La semana pasada tocaba nieve y nieve tuvimos durante la excursión bicicletera. El punto de partida fue Tudela de Duero para rodar enseguida por el pinar Viejo y luego por el de la Marina Alta hasta dar con el arroyo Sangueño que viene, seco esta vez, desde La Parrilla. Cruzamos antes algunas charcas que sí tenían una capa de agua y terminamos buscando el viejo molino del arroyo. ¡Casi no lo encontramos de enterrado que estaba! Menos mal que algunas piedras y ladrillos emergían de la arena y en ésta se había abierto un agujero que daba al antiguo cárcavo. Dentro de unos pocos años, nada quedará (visible).
Restos del molino
Empezó a nevar. Dimos una vuelta por los arenosos pinares de la Casa Blanca y los Llanillos para caer en la rectilínea pista forestal que nos llevó a fuente Mínguez y luego al pinar de las Arenas. Hasta aquí todo bien: el temporal de nieve daba de culo y no molestaba.
Pero la vuelta, por un ramal de la cañada real leonesa, ya fue otra cosa. Hubo que abrigarse bien. Aunque resultaba bonito el revolotear de los copos que rozaban al ciclista, los guantes empezaron a calarse y la nieve a formar una capa en el pecho del –ahora- sufrido rodador. Así que poco a poco y gracias a lo tupido del pinar, pudimos sobrevivir y no sucumbir al temporal. También, entre otras razones porque, al pasar por La Parrilla, El Cafetín estaba abierto y pudimos tomar alguna bebida reconfortante y calentarnos en su estufa, donde ardía con ganas la madera del monte. Y así, ya repuestos, descendimos manteniendo el calor hasta Tudela de Duero.
¡Qué agradable el crujir del hielo bajo las ruedas de las bicicletas! Y más aún si esta sensación la echabas en falta desde hace tiempo, pues una de las consecuencias de este mes de enero-febrero tan fresquito ha sido esa, que los charcos se han helado. Al menos los charcos del páramo de La Parrilla, por donde hemos dado los últimos paseos. También los medios de comunicación han dado cuenta de que la dársena de Medina de Rioseco se ha helado estos días.
Así que hemos disfrutado de un paseo invernal. Pero agradable al mismo tiempo, pues el sol –con permiso del viento del NE- nos calentaba un poquito a eso del mediodía y por la tarde.
Charcos con una buena capa de hielo, un poco de barro –la molesta babada que sale al fundirse la helada o escarcha-, sembrados con trigo que ahora crece para adentro y se enraíza, y árboles, muchos árboles solitarios de distintas especies: robles con hoja amarillenta que no cae, encinas correctamente vestidas, almendros desnudos, enebros, algún nogal perdido…
También pudimos comprobar que el agua, hasta el momento, es abundante en algunas navas y en las fuentes de las laderas de Tovilla y Traspinedo.
Y mientas, en La Parrilla se preparaban para celebrar a San Francisco de San Miguel, ilustre parrillano.
En fin, un invierno normal, como no tenemos desde hace algunos años.
Esta vez hemos seguido lo que consideramos el último tramo en nuestra provincia de la denominada cañada soriana, que viene de la sierra de la Demanda, aunque igualmente se la denomina burgalesa.
Desde Mojados hemos salido a recibirla a Megeces. Primero, siguiendo el carril bici de la ermita de la Virgen de Luguillas. Desde aquí nos hemos acercado a la ribera del Cega para ver algunas fuentes: la primera, precisamente la de Luguillas, que manaba una gota por el caño metálico y un buen chorro por la teja empotrada en la peña. Después hemos visto otros manantiales (a alguno sólo le hemos oído, pues la vegetación del Cega está insoportable e infranqueable en la mayoría de sus tramos). Después, por pinares y rastrojeras, a campo traviesa muchas veces, nos presentamos en Megeces, donde empezamos nuestro rodar por la cañada. Hay que decir que precisamente aquí al lado (en Cogeces de Íscar) empieza a difuminarse su carácter soriano, pues recibe el cordel leonés que viene de Tudela pasando cerca de La Parrilla, Camporredondo y Santiago del Arroyo. Ahora van juntos y posee, al menos dos nombres: cañada de merinas y también cañada burgalesa, nombre que pierde definitivamente al entrar en Alcazarén.
En el páramo
Así que subimos al páramo por el trazado de esta vía pecuaria, que primero hicimos aprovechando la carretera de Alcazarén y luego por el mismo fondo del barco Bonijo, repleto de sauces cabrunos y juncales que denotan abundancia de humedad.
En el páramo la carretera sigue a la cañada por campos de cultivo y montes de encina. Antes de terminar la bajada tuerce a la izquierda para meterse entre pinares; luego se dirige de nuevo a la carretera, que cruza, para continuar entre pinares y aparecer en el cementerio. En Alcazarén toma el nombre de cañada de la Mejorada, cruza el Eresma por la puente Mediana, que sigue arruinada. Parece que las puentes, al revés de las mujeres, están más guapas cuanto más siglos y musgo acumulan. ¿Se encontrarían aquí los pastores con Luis Candelas? Desde luego, la cueva que, según la leyenda, utilizaba este bandolero, aquí sigue. Incluso ahora se encuentra señalizada.
