Tariego posee una privilegiada situación, en una falda del Cerrato y a orillas del Pisuerga. Además, ¡se ve desde Valladolid, que está a más de 30 kilómetros! Por eso fue elegido para albergar una torre del telégrafo óptico que conectaba con las de Dueñas y Villamediana. Así, vigila casi todo el curso bajo del Pisuerga por lo que es un excelente observatorio de la comarca.
¿Qué hemos de ver en Tariego?
El Pisuerga, que forma antes del puente una hermosa isla, hasta hace poco bien poblada de chopos y álamos que han sido recientemente talados. Hay varios miradores en la localidad para contemplar el río y su ribera y vegas. Y Baños de Cerrato, Dueñas, Palencia, Magaz…

La torre del telégrafo ya citada. Si subimos, comprobaremos que la vieja mole, de curiosos detalles constructivos, está como partida a la mitad, de abajo arriba, señal de que la tierra se hubiera movido, lo cual no tiene nada de particular en estos extremos donde hay un ten con ten geológico entre el páramo y el río donde. Vemos también los restos de una antigua fortaleza que dominaba el paso del río. Si el día estuviera despejado, distinguiríamos hasta Valladolid. Y, entre la torre y el pueblo, los restos, arruinados –con alguna excepción- de las cuevas casas en las que hasta mediados del pasado siglo vivía la gente más humilde. No son pocas, pues están situadas en cuatro niveles diferentes de la falda; recuerdan un poco a las de Aguilar de Campos -excavadas en barro- frente a las de otras localidades como Trigueros del Valle o Santa Cecilia del Alcor, que aprovechan las capas de piedra caliza.
Los Torreones: algo único y llamativo, algo así como si se movieran los montes. El Pisuerga ha ido socavando los cerros, compuestos de yeso, arenas, margas y arcillas, además de capas de caliza, y éstos han ido cediendo hacia el río. Lo normal son los desplomes del material, su amontonamiento y empuje posterior por las aguas. Pero en este caso se han deslizado enormes bloques del páramo, que aparecen como verdaderos murallones o torreones, aislados del cantil. No se han derrumbado -al menos por el momento- ni se los han arrastrado las aguas. Y ahí están, a media ladera. Se distinguen al menos tres grandes torreones que dejan ver a las claras la materia de la que están compuestos y forman extrañas siluetas. Un sendero que sale del pueblo nos conduce hasta ellos.

Por si fuera poco, esto solo fue una parte de la excursión. Después de Tariego fuimos hasta Hontoria por la carretera, pues no hay camino. Supongo que Hontoria vendrá de fuente, y tenemos una, renovada, en la entrada. Después, por el sendero de las Derrumbadas nos presentamos en Soto. Hay que decir que este sendero -como tantas cosas hoy día- ya no es lo que era. La última vez que pasamos, lo hicimos con peligro para nuestra vidas (casi) pues el terreno estaba húmedo y resbaladizo y los derrumbamientos, con grandes piedras o trozos de terreno desprendido, estaban bien a la vista, sobre el mismo camino. Hoy hay una pista de buen firme y de las derrumbadas, nada.

Nos acercamos al río, donde juntos conviven puentes de dos épocas y después de recorrer terreno llano nos presentamos en un puente derruido, el de Reinoso. El río acaba de formar un pequeño embalse cuya presa se sitúa sobre la de las antiguas aceñas de esta localidad. Y el punto siguiente fueron las antiguas aceñas de Villaviudas, arruinadas y con su parte más baja sumergida a causa del embalse de Reinoso. Los cadáveres de árboles ahogados también por este embalse sobresalen sobre la superficie de las aguas. Antes de ascender por el valle, nos acercamos hasta la desembocadura del arroyo del Prado, que viene de lo más profundo del Cerrato.
El valle se abre entre los páramos del Barrio y del Mueso. Desde el último escalón de éste, al norte, nos saluda una curiosa hilera de bocas: son antiguas minas de yeso. Pasada Villaviudas está el despoblado de la Tablada que, asentado sobre un suave cerro, domina el valle. Es curioso ver como el pueblo se agrupa en un círculo alrededor de la iglesia y la casa central, desde donde se domina un amplio panorama. Las casas de arriba, señoriales, son de piedra. Las de abajo, en barro, se están deshaciendo. Dejamos para otro momento el paseo de las Lilas, la bodega típica y los restos romanos.

Y ya sólo nos queda la última parte de la excursión, esta vez por las alturas del Cerrato, es decir, por el páramo, al que subimos por un vallejo amplio y suave al principio que se fue empinando y poniéndonos a prueba. El paisaje cambió enseguida, dominando ahora el monte de encina y roble. Aquí no había llegado aun la primavera, pues los robles no tenían hoja y el suelo estaba más bien seco, de color pajizo. Atravesamos un buen monte para tomar una cañada, curiosamente adelgazada en muchos tramos pero sin llegar a desaparecer. Junto a ella vimos al menos tres preciosos chozos de pastor, dos relativamente juntos, por lo que el paraje se conoce como las Dos Cabañas. Son chozos similares a los que tanto abundan en estos páramos, pero con dinteles y jambas grandes, de una sola pieza, lo que hace que las entradas o puertas sean más amplias de lo normal.

Más tarde, ya en terreno de Cevico de la Torre, pudimos contemplar, entre otros chozos, la Cabaña Alta, con corrales de excelentes muretes. Efectivamente, era bien alta y, además, se levanta en un punto del terreno que domina toda la zona. Merecería la pena hacer algo por conservarla -se está cayendo- pues es una de las más emblemáticas del Cerrato.

Poco más que resaltar en el ya de por sí hermoso paisaje cerrateño: cruzamos la gran cantera de Cementos Hontoria y caímos sobre Tariego. Habíamos recorrido casi 65 km con un tiempo primaveral; he aquí el trayecto. Y desde que subimos al páramo no hubo necesidad de bajar, a pesar de los múltiples valles, vallejos, paramillos y cerratos en los que se cuartea esta comarca. Mérito de Javier, que sacó todo el partido al mapa. También podéis leer otra versión de esta misma excursión.
Un comentario en “Tariego y sus torreones”