Paseo otoñal

Hay momentos en que cada estación muestra su momento de mayor belleza. Tal vez sean estos días de noviembre cuando el otoño de este año se encuentra en ese momento que roza la perfección, eso sí, siempre que el día no se muestre lluvioso, o gris, o con demasiada niebla o nubes… No importa que haga viento, al revés, ya que pone las hojas amarillas de los árboles en movimiento, dando vida a una estación aparentemente sosegada y tranquila.

La luz otoñal es suave, pero a la vez brillante, pues saca todo su tono y color a un paisaje que de natural es más bien apagado. Y eso hace que un simple paseo sea una fiesta para los ojos de los mortales, pues podemos mirar sin rechazar la luz, como tantas veces en verano. Y dura poco, pues el sol es perezoso para levantarse y pronto para acostarse y, entre una cosa y otra, las nubes pueden hacerse con la situación.

Tampoco hay que irse muy lejos para pasear, pues en cualquier parte se encuentran buenas vistas que, en otra estación, suelen pasar desapercibidas. O al menos eso nos están diciendo estas fotos paseadas y tomadas entre Valladolid, Arroyo y  Simancas.

Y este año no han faltado a su cita la otoñada, ni el musgo, ni los hongos y setas que salpican campos y pinares, ni los frutos rojos del majuelo y del escaramujo…

Que siga así este, por momentos, apacible, luminoso, ventoso y lluvioso otoño.

Vado del Pisuerga en Arroyo de la Encomienda

Está la tierra mojada
por las gotas del rocío
y la alameda dorada
hacia la curva del río

(A. Machado)

Por Arroyo y Simancas

Los alrededores de Valladolid también son estupendos para pasear en bici. Sobre todo si disponemos de poco tiempo para dar una vuelta, como ha sido el caso de hace unos días.

Simancas nunca defrauda. Pero para llegar a Simancas hay que pasar por Arroyo de la Encomienda, si vamos por la orilla derecha del Pisuerga. Y aunque en Arroyo no queda casi campo abierto, resulta que es agradable rodar por el carril bici de la ribera o, incluso, por aluno de los senderos que recorren la orilla del río. Así, hemos podido ver el salto de la Flecha, junto al jardín botánico y también los álamos ahora desnudos. Más allá veremos una vieja pesquera, por la que, en verano, se podría atravesar el río y, junto a la pesquera, la desembocadura del arroyo Rodastillo, que viene de Ciguñuela.

El Rodastillo vierte sus aguas al Pisuerga

Y al otro lado del Rodastillo, podemos descansar en una de las cinco agradables balconadas que se asoman a las aguas del Pisuerga.

Luego hay que atravesar la autovía y el pequeño polígono industrial para aparecer junto a la fuente de la Chopera, mal cuidada, pero que aún aprovecha su manantial.

Desde la chopera de la fuente. A la derecha queda el polígono industrial de Arroyo

Para acercarnos a Simancas podemos pasar junto a los Zumacales o seguir por otros caminos. En cualquier caso, el paisaje merece la pena, pues vamos ganando en perspectiva para ver mejor la ciudad, que atrás queda, y los pinares del Duero.

Al llegar a la parte alta de Simancas tomamos el camino de Torres, de preciosas panorámicas, para volver por el de Robladillo antes de subir al páramo. Bordeamos el cerro de la Muñeca y, finalmente, caemos junto al río atravesando la autovía por un oscuro túnel.

Visión de Simancascon Valladolid al fondo

Terminamos el recorrido de hoy disfrutando de otros paisajes, esta vez desde el mimo puente simanquino. En total nos han salido unos 20 km. Para volver al puente de la hispanidad nos quedarían 7 u 8 kilómetros más, que podemos hacer por el camino Viejo o por el de la Berzosas. Incluso hay un sendero por la misma orilla que una vez lo hicimos en bici pero no lo aconsejaremos si no es caminando.

