez hubo otro castro de la Edad de Hierro, nos dimos un paseo hace poco. Y hace unos años visitamos las cercanas Contiendas, canteras de donde los romanos extrajeron la piedra necesaria para levantar la civitas citada.

En primer lugar nos adentramos en un gran meandro del Duero que contiene la dehesa de San Martín, que aprovecha una tierra especialmente fértil y amorosa. Pero lo mejor de este meandro son, sin duda, sus islas. Son zonas inundables, ricas en grava, en hierba, tamarizos y con abundantes fresnos más o menos aislados o formando tamarales. Por supuesto, la orilla del río se encuentra protegida –y normalmente inaccesible- por hileras de chopos y álamos. El día era extraordinariamente ventoso, pero aquí no lo notamos pues, además de que la zona está más baja que las tierras circundantes, la maleza nos protegía. Estas islas poseen, además, caminos y senderos perfectamente ciclables. También pudimos observar distinto ánades y zancudas en una gran charca, suponemos que artificial. Saliendo de la isla llegamos hasta la curva interior del meandro, donde, en la otra orilla, se levanta Fresno de la Ribera.

Bajo los fresnos

Después, volvimos sobre nuestros pasos para realizar luego un pequeño trayecto por la orilla de río. Finalmente, atravesamos El Alba, pago que guarda en sus entrañas la ciudad y el campamento comentados arriba. Conste que guardamos un silencio casi sagrado en recuerdo de las gentes que poblaron estos paisajes hace dos mil años.

Las Contiendas desde el Viso

Cruzamos Madridanos, con su iglesia de piedra dorada y, en vez de girar a poniente para llegar a Bamba, torcimos a oriente para encarar la cuesta del Viso. Viso no es otra cosa que visión o vista, o sea, altura desde donde se descubre mucho terreno, que eso dice el diccionario y eso es lo que se ve desde aquí. Perfectamente se divisaban Villalazán, Madridanos, Moraleja, Villaralbo. El cerro de las Contiendas con el Culo del Mundo y Sanzoles recostado sobre su ladera. Zamora ya no se veía bien a causa del sol. El Viso es hermoso, y perfecto para levantar un castillo o castro en lo más alto, pues arriba posee la superficie mínima para ello y unos escarpes difíciles de superar con una buena defensa. Aquí se levantó, seguramente, la Arbucala de bravos defensores que conquistó nada menos que Aníbal en el año 220 a C. Casi nada. Siglos más tarde, continuaría, romana y en llano, como Albocela.

Otra vista

Y esto fue todo. Con los molinillos de las Contiendas al este, rodamos luchando contra la arcilla hasta Villalazán. Por cierto, que en el bar Avenida tienen unas raciones dignas de Roma y Cartago juntas, en serio. Tal vez tengamos que volver para visitar lo que se ha excavado -unas termas- de la ciudad romana. Aquí dejamos el trayecto seguido. Podéis ver este artículo de Julio del Olmo.