Hoces y arenales

Si la excursión anterior estuvo dominada por la lluvia y el frío, en esta han dominado los arenales. Y, la verdad, no se sabe qué es peor, pues acabamos agotados de apretar con fuerza los pedales sin casi avanzar y de bajarnos de la burra cada dos por tres para llevarla a la rastra.

Como había llovido en abundancia durante las últimas semanas, pensamos huir del barro y nos fuimos a los pinares de Hontalbilla y Cantalejo. Ya habíamos estado en la zona próxima al río Cega, así que nos fuimos a la más cercana al Duratón, que no conocíamos demasiado.

Puente de Fuente el Olmo

Partimos de Torrecilla del Pinar y allí nos cautivó el calvario y viacrucis de camino al humilladero, y luego el lavadero de la ermita de la Virgen del Pinar. Pero enseguida nos metimos en el pinar para llegar a Fuente el Olmo de Fuentidueña y… tuvimos que salir a la carretera pues la arena nos paralizó por completo. Menos mal que aquí pudimos contemplar una joya de puentecillo de piedra sobre el arroyo de las Bragadas, justo delante de la iglesia de San Pedro.

En las hoces

Salimos de la localidad por una zona de inusitada actividad agrícola e industrial, o las dos cosas juntas buscando el rumbo de la laguna Grande. El rumbo lo tomamos pero, otra vez, nos quedamos varados en la arena. Menos mal que dimos con un camino de relativo buen firme –excelente, comparado con los de arena- que nos condujo hasta Navalilla.

Aquí decidimos que teníamos que llegar como fuera al Duratón. Y como fuera fue con abundante arena. Pero ya estábamos resignados. Fuimos más tiempo a pie que en bici pero al final, allí estaban las hoces del río Duratón, y allí estaban las ruinas del convento franciscano de los Ángeles de la Hoz, resistiendo al tiempo.

El convento, desde arriba

El lugar donde se levanta el convento no puede ser más increíble y hermoso. Protegido por una altísima pared y en un recodo del río –hoy del embalse-, con abundante vegetación, allí sobrevive –a pesar de los derrumbes- al menos desde el año 1231 en que consta su fundación, pero seguramente ya antes hubo una iglesia dedicada a la Virgen de los Ángeles y, antes aún, eremitorios de monjes penitentes…  Hoy los árboles más duros viven suspendidos en la pared del barranco, los buitres vuelan sobre la hoz y las garcetas blancas pescan en el agua. Algo tendría este lugar cuando la reina Isabel se reservó en él una habitación. Como tantas cosas en España, la desamortización  del siglo XIX  lo convirtió en ruina. Nosotros lo pudimos contemplar desde dos puntos de vista: desde los riscos, desde arriba, y desde el río, desde abajo. 

Los ents segovianos

Incluso en la bajada nos encontramos con un grupo de ents, los árboles con pie, de Tolkien, que llegan incluso a desplazarse lentamente. Y allí les dejamos, en su lento caminar –casi como el nuestro sobre la arena. 

La vuelta fue, como la ida, agónica. Después de rodar sin problema hasta Fuenterrebollo, seguimos por el camino de la Orilla donde pudimos contemplar las pequeñas –pero muy bonitas- lagunas de Navamazos, los Hombres y la remedosa, todas ellas pinariegas, la arena hizo su aparición, de manera que fueron más de 10 kilómetros de lucha contra inmensos arenales. Son muchas las lagunas y humedales de este pinar, aunque nos conformamos con estas tres; llaman la atención la abundancia de chopos –estos días amarillos- entre los pinos, lo que denota abundante humedad en el subsuelo y hace más variado el paisaje.

 Laguna de los Hombres

Al final, decidimos que estábamos saturados de arena para los próximos 5 años. Así que antes de volver nos saturaremos de barro, frío, agua y viento. Por cierto, el viento sopló con fuerza a la vuelta pero, al lado de la arena, nos hizo reír.

Aquí, el recorrido de unos 53 km. 