El cocodrilo de Simancas

 

Después de seis días de búsqueda sin captura, del cocodrilo ni rastro. Parece que encontraron sus huellas (o muy parecidas), le dejaron comida con trampas, sembraron el río de cámaras, navegaron rastreadores, peinaron el río, volaron drones… y nada, que no se le vio el pelo (o la piel). Todo lo más, avistaron bichos compatibles con la morfología de un cocodrilo. Así que a lo mejor no era un cocodrilo. O sí. Pero no merece la pena todo un dispositivo de búsqueda para esto, de manera que ha parecido mejor suspenderla.

Al menos nos queda que el Pisuerga por Simancas es un río precioso, repleto de arbolado y vegetación variada. Pero precisamente eso ha hecho difícil un encuentro con el reptil. Desde la ribera, desde la tierra, es imposible descubrir o saber lo que acontece en las orillas, dada la cantidad de zarzas, arbustos, espadañas y carrizo que crecen como si estuviéramos en el mismísimo Amazonas. El Pisuerga por aquí no tiene playa y se cuentan casi con los dedos de una mano los lugares por los que se accede al río con cierta facilidad. Eso ha puesto las cosas a favor del animal.

Desde el agua, con una barca, es algo más fácil conocer los acontecimientos que oculta el carrizo, pero aquí también el medio juega a favor de un cocodrilo. Además, si se diera cuenta de que lo están buscando, con sumergirse donde hay maleza tendría muy fácil dar una higa a sus perseguidores.

Todo esto sin contar que hay zonas y recodos del río donde se acumulan el carrizo y los troncos arrastrados por las crecidas a los que no se puede llegar prácticamente de ninguna manera, a no ser que te la juegues. O también podría ocultarse bajo la abundante pecina del río. En fin, por esta vez, parece que las estrellas se han aliado con el lagarto, lo que ha hecho la búsqueda más emocionante. Tan empocionante que no lo han encontrado. Todo esto en el caso, claro, de que realmente hubiera un bicho de ese tipo, pues todavía quedan en el Pisuerga enormes carpas que, cuando las temperatura de las aguas sube, cortan la superficie con su gran chepa emergida y, por tanto, visible. Y grandes machos de nutrias cuyo nadar pudiera recordar al de un reptil.

De todas formas, hay algunos accesos y merece la pena acercarse a ellos, tal vez mejor en épocas en que el (supuesto) cocodrilo esté dormido, bien porque ha bajado la temperatura del agua o bien porque nos hayamos olvidado de él. Estos accesos suelen coincidir con restos o vestigios de construcciones humanas, como las aceñas de Gallo, las de Mazariegos o las fuentes de la Tina o de Mosquila

Por cierto, siempre me llamó la atención la cantidad de restos de cerámica antigua que ha arrastrado por aquí el río y que te encontrarás entre los cantos rodados del lecho si te pegas un baño. Aunque ahora, antes de meterse en el río hay que pensárselo dos veces: ¿y si está?

Los pucelanos somos muy poco dados a misterios y leyendas, pero me da que acabamos de ser testigos del nacimiento de una.

¿Reaparecerá?

De momento, Cocodrilo 1, Simancas 0.

La están peinando

O al menos eso parece en este campo de cereal, con la cebada verde y crecidita para la época del año en que estamos. Y es que cualquier paseo por el campo te da siempre alguna sorpresa. En este caso, el recorrido fue ya a última hora de la tarde, entre Aroyo de la Encomienda y Simancas, con algunos almendros en flor.

Así se veía -en este caso con el cereal comenzando a despuntar entre terrones- la fuente de la Puerca con el barco del Fraile al fondo. En primer plano, un corral con muro de piedra coronado por una tela metálica, para proteger el ganado de los lobos, junto al arroyo del Rodastillo. El sol, antes de ponerse, quiere sacar los mejores colores al paisaje. Y lo consigue.

Y aquí, rascando una nube y cumpliendo su cometido, el Picancielo, ahora cubierto de de pinos rastreros que protegen las laderas. La tarde se iba cubriendo de esas nubes que parecen gasas. Detrás, el ras de los Torozos ya no pica, sólo se extiende en una cima inabarcable. Como mucho, rasca.

