Sábado 29 de junio. Acaba de comenzar, bien fuerte, el verano. Algunas máximas de ese día según la AEMET fueron: Valladolid, 38.8; Peñafiel 37.1; Sardón de Duero y Cuéllar 40.6. Nosotros hicimos el recorrido Quintanilla de Arriba, Langayo, Peñafiel, Pesquera, Pintia para terminar de nuevo en Quintanilla, o sea, páramo y ribera, y tampoco pasamos tanto calor, pues la brisa estuvo presente, así como la sombra en la senda del Duero y los baños en los ríos. Una vez más comprobamos que lo peor de lo peor con calor son las subidas. Lo demás se aguanta bien, sobre todo si hay sombra o corre airecillo.

Desde Quintanilla subimos a las Majadas por el camino de San Masín, entre viñedos y alguna hilera de cipreses que dan a los majuelos aspecto mediterráneo. Poco antes de llegar arriba nos paramos para contemplar el chozo de San Masín: se agradece que haya sido reconstruido por los vecinos de Quintanilla. De una carrasca cercana saltó una cría de corzo que ya corría muy bien. Después pasamos cerca de los corrales y chozo de Rafaelillo, pero no nos acercamos pues estaban en un campo de cereal aun no segado. Al lado estaban los restos de los corrales de Cameñas. El paraje, con trozos de monte y buenos robles aislados es también un buen balcón para asomarse al barco del Charco y a la casa del Monte. El calor empezaba a apretar, sobre todo en la cuesta.

Ya en el páramo, pusimos rumbo a Langayo, escogiendo para bajar el camino de los Aguaduchos, que tiene cerca restos de muros, algún nogal, almendros y pequeños majuelos. Bordea un paredón del páramo -más que una ladera- y posee una vieja fuente de la que aun mana agua. Este paraje debió de estar antaño relativamente concurrido. Hoy está solitario y vacío.
Tras parar en la fuente retomamos el camino y en el camino tuvimos un traspiés, o sea, una caída. Rozaduras y ligeras contusiones que fueron curadas amablemente por la encargada de la piscina de Langayo, donde aprovechamos para tomar resuello y reponernos un poco.
De allí rodamos a Peñafiel por un camino lleno de subidas y bajadas que llega a la fuente de la Salud, y baño –fresquito- en el Duratón, a la sombra de los álamos.

El siguiente tramo es, sin duda, el más duro: subida al pico del Castillo Viejo. Son casi las cuatro; los caminos y senderos de yeso blanco están ardiendo y devuelven multiplicada la luz y hasta el calor del sol; el esfuerzo hace que falte hasta el aire para respirar y parece que uno va a fenecer achicharrado por un calor que todo lo quema.
No se sabe si el nombre –Castillo Viejo– se debe a que por aquí hubo un castillo o bien al aspecto del pico que, mirado desde el valle, asemeja un antiguo castillo con derrumbes y grandes grietas. Pero lo cierto es que el lugar merece la pena –no es la primera vez que llegamos- aunque solo sea para ver desde otra perspectiva el actual castillo, Peñafiel y las novedades del valle del Botijas, o sea, la bodega Pago de Carraovejas. Aunque también merece la pena saltar hasta el mismo pico, a punto de desprenderse del páramo y caer a plomo por la ladera. A nosotros nos ha sostenido y, a pie quieto y descansando, el aire se ha tornado más benigno y tibio…

En fin, ya solo nos queda el trayecto más largo pero el más sombreado: la senda del Duero –primero del Duratón- hasta Quintanilla, pasando por dos molinos de este último río, la confluencia de ambos, las inmediaciones de Pesquera y Pintia, todo ello con varios árboles caídos que hubo que saltar y algunos derrumbes en la ribera que pretendían impedir el paso. En Quintanilla se acumulaban las fuentes y nos dimos un último baño en la playa que nos habían preparado. Con ducha, por cierto. Aquí podéis seguir el trayecto; también podéis leer otra versión de esta misma excursión, según Durius Aquae.