Donde comienzan los arribanzos

Traemos hoy un trayecto relativamente corto –unos 44 km- pero lleno de toboganes, pues el desnivel salvado se acerca a los mil metros. Discurre por las riberas del Duero donde comienzan los arribanzos o arribes zamoranos, y contamos cómo descubrimos una comarca diferente.

Las Pajarrancas

El Duero, que desde Simancas, recrecido por el Pisuerga, es un río tranquilo de orillas amplias y anchurosas que son continuidad horizontal de sus aguas, en las Pajarrancas de Carrascal cambia completamente de aspecto, convirtiéndose en un cauce de orillas verticales o paredones de piedra, auténticos barrancos de carácter inexpugnable que, con frecuencia, impiden caminar por su orilla y, más aún, rodar en bici.

Las Pajarrancas desde el Castro

Aquí, en las Pajarrancas, se acabó la tranquilidad, la llanura y comienza la agresión, el arribe, la piedra áspera y descarnada… Es otro tipo de belleza, más bravía y dura, indómita y hasta un tanto salvaje. Diferente. Así que el Duero pasa por este desfiladero –entre un picón sobre el que se erigió un castro y la peña Montaraz– y sale distinto, casi renace, pues vuelve a la montaña que le vio nacer y a disfrtutar, por tanto, de rabiones, tablas y chorreras… y sus aguas crean incluso movimientos renovados y distintos, como las espundias. Es otro, vamos.

Al fondo, casa de Congosta

Congosta

Como no queremos tirarnos sin paracaídas desde el Castro, damos una buena vuelta para retomar la ribera. Y bajamos hasta lo que fueron las aceñas de Congosta. Antes, el río nos da un respiro y nos ofrece una pequeña zona amplia y casi llana, tal vez la definitiva y última, pues no encontraremos más llanura en lo que le queda de España (y diría que en Portugal ocurrirá lo mismo).

De las aceñas sólo queda un cuerpo, y maltrecho. Ni resto del azud. Por su parte, el caserío de Congosta se ha convertido en una casa rural. Congosto no hace referencia sino a la angostura en la que se nos ha metido el río. Aquí muere la rivera de Campeán, que atravesamos por un puente desde el que podemos ver un bando de gansos domésticos. Todavía abundan los álamos, que poseen una estrecha franja de tierra para vivir.

Desembocadura de la rivera de Campeán

Seguimos pero, ¡ay, trampa mortal!, el camino se encuentra cerrado por una cancela bien candada. ¿Qué hacemos? Deberíamos seguir, pues las orillas de los ríos son públicas. Pero, por una vez y sin que sirva de precedente, vamos a ser más legales que la propia ley y, cambiamos de ruta, metiéndonos entre rueda y rueda, entre pierna y pierna, entre pecho y espalda, una subidita de casi 150 m. ¡Uff, ya está!

El meandro de la Carba

Nuestra idea era bajar a la presa de San Román, pero otra puerta -¡caramba con las puertas del campo!- nos lo impide. Así que seguimos por el lomo de un sierro que allá, hace más de un millón de años, con sus santas narices -o faldas-, impidió el paso del Duero y este, tuvo que rodearlo formando una gran curva o falso meandro entre agrestes arribanzos.

Encina de la dehesa

Por el camino, atravesando una de las más hermosas dehesas del Duero, llegamos al fondo del meandro, a la punta de la Carba donde además de la belleza natural –el Duero lamiendo la montaña de enfrente y formando un arenal en la nuestra- podemos contemplar una joya de la etnografía que se ha fundido con las aguas del Duero: un cañal o cañil, es decir, una construcción en el cauce, a modo de dique acabado en dos como embudos o bocines que servía para hacer pesquerías. No creo que queden muchas más en el Duero (en el Esla hay algunas inundadas por el embalse de Ricobayo).

El cañal

Por cierto, una carba es una dehesa o bosque de carbizos –un tipo de roble- pero aquí sólo hemos visto encinas. Tal vez los hubiera antes, no sé. O por aquí también tenían este nombre las encinas…

La Portilla

Deshacemos el camino por el lomo y nos desviamos hacia la casa de las Vegas, con su típico tejado y chimenea, para adentrarnos en La Portilla: fuertes cuestas en la orilla derecha y en la izquierda, que se transforman en un cortado que pretende dar por finalizado nuestro paseo. Aquí no hay puerta cerrada, pero hay pared, que es peor. Sin embargo, conforme vamos adentrándonos, una vez pasado el barranco de Valcaballo, descubrimos que el sendero posee un antiguo firme protegido de las aguas del Duero. Y por allí rodamos hasta llegar a la fábrica de electricidad El Porvenir, hoy central hidroeléctrica de San Román.  Aquí acaba el túnel que viene de la presa que no hemos podido ver y que lleva en activo 125 años.

«Picos» en la Portilla

Muchas de las cuestas de esta ribera acaban en puntiagudas cimas debido a la materia pizarrosa de la que se componen, lo que les da un aire muy original. A esto se le une que no sólo hemos visto buitres, también una pareja de águilas reales. Sin contar garzas, ánades reales o cormoranes.

