La Muela de Castillejo, la cañada de La Vid y el monte de Fresnillo

Si yo fuera pintor
no pintaría, Soria, tu yermo y tu pastor.
En mi paleta habría una rosa de rubor,
un amarillo augusto y un verde verdecido,
porque tienes la gracia de un país recién nacido

Con estos versos de Gerardo Diego retomamos la ruta en sentido contrario para volver a Fresnillo.

La verdad es que salimos de Castillejo para cruzar yermo y monte pero con el amarillo del trigo y el verde de los manantiales. El rubor lo hemos dejado en la cuesta de Los lagares y bodegas, que ya no tenían vino… Enseguida toparíamos con tenadas, pero arruinadas y sin pastor.

La Afrenta y La Muela

En fin, cuando subíamos por esa cuesta al páramo, pudimos contemplar cómo una bandada de buitres se daba un festín. Mientras, en el aire, una nube de carroñeros de la misma familia esperaba su turno.

Una de tantas (tenadas arruinadas)

¿Dónde tuvo lugar la famosa afrenta? Parece que en el mismo Castillejo, o en la fuente de la Virgen del Monte (por la que pasamos hace unos meses), o en otra fuente cercana. Así lo relata el conocido Cantar:

Entrados son los infantes                  al robledo de Corpes
Los montes son altos                  las ramas pujan las nues
Y las bestias fieras                              que andan alrededor
Hallaron un vergel                           con una limpia fuente
Mandan hincar la tienda              los infantes de Carrión

Lo cierto es que por allí rodamos, entre robles y ya sin bestias feroces, recordando las andanzas y penalidades de Mío Cid. Y de sus hijas, en este triste caso.

Ya no pueden hablar              doña Elvira y doña Sol
Por muertas las dejaron       en el robledo de Corpes.

Al fondo, La Muela

Atravesamos un primer carrascal en el que vimos restos de viejas tenadas. Si este territorio es –o era- pastoril, al asomarnos a los valles volvimos a contemplar ese mundo agrícola volcado en el viñedo. Al fin cruzamos La Muela de lado a lado con su carrascal por un sendero sólo apto para caminantes y ciclistas.

En el mismo cerral de la Muela nos esperaba una bajada técnica por una especie de zanja de yeso y caliza tendente a la vertical. Menos mal que no duró demasiado, sólo hasta el portillo con el pico Romero y a continuación la zanja se convirtió en un sendero en suave descenso con algún que otro surco  modelado por las últimas lluvias…

Sí, por aquí bajamos

Entre dos valles

Finalmente conectamos con la cañada de la Dehesa de la Vid que nos condujo a unos 50 metros por encima del valle del arroyo de la Nava y a unos 130 sobre el valle del Duero. Ambos valles se dejaban ver de vez en cuando con todo su colorido y luz. Todo un espectáculo natural. Al norte, las peñas elegidas por el Esgueva para ver la luz. Pudimos comprobar una vez más cómo se cumple esa ley general por la cual las vías pecuarias evitan los valles y buscan los páramos y crestas. El caso es que aun pudimos disfrutar viendo alguna tenada más. Todo un lujo de trayecto, vamos. Hasta cruzamos una carretera muy secundaria por encima de un antiguo viaducto…

Siguiendo escrupulosamente la cañada

Pero había que dejar la cañada a su rumbo oeste, de manera que nos dejamos caer hacia el sur, hacia el Duero. Primero recorrimos algunas manchas de viñedo y de monte. Luego, nos introdujimos en el cerrado monte de Fresnedillo siguiendo una senda un tanto técnica. Pero como era cuesta abajo, mereció la pena. Eso sí, las muñecas y antebrazos se resintieron un poco, pues no estamos acostumbrados a rodar por terrenos en los que hay que controlar tanto la dirección.

