Pueblos y despoblados entre el Zapardiel y el Trabancos

(Es continuación de la entrada anterior)

De Fontiveros bajamos a Rivilla de Barajas, en un alto sobre el valle del Zapardiel. Claramente estamos más cerca de la sierra, que ha agrandado su tamaño. Aquí reina de nuevo el ladrillo mudéjar. La iglesia de la Magdalena -¿cuánto durará?- y otras muchas construcciones de la localidad así nos lo dicen. Pero saben que tal vez lo más importante sea el paisaje del Zapardiel regando praderíos, y por eso alguien puso un mirador en dirección a la vega, con la sierra de telonera. Bajamos al río y ¡oh milagro! el vado tiene una lámina de agua que cruzan sin problema nuestras bicis. En la otra orilla, el Zapardiel recibe al arroyo del Molinillo, que se represa en un pequeño embalse de forma redonda. Y por la vera del arroyo nos alejamos hacia el sur.

El Zapardiel y, al fondo, Rivilla

Cruzamos la autovía y ¡otra sorpresa! terminamos ante los espectaculares restos de la antigua iglesia gótico mudéjar del despoblado de Castronuevo, que ya sólo conserva dos grandes pedazos de lo que fue: un muro que acaba en una espadaña de grandes proporciones en lo que fueron los pies, y el ábside con las pechinas de las que arrancan nerviaciones góticas que ahora terminan sin nada que sostener. Aun así, las ruinas impresionan y más que debieron impresionar allá por el siglo XV. Al otro lado del camino, una charca repleta de agua.

Castronuevo

Y un poco más al sur –ya no avanzaríamos más- el castillo de Castronuevo. Una valla metálica nos impidió acercarnos. Aun así, tienen un aire llamativo, distinto, original. El llano se hunde para acoger un foso del que se levanta un fuerte muro con una hilera de troneras. En el interior, el castillo propiamente dicho con tres torres en las esquinas.

Volvimos la espalda a la sierra para desandar lo rodado hasta las ruinas de la iglesia desde donde tomamos el camino hacia Muñosancho, que consistió en un continuo atravesar vegas y praderas de diferentes arroyos: Molinillo, las Capellanas, del Prado Hondo, Villalta, del Valle; todo esplendorosamente verde y con abundantes lavajos y charquillas. Poco se puede decir de esta pequeña localidad, salvo que nos llamaron la atención algunas casas de ladrillo mudéjar bien cuidadas. A la salida, en un recodo del camino que tomamos, dos viejas norias atestiguaban que aquí había huertas bien regadas.

En Flores

Un buen camino nos fue alejando del pueblo a la vez que nos elevaba hasta el punto más alto de la excursión, el pico Asomante, que señala la divisoria de aguas entre Zapardiel y Trabancos. Al fondo ya se podía ver Flores, pueblo relativamente extenso a juzgar por la calle Larga, que hubimos de atravesar casi entera. Nos paramos junto a la iglesia de Santa María del Castillo, de notable pórtico aprovechado esos días como portal de Belén. Después, visitamos la ermita del Santo Cristo.

 Bajamos hasta el Trabancos, que llevaba agua y tomamos nada menos que la Vereda de la Calzada Romana, que nos llevó, con un fortísimo viento de culo y pasando junto a el Ajo, hasta San Cristóbal de Trabancos. Un kilómetro hasta la divisoria de aguas, desde donde se contemplaba el amplio valle del Zapardiel –una llanura casi infinita- y seis más hasta Mamblas. Habíamos terminado nuestra excursión por la Moraña cuyo objetivo principal fue Fontiveros.

Fontiveros, en la Moraña

Hay en Castilla la Vieja, provincia de las más nobles de España, una villa, cuyo nombre es Hontiveros, o como antiguamente decían nuestros mayores, Fontiveros. Está fundada en una llanura, fresca, y amena, arroyada por todas partes con muchos manantiales que la fertilizan y hermosean.