El peor día del año

Daba miedo entrar en el pinar. Los pinos, y todas sus ramas, parecían doblarse hasta límites nunca sospechados. Un estruendoso fragor llegaba a nuestros oídos como pocas veces. Hojas, ramitas, hierbas, pequeñas plantas volaban locas arrastradas por el viento. La arena, a veces, hasta hacía daño en la frente y mejillas al descubierto; menos mal que los ojos estaban bien protegidos por las gafas, luego pudimos comprobar que teníamos arena por todas partes. Era difícil mantener el equilibrio sobre las bicis, parecía que en cualquier momento seríamos arrastrados por el huracán. Y todo esto a pesar de que, sabiendo lo que nos esperaba, habíamos decidido el trayecto de la excursión por un pinar, más al resguardo que una llanura sin arbolado.

Pero nos acostumbramos. A todo se acaba uno por acostumbrar. Aunque vino lo peor: aunque el viento seguía soplando muy fuerte, aflojó un poquito, momento en el que aprovechó la lluvia para aparecer. Y nos acompañó cada vez más fuerte, durante más de una hora bien larga. Los guantes y las zapatillas acabaron empapados. Los pies helados –era lo de menos, pues seguían apretando los pedales- y las manos, peor, insensibles. Imposible cambiar con los dedos, sólo podíamos cambiar de marcha empujando con la palma de la mano y, aun así, con dificultad. E igual frenar. Menos mal que las burras se portaron y no hubo ningún contratiempo mecánico, poco menos que imposible de arreglas en esos momentos…

Todo esto ocurría por el pinar de Arévalo, a lo largo de la orilla izquierda del Adaja. El río lo veíamos abajo, discurriendo protegido por su propio tajo, acompañado de hileras de álamos y chopos del color del oro. Pero, dado el panorama, poco pudimos disfrutar esta vez del paisaje. Los negrales, limpios por la lluvia, pasaban ante nuestros ojos con su tronco herido por los resineros y el suelo dejaba ver algunas setas. Los caminos, menos mal, estaban relativamente transitables a pesar de la arena, endurecidos un poco por el agua caída.

Acabamos la primera parte en Bohodón, pueblo que recibe su nombre del bodón junto al que nació y que conserva con orgullo y cuenta con un curioso abrevadero. Además, tiene una llamativa y equilibrada portada con arco conopial en su iglesia mudéjar, además de.  Pero fue en el cercano Tiñosillos donde nos repusimos del naufragio: alrededor de una estupenda estufa de pellets o similar, perfecto secadero, café va, orujo viene.

Sólo nos quedaban 17 km de vuelta a Arévalo utilizando un poco la carretera, otro poco el camino de Santiago de Levante y otro poco la cañada Leonesa Occidental, todo siguiendo el curso del Arevalillo que, por una vez, ¡llevaba agua! Incluso descubrimos algunos restos de balsas molineras de hace más de doscientos años. 

El bodón de Bohodón

Al llegar a Arévalo por la cañada real –también burgalesa, por el origen de los rebaños- encontramos algunos árboles arrancados de cuajo por el viento que también habían reventado las aceras.

Pero llegamos. Sanos y salvos. Así hemos valorado más las ventajas de un hogar acogedor y calentito, propio de esta nuestra edad  moderna y urbanita que con frecuencia no sabemos valorar.

Aquí, el camino seguido según Durius Aquae.

Nieva en La Parrilla

La semana pasada tocaba nieve y nieve tuvimos durante la excursión bicicletera. El punto de partida fue Tudela de Duero para rodar enseguida por el pinar Viejo y luego por el de la Marina Alta hasta dar con el arroyo Sangueño que viene, seco esta vez, desde La Parrilla. Cruzamos antes algunas charcas que sí tenían una capa de agua y terminamos buscando el viejo molino del arroyo. ¡Casi no lo encontramos de enterrado que estaba! Menos mal que algunas piedras y ladrillos emergían de la arena y en ésta se había abierto un agujero que daba al antiguo cárcavo.  Dentro de unos pocos años, nada quedará (visible).

Restos del molino

Empezó a nevar. Dimos una vuelta por los arenosos pinares de la Casa Blanca y los Llanillos para caer en la rectilínea pista forestal que nos llevó a fuente Mínguez y luego al pinar de las Arenas. Hasta aquí todo bien: el temporal de nieve daba de culo y no molestaba.

