Balcones y mirandas del Duero

El Duero es un río que, en buena parte de la provincia, discurre por una brecha que él mismo abrió entre páramos. Eso hace que las laderas del páramo que forman el valle sean unas veces abruptas, con cantiles y cortados, y otras veces suaves y ligeramente inclinadas, muy apropiadas, en este último caso, para el cultivo, especialmente de la uva.

En esta excursión hemos recorrido por la orilla derecha –entre Pesquera de Duero y San Martín de Rubiales- esos cantiles que, a su vez, suelen constituir excelentes miradores sobre el valle.

Empezamos por las Pinzas, que seguramente dieron nombre a Pintia, la ciudad vacceo-romana que se encuentra abajo, en la otra orilla del Duero. Y es que aquí el páramo forma como un gran abrazo, una pinza aparentemente dispuesta a acoger a quien se ponga en medio. Las Pinzas son un misterio, miradores llenos de recovecos, con distintas alturas o pisos, con balcones y pasadizos, con antiguos aljibes… ¿Quién las habitó? ¿Cuándo? ¿Son prerromanas? ¿Eremitorios medievales?  Sean lo que sean, son un maravilloso balcón al Duero: Peñafiel, Pesquera, Padilla, Quintanilla de Arriba, Langayo… y todo el paisaje del valle con la ribera del río y los inabarcables majuelos… Los aviones roqueros que todavía no han iniciado su viaje al sur cruzan rozándonos en busca de su comida; los buitres vigilan desde lo más alto con su perfecto planeo.

Pico Cuchilla

Dejamos al oeste el pico Cujón, también blanco y con algún agujero, y nos fuimos por el mismo cerral hasta el pico Cuchilla, otra formidable formación geológica y otro perfecto mirador. Este, como mirador, es mejor aún que las Pinzas, pues acoge los cuatro puntos cardinales: avanza sobre una espina o cuchilla del páramo sobre el valle del Duero y, en el punto más avanzado tiene, precisamente una pequeña elevación formada por la piedra caliza para divisar mejor el panorama. Es curioso y original. El castillo de Peñafiel lo tenemos prácticamente enfrente.

Después de bajar hasta Curiel donde admiramos su castillo, palacio e iglesias, otro camino –éste en subida, claro- nos va llevando por balconadas que se asoman al valle… ¡hasta que el camino termina de repente y sin avisar! Pues nasa, bici a rastras y hasta arriba. Estamos en Torondo, donde aparece un camino que nos baja, pasando por la antigua fuente de la Canaleja, hasta Bocos. En la fuente, una parra con uvas negras muy dulces nos hace más agradable el trayecto.

Desde el pico Gurugú: el Duero parece abrazar un joven olivar

Y, desde Bocos, otra vez a subir. Tomamos el sendero que sale de los lagares tradicionales y tirando a veces de la burra, a veces montados en ella, nos presentamos el pico Gurugú. ¡Otra vez a disfrutar del panorama! El Duero prácticamente lame nuestros pies, después de pasar bajo el viaducto de Ariza. Justo abajo, Bocos y su camposanto. Muy cerca, el páramo de la orilla izquierda del Duero: esto no parece un valle sino una amplia garganta. Los buitres nos siguen acompañando.

Bueno, pues ya sólo nos queda llegar a Socastillo, donde se levantara hace siglos la fortaleza de Rubiales, sobre el pueblo de San Martín. Dicho y hecho: gracias al viento de culo, volamos por el páramo hasta llegar a nuestro objetivo. Y otra vez a disfrutar del paisaje. Abajo el Duero y, en la otra orilla, una inmensa llanura alfombrada del verde de los pinos. Esto vuelve a ser un amplísimo valle cuyas laderas, hacia el este, se pierden en la llanura horizontal. Y, en la ladera del páramo, San Martín, recostado, parece dormir.

San Martín desde Rubiales

Bajamos a San Martín por la carretera y no queremos subir más por hoy. El camino de los Aragoneses –antigua calzada de Simancas a Clunia- nos devuelve a Pesquera. A nuestra izquierda, el Duero parece dormir entre tanto arbolado que aún no sabe de la llegada del otoño. Y, a nuestra derecha, enormes bloques de piedra parecen rodar por la ladera –menos mal que se están quietos. Luego vamos contemplando, desde abajo, los miradores por los que hemos pasado hace sólo un momento.

Este fue el trayecto seguido, de casi 50 km.   ¡Y ojo, que nadie se descalabre!