Pocos minutos después, el sol se oculta permitiendo que la luna brille convirtiéndose en la reina del crepúsculo. Desde el páramo y sobre la ciudad, parece más cercana, y continuará ganando en brillo y esplendor, y a la vez, curiosamente- reduciendo su tamaño. De vuelta a casa, el paseo ha merecido la pena, como de costumbre. Tal vez la próxima luna llena sea el momento de lanzarse a una excursión nocturna. Veremos.

Los Hundidos de Simancas

Hay una lengua del páramo de los Torozos que llega casi hasta Simancas; la punta es un excelente mirador sobre esta villa cargada de historia y sobre todo el amplio valle del Duero cuando recibe al Pisuerga. Un camino que sube por la directa, por el espolón, a este páramo pero hay que estar en forma para acometerlo sin fatigarse demasiado.

Esta vez se trata de dar un breve paseo desde el Pinar de Antequera hasta dos lugares denominados ambos los Hundidos. En vez de subir por el camino directo fuimos por el denominado camino de Torres, a media ladera y en dirección oeste, que se toma en el barrio que está ya al otro lado de la autovía. El tramo inicial es muy duro pero, eso sí, muy corto, y al poco estábamos en la falda disfrutando de un hermoso panorama -Valdelamadre, Geria, ribera del Duero- pedaleando tranquilos.

Salimos al camino de Robladillo donde precisamente se encuentran los primeros Hundidos. El nombre tiene fácil explicación: aquí da comienzo el arroyo del Pozo de la Teaza que en vez de dar un tajo limpio al ras de la paramera en su nacimiento, lo hunde levemente, como en grandes y suaves olas sobre las que el agricultor planta cereal.

Damos la vuelta por el camino del Páramo. Muchas zonas de esta paramera -ahí están los topónimos fueron dedicadas a canteras durante siglos, pues la fundación de Simancas -ciudad siempre importante con buen castillo, buena iglesia, puente, palacios e incluso dólmenes prehistóricos- se pierde en la noche de los tiempos. Llegamos a un cantil de yeso blanco que brilla con fuerza al sol de la tarde y que se está desprendiendo a pedazos o, mejor, a rebanadas. Abajo se ven inmensos y ordenados caballones de cal o yeso robados a las tripas del páramo que nadie se ha llevado. Un poco más hacia el sur, propiamente junto al vértice Perdiguera, estamos sobre los segundos Hundidos. Es continuación de la anterior zona de canteras, que parece ha sido parcialmente nivelada con tierra de relleno.

Para bajar, podemos hacerlo por otro sendero a media-alta ladera o bien por el camino del páramo. Nos dejamos caer hasta el mismo puente del Pisuerga y volvemos al Pinar por la calzada de Clunia.

Aquí podéis ver el recorrido, según Durius Aquae.

Paisajes de Simancas

Simancas es una de las localidades con más historia de toda nuestra provincia. La mayoría de las poblaciones son -podríamos decir- de ayer, incluida la capital, fundada por el conde Ansúrez en 1072. Sin embargo, Septimanca  ya era conocida en la época romana, fue sometida por los musulmanes seguramente en 713, destruida por Alfonso I en 754 y repoblada definitivamente en 899…  Como no se trata de narrar la historia de Simancas, no seguimos; solo dejamos constancia de que fue sede episcopal durante la época de la Reconquista y que de época muy anterior a la romana conservamos los restos del dolmen de los Zumacales. Fue la población más importante de la zona hasta que Valladolid le arrancó esa primacía.

Pero en este blog nos interesa en paisaje y, en esto, también lo tiene todo: páramo, valles, ríos, riberas, montes. No echamos nada en falta. Vayamos, pues, por partes.

El páramo

Este accidente geográfico define la peculiar situación de Simancas: una lengua del páramo de los Torozos llega hasta las inmediaciones del Pisuerga. Y desde su canto desciende con relativa suavidad formando una especie de colina hasta que por fin, cae en vertical unos 50 metros hasta el río. ¡Perfecto para un poblamiento defensivo! El único sitio que había que proteger especialmente era la unión con la paramera.

Por lo demás, el páramo simanquino es eso, una lengua de 6 km de largo por unos 600 de ancho. Ideal para contemplar el anchuroso valle del Pisuerga-Duero y Valladolid con su festón cerrateño de fondo. En días claros, desde la balconada se nos muestra la cordillera de Segovia y Ávila.

