Torrejón en Serracín, Cruz en Cervillego, molino en San Vicente

Partimos de San Vicente del Palacio, pueblecito que se encuentra junto a la carretera de Madrid a La Coruña, en el Camino de Santiago de Levante y en la Cañada Real Leonesa. Como se ve, sus habitantes han visto pasar a muchos caminantes, peregrinos, comerciantes… pero no ha servido de mucho, pues sigue siendo un pueblo pequeño y tranquilo, de viejas casas de ladrillo mudéjar. La iglesia –dedicada a San Vicente- también es de ladrillo y sencilla.

Enseguida pasamos el Zapardiel –seco, como siempre- y bordeamos uno de los muchos pinarillos que salpican la Tierra de Medina. A su vez, estas manchas de coníferas, suelen acoger también algunas encinas. Y llegamos a la laguna de la Colada y al torrejón de Serracín, donde se ubicara un pueblo que desapareció en el siglo XIX, aunque algunos tesoros (al menos una cruz procesional y un retablo) de su antigua iglesia se guardan en la de San Vicente. Desde el torrejón –situado en una ligera elevación- se devisa un amplio panorama de esta comarca.

Siguiendo la estela del Zapardiel, llegamos a otro despoblado, Serranos, pero de este sólo queda un montoncillo de restos de paredes de ladrillo y calicanto. Cerca del Zapardiel vemos un pozo ganadero y un buen puente que ya no se utiliza, invadido de cardos y maleza. Pero desde él nos fijamos en cómo viniera, en otro tiempo, este río mediante sus dos cauces: el viejo y el nuevo. Retomamos el camino y comprobamos que hay una amplia zona con juncales en la que descubrimos al menos dos lagunas en la que se refugian azulones.

En la carretera cambiamos de orilla y atravesamos otro pinar. Dejamos el Zapardiel para cruzar varias zonas de praderas o humedales hasta que llegamos primero a la laguna de la Caballera y luego a la del Tío Juan; las dos tienen agua y levantamos algunos patos. Desde lejos divisamos Lomoviejo, en el que se destaca la iglesia, con cubierta nueva, al parecer recientemente restaurada. Y recientemente atacada por un rayo, como hemos explicado en la entrada anterior.

Dejado Lomoviejo atrás,  entre campos de cereal, pinares y humedales floridos llegamos a Fuente el Sol, con su castillo de sillarejo calizo convertido en cementerio, su iglesia con torre exenta (que procede de un templo anterior dedicado a la Magdalena) y su fuente o pozo ya bien seco a estas alturas del siglo XXI. De aquí nos dirigimos a Cervillego por otro camino que cruza un largo humedal. Al salir de Cervillego vemos, en el camino de Medina, una cruz recientemente restaurada, ¿será la Cruz de Cervillego?

Atravesamos Rubí de Bracamonte –buena vista desde la iglesia- y por el camino del cementerio iniciamos nuestro tramo final. Cruzamos el arroyo del Ramo, que tiene árboles y abundante vegetación, un lavajo del que surgen avefrías que no han emigrado y el humedal del arroyo de la Valenosa. Hacia Medina hemos visto también –muy lejos, es cierto- los restos del torrejón y despoblado de Tobar.

Pero la excursión nos depara una última sorpresa. Al pasar de nuevo junto al cauce –que no río- del Zapardiel descubrimos los restos de la balsa de un viejo molino, lo cual quiere decir que antaño esto fue una verdadera corriente de agua, confirmado los viejos del lugar cuando les preguntamos por esta presa al llegar a San Vicente del Palacio. Curioso y fuerte dique, de piedra y canto, que cruza en diagonal el cauce. Un poco más arriba, estaba la fuente del Cura –hoy totalmente seca- y un viejo puente, que han sustituido por el que, finalmente, cruzamos. Hicimos la entrada en el pueblo por la calle del Molino.

En esta localidad todavía existe la memoria colectiva de un terrible saqueo por parte de los franceses: estando el ejército de Napoleón en Medina del Campo, mataron a varios de sus soldados y acusaron a gentes de SanVicente.  Los franceses entraron a sangre y fuego en el pueblo, saqueando todo, incluso el ajuar litúrgico de la iglesia. En realidad no habían sido gentes de San Vicente sino del cercano Rubí de Bracamonte. Pagaron justos por pecadores.