(Jerónimo de San José, 1587-1654)

Teníamos que pasar por Fontiveros. Habíamos recorrido en anteriores excursiones buena parte de los cauces de los ríos Zapardiel y Trabancos, sin llegar a esta localidad. También habíamos llegado hasta Arévalo, Madrigal y sus alrededores, pero no habíamos rodado por Fontiveros, patria chica del Poeta de los poetas, del místico por excelencia, de Juan de Yepes o San Juan de la Cruz. Así que planeamos una excursión que, necesariamente, tuviera  que cruzar por esta villa.

Esto es el Zapardiel

Salimos de Mamblas. El día estaba gris. Un fuerte viento procedente del suroeste casi nos impedía rodar. Pero las nubes nos pasaban por encima sin descargar, cosa que hacían más al norte, detrás de nosotros. Al menos no nos mojamos. Tampoco estaba mojado el cauce del Zapardiel, convertido en una lengua de arena seca acompañada de algunos álamos. Al fondo, los suaves contornos de las mamblas, topónimo en el que se apoya el pueblo.

Siguiendo el Zapardiel llegamos a las ruinas del molino de Torralba, después a la alquería que aún conserva casas, establos y una iglesia o ermita. También los restos de una pared de lo que fue torre de un castillo, buen lugar para contemplar el paisaje de los alrededores y la amplia curva del río que en otros tiempos inundara praderas dedicadas a pastos. Algunos árboles solitarios se aprovechan de la poca humedad que queda en el subsuelo. Al este, una torre blanca –pero moderna- se eleva en un punto más alto aun que el que ocupan los restos del castillo.

Vega del Zapardiel en Torralba

Luchando contra el viento y contra el barro del camino cruzamos tierras inhóspitas, rodeados en la lejanía por las torres de las iglesias de Cabezas de Poza, Bernuy de Zapardiel o Cantiveros. Menos mal que al fondo se eleva la sierra de Ávila, que invita a pensar que no toda la tierra es llana.

Así, en medio de tanta dureza, nos sentimos atraídos por las casas y arboleda de Cantiveros y, ya dentro de la localidad, por el ábside mudéjar de la iglesia de San Miguel. En su lado norte, se agolpan las viejas cruces de hierro del antiguo cementerio que, a su modo, nos cuentan parte de la historia de este pueblo castellano. Luego, ya de salida,  nos acercamos a la Cruz del Reto, erigida en recuerdo de 60 caballeros abulenses que murieron fritos (en el doble sentido de la palabra) a manos del rey Alfonso I de Aragón. Pero eso es otra historia –o leyenda- que no vamos a resumir ahora…

En el cementerio viejo de Cantiveros

El caso es que entramos en Fontiveros precisamente por la calle de Cantiveros, donde pared con pared del Monasterio de Madre de Dios, tenían [los Yepes] un telarcillo y, sobre todo en las mañanas de invierno, de esas que levanta la niebla y queda un día soleado y con aire como azulenco, y que son tan silenciosas que hasta se oyen las pisadas de los que pasan por la calle, como en las noches de hielo, se sentía el telarcillo: trac-trac-trac, trac-trac-trac; y los vecinos o los que iban por allí decían:

-Desde que amanece Dios, está ahí dándole la Catalina [o sea, la madre de Juan]

San Juan en su pueblo

El caso es que cuando entramos nosotros y pasamos junto a su casa, hoy iglesia, no era una mañana así, como describe Jiménez Lozano, pero lo cierto es que no había un alma por la calle. La casa –la iglesia- estaba cerrada y las almas estaban en el centro, y más en concreto por la calle Cántico Espiritual y aledañas. Por eso se podía escuchar -¿o era nuestra imaginación?- el lejano triquitraque del telarcillo…

Así que llegamos a la plaza de San Juan de la Cruz, donde el Santo tiene su conocida estatua. Fue bonito ver que a los pies los ramos de flores se multiplicaban, dando a entender que aun en este mundo nuestro actual, lleno de prisa y falto a veces de valor, el Poeta es apreciado y querido por muchos. Tal vez, entonces, algo nos salvará. En el frontis del pedestal, un águila de bronce, símbolo de la orden carmelita que nos recuerda el lance: volé tan alto tan alto /que le di a la caza alcance.

