Lomos, ataquines, carpios

Viene de la entrada anterior, donde puedes ver el mapa.

El Lomo y el lavajo de la Nava

Dejamos el idílico prado de Valdefuentes y su casa solitaria. No es difícil encontrar algún rebaño pastando.  Una preciosa cañada al abrigo de un vallejo nos va subiendo entre curvas hasta el llano. Al Norte vemos El Pedroso y, a la par que al frente se eleva la característica cuesta del Lomo. Los nombres, al menos en el campo, suelen responder a la realidad. Y los topónimos lo llenan todo: nullum est sine nomine  saxum, que registrara Lucano, poeta hispano romano. (O sea, que todo peñasco tiene nombre)

En fin, nos plantamos en lo más alto, en el vértice geodésico El Pedroso, con 780 metros de altura –no es lo más alto que hemos subido- y nos pasamos un buen rato contemplando los 360 grados del inmenso panorama. Se ven todos los pueblos de la plataforma suroccidental de la provincia y de las tierras de Medina; y con prismáticos se distinguen perfectamente, pero hoy no los llevamos.

Descendemos en la misma dirección que llevamos y, entre dos pinarillos, nos acercamos al lavajo de la Nava, que ha sido desecado, pero que –cuando llueve- vuelve a remanar agua debido al suelo arcilloso. Debió ser, en sus buenos tiempos, un gran lavajo.

Ataquines

¡Qué curioso! Al parecer, ataquines –aunque no viene en el diccionario- es nombre común. Conocemos los que dan nombre precisamente a la localidad de Ataquines y ahora nos encontramos estos otros: tres suaves montículos que forman colina. Y ya puestos, los mogotes de los Arapiles, de la famosa batalla contra las tropas francesas, ¿tendrán algo que ver? No coinciden las consonantes, pero sí las cuatro vocales perfectamente. Si algún filólogo leyera esto, que nos eche una manita…

Desde la encharcada y helada cañada del Toconal divisamos la silueta del Carpio, levantado alrededor de una mota (o de un carpio, mejor dicho, aunque no figure en el DRAE) donde antaño hubo otro torrejón –veríamos algunos restos si nos acercáramos- reafirmando así que nuestro paseo de hoy es pura tierra fronteriza. Y siguiendo por límites y rayas, llegamos al lavajo de Lavanderas, donde sentó sus reales el rey castellano cuando lo del tratado de Fresno-Lavandera, allá por 1183. Ha llovido.

Llanuras, fuentes y lavajos

Ahora el camino parece más llano y vemos algunos charcos donde se situó el lavajo de Aguasal, hoy tierras de labor un tanto empantanadas. Al otro lado del camino dejamos un escobedo.

La fuente Buena está en un pequeño promontorio antes de cruzar la vía. Es un arca con bóveda de medio punto en ladrillo. Desde aquí se ofrece una bonita estampa de Brahojos.

Fuentes, praderas y restos de lavajos mientras nos acercamos a Nueva Villa de las Torres, y luego campos abiertos donde la avutarda pasta protegida por estos horizontes que le permiten ver la llegada de posibles enemigos…

Paperas y Malpréndez

Atravesamos ahora un prado con suelo arcilloso –Paperas-, razón por la cual los charcos son abundantes y la bicicleta parece sumergirse más de lo normal. Pero el suelo es bueno, no hay barro y se avanza rompiendo el agua y quebrando el hielo. Curiosa sensación. Pero para eso están estos vehículos todo terreno, que superan la prueba.

Seguimos de frente hacia el Norte. Una simpática casita a la derecha, sobre un suave montículo. Y el lavajo de Malpréndez a la vera del camino, buen abrevadero para rebaños.

…y la Nava

Y ahora ya no queda más que seguir el camino y la ruta que nos señala la torre de la iglesia de los Santos Juanes, de la Nava. Vamos en realidad por una pista que se nos antoja aburrida después de todo lo que hemos visto, pero al llegar aprovechamos para callejear un poco y probar un vino añejo de la comarca. Nos lo hemos ganado.