Fontiveros, en la Moraña

Hay en Castilla la Vieja, provincia de las más nobles de España, una villa, cuyo nombre es Hontiveros, o como antiguamente decían nuestros mayores, Fontiveros. Está fundada en una llanura, fresca, y amena, arroyada por todas partes con muchos manantiales que la fertilizan y hermosean.

(Jerónimo de San José, 1587-1654)

Teníamos que pasar por Fontiveros. Habíamos recorrido en anteriores excursiones buena parte de los cauces de los ríos Zapardiel y Trabancos, sin llegar a esta localidad. También habíamos llegado hasta Arévalo, Madrigal y sus alrededores, pero no habíamos rodado por Fontiveros, patria chica del Poeta de los poetas, del místico por excelencia, de Juan de Yepes o San Juan de la Cruz. Así que planeamos una excursión que, necesariamente, tuviera  que cruzar por esta villa.

Esto es el Zapardiel

Salimos de Mamblas. El día estaba gris. Un fuerte viento procedente del suroeste casi nos impedía rodar. Pero las nubes nos pasaban por encima sin descargar, cosa que hacían más al norte, detrás de nosotros. Al menos no nos mojamos. Tampoco estaba mojado el cauce del Zapardiel, convertido en una lengua de arena seca acompañada de algunos álamos. Al fondo, los suaves contornos de las mamblas, topónimo en el que se apoya el pueblo.

Siguiendo el Zapardiel llegamos a las ruinas del molino de Torralba, después a la alquería que aún conserva casas, establos y una iglesia o ermita. También los restos de una pared de lo que fue torre de un castillo, buen lugar para contemplar el paisaje de los alrededores y la amplia curva del río que en otros tiempos inundara praderas dedicadas a pastos. Algunos árboles solitarios se aprovechan de la poca humedad que queda en el subsuelo. Al este, una torre blanca –pero moderna- se eleva en un punto más alto aun que el que ocupan los restos del castillo.

Vega del Zapardiel en Torralba

Luchando contra el viento y contra el barro del camino cruzamos tierras inhóspitas, rodeados en la lejanía por las torres de las iglesias de Cabezas de Poza, Bernuy de Zapardiel o Cantiveros. Menos mal que al fondo se eleva la sierra de Ávila, que invita a pensar que no toda la tierra es llana.

Así, en medio de tanta dureza, nos sentimos atraídos por las casas y arboleda de Cantiveros y, ya dentro de la localidad, por el ábside mudéjar de la iglesia de San Miguel. En su lado norte, se agolpan las viejas cruces de hierro del antiguo cementerio que, a su modo, nos cuentan parte de la historia de este pueblo castellano. Luego, ya de salida,  nos acercamos a la Cruz del Reto, erigida en recuerdo de 60 caballeros abulenses que murieron fritos (en el doble sentido de la palabra) a manos del rey Alfonso I de Aragón. Pero eso es otra historia –o leyenda- que no vamos a resumir ahora…

En el cementerio viejo de Cantiveros

El caso es que entramos en Fontiveros precisamente por la calle de Cantiveros, donde pared con pared del Monasterio de Madre de Dios, tenían [los Yepes] un telarcillo y, sobre todo en las mañanas de invierno, de esas que levanta la niebla y queda un día soleado y con aire como azulenco, y que son tan silenciosas que hasta se oyen las pisadas de los que pasan por la calle, como en las noches de hielo, se sentía el telarcillo: trac-trac-trac, trac-trac-trac; y los vecinos o los que iban por allí decían:

-Desde que amanece Dios, está ahí dándole la Catalina [o sea, la madre de Juan]

San Juan en su pueblo

El caso es que cuando entramos nosotros y pasamos junto a su casa, hoy iglesia, no era una mañana así, como describe Jiménez Lozano, pero lo cierto es que no había un alma por la calle. La casa –la iglesia- estaba cerrada y las almas estaban en el centro, y más en concreto por la calle Cántico Espiritual y aledañas. Por eso se podía escuchar -¿o era nuestra imaginación?- el lejano triquitraque del telarcillo…

Así que llegamos a la plaza de San Juan de la Cruz, donde el Santo tiene su conocida estatua. Fue bonito ver que a los pies los ramos de flores se multiplicaban, dando a entender que aun en este mundo nuestro actual, lleno de prisa y falto a veces de valor, el Poeta es apreciado y querido por muchos. Tal vez, entonces, algo nos salvará. En el frontis del pedestal, un águila de bronce, símbolo de la orden carmelita que nos recuerda el lance: volé tan alto tan alto /que le di a la caza alcance.

Fuente Dos; detrás, ermita de Santa Ana

Fontiveros. Está claro el significado de la primera parte. Fuente, manantiales. Y así es. Hay una fuente que, siendo única por su aspecto, se denomina fuente Dos, cuyos dos caños surgen bajo un llamativo arco. Y luego los innumerables chorrillos, hasta tres que alimentan otros tantos lavaderos, y alguno que mana a su aire. ¿Y qué más? Si preguntamos a Juan chico nos hablaría, entre otras muchísimas cosas, de las torrenteras, el río , los regatos, las lagunas, los lavajos, los manantiales, las fuentes, los caños, los pinares, las alamedas, los almendrales, las olmedas, las choperas, las pobedas, los encinares, los robledales, los trigales, los cebadales, los centenos, los garrobales, los barbechos, los guisantales, los garbanzales, los senderos, los puentes , los pasos, los vados, los zanjones, lo llano, la niebla, el rocío, la montaña que se ve lejos y hace así alabeando…  O eso nos cuenta, también, por pluma de Jiménez Lozano.

Con tanto manantial, arroyo o fuente como entonces había, entendemos mejor los versos de San Juan:

¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!

Hoy las cosas han cambiado: demasiados arroyos, ríos y lavajos secos… En fin, contemplamos el palacio de don Jerónimo Gómez de Sandoval, la ermita de los Mártires, la sencilla ermita de Santa Ana y la inmensa iglesia de san Cipriano, con una gran cruz frente a su puerta y nos vamos. Volvemos a lo natural y llueve de cara. Nos enfrentamos a un fuerte viento. Pero nos preocupa más el misterioso significado de iveros, que también estaba oculto en Cantiveros y, de otra forma más breve, en Rasueros.

Continuaremos en la próxima entrada, que todavía queda. Aquí podéis ver el recorrido completo.