Pero la vuelta, por un ramal de la cañada real leonesa, ya fue otra cosa. Hubo que abrigarse bien. Aunque resultaba bonito el revolotear de los copos que rozaban al ciclista, los guantes empezaron a calarse y la nieve a formar una capa en el pecho del –ahora- sufrido rodador. Así que  poco a poco y gracias a lo tupido del pinar, pudimos sobrevivir y no sucumbir al temporal. También, entre otras razones porque, al pasar por La Parrilla, El Cafetín estaba abierto y pudimos tomar alguna bebida reconfortante y calentarnos en su estufa, donde ardía con ganas la madera del monte. Y así, ya repuestos, descendimos manteniendo el calor hasta Tudela de Duero.   

Hielo en el páramo

¡Qué agradable el crujir del hielo bajo las ruedas de las bicicletas! Y más aún si esta sensación la echabas en falta desde hace tiempo, pues una de las consecuencias de este mes de enero-febrero tan fresquito ha sido esa, que los charcos se han helado. Al menos los charcos del páramo de La Parrilla, por donde hemos dado los últimos paseos. También los medios de comunicación han dado cuenta de que la dársena de Medina de Rioseco se ha helado estos días.

Así que hemos disfrutado de un paseo invernal. Pero agradable al mismo tiempo, pues el sol –con permiso del viento del NE- nos calentaba un poquito a eso del mediodía y por la tarde.

Charcos con una buena capa de hielo, un poco de barro –la molesta babada que sale al fundirse la helada o escarcha-, sembrados con trigo que ahora crece para adentro y se enraíza, y árboles, muchos árboles solitarios de distintas especies: robles con hoja amarillenta que no cae, encinas correctamente vestidas, almendros desnudos, enebros, algún nogal perdido…  

También pudimos comprobar que el agua, hasta el momento, es abundante en algunas navas y en las fuentes de las laderas de Tovilla y Traspinedo. 

Y mientas, en La Parrilla se preparaban para celebrar a San Francisco de San Miguel, ilustre parrillano.

En fin, un invierno normal, como no tenemos desde hace algunos años.

Adiós a la Soriana

Esta vez hemos seguido lo que consideramos el último tramo en nuestra provincia de la denominada cañada soriana, que viene de la sierra de la Demanda, aunque igualmente se la denomina burgalesa.

Desde Mojados hemos salido a recibirla a Megeces. Primero, siguiendo el carril bici de la ermita de la Virgen de Luguillas. Desde aquí nos hemos acercado a la ribera del Cega para ver algunas fuentes: la primera, precisamente la de Luguillas, que manaba una gota por el caño metálico y un buen chorro por la teja empotrada en la peña. Después hemos visto otros manantiales (a alguno sólo le hemos oído, pues la vegetación del Cega está insoportable e infranqueable en la mayoría de sus tramos). Después, por pinares y rastrojeras, a campo traviesa muchas veces, nos presentamos en Megeces, donde empezamos nuestro rodar por la cañada. Hay que decir que precisamente aquí al lado (en Cogeces de Íscar) empieza a difuminarse su carácter soriano, pues recibe el cordel leonés que viene de Tudela pasando cerca de La Parrilla, Camporredondo y Santiago del Arroyo. Ahora van juntos y posee, al menos dos nombres: cañada de merinas y también cañada burgalesa, nombre que pierde definitivamente al entrar en Alcazarén.

En el páramo 

Así que subimos al páramo por el trazado de esta vía pecuaria, que primero hicimos aprovechando la carretera de Alcazarén y luego por el mismo fondo del barco Bonijo, repleto de sauces cabrunos y juncales que denotan abundancia de humedad.

En el páramo la carretera sigue a la cañada por campos de cultivo y montes de encina. Antes de terminar la bajada tuerce a la izquierda para meterse entre pinares; luego se dirige de nuevo a la carretera, que cruza, para continuar entre pinares y aparecer en el cementerio. En Alcazarén toma el nombre de cañada de la Mejorada, cruza el Eresma por la puente Mediana, que sigue arruinada. Parece que las puentes, al revés de las mujeres, están más guapas cuanto más siglos y musgo acumulan. ¿Se encontrarían aquí los pastores con Luis Candelas?  Desde luego, la cueva que, según la leyenda, utilizaba este bandolero, aquí sigue. Incluso ahora se encuentra señalizada.

