
(Es continuación de la entrada anterior)
De Fontiveros bajamos a Rivilla de Barajas, en un alto sobre el valle del Zapardiel. Claramente estamos más cerca de la sierra, que ha agrandado su tamaño. Aquí reina de nuevo el ladrillo mudéjar. La iglesia de la Magdalena -¿cuánto durará?- y otras muchas construcciones de la localidad así nos lo dicen. Pero saben que tal vez lo más importante sea el paisaje del Zapardiel regando praderíos, y por eso alguien puso un mirador en dirección a la vega, con la sierra de telonera. Bajamos al río y ¡oh milagro! el vado tiene una lámina de agua que cruzan sin problema nuestras bicis. En la otra orilla, el Zapardiel recibe al arroyo del Molinillo, que se represa en un pequeño embalse de forma redonda. Y por la vera del arroyo nos alejamos hacia el sur.

El Zapardiel y, al fondo, Rivilla
Cruzamos la autovía y ¡otra sorpresa! terminamos ante los espectaculares restos de la antigua iglesia gótico mudéjar del despoblado de Castronuevo, que ya sólo conserva dos grandes pedazos de lo que fue: un muro que acaba en una espadaña de grandes proporciones en lo que fueron los pies, y el ábside con las pechinas de las que arrancan nerviaciones góticas que ahora terminan sin nada que sostener. Aun así, las ruinas impresionan y más que debieron impresionar allá por el siglo XV. Al otro lado del camino, una charca repleta de agua.

Castronuevo
Y un poco más al sur –ya no avanzaríamos más- el castillo de Castronuevo. Una valla metálica nos impidió acercarnos. Aun así, tienen un aire llamativo, distinto, original. El llano se hunde para acoger un foso del que se levanta un fuerte muro con una hilera de troneras. En el interior, el castillo propiamente dicho con tres torres en las esquinas.
Volvimos la espalda a la sierra para desandar lo rodado hasta las ruinas de la iglesia desde donde tomamos el camino hacia Muñosancho, que consistió en un continuo atravesar vegas y praderas de diferentes arroyos: Molinillo, las Capellanas, del Prado Hondo, Villalta, del Valle; todo esplendorosamente verde y con abundantes lavajos y charquillas. Poco se puede decir de esta pequeña localidad, salvo que nos llamaron la atención algunas casas de ladrillo mudéjar bien cuidadas. A la salida, en un recodo del camino que tomamos, dos viejas norias atestiguaban que aquí había huertas bien regadas.

En Flores
Un buen camino nos fue alejando del pueblo a la vez que nos elevaba hasta el punto más alto de la excursión, el pico Asomante, que señala la divisoria de aguas entre Zapardiel y Trabancos. Al fondo ya se podía ver Flores, pueblo relativamente extenso a juzgar por la calle Larga, que hubimos de atravesar casi entera. Nos paramos junto a la iglesia de Santa María del Castillo, de notable pórtico aprovechado esos días como portal de Belén. Después, visitamos la ermita del Santo Cristo.

Bajamos hasta el Trabancos, que llevaba agua y tomamos nada menos que la Vereda de la Calzada Romana, que nos llevó, con un fortísimo viento de culo y pasando junto a el Ajo, hasta San Cristóbal de Trabancos. Un kilómetro hasta la divisoria de aguas, desde donde se contemplaba el amplio valle del Zapardiel –una llanura casi infinita- y seis más hasta Mamblas. Habíamos terminado nuestra excursión por la Moraña cuyo objetivo principal fue Fontiveros.