Fuente Dos; detrás, ermita de Santa Ana

Fontiveros. Está claro el significado de la primera parte. Fuente, manantiales. Y así es. Hay una fuente que, siendo única por su aspecto, se denomina fuente Dos, cuyos dos caños surgen bajo un llamativo arco. Y luego los innumerables chorrillos, hasta tres que alimentan otros tantos lavaderos, y alguno que mana a su aire. ¿Y qué más? Si preguntamos a Juan chico nos hablaría, entre otras muchísimas cosas, de las torrenteras, el río , los regatos, las lagunas, los lavajos, los manantiales, las fuentes, los caños, los pinares, las alamedas, los almendrales, las olmedas, las choperas, las pobedas, los encinares, los robledales, los trigales, los cebadales, los centenos, los garrobales, los barbechos, los guisantales, los garbanzales, los senderos, los puentes , los pasos, los vados, los zanjones, lo llano, la niebla, el rocío, la montaña que se ve lejos y hace así alabeando…  O eso nos cuenta, también, por pluma de Jiménez Lozano.

Con tanto manantial, arroyo o fuente como entonces había, entendemos mejor los versos de San Juan:

¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!

Hoy las cosas han cambiado: demasiados arroyos, ríos y lavajos secos… En fin, contemplamos el palacio de don Jerónimo Gómez de Sandoval, la ermita de los Mártires, la sencilla ermita de Santa Ana y la inmensa iglesia de san Cipriano, con una gran cruz frente a su puerta y nos vamos. Volvemos a lo natural y llueve de cara. Nos enfrentamos a un fuerte viento. Pero nos preocupa más el misterioso significado de iveros, que también estaba oculto en Cantiveros y, de otra forma más breve, en Rasueros.

Continuaremos en la próxima entrada, que todavía queda. Aquí podéis ver el recorrido completo.

Zapardiel

¡Qué extraño se hace ver el Zapardiel con agua!! Pues sí, porque este río no lleva agua, salvo que llueva muchísimo en su cuenca, como ocurrió en marzo-abril de 2013. No obstante, el muro que vemos perteneció a la balsa de un viejo molino (o sea, en siglos pasados sí llevaba algo de agua) y ahí se ha quedado como testigo mudo de la historia de este «río». (San Vicente del Palacio, 7 de abril de 2013)

La cuesta Gradera y otras especialidades del sur

El pasado jueves, aprovechando la fiesta, hemos dado una amplia vuelta por el sur de la provincia de Valladolid: San Vicente del Palacio, Lomoviejo, Salvador de Zapardiel y Honcalada estaban situados en nuestro trayecto. El día, después del último temporal, se presentó especialmente claro, por lo que pudimos contemplar en lontananza pueblos como Rubí de Bracamonte –con la nave de su iglesia destacándose en la llanura-, Fuente el Sol –de la que sobresalía su castillo-, Muriel, Ataquines, Donvidas, San Esteban, Sinlabajos, incluso se recortaban muy al fondo, al oeste, las torres de Madrigal. Y, por supuesto, al sur se elevaban la Serrota y la sierra de Segovia, esta última nevada.

El puente

El sol lució durante la primera parte del trayecto y se ocultó tras una gasa de nubes que fue en aumento durante la segunda parte. Los camposantos, debido a la fecha, estaban abiertos y concurridos. En los otros campos corrían las liebres perseguidas galgos y galgueros.

Salimos de San Vicente del Palacio en dirección norte, para contemplar una joya de la ingeniería civil: el puente de la antigua calzada de Madrid a Galicia sobre el río Zapardiel. Muchos ojos y mucho puente para un río que ya no lo es. Pero no diremos más, sino que esperaremos a que Durius Aquae nos cuente algo de su historia y construcción en una de sus entradas próximas.