Las barandillas de la puente…

Ante nuestras ruedas se abre una larga vereda imaginaria por el pinar de los Dieces, donde los rebaños podían extenderse con libertad. Parece mentira que no se despistaran aquí pasando sólo dos veces al año. Se trata de un pinar tranquilo y apartado; sólo en época de setas saludaremos a algún alma. Entre pinos y arenales atraviesa el peculiar arroyo Sangujero

Fachada en Alcazarén

Al llegar a la Mejorada –hoy elegante bodega- los pastores pararían un momento a saludar a los frailes y tal vez recibirían alguna sopa caliente o cobijo. Enseguida bajaban al río Adaja para cruzarlo por el puente del Negral, hoy inutilizado, y seguirían hacia Pozal de Gallinas por la cañada de Medina. Otros, los menos, podrían seguir hacia el sur por el cordel de Arévalo. En todo caso, en Medina confluían diferentes cañadas leonesas –además de la burgalesa que venía por los páramos del Cerrato- y los rebaños de las sierras de León y Soria iban por las mismas vías hacia Extremadura e incluso algunos hasta Ciudad Real o Andalucía.

Límite del pinar

Pero nosotros damos por concluido nuestro trayecto por la vía pecuaria para volver a Mojados por Hornillos, aprovechando la cañada de Olmedo a Valdestillas que curiosamente se encuentra -¡esta sí!- amojonada y acompañada de un buen camino empedrado. Cruzamos el río, rodamos por el pinar de las Tres Rayas y entramos en Mojados por la colada del Medio, para no abandonar las buenas costumbres pastoriles.

Aquí, el recorrido, de unos 58 km.

Tramos anteriores:

Entrada en la provincia de Valladolid

Cañada de Peroleja

Entre Montemayor y Cogeces de Íscar

Lagunas y bodones secos entre Coca y Olmedo

Primer día de noviembre, después de que hubieran caído durante el mes de octubre en la provincia de Valladolid unos 70 litros por metro cuadrado. Por eso, fuimos buscando la arena de los pinares y, en concreto, una ruta que nos llevó de Olmedo a Coca. Pero, aunque rodamos mucho por arenales cubiertos de tamuja, también lo hicimos a campo abierto, y estos caminos no estaban mal: tal vez por el calor, la humedad no había durado tanto como pesábamos, o lo dura en invierno.

En Olmedo tomamos un camino que nos llevó a bajar hacia el arroyo Malvisca, desde donde vimos una solitaria bodega, lejos de Aguasal, donde debió de vivir el dueño hace mucho tiempo. Pero en estos campos llenos de bodones y humedales, donde es más fácil pisar agua que tierra, no hay más remedio que buscar y aprovechar el lugar seco, que escasea.

Embalse del Eresma

Luego rodamos por un lomo desde el que se divisan pinares y zonas que habitualmente son pantanosas, hoy completamente secas. Alguno hasta buscó las fuentes de Lavar y de Carrasco, esperando encontrar algo. Finalmente, aparecimos en Llano de Olmedo. Y desde aquí bajamos a los pinares que protegen las riberas del Eresma, cruzando antes la cañada de los Gallegos y el camino de Santiago madrileño por donde el corral redondo.  

Así estaba la laguna del Caballo Alba

Cuando nos cansamos de ver los chopos otoñales del Eresma desde la orilla izquierda, saltamos a la derecha para rodar por la cañada leonesa y luego bajar a la orilla del río por la cuesta del Mercado y aparecer en la fuente de los Cinco Caños. El Eresma parecía estancado, y el Voltaya que vimos en su desembocadura y luego cruzamos, estaba completamente seco, ¡qué pena!

Puente del viejo ferrocarril

Paseo por Coca vaccea, romana, medieval y moderna e inicio de la vuelta. Primero, un tramo por la vía que fue del tren Segovia-Olmedo; después nos asomamos a Ciruelos, y, más tarde, dimos un paseo en bici por el lecho –seco- de la laguna del Caballo Alba. No es la primera vez que la cruzamos rodando, pero sí es la primera que lo hicimos estando sin una gota de agua. Igualmente seca estaba la laguna de Valdeperillán. Sin embargo, ahora nos sorprendió el arroyo de Malvisca desbordado, cruzando bajo el puente del ferrocarril e inundando el camino con una fina lámina de agua. Fue toda el agua que vimos, exceptuando algún charco de algún humedal y el Eresma, claro…

Aquí podéis ver el trayecto seguido.