Pensamos que una buen recorrido sería partir desde Fombellida para llegar hasta el embalse de Tórtoles, en el valle de un arroyo tributario del Esgueva, ya en la provincia de Burgos y después de haber atravesado el término palentino de Castrillo de Don Juan. Pero nos equivocamos. Lo mejor estaba un poco más allá.
Cañada de la Nava
Precioso pueblo, Fombellida, asentado en la ladera del valle. Todavía quedan casas típicas, construidas al modo tradicional, fuentes y sotos llenos de verdor. También, según salíamos, pudimos contemplar la hilera de bodegas mirando al sur, como para recoger el sol en las tardes de invierno.
Subiendo al páramo hicimos un pequeño alto en una fuente que manaba con ganas bajo unos chopos. El camino –hoy pista- se ha olvidado de la vieja cañada, de la que aun quedan algunos restos. De hecho fuimos por una estrecha vereda sorteando pedruscos caídos de viejas vallas. Pasamos por los extensos corrales y chozos de Valdelacasa.
La Nava
Y, en directo, llegamos la Nava. En medio de los campos sembrados recorrimos los restos de otras inmensas corralizas, situadas donde el páramo comienza a descender por recios terrenos ondulados, bien salpicados de pequeñas piedras y alguna encina. Un poco más arriba estuvo la Nava, hoy repoblada con pinos. Pero también quedan algunas manchas de roble y encina.
Entre el cielo y el suelo
Demasiadas piedras. No se sabe cómo los agricultores cultivan estas tierras, pero lo cierto es que ahí están las rastrojeras del cereal. Más corrales, más pequeñas manchas de monte; adecuada zona para el austero ganado lanar.
Hasta que dimos con el camino de Hérmedes a Tórtoles. Más que camino, autopista para las bicis. Buen firme para rodar y, esta vez, con un suave viento a favor. Total, que nos presentamos en un santiamén y después de atravesar el término de Castrillo, en la asomada de Tórtoles .
El embalse
Bordeando el páramo por las eras llegamos a lo que suponíamos un vallejo que caía al embalse. Y así fue: campo a través descendimos hasta la orilla. ¡Espléndida lámina de agua de color azul turquesa! Estaba lleno hasta el borde. Parece que los agricultores de la comarca no han tenido necesidad de regar mucho últimamente. En dimensiones y tipo de presa es bastante parecido a su hermano el embalse de Encinas. Sólo unos pescadores vigilaban las aguas.
Santa Lucía y su moral
Teníamos que empezar a dar la vuelta pero decidimos subir al páramo para presentarnos en la ermita de Santa Lucía y, si se terciaba, dar un salto hasta el convento de los Valles. La sorpresa es que, además de la Santa, nos esperaba también un increíble moral a rebosar, eso sí, en su parte alta, de sabrosísimas y dulces moras negras. La parte inferior, a la que se llega con solo extender el brazo, estaba esquilmada. Lógico.
Es un árbol singular, al parecer catalogado, de gran envergadura, con un alcorque de piedra que ha sido empujado y movido por sus poderosas ramas. De hecho el tronco ha desaparecido y son más de una docena de ramas cada una del tamaño de un buen árbol, las que nacen del suelo proviniendo de un mismo punto. Encaramados a ellas algunos comimos hasta casi saciarnos. ¡Qué gusto! Luego pasamos a agradecer a Santa Lucía los cuidados que pone en su morera y a lavarnos las manos en el pozo de al lado. Nos olvidamos de las ruinas del convento, que se veían a unos tres kilómetros: ¡para otro día!
En Villovela, pueblo donde está el árbol, hay también una preciosa iglesia, muy limpia y cuidada –como todo el pueblo- de estilo gótico con un ábside románico.
Continuará en la próxima entrada. En total, nos hicimos casi 60 km; aquí tenéis el track de Miguel Ángel.