La llanura

Y desde allí cambiamos de rumbo, hacia el sur. Los caminos estaban húmedos –había llovido los días anteriores- pero las charcas, lavajos y humedales no tenían agua. Mucho tiene que caer todavía para que la tierra se recupere del verano pasado. Todo se había pintado de un color entre gris, amarillo y pardo. De hecho, los rebaños de ovejas –por no hablar de aves y pájaros terreros- habían desaparecido, camuflados.

Pasamos junto al lavajo y el torrejón de Serracín y seguimos un estrecho humedal en el que no faltaban lavajos… secos. Ni avutardas. Al llegar a las Navas, cruzamos la carretera de Ataquines para tomar el camino que nos llevaría, casi en línea recta, a Lomoviejo, pasando por otros humedales y lagunas, dejando a la derecha el arroyo de la Tajuña y a la izquierda el alto alomado de Pradillos, con su vértice geodésico. Por encima de nosotros voló, altísimo, un bando de grullas, fácilmente reconocibles por su griterío.

Tierra, avutardas, pivot…

Llegamos a Lomoviejo, que está junto a otro lomo. Nos acercamos a su iglesia, que tiene un precioso pórtico de arcos deprimidos isabelinos; las columnas que lo soportan son de granito -que aquí domina a la caliza- y el suelo está recubierto con antiguas lápidas sepulcrales.

Salimos hacia el este por la colada de las Canalizas. El lavajo del Tío Juan tiene agua, y las ovejas han bebido recientemente. No así el de la Caballera. En el inmenso prado de las Canalizas pastan las vacas, y el camino o cañada da un rodea para cruzar por un vado el seco Zapardiel.

Prado de la Reguera

En la Reguera vemos la fuente del mismo nombre, seca. El prado al menos está verde, apto para rodar por él. Entre nosotros y el Zapardiel, un lomo. En el lomo, un pinar de gigantescos negrales, limpios y luminosos gracias a las lluvias de los últimos días. También pasamos junto a una telera metálica sin ovejas. En el prado de las Gayanas nos ladran los perros, pero tampoco vemos ganado. Al fin, llegamos a otro pueblo sencillo, Salvador de Zapardiel. Su iglesia es similar a la que acabamos de ver en Lomoviejo, mudéjar, pero carece de pórtico. Tras ella, el pozo tradicional abastece ahora de agua corriente a los vecinos. Al fondo vemos Sinlabajos, que perteneciera a Salvador. Ahora es de otra provincia. Todo cambia, aunque no mucho.

La sierra desde la cuesta de los Canteros

Al este se levanta, a unos cinco kilómetros, una auténtica montaña para estas tierras llanas de Medina y Arévalo. Son los altos de la Gradera, del Guindo y de Donvidas que están cien metros por encima de nosotros. Habrá que subir, ¿no? Por Muriel y Salvador hemos pasado más de una vez, pero hasta allí nunca hemos llegado. Pues nada, tomamos la cañada de la Lámpara y nos colamos por la cuesta de los Canteros hasta el alto del Guindo. Todo indica que estamos en un lugar perdido y olvidado, justo en el límite de Valladolid con Ávila. Seguimos por la cresta hasta la cuesta del Caballejo de 870 metros y la cuesta Gradera, por la que bajamos a campo traviesa para tomar senderos y caminos que nos dejarán de nuevo en la llanura. Pero antes echamos la vista atrás para ver mejor las terrazas y gradas de la Gradera, sin duda obra humana para aprovechar mejor estas tierras tan perdidas como difíciles.

Cuesta Gradera

Rodamos por diversos caminos, cruzando cerca de humedales y lavajos secos, con los ataquines al este y las torres de Madrigal al oeste, hasta llegar a Honcalada, que a duras penas mantiene la torre mudéjar de su antigua iglesia. Después, pasamos junto al caserío de San Llorente, cuyos viejos edificios tienen también un inconfundible sabor mudéjar. Por aquí, todo lo humano refleja el aire mudéjar.

Finalmente, cruzamos entre los ataquines para tomar la cañada que aprovecha el trazado de la vieja calzada que nos dejará en San Vicente.

La ruta en wikilok según Durius Aquae.

