Está a punto de terminar este largo y plácido veranillo que venimos disfrutando desde que llegó el otoño. Este fin de semana parece que al fin cambiará el tiempo –lluvia, viento- y los termómetros bajarán de golpe 8 o 10 grados. De manera que el jueves, sabiendo que todavía quedaban tardes agradables y templadas, nos fuimos hasta Valoria la Buena para subir al páramo de los Infantes.
Efectivamente, la tarde estaba apacible, soleada y con el viento el calma. Poco más de una hora le quedaba al sol cuando empezamos a subir. Tan de espaldas daba que parece que nos empujaba por el camino de buen firme que tomamos al principio. Al Este, una mambla desgajada del páramo. Al fin, nos metimos entre el Condutero –que significa algo así como conductor antiguamente- y la ladera del páramo subiendo entre campos recién sembrados, pinarillos y monte bajo en el que se podían ver dos chozos de pastor relativamente bien conservados.
Arriba se veía mejor el cielo y de nuevo nos daba el sol. Se trata de un páramo –como casi todos- con abundantes piedras, y con la tierra de color más bien colorado; además, los últimos rayos del sol sacaban las tonalidades rojizas de los campos. Una de las laderas se llama, precisamente, de Carrabermeja.
Pasados los pinares de repoblación pusimos rumbo hacia Valoria. Y aquí vino la sorpresa –grata- del día. Hacia el Oeste, justo en el canto del páramo, descubrimos una reciente y original ermita de la Virgen. Y digo ermita por llamarle de alguna manera: la imagen sobre un estilizado pilar; un suelo embaldosado y ligeramente elevado sobre el natural; un primer fondo con una especie de decorado de estilo oriental y, de segundo fondo, el aquí inmenso valle. El efecto es deslumbrante por lo armonioso y sencillo. Po una vez, el arquitecto o diseñador moderno ha tenido buen gusto y el conjunto no desentona en absoluto, ni es una verruga para el paisaje.
La imagen es de Santa María, Virgen de la Paz y la leyenda sigue ruega por nosotros, 2014. Que buena falta nos hace, añado yo. Resulta que esta iniciativa se debe a la familia de un misionero, hijo del pueblo, que está en un país del lejano oriente.
Durante la bajada, bien atentos al camino. Llegamos a Valoria cuando la nave y la torre de la iglesia, ya en sombras, se recortaban sobre el cielo claro donde el sol se ponía. Ya no le quedan días como éste al 2014.