Las barandillas de la puente…
Ante nuestras ruedas se abre una larga vereda imaginaria por el pinar de los Dieces, donde los rebaños podían extenderse con libertad. Parece mentira que no se despistaran aquí pasando sólo dos veces al año. Se trata de un pinar tranquilo y apartado; sólo en época de setas saludaremos a algún alma. Entre pinos y arenales atraviesa el peculiar arroyo Sangujero.
Fachada en Alcazarén
Al llegar a la Mejorada –hoy elegante bodega- los pastores pararían un momento a saludar a los frailes y tal vez recibirían alguna sopa caliente o cobijo. Enseguida bajaban al río Adaja para cruzarlo por el puente del Negral, hoy inutilizado, y seguirían hacia Pozal de Gallinas por la cañada de Medina. Otros, los menos, podrían seguir hacia el sur por el cordel de Arévalo. En todo caso, en Medina confluían diferentes cañadas leonesas –además de la burgalesa que venía por los páramos del Cerrato- y los rebaños de las sierras de León y Soria iban por las mismas vías hacia Extremadura e incluso algunos hasta Ciudad Real o Andalucía.
Límite del pinar
Pero nosotros damos por concluido nuestro trayecto por la vía pecuaria para volver a Mojados por Hornillos, aprovechando la cañada de Olmedo a Valdestillas que curiosamente se encuentra -¡esta sí!- amojonada y acompañada de un buen camino empedrado. Cruzamos el río, rodamos por el pinar de las Tres Rayas y entramos en Mojados por la colada del Medio, para no abandonar las buenas costumbres pastoriles.
Primer día de noviembre, después de que hubieran caído durante el mes de octubre en la provincia de Valladolid unos 70 litros por metro cuadrado. Por eso, fuimos buscando la arena de los pinares y, en concreto, una ruta que nos llevó de Olmedo a Coca. Pero, aunque rodamos mucho por arenales cubiertos de tamuja, también lo hicimos a campo abierto, y estos caminos no estaban mal: tal vez por el calor, la humedad no había durado tanto como pesábamos, o lo dura en invierno.
En Olmedo tomamos un camino que nos llevó a bajar hacia el arroyo Malvisca, desde donde vimos una solitaria bodega, lejos de Aguasal, donde debió de vivir el dueño hace mucho tiempo. Pero en estos campos llenos de bodones y humedales, donde es más fácil pisar agua que tierra, no hay más remedio que buscar y aprovechar el lugar seco, que escasea.
Embalse del Eresma
Luego rodamos por un lomo desde el que se divisan pinares y zonas que habitualmente son pantanosas, hoy completamente secas. Alguno hasta buscó las fuentes de Lavar y de Carrasco, esperando encontrar algo. Finalmente, aparecimos en Llano de Olmedo. Y desde aquí bajamos a los pinares que protegen las riberas del Eresma, cruzando antes la cañada de los Gallegos y el camino de Santiago madrileño por donde el corral redondo.
Así estaba la laguna del Caballo Alba
Cuando nos cansamos de ver los chopos otoñales del Eresma desde la orilla izquierda, saltamos a la derecha para rodar por la cañada leonesa y luego bajar a la orilla del río por la cuesta del Mercado y aparecer en la fuente de los Cinco Caños. El Eresma parecía estancado, y el Voltaya que vimos en su desembocadura y luego cruzamos, estaba completamente seco, ¡qué pena!
Puente del viejo ferrocarril
Paseo por Coca vaccea, romana, medieval y moderna e inicio de la vuelta. Primero, un tramo por la vía que fue del tren Segovia-Olmedo; después nos asomamos a Ciruelos, y, más tarde, dimos un paseo en bici por el lecho –seco- de la laguna del Caballo Alba. No es la primera vez que la cruzamos rodando, pero sí es la primera que lo hicimos estando sin una gota de agua. Igualmente seca estaba la laguna de Valdeperillán. Sin embargo, ahora nos sorprendió el arroyo de Malvisca desbordado, cruzando bajo el puente del ferrocarril e inundando el camino con una fina lámina de agua. Fue toda el agua que vimos, exceptuando algún charco de algún humedal y el Eresma, claro…
Como en otras ocasiones, salimos de Valladolid intentando tomar el canal del Duero pero, cruzada la urbanización del Pinar de Jalón, nos encontramos con una tela metálica cerrando el paso bajo el puente de la VA-30, así que tuvimos que acercarnos al cruce con la autovía de Segovia.
Tras este ligero contratiempo, recorrimos un parque semiabandonado, usado sobre todo para aparcamientos de camiones y luego una zona de polígono industrial donde se levantan las naves de Amazon y Extrusiones Metálicas.
