El Priorato de la Quinta

¡Qué llena está Castilla de ruinas! ¡Y también España entera! Y cierto que poseen un especial magnetismo que a algunos nos atrae de manera irresistible. Allí, en otro tiempo, pero junto a los mismos valles y montes que hoy, hubo vida y cultura. Hubo una comunidad que cantaba en gregoriano y tal vez se expresaba en latín, que leía, escribía y copiaba, que enseñaba a cultivar los campos y criar ganado que diera leche y queso… Eran otros tiempos, muy lejanos, tiempos en los que la cultura surgía libre de los valles, como el agua de los manantiales.

Pared noroeste de la iglesia

¿Qué podemos ver hoy? Un terrible contraste, que casi hace daño a la vista: un ayer pleno de cascotes, con una pared interior al aire y unos muros cubiertos de yedra, y, un hoy que es –aunque cueste creerlo- una valla de alambre y, tras ella, una torre de vigilancia. La cultura y la vida muertas, y el presente, lo vivo, vigilando y controlando… O al menos eso es lo que se ve en un borde del páramo donde hace muchos siglos se asentó el Priorato de la Quinta o de la Granja, en el término palentino de Valbuena de Pisuerga, ya en la raya con la provincia de Burgos. Y, entre las ruinas y la valla, una cañada real de merinas. Es la Historia que ha quedado simbolizada en un pedazo de tierra.

Detalle en el interior de la pared noroeste

Poco más se puede decir. En las guías del románico palentino hemos leído que las ruinas pertenecen a una iglesia del siglo XIII, de transición al gótico, y que aún podemos ver el muro de cierre y un fragmento del de la epístola, que conformaron un ábside -posiblemente el único- de planta cuadrangular y remate plano. Si es así, no deja de ser curioso, pues no tendría orientación este. Pero vete a saber. También pudimos ver en el muro una moldura decorativa con motivo de puntas de diamante y, en el rincón al que llega la moldura, formado por las únicas dos paredes que aún quedan, un capitel en cuya cesta puede distinguirse al menos una flor de lis.

Todo lo demás, se pierde en la noche de los tiempos. Otros muros y paredes caídos, espacios que se utilizaron para ganados o almacén. A unos metros, tras el vallado, un chozo de pastor y corrales. Muchas de las piedras del monasterio están en Valbuena, a juzgar por las construcciones señoriales –convertidas hoy en gallineros o corrales, que todo cambia- que vimos.

El lugar está muy bien elegido: justo donde el vallejo nace del páramo, con abundante humedad pues todo está verde: arbolado, arbustos, pastizal, e incluso hubo una fuente que ahora se encuentra seca. La ladera norte lleva el nombre de El Verdugal, señal de que siempre se encuentra verde…

Al lado de la Granja

Parece que el Priorato perteneció a los monjes de Castrojeriz, si bien algunos se remontan al siglo X, cuando se fundara en Valbuena una pequeña comunidad monástica bajo la advocación de San Miguel. Sea como fuere, el mismo nombre de Valbuena (con sus variaciones) es recurrente en nuestros valles cerca de comunidades monásticas, y cerca de esta Valbuena tenemos, además, la aldea de San Cebrián de la Buena Madre. (Valle bueno con una Buena Madre, en este caso, Santa María) En todo caso, la zona estuvo sin duda bajo la protección espiritual y cultural de este Priorato.

La ruta seguida

Aunque un sendero llega desde Valbuena, nosotros llegamos a la Quinta tomando en Cordovilla la antigua cañada de merinas que, bordeando las bodegas, sube hacia el páramo. Un páramo precioso, con monte y sembrados, con hileras de robles que hacen de linde entre los sembrados. Paramos para tomar resuello en los corrales del Peón, que mantienen en pie las paredes de un chozo de planta cuadrada.

Inicio de la cañada real. Esto es lo que queda: un estrecha franja entre campos de cultivo. Algo es algo.

La cañada se pierde (o no, pues en zonas de mote solían extenderse más allá de las 90 varas) y la volvemos a tomar y perder precisamente hasta llegar al Priorato. Después, la seguimos durante poco más de un kilómetro entre el vallado metálico con puestos de vigilancia a un lado, y muretes de piedra con mojones del mismo material al otro, hasta que nos desviamos hacia una curiosa carretera que en realidad no lo es, porque no lleva –hacia el este- a ninguna parte. Pero es una delicia: muy estrecha, mal conservada, protegida del sol entre robles… Vamos cuesta abajo, con la mesa del Rey y el cerro de San Sebastián a un lado y las laderas del Sol al fondo.

Hasta que llegamos a San Cebrián de la Buena Madre, con su iglesia que sobresale del caserío. El resto son palacetes bien conservados y casas de campo; también naves, pues es el centro de buena parte de la explotación agrícola que hemos visto en el páramo y que continua por este valle.

¿De donde salieron estos sillares? Valbuena de PIsuerga.

Un poco más -por una carretera en la que nos cruzamos sólo con una bici- navegando por la vega del Pisuerga, y llegamos a Valbuena. Lo primero que vemos es el cerro de las bodegas. Luego, la iglesia, casas y palacios de buena piedra ¿del Priorato?

Flora

Sólo nos queda una pista recta entre cultivos de centeno, trigo, cebada, guisante y adormidera, con el Pisuerga a un lado, que nos deja en Cordovilla. Fin. Pero anotamos que algún día continuaremos por la cañada real merinera desde la Quinta hasta Castrojeriz. Por lo menos.

Aquí, el trayecto seguido.

Autor: piscatorem

Los autores de este blog somos Federico Sanz (textos, fotos) y Óscar Domínguez (mapas, documentación). Tenemos escritos 7 libros de viajes y rutas, y un montón de artículos en diferentes revistas. Además, seguimos saliendo en bici todas las semanas. Si quieres, estas invitad@.

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