Páramo de Castrojeriz

Vizmalo es una pequeña localidad alejada poco más de dos kilómetros del río Arlanzón, en su orilla derecha. No esperábamos encontrar nada especial, pero descubrimos unas casas  altas y fuertes, de piedra, además de una fuente con su arca y su lavadero, hoy en desuso, claro. También nos llamó la atención la iglesia de Santa Eulalia, pues si a muchas iglesias románicas de nuestra región se les ha añadido una sacristía extemporánea, aquí parece que fuera al revés, como si la antigua cabecera –que es lo que queda- de la iglesia románica fuera la sacristía de la otra, más amplia y moderna.

 Bueno, el caso es que tomamos el camino de Castrojeriz y fuimos subiendo poco a poco al páramo. Al principio, el día estaba radiante; luego, algunas nubes altas fueron ocultando el sol, de manera que gracias también al viento del norte, no tuvimos un día caluroso, sino agradable. El campo estaba insuperable: cebada, trigo y avena bien granados, cogiendo peso, lo mismo puede decirse de los guisantes para pienso y otros cultivos. Algunos predios, totalmente rojos de amapolas. Lo peor, la abundancia de molinillos y no sólo por el cambio paisajístico, también por los destrozos que se causan al levantar y mantener tales infraestructuras. Señalando el norte, las siluetas de peña Amaya y peña Ulaña, la primera cubierta de nubes.

Castrojeriz al fondo

Bajamos a Vallunquera, cuya iglesia nos mostró una preciosa portada románica de transición y volvimos al páramo para asomarnos al gran valle del que emerge Castrojeriz, apoyado en la ladera de un pico. Pero no bajamos, sino que nos mantuvimos en el ras del páramo disfrutando del clima y del paisaje. Al fin, una cañada que por momentos se perdía nos llevó hasta la cabecera del valle donde nace el arroyo de la Garzona. Ahí mismo visitamos los restos de las tenadas de Arroyo.

Y tomamos el camino que se dirigía hacia el sureste. Después de atravesar un pequeño encinar –no todo fue páramo ralo- empezamos una bajada en la que nos encontramos con el buen caño de la fuente de Valdelar. El fondo del valle parecía muy profundo –señal de que mucho habíamos subido- y allí estaba Tamarón, famoso por su batalla en la que se enfrentaron, hace casi mil años, el rey de León Bermudo III, que en ella perdió la vida, y el conde de Castilla Fernando Sánchez.

Después de asombrarnos ante la monumental fuente de la plaza mayor y comprobar las ruinas de la ermita de San Salvador, el cauce del arroyo Penillas nos condujo hasta Valdemiro, localidad en la que entramos por el barrio de Santa Juliana, que posee una sencilla pero hermosa fuente a la vera del camino.

Barrio de Santa Juliana

Valdemiro también tiene historia, pues aquí se educó con su ayo nada menos que el rey Alfonso X El Sabio. Tal vez parte de su sabiduría se la transmitirían estos campos y estas piedras que todavía están en pie. Si algo nos llamó la atención fue la iglesia de Santiago, en lo más alto del pueblo: domina el valle del Arlanzón de manera que pudimos contemplar desde  Pampliega, Torrepadierne y el cerro de Muñó, entre otros puntos. Y su portada románica tardía, verdaderamente admirable. También contemplamos sus fuentes, casas y bodegas. No pudimos entrar, pues estaba cerrado, el museo de escultura metálica.

Un cómodo camino asfaltado nos llevó hasta Villaquirán de los Infantes, ya en pleno valle del Arlanzón. Visitamos primero la Fuentona, cubierta de vegetación, pues ya nadie lleva el ganado a abrevar. La vimos como recostada en la alameda contigua, tranquila, descuidada, sin trabajo, como esperando el mejor momento para desaparecer… una pena. Después nos acercamos a la iglesia de la Asunción, con su pórtico y su cementerio con vistas y, finalmente, a la plaza del rollo.

Desde la cañada de San Miguel

Salimos de esta población por el camino del Hoyal para tomar la cañada de San Miguel que, aprovechando el arroyo del mismo nombre, sube al páramo de los Poleares. Arriba nos esperan unos viejos corrales en ruina, como hablando a gritos del pasado de estos campos: antaño dedicados a la ganadería, ayer al cultivo y hoy a producir energía limpia (lo de limpia es un decir, pues suponen el fin de multitud de fauna alada, aparte de ensuciar el paisaje, como ya hemos dicho). Y echamos la vista atrás para contemplar ese amplio campo que da el apellido a nombres de localidades como Santa María, a 7 u 8 km.

La cañada que baja a los Balbases se ha perdido, así que tomamos el camino asfaltado que viene precisamente de Villaquirán y, tras una rápida cuesta abajo, nos deja al pie de la iglesia de San Esteban. ¡Una torre que parece la de un castillo, otra impresionante portada! Además, este Balbás se encuentra amurallado, de forma que salimos por una de sus puertas en dirección al otro, que posee otra iglesia –la de San Millán- no menos impresionante.

Ahora tomamos dirección suroeste y paramos un momento en la ermita de la Virgen del Valle Hermoso -¡qué nombre tan adecuado!- para luego pasar el pequeño puertecillo entre el páramo y el cueto y descansar en Vizmalo, de donde salimos.

Aquí podéis ver el recorrido.

Autor: piscatorem

Los autores de este blog somos Federico Sanz (textos, fotos) y Óscar Domínguez (mapas, documentación). Tenemos escritos 7 libros de viajes y rutas, y un montón de artículos en diferentes revistas. Además, seguimos saliendo en bici todas las semanas. Si quieres, estas invitad@.

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