Poco más quedaba: cruzar el canal de Guma y la autovía. El ferrocarril de Ariza ya no hay que cruzarlo, que lo han convertido aquí en un agradable paseo…

Sabina

Fauna y flora

Un último apunte: nos llamó la atención la variedad y el número de aves y pájaros a lo largo de este trayecto. Lógicamente si vas en bici sin parar demasiado, te fijas en aves de buen tamaño. Y sí, pudimos observar además de buitres, ratoneros, algunos aguiluchos, el abundantísimo milano negro… pero también multitud de pajarillos de todo tipo, empezando por los simpáticos carboneros y herrerillos a los que se les oye más que se les ve; en las zonas de sembrados, las pajarotas y calandrias.

Monte en la ladera, vides en el valle

Poco que destacar en cuanto a la flora, salvo la abundancia de enebros y –sobre todo- sabinas en los montes que hemos atravesado. Los troncos de sabina seguían sosteniendo (desde hace siglos seguramente) las tenadas cuyos muros, en buena parte, ya habían caído. ¡Qué madera tan excelente! ¡Y qué pena que las tenadas y corralizas guarden ya sólo cardos y zarzales…!

Los arruinados chozos de Portillo

En el cerro de la Muela, en Portillo, permanecen las ruinas de dos chozos. Por el aspecto externo –frágiles, de pequeñas dimensiones,  paredes rectas, entradas amplias – no parecen de pastor, sino más bien guardaviñas. Pero en los alrededores vemos restos de corralizas, en las que también hay vestigios de otros chozos. Sea como fuere, allí están para dar testimonio de otros tiempos en los que pastores y agricultores debían hacer largas jornadas –a veces seguidas- lejos de su casa y de su pueblo.

Hay un sendero señalizado que va desde Portillo a los chozos, por lo que no es difícil acceder a ellos. El lugar también ha cambiado desde que los chozos estuvieron en uso y ahora es un tupido monte de pinos. Antes estaría raso, destinado a pastos o bien a bacillares. Unos de los chozos se asoma por el mismo cerral tanto que lo han llamado mirador del Chozo. Pero la verdad es que aun en esto ha ganado el tiempo: ya no hay tal mirador o, si lo hubiere, sólo se puede ver un pino delante de nuestras narices. Ha ocurrido lo que en tantos cerrales de nuestros páramos: los pinos impiden ver el paisaje. Hay que buscar el hueco adecuado, que se encuentra con dificultad.

A todo esto, en lo profundo del intrincado y alejado bosque… ¡me sentí observado! Despacio, fui barriendo con la mirada la línea imaginaria del horizonte… hasta que vi dos cabezas de corzo con las orejas enhiestas y los ojos clavados en mí. En cuanto se dieron cuenta que los había descubierto salieron corriendo.

Otra cosa que me llamó la atención fue un grupo de robles quejigos muy jóvenes con las hojas recién salidas. Nunca había visto hojas tiernas de quejigo a primeros de abril, son árboles perezosos que echan sus hojas en mayo e incluso junio, y hasta ese momento muchos conservan las viejas. O estos son distintos o la primavera se ha adelantado como el almendro.

Llegué a la Muela desde Aldeamayor, pasando por el lugar del desaparecido molino de los Álamos: me desvié para ver lo que queda de éstos. También contemplé un antiguo horno de cerámica próximo al cementerio de Arrabal. Los caminos estaban húmedos por las recientes tormentas y las ruedas se pegaban un poco; costaba pedalear más de lo previsto.

Pude contemplar cerezos en flor y extensos campos de colza vestidos de amarillo. Las arenas del pinar también acogían las primeras flores, blancas, amarillas y azules. Hasta la fuente del Pilón parecía revivir, pues resbalaban por el caño unas gotas de agua. Ya bajo el dominio de Portillo, los caminos tenían abundante arena que pude salvar buscando el centro no rodado o las orillas del camino, donde la vegetación hacía como de capa aislante o protectora.

A la vuelta, después de pasar junto a los corrales del Comeso, el traicionero arroyo Bucianco casi me impide el paso, pues se había vuelto por sus fueros perdidos y se había adueñado del camino en el cruce. Menos mal que el agua no estaba fría: se había contagiado del día y parecía templada.

Aquí odéis ver el trayecto seguido.