No sé si es la cabra de dos cuernos y dos ruedas o la que todo ciclista todo terreno lleva dentro, el caso es que hemos vuelto al monte, a los montes Torozos, escenario de la última excursión. El escenario –como siempre ocurre- había cambiado, pues después de un periodo de sequía, en el intervalo había llovido en abundancia y nevado un poco. Aunque todo estaba húmedo o mojado, las ruedas aguantaron bien y sólo estuvieron a punto de atascarse en una ocasión.

Igual que hace unos días, salimos de Mucientes. Pero esta vez por el camino de las Adoberas, para echar un vistazo a una antigua casa-cueva que aún conserva sus rasgos; como está cercada y no había nadie en esos momentos no sabemos cómo se mantienen por dentro. Si está igual que por fuera, estará fatal. Al lado, los cortes en la ladera nos dan a conocer los distintos matices de las estas tierras arcillosas y ponen de manifiesto que, efectivamente, aquí estaba la adobera del pueblo.

El siguiente tramo del camino –dirección La Mudarra- nos lleva por Barcilobos. Detrás, al sur, se levanta el inconfundible alto de Trasdelanzas y el industrioso valle del Pisuerga. Un poco más y estamos en el páramo, que cuenta ya aquí con algunas manchas de pequeños encinares. En lo profundo del páramo, los molinos gigantes están iluminados por el sol. Parece una buena señal y, efectivamente, el sol acabaría rasgando la alta capa nubosa.

Ya en el monte, descubrimos un sendero que nos llevó por la linde hasta la carretera de Mucientes-Villalba. Estaba guapo el monte, con abundante hojarasca entre la que descubrimos alguna seta, con restos –poquitos, a causa de la lluvia caída después- de la nevada de hace unos días en las zonas más umbrías, y con las hojas de encinas y robles relucientes a causa del agua caída.
Nos desviamos de la senda para acercarnos a la casa de la Chinchilla, muy cerca, en las tierras destinadas a sembrado. Se trata –o se trataba- de una buena casa de adobe, con pozo, estanque, caseta al lado y bien techada. Ahora en ruina, claro; se deja abrazar por una parra lo que le da un aire más decadente si cabe. No creo que tarde mucho en desaparecer por completo.

Cruzamos la carretera y seguimos por el monte. Después de una pequeña zona con matas de encina y abundante maleza, salimos a otra donde predominan los quejigos de buen porte. Todos de un matiz diferente que va del verde al pajizo pasando por el dorado más elegante. No hay dos robles del mismo color, diría que ni tan siquiera hay dos hojas iguales en un mismo roble. Unos tienen más hojas, incluso verdes; otros menos y algunos las han perdido casi todas. La hierba todavía está amarilla y seca por aquí. Habrá que esperar a que llueva más.

Salimos a un buen camino que viene de Mucientes. Justo aquí vemos el chozo de la Laguna, grande, alto, relativamente bien conservado, de excelente piedra. No tiene forma cónica, sino cilíndrica. Nos vamos por ese camino en dirección contraria, hacia el norte y enseguida nos desviamos hacia el este para seguir disfrutando de los mejores robles. Cruzamos por El Moral, un sembrado amplio entre el monte de Torozos y cintas de montes más reducidos, nos asomamos al arroyo del Moral para contemplar una vez más el paisaje alomado propio de las estribaciones torozanas y al fin caemos en ese valle, entre robles y encinas enormes.

Tomamos un camino con toboganes gracias al que conectamos con el camino del Hornillo que, finalmente, nos deja en Mucientes, donde aún tenemos tiempo de pasear por sus calles y contemplar diversos detalles de la arquitectura tradicional…
Este fue el trayecto seguido, de 21 km.