Camino de almendros en Ibáñez, desde el cordel
Después –ya por campo abierto- subimos la suave cuesta de los Alamares, desde donde suele haber buenas vistas de San Cristóbal y los otros cerros en los que muere –o nace, como prefieras- el Cerrato, para atravesar enseguida otro polígono más, esta vez en Laguna de Duero, desierto. Alguien se llevó las tapas de las alcantarillas –se pueden vender, pues son de hierro- y un alma caritativa las tapó con cubiertas de ruedas de vehículos… Al fin, bajamos al canal del Duero por los pinares denominados los Valles para luego atravesar el pinar de Laguna -había algunas setas- y descansar en la ribera del Duero, cerca del Piélago.
Sube y baja del cordel
Atravesado el río en Puente Herrera, tomamos el camino de Boecillo, que sube y baja y pasa cerca de la finca de Ibáñez (Casa Reinoso en los mapas) donde hace muchos años se elaboraban excelentes quesos y un buen clarete del palo de Boecillo. Aún queda un camino adornado con hileras de almendros que lleva a esa casa; también, hace muchos años, el camino a Herrera de Duero se caminaba en compañía de estos árboles, pero llegó la modernidad que amplió la carretera y se cargó los almendros sin necesidad, pues el ancho no superaba la hilera. Pero era más cómodo trabajar sin ellos, ¡ay!
Vericuetos del monte
Por cierto, según algunos mapas, vamos también por el cordel de las merinas. ¿Será un error cartográfico? No tiene mucho sentido que haya un cordel merinero aquí, pues el paso de los ganados trashumantes se hacía por Tudela (a 10 km) o Puenteduero (a 9 km). ¿O tal vez se trata de un ramal que continúa de la cañada real leonesa al bajar del páramo de Renedo-La Cistérniga y dirigirse a Tudela, en el caserío de Retamar? ¿Cruzaría el puente de barcas de Herrera? Difícil. Todo es un misterio.
Después de bordear la urbanización del Pago de la Barca, subimos por las bodegas de Boecillo al monte de este término. Fue un rodaje estupendo por vericuetos zigzagueantes y senderos de buen firme, con abundantes y densas matas de encina hasta salir al pico de la Horca, sobre Viana y el valle del Duero.
En el monte, a punto del aguacero
Por cierto, este monte entra en la historia nada menos que en 1156, cuando fue donado por Afonso VII a Valladolid, lo cual quiere decir que existía como tal desde mucho antes. De hecho Boecillo es uno de los pueblos más antiguos de la provincia, pues si fue repoblado por mozárabes, como se indica, se remonta al s. X o finales del IX. Nada menos.
Bueno, aquí empezó a llover con ganas y se acabó el paseo tranquilo. Arreando por la carretera de Puenteduero y luego por la pista verde del Pinar, llegamos -más bien mojados- a casa.
Pero, como siempre, mereció la pena. He aquí el trayecto seguido.
Después de las últimas lluvias –pocas pero intensas- el paisaje ha cambiado, y no porque la vegetación hubiera reverdecido, pues estaba tan amarilla como durante el verano, sino porque todo ha quedado como más limpio y luminoso. También, empieza a dominar esa luz del otoño que crea profundidades y distancias, lejos de la planitud y pesadez veraniega.
Aspecto de la casa del Monte
Los pinares aparecían más lustrosos, seguramente porque el agua había limpiado pinos y escobas del polvo acumulado durante el estío. Algo similar había ocurrido con las encinas y otros árboles. El caso es que el pinar de Antequera y el monte de encinas de Boecillo lucían distintos, más agradables y luminosos. Incluso los caminos se mostraban amorosos, con un firme de arena más dura, aunque sin exagerar.
Bellotas alargadas
Hacía tiempo que no rodábamos por el monte de encinas (mejor, de matas de encina) de Boecillo, que posee una red de sinuosos y estrechos senderos que parecen pensados para nuestras bicis y fuerzas. Se extiende por una planicie ligeramente elevada sobre el Duero, lo que en distintos momentos ofrece un estupendo paisaje sobre su valle y poblaciones, hasta las laderas del páramo de Torozos, pues pequeñas asomadas permiten contemplar tal panorama. Lo mismo nos ocurre en el monte Blanco, por cuyos límites cruzamos.
Senderos
En medio de la red de sendas y matas, las paredes exteriores de la casa del Monte –dos plantas en ladrillo y adobe- a duras penas se mantienen en pie y sostienen aun el enrejado de ventanas. Esta casa se está arruinando mucho más rápidamente que la de verano de los Escoceses, en otro extremo del mismo monte. Este encinar estuvo, en otras épocas, más habitado. Hoy solo quedan algunas bodegas en la ladera norte y paseantes en los buenos fines de semana…
El páramo al fondo
Al monte de Boecillo llegamos desde Viana y antes habíamos cruzado el pinar de Antequera por la cañada real. Y del monte volvimos al pinar por el Abrojo, donde la maleza quiere tragarse la fuente de San Pedro, de ahí a Laguna y finalmente, acabamos en el mismo pinar de Antequera. Un agradable paseo matutino. Eso sí, del agua no quedaba ni rastro, ni pequeños charcos.