Se encuentra bordeado por el barranco del Pozo de la Teaza, al oeste, y por la laderas de Valsordo, al este. Por esta lengua discurre la cañada de Merinas, que es uno de tantos ramales de la cañada leonesa oriental: los rebaños cruzaban el puente de piedra para seguir hacia Puente Duero.

 

Los valles y cuestas

Entre el páramo y el término de Arroyo de la Encomienda se extiende una amplia zona de pequeñas colinas y campos ondulados. Por ella discurren los arroyos Rodastillo y de Santa Marina. Es una zona rica en fuentes: podemos acercarnos al manantial de Pico Cuerno, que tal vez se encuentre fluyente al menos a partir de los marjales 200 metros aguas abajo del nacimiento, a la fuente de la Puerca que con dificultad encontremos, asfixiada –pero también señalada- por una densa espadaña, y a la fuente del Muerto, a la sombra de unos chopos.

Fuente de la Puerca

No lejos de esta última descansa -en el abandono hasta ayer mismo- el monumento megalítico de los Zumacales, único en la provincia. Ahora lo acaban de limpiar, han recolocado las piedras que había tiradas en una ladera y han trazado un caminillo de acceso.

Cerca del río brotaban abundantes manantiales, como ya hemos visto en la entrada anterior. No hemos encontrado ya la fuente de la Teja, que fluía aguas abajo del puente de piedra, en la orilla izquierda y de la que hemos bebido buenas aguas hace más de treinta años.

Pero de lo que de verdad se ha gloriado el término es de acoger la confluencia del Pisuerga y el Duero, a lo que ya hemos dedicado más de una entrada. Y es que por Simancas también pasa el Duero: desde Puente Duero a la desembocadura del Pisuerga, la orilla derecha es de Simancas, y posee las fuentes del Batán y del Frégano –de ésta sólo queda el nombre y el lugar donde brotaba- y las aceñas –hoy centralita eléctrica- de Pesqueruela. El Duero forma en sus riberas un bosque de galería, si bien menor que el creado por el Pisuerga.

Lo malo de estos ríos es que la ribera suele ser una estrecha y enmarañada selva inaccesible que también impide el paso a la misma orilla del río. Claro que esto tiene sus excepciones y hay arboledas y pequeñas praderías muy adecuadas para reposar o pescar. Ahí está, por ejemplo, el prado de la Mesta –hoy arboleda- aguas abajo del puente en la orilla izquierda; no obstante, los espacios accesibles abundan algo más en la orilla del Duero. Madoz reseñaba al menos tres prados importantes en el término de Simancas. Claro que también decía que en el sus ríos abundaban el barbo, la trucha y la anguila, de los que ya sólo queda el primero.

 Los montes

También sus montes –pinares en este caso- son agradables para el paseo, o incluso para recolectar nícalos en otoño. El pinar de Simancas forma un todo indivisible con el vallisoletano de Antequera, y en él abundan grandes ejemplares de piñonero. Es llano, con buenos caminos y senderos para andarines y ciclistas. Hacia el oeste, el pinar se llama de Peñarrubia y se va estrechando hasta casi Pesqueruela.

Precisamente en este último pinar, junto al camino de la fuente del Frégano, vemos uno de los pocos ejemplares de pino piñonero catalogados en nuestra provincia, denominado de Simancas. Destaca por  la esbeltez y corpulencia de su copa.

Entre los pinares y el Pisuerga, la acequia, con sus senderos, forma un pequeño y estrecho bosquete ideal para pasear en verano por su sombra y frescura. Y como no falta la humedad, podemos coger setas del chopo ya desde finales del verano.

Y la ciudad

Todo esto sin despreciar la propia ciudad, cuidada y bien conservada. Nos podemos acercar al mirador sobre el río, muy cerca de la plaza Mayor, pasear por las inmediaciones del puente de piedra, caminar por sus calles en cuesta, visitar el rollo jurisdiccional, beber en la fuente del Archivo, o solazarnos en los jardincillos de la Virgen del Arrabal…