Lomas del Zapardiel

Día de la entrada del temido temporal Leslie en Valladolid. De madrugada, debió llover algo. La AEMET nos metía miedo con una alerta amarilla por vientos. El paseo en bici discurrió sin lluvia y prácticamente sin viento, y mira que desde la bici uno es sensible al viento. Así son las cosas. Otro día no avisarán y nos ahogaremos o nos barrerán vientos huracanados…

Teníamos pensado recorrer la parte baja del valle del Zapardiel. Pero no junto al río, sino por las laderas, para disfrutar de una visión de conjunto del valle, sus tierras, sus cuestas y sus vegas. De manera que salimos desde Tordesillas. En primer lugar cruzamos junto a la Vega, donde el famoso toro recibió el nombre y después pasamos junto al humedal de Valdegalindo, totalmente seco a estas alturas del año. Los juncales esperan que llegue el agua al subsuelo; no parece que este temporal se haya acordado de ellos. Se trata de un arenal con pastos –hay una ganadería de vacuno que los aprovecha- y donde hace milenios hubo un asentamiento prerromano.

Alcornoques

El siguiente paso nos lleva a subir al monte de pinos y alcornoques con mismo nombre, Valdegalindo, que nos ofrece las primeras vistas elevadas sobre el valle del Zapardiel, aquí todavía relativamente estrecho y bajo; y con las estribaciones del páramo de los Torozos como festón de fondo. Un sendero nos conduce entre alcornoques, pinos y encinas hasta bajar a Foncastín, que se despereza entre nubes grises. Porque esa es otra, ni viento ni lluvia, pero el tampoco sol no nos acompañó en momento alguno.

Saltamos el río y nos paramos a almorzar peras limoneras –los árboles cargados nos ofrecen un exquisito fruto maduro- y nueces, que esta temporada no llegan muy sanas. Atravesamos una amplia mancha de pinar contiguo al de la Nava, luego majuelos vendimiados en los que rebuscamos racimos que encontramos bien dulces, hasta cruzar la cañada del Reguilón, que une la fuente Pascua y con el Zapardiel.

Alimento del día

Poco a poco vamos ascendiendo hasta disfrutar de amplias vistas tanto al este como al oeste, pues la loma es alta y estrecha, con asomadas a ambos puntos cardinales. Vemos el amplio y hasta hondo valle del Zapardiel y nos extraña que un río hoy prácticamente seco haya esculpido un valle tan dilatado. Al fondo vemos también la apertura del valle desde Medina, con el cerro del Aire que cede el paso –entre vigilante y altivo- a este aprendiz de río. Más al fondo, los inconfundibles ataquines, con la torre de la iglesia de Ataquines. Y al oeste, el extendido caserío de Nava del Rey presidido por la torre de los santos Juanes (ahora con andamiaje) y con la ermita de la Concepción al fondo.

Bajada a Carrioncillo

El camino nos deja en un majuelo junto a la carretera de Nava a Torrecilla del Valle y, después de probar unos almendrucos, subimos al último otero para, en cómodo descenso de más de 3 kilómetros, plantarnos en la ermita de Carrioncillo. A Dios gracias, la fuente tiene agua si bien queda muy poco para su total destrucción; (ya no queda nada del caserío ni del molino).

Y comenzamos la vuelta, pasando a la orilla derecha del Zapardiel aprovechando el antiguo camino de Valladolid a Béjar. Esta orilla es zona de barrancos, pues caen por la ladera los de Romanero, Jimena y San Isidro. Nosotros iniciamos la subida por el de Jimena y la Casa Macho hasta alcanzar el paramillo de la Cueva. A pesar de estar a menos de 2 kilómetros de las lomas del Aire, aquí no llega.

Dejamos un vertedero de la mancomunidad de Medina y nos adentramos en el pinar de Romanero. A lo largo de la excursión no han faltado rodales de monte, sobre todo de piñonero e incluso alguno de negral, no muy abundante por estas latitudes. Las encinas y carrascas las hay más en linderos, perdidos y entre los propios pinos.