Las Pinzas y las fuentes de Curiel…

Vamos a recorrer buena parte de las antiguas tierras de Curiel, que incluyeron las aldeas de Valle del Cuco, además de Roturas. Pero sobre todo rodaremos por Curiel y Corrales. Nos encontraremos con vallejos húmedos de abundantes manantiales, parameras de inhóspitos pedregales, montes de encina y roble, y cortados esculpidos en yeso y caliza.

Salimos de Pesquera de Duero para subir al páramo entre majuelos y tres chopos gigantescos, por Fuente la Zarza. Hace tiempo que no tomamos este camino y vemos que han preparado una gran balsa para acumular agua de riego. Supongo que la subirán del Duero, pues este arroyo, habitualmente seco, no tiene caudal. Sobre nosotros, los buitres aterrizan y despegan en el cortado de Valcárceles. Cada vez hay más buitres en nuestra provincia; no hay nada como alimentarlos de manera artificial.

Las cuevas del este

Nos acercamos a las Pinzas, paisaje que ha sido tallado por el  Duero a lo largo de unos dos millones de años. Como si hubiera tomado un pico o una sierra, ha tajado el páramo esculpiendo taludes verticales. Luego, el agua de lluvia, los vientos y también el hombre, han colaborado extrayendo el yeso que aquí existe bajo la capa caliza. El resultado son unas impresionantes cuevas que se asoman sobre el cortado para mirar el valle. Antaño fueron ocupadas por nuestros antecesores prehistóricos, luego por ermitaños y finalmente por pastores; todos buscaban el abrigo que ofrecen en invierno o por la noche.

Mirando al sur

Hoy podemos contemplar el paisaje: la hilera de verdor que forma el río; la alfombra viva de los pinares; las líneas de carreteras y caminos; los pueblecitos perdidos entre tanta naturaleza; el volar de las rapaces; el cielo… Todo a nuestros pies, casi al alcance de la mano.

Las Pinzas recuerdan precisamente una gran pinza, pues son dos grandes picos o salientes del páramo –El Cujón al oeste, las Pinzas propiamente dichas al este- que parece se abalanzan sobre el valle del Duero como pretendiendo agarrar o tomar algo con sus dos grandes brazos a modo de pinza. Pero los majuelos y almendreras se escurren ladera abajo…   

Almendrera

El brazo del este cae en picado sobre el valle, y tiene dos grandes oquedades en ambos lados. Sobre ellos, otro mirador. A las cuevas hay que entrar de lado: de frente es imposible debido a que se asientan en paredes verticales. ¡Ojo, que aquí las caídas pueden costar la vida! Tiene balconadas verdaderamente espectaculares, cuidadosamente talladas en el yeso y en la caliza, obras maestras de la escultura y arquitectura aunque nadie reclame autoría.

Estas son las cuevas más grandes. Pero en dirección a Curiel también las laderas están llenas de entrantes, salientes y cortados, que han favorecido la formación de pequeñas cuevas y huras donde zorros y conejos pueden guarecerse seguros y tranquilos.

Sanguijuelas

Nos vamos siguiendo el cerral después de pasar un buen rato contemplando los cortados y la profundidad del paisaje…

Enseguida divisamos el castillo y bajamos por el valle junto a la fuente de la Bombina, en cuyas aguas se mueven multitud de sanguijuelas moteadas.

Estamos en Curiel y delante de nosotros se levanta el montículo Bercial, cortado también a pico como las Pinzas y, por tanto, inexpugnable. Una torre ocupó la cima como avanzadilla en la reconquista, allá por el siglo IX. Fue población señorial lo que todavía se nota en el porte y semblante de sus casas y calles. Tuvo cuatro iglesias parroquiales –hoy vemos dos-, dos castillos, un rollo jurisdiccional, varias casas señoriales y fue cabeza de una comunidad de aldeas. Sólo le hacía sombra Peñafiel.

Arca de la fuente

Pero bueno, vayamos a las fuentes.

En el camino que da la vuelta al pueblo vemos, al noroeste, una fuente con un largo abrevadero, cuidada por la Hermandad de Ganaderos. Tiene agua, ovas y abundantes renacuajos. Otra la tenemos a los pies de la torre de santa María, sobre una hermosa y original pared de piedra en forma de triángulo, con un medallón en su vértice superior. Finalmente veremos otra cuyo manantial se encuentra protegido por una buena arca de piedra –verdaderamente señorial, como casi todo aquí- en plena cuesta, de manera que el tejado queda enrasado en la calle superior; el chorro con abrevadero se encuentra más abajo todavía y el agua atraviesa bajo una calle. Constituye un delicioso rincón. Hay más fuentes en Curiel, pero sólo reseñamos las que nos encontramos en nuestro camino.

Continuamos en la próxima entrada