El Priorato, la Calzada, la Isla y el Canal

herrera-2017Ya conocemos este recorrido porque lo hemos hecho, al menos parcialmente, en otras ocasiones. Por tanto, nada de lo que hemos visto en él nos ha resultado desconocido. Pero ya hemos explicado que el paisaje nunca es igual: el clima, la luz, los aromas, los colores, incluso lo que uno piensa al contemplarlo… Total, que siempre hay algo diferente. Tal vez por eso uno nunca se cansa de andar –o rodar- aunque haya pasado muchas veces por el mismo punto o camino.

Roble
Roble

Herrera y Fuentes de Duero

Y no digamos Herrera, o el término de Fuentes, archiconocidos para nosotros. Tal vez lo que nos ha llamado más la atención hoy ha sido lo limpias –e incluso cristalinas– que estaban las aguas del Duero. Tanto, que parecía un río recién parido por la montaña. En invierno suele venir claro, pero estos días, tal vez por lo poco que ha llovido y por la heladora temperatura, estaba como nunca. Se veían la arena y las ovas del fondo. Tanto en la Pesquera de Herrera como desde el puente de Hierro.

Cruzado el puente, atravesamos el monte de encina, roble y pino de la dehesa de Fuentes. También el pinar de la orilla izquierda, a la vuelta. Estaban más  verdes -¿por la proximidad del Duero?- que los Montes Torozos hace unos días. Y con ese matiz gris brillante que le dan los corros e hileras de escobas. Después de cruzar el río y seguir la vía por unos metros, tomamos el camino de Laguna que habíamos dejado en una entrada anterior. Momento en el que también empezábamos a retomar la misteriosa Calzada de Clunia.

Vista Este de El Priorato
Vista Este de El Priorato

El Priorato

Pasamos como una exhalación por Tudela, que hervía en actividad. La Calzada nos condujo hasta darnos de lleno con el Priorato. De hecho se mete en él. Nosotros ahora no podemos, nos lo impide una puerta candada. Está justo entre el río y el canal. En este pequeño espacio se encierran insondables misterios. Al margen de su historia antigua –se encuentra en medio de la Calzada- sabemos que fue uno de los primeros puntos en repoblar, una avanzadilla justo en la frontera del Duero en plena reconquista. Enseguida lo arrasa Abderramán III al volver de Simancas con el rabo entre las piernas y en el siglo XI los monjes de Silos constituyen aquí el Priorato de Nuestra Señora de Duero o de las Mamblas, en cuyo dominio se encontraban Villabáñez, Albura y la Sinova. Y, como otras tantas joyas, se pierde con la Desamortización en el siglo XIX. El conde Oliva transforma en lo que ahora vemos: un edificio neogótico de dudoso gusto. Pero ahí está; un puntiagudo abeto lo acompaña señalando al cielo. En algún momento, nos gustaría entrar para ver qué es lo que queda tras esos muros.

Entre el Priorato y el acueducto
Entre el Priorato y el acueducto

Acueducto sobre el Duero

Nos alejamos del Priorato buscando el canal. Una fuente entre el río y la Calzada apagaba la sed de caminantes, hoy de rodadores.  El canal salta el Duero pero nosotros no podemos imitarle: damos una vuelta por el sur del canal para ver que una vieja y agradable ribera ha quedado reducida a escombros entre almendros, parras e higueras, y seguimos hacia el norte donde parece esperarnos la tercera Mambla.

Cerca del collado de Peñalba
Cerca del collado de Peñalba

La Calzada

La concentración parcelaria –suponemos- ha borrado de la faz de la tierra el trazado de la vieja calzada que se dirigía en línea recta –que curiosamente venía a coincidir con la línea de más suave inclinación- hacia el collado de Peñalba. Ahora, por los caminos nuevos, vamos como en zigzag y nos cruzamos con la Calzada en varios puntos; en algunos observamos pequeños montones de piedras calizas como más planas por un lado que por el otro. ¿Restos de la Calzada? Qui lo sa! Lo cierto es que en mapas antiguos viene señalado el viejo trayecto  como Camino de la Calzada y en los modernos aparece en varios puntos al sur de Villabáñez el topónimo La Calzada.

Villabáñez
Villabáñez

Conforme vamos ascendiendo podemos contemplar en toda su belleza el valle del Duero y, en particular, las vegas de Tovilla y de Peñalba. Entre Torcenite y el Mirador entramos en el ámbito de Villabáñez –lo siento, no puedo evitar pensar en la cerveza que aquí se elabora- pero no tocamos la localidad; sólo un pozo perdido en el campo y nos vamos por la carretera de Olivares hasta coronar el páramo. Allí torcemos a la derecha hasta asomarnos –nos quedamos sin habla ante tal panorama- al valle del Duero, pero contemplando en un primer plano tan directo como profundo, el Valle del caserío de Peñalba, el monte también de Peñalba, el Cabezo… No podemos describirlo con palabras, sólo animar a que la gente se acerque por estos andurriales.

Valle del Caserío de Peñalba
Valle del Caserío de Peñalba

Pero retrocedemos un poco hasta toparnos, de nuevo en bajada hacia el Este, con las Callejas, topónimo que también hace referencia a la vieja Calzada, que tal vez subiría por aquí, sin perder altura como la carretera, hasta el páramo. Luego, sí, la Calzada y  la carretera actual volverían al mismo camino.

La Isla

En fin, bajamos hacia Peñalba en descenso tan intenso que no lo disfrutamos: tiene demasiada pendiente este camino. Contemplamos unos instantes el pequeño encajonamiento del río y nos vamos por un delicioso sendero junto a la orilla –la hierba está verde y tierna por aquí- entre sauces, chopos, fresnos –todos sin hoja- y algunas encinas y escobas. Nos agachamos sobre la bici y ¡cuidado con la cabeza!; menos mal que no tenemos la cabellera de Absalón…

En la Isla
En la Isla

El sendero nos lleva hasta la Isla, que en realidad es un ensanchamiento de la orilla derecha del  río en una amplia pradera, cantizales y algunos árboles solitarios. Antaño debió ser una verdadera isla, pues se ve que el agua también pasaba por la zona de la derecha, formando la correspondiente isla. Eran tiempos de un Duero más caudaloso, cuando no le robábamos el agua para el canal. La tierra descarnada aparece en un cortado no tan alto como los de Peñalba, pero con los mismos colores apetitosos de una tarta, que hasta parecen dulces.

Y la vuelta

Pero la tarde cae a gran velocidad; el cansancio aparece y hemos de volver. Tememos al viento, que ahora nos va dar de cara.

Acueducto del canal sobre el Duero
Acueducto del canal sobre el Duero

Primero alcanzamos el puente de Sardón.  Pero antes, nos refrescamos en una fuente que conocemos, un tanto escondida en la ribera. Cruzado el río pasamos por el Jardín del Carretero y seguimos la sirga del canal que atraviesa la apacible dehesa de Peñalba. A nuestra z derecha, nos acompaña el Duero, bien acompañado a su vez de viñas y huertas.

Al llegar al acueducto que ya conocemos, nos desviamos por la senda del Duero y, para ganar en velocidad –casi no se ve ya- salimos de la ribera por las casas de Cantarranas.  Carretera de Tudela, Tudela, pinar de Santinos, la Cabezada de Fuentes y… ¡estamos en Herrera! Es de noche pero el viento –primero porque íbamos metidos en la ribera y luego porque ha amainado un poco- nos ha respetado.