En la Peña

Desde aquí, un camino recto nos lleva hasta Rueda, donde le pueblo celebra la fiesta de la vendimia con una gran paella regada con buen vino: ¡qué pena: acabamos de comer!

De nuevo el sube y baja del que no nos hemos despegado en toda la excursión, esta vez por la cañada de Valladolid, nos acercamos a la Peña, después de haber cruzado otro monte de pino con alguna encina. Visitamos la ermita y luego las aceñas: parece que cada vez que uno las visita hubiera menos aceñas y más arbolado y maleza. La carretera –no hay más opción- nos deja al fin en Tordesillas.

Aquí puedes ver el recorrido.

La Moraña desde el Zapardiel

La iglesia de Barromán desde el Zapardiel
La iglesia de Barromán desde el Zapardiel

Al sur de las tierras de Olmedo y Medina, ya en la provincia de Ávila, se extiende la Moraña, comarca más bien llana, dedicada sobre todo al cultivo del cereal que cuenta con algunos pinares. Hay dos localidades importantes y conocidas por razones históricas: Arévalo y Madrigal de las Altas Torres. Las demás, en su inmensa mayoría, tienen nombres que nunca hemos oído; es una comarca desconocida. Nosotros vamos a penetrar por la vía del Zapardiel, río al que, en su tramo final, conocemos bien.

La idea era llegar desde Salvador de Zapardiel, todavía en Valladolid, hasta el caserío de Torralba, a unos 24 km. El día no ayudó: comenzamos el trayecto con un viento frío y huracanado en contra, por más que venía del sur. Pero a los ciclistas nos pasa un poco lo que al toro, que se crece en el castigo, y pensamos que al menos, a la vuelta, volaríamos sin dar pedales, cuesta abajo, y por buenos caminos. Así que ¡a por el viento!

Crucero a la entrada de Salvador
Crucero a la entrada de Salvador

Prados, llanuras y pequeños pueblos

El camino al salir de Salvador se transformó en un prado extenso y llano, de hierba rala y húmeda en el que también crecían setas gracias a este invernal buen tiempo. Desde la colada Angosta, llegamos al cauce viejo del Zapardiel, convertido ahora en una agradable pradera. Así llegamos a San Esteban.

En este pequeño pueblo –que, entre otras cosas, posee una vieja fuente junto a una alameda y una torre militar utilizada luego como campanario- nos introdujimos (sic) en el cauce del Zapardiel. Es una zanja seca por completo. En el lecho nacen juncales y hierba. Mal que bien, se puede rodar. Llegando a Castellanos parece un cauce natural, pues dibuja curvas y nacen algunos árboles en la orilla. Desde aquí, adelantamos por la pista-carretera hasta la siguiente localidad.

Cerca de Castellanos
Cerca de Castellanos

En Barromán, si algo impresiona, es la iglesia. Increíble mole que en nada se diferencia de un castillo. Situada en el punto central y más alto del pueblo, parece una cruz o una torre sobre un montículo. Aquí, vuelve a renacer esa Castilla de las grandes iglesias con casas que, bajo ellas, recuerdan chabolas. En todo caso, Barromán es una bonita y aireada localidad. No parece tan olvidada como las otras por las que hemos pasado, al revés, ha conseguido montarse en el tren del tiempo…

Seguimos de cerca al Zapardiel

En la desembocadura del arroyo del Molino volvemos a introducirnos en el cauce del Zapardiel, pero enseguida subimos a uno de los caballones de la orilla, pues aquí el lecho es arena difícil de rodar, y no tenemos el motor de gasolina. Cerca de las riberas hay pinarillos, alguna alameda, restos de pozos… Como anécdota, en la orilla izquierda, durante tres o cuatro kilómetros alguien ha ido formando una línea dejando un caramelo cada dos o tres metros. Ya se ve que hay gente para todo. La figura de la inmensa iglesia no deja de acompañarnos desde atrás. Por delante, la iglesia de Bercial, que tampoco es moco de pavo; ¡menuda torre!

En la colada de Mamblas, saliendo de Bercial
En la colada de Mamblas, saliendo de Bercial

En Bercial el cauce mantiene agua estancada. Es una simple charca, sucia, acompañada de carrizo. El pueblo tiene estructura alargada, y lo atravesamos de punta a cabo. Al salir, no bajamos al cauce –sigue con arena abundante- y rodamos por la colada de Mamblas, que se transforma en una alfombra de hierba. De vez en cuando, algún chopo o álamo hacen esta vía más agradable. Va paralela al cauce durante casi tres kilómetros y finalmente sale a la carretera.

Estamos en Mamblas. Otra vez una enorme iglesia mudéjar. En el camposanto, los restos de otra. Tomamos el camino de Cisla. El Zapardiel va al este. A partir de Mamblas y ya hasta Torralba al menos, el cauce parece tomar un poco de vida, pues se encuentra acompañado de hileras de chopos y variada vegetación arbustiva. Incluso, cuando lo cruzamos, unos kilómetros antes de Torralba… ¡llevaba agua! La bici lo vadea sin problema.

Entre Mamblas y Torralba ¡lleva agua!
Entre Mamblas y Torralba ¡lleva agua!

Torralba, fin del agónico trayecto

Enseguida nos encontramos con las ruinas del molino de Torralba. Seguro que lleva muchos años ¿siglos tal vez? sin utilizarse. Sin embargo, la excelente calidad del ladrillo mudéjar ha hecho que podamos ver todavía los bocines, parte de la presa y los cárcavos. Y es que parece que se construyó a conciencia. Este ladrillo recuerda la piedra por su fortaleza y dureza.

Los bocines en la presa
Los bocines en la presa

El camino nos deja en Torralba, donde efectivamente vemos una torre blanca en lo más alto, que tiene pinta de palomar. También conserva las ruinas de un castillo, algunas casas, una ermita y establos para ovejas y otros ganados. Poco podemos decir del origen de este castillo; la finca pertenece al ayuntamiento de La Coruña.

Aquí parece que el Zapardiel lleva más agua. Desde luego, ha crecido en anchura. Pero hay que cruzarlo y… ¡glup! ¡plas! ¡zriiiisssssschchch! la bici cumple su función y sí que hay más agua: ¡pies mojados! Pero ahora ya nada importa, pues vamos a tener el viento de culo. ¡Qué descanso, ufff!

Torralba
Torralba

Media vuelta

De vuelta, empezamos volando pero… ¡ay! a mitad de camino, el viento amaina y la tarde se serena. Es igual, hemos aprovechado la mitad de la vuelta y en la otra mitad, al menos el viento no lo tenemos en contra, que de todo hay que alegrarse.

Cerca de Bercial contemplamos una preciosa estampa que dura casi 10 minutos: una liebre perseguida por dos galgos. Primero quiebra a los perseguidores en increíbles y zigzagueantes acelerones; luego recorre casi dos kilómetros en círculo, alrededor de nosotros, nos pasa a diez metros, y se aleja durante un kilómetro hasta que perdemos al grupo de vista. Ha ido sacando distancia a los galgos. Creo que los tres acabarán reventados. Sólo esta tierra llana nos puede ofrecer un espectáculo igual.

Agua en los campos, que no en el río
Agua en los campos, que no en el río

También vemos algunos bandos de avutardas, muchos de jilgueros y ¡por fin! avefrías: ¿es que ha entrado ya el invierno? No sé, hay algunos almendros en flor. Seguiremos esperando acontecimientos.

Algunas tierras están anegadas, otras han drenado bien. En el horizonte se recortan, hacia el oeste, las torres de Madrigal y de Moraleja de Matacabras; al este, los pueblos de Donvidas, Sinlabajos, Fuentes. Es una llanura que se va elevando suavemente.

En Salvador
En Salvador

Entramos en Salvador por una pradera inmensa, que es continuación de aquella otra por la que salimos, pues el mapa señala que por aquí pasó el viejo Zapardiel. La hierba brilla con el último sol de la tarde. Hemos llegado.

La ruta. Pinchar para verla en wikiloc
La ruta. Pinchar para verla en wikiloc