Piedra lamida por el Duero

Una carretera, pista o camino en curioso estado de conservación nos eleva 170 m con la ayuda de nuestras burras entre riveras y barrancos hasta el vértice de la Cruz Chiquita. Y desde ahí bajamos un poco.

Aquí, el trayecto seguido. Continuamos en la próxima entrada.

Primavera, aguas, toboganes y rasos

Ya sé que no estamos en primavera, pero la salida del pasado fin de semana transcurrió bajo un clima primaveral: nubes y claros, viento racheado, alguna aguarradilla, temperatura suave… ¡Felices de disfrutar en agosto de una excursión tan fresquita!

Lo del agua fue debido, en buena parte, a que los primeros 16 km rodamos por la sirga del Canal de Castilla, con esas aguas que suavizan la dureza de Castilla y su Tierra de Campos. Es una cinta verde –y húmeda, claro- que adorna los campos secos y cansados del verano. Aquí hay abundancia de arbolado y muchas de las plantas se mantienen en floración, dando un toque multicolor al paisaje. Además, mientras sigues esta cinta no tienes que hacer esfuerzos por subir cuestas, en el Canal todo es llano.

Esclusa en el Soto de Albúrez

Y el páramo. Subimos por la fuente del Rey, bien conocida por otras excursiones. Intentamos explorar el cercado de la casa de Ramírez, enfrente: ¡imposible moverse a causa de la densidad de la maleza! Hay que venir expresamente preparado para ello, así que lo dejamos para otro momento mejor.

Palencia al fondo

Un poco más al norte descubrimos una fuente seca e intentamos rodar por un sendero que sigue el cerral. Pero es un sendero poco transitado, con demasiadas hierbas y arbustos, además de piedras sueltas de buen tamaño. Así que en parte lo conseguimos y en parte hicimos lo que pudimos. Vamos contemplando diversas vistas de la ciudad de Palencia y del amplio valle del río Carrión hasta que llegamos al vértice geodésico que señala el punto más alto del páramo a la vez que su extremo nordeste. Se llama Cascabotijas y está a 876 metros. Circulamos por el bocacerral y subimos a un camino del páramo cuando llegamos a zona conocida, ya rodada en otras excursiones. Pero a la altura de la fuente de Valdelarroñada, volvemos a explorar el bocacerral. Aquí el páramo ha sido bien aprovechado, y vemos las señales de grandes y antiguos bancales. La tierra es buena y hasta húmeda, según señala la abundancia de junqueras.

Tierra de Campos y el valle del Carrión

Llegamos a Autilla del Pino. Tengo sed y hay un perro enorme junto al caño de la fuente. Se quitará de ahí en cuanto llegue, pensé. Pues no. Aprieto el caño y se pone a beber del chorro, como si fuera él el amo y yo su criado. ¡Cosas veredes! Cuando se sacia y me deja, bebo yo. Se va sin decirme nada, ni un ladrido de agradecimiento o un lametón en la rodilla… ¡Ni los perros son los de antes!

Tres matas en la cañada

Salimos por el cementerio y a partir de aquí, todo es volar atravesando rastrojeras, perdidos y cañadas. Otras veces no me había en fijado en la valla de piedra, acompañada de encinas, que separa la cañada leonesa de las tierras de Font.  En vez de bajar directamente por el primer barco al valle de San Juan, tomamos un camino desde el páramo que, tras 5 km cruzando por distintas vaguadas y colinas, nos dejó en el citado valle. Desde este punto a Dueñas había poco menos de 2 km.

Aquí se ve el recorrido.

Aguacero

El Priorato, la Calzada, la Isla y el Canal

herrera-2017Ya conocemos este recorrido porque lo hemos hecho, al menos parcialmente, en otras ocasiones. Por tanto, nada de lo que hemos visto en él nos ha resultado desconocido. Pero ya hemos explicado que el paisaje nunca es igual: el clima, la luz, los aromas, los colores, incluso lo que uno piensa al contemplarlo… Total, que siempre hay algo diferente. Tal vez por eso uno nunca se cansa de andar –o rodar- aunque haya pasado muchas veces por el mismo punto o camino.

Roble
Roble

Herrera y Fuentes de Duero

Y no digamos Herrera, o el término de Fuentes, archiconocidos para nosotros. Tal vez lo que nos ha llamado más la atención hoy ha sido lo limpias –e incluso cristalinas– que estaban las aguas del Duero. Tanto, que parecía un río recién parido por la montaña. En invierno suele venir claro, pero estos días, tal vez por lo poco que ha llovido y por la heladora temperatura, estaba como nunca. Se veían la arena y las ovas del fondo. Tanto en la Pesquera de Herrera como desde el puente de Hierro.

Cruzado el puente, atravesamos el monte de encina, roble y pino de la dehesa de Fuentes. También el pinar de la orilla izquierda, a la vuelta. Estaban más  verdes -¿por la proximidad del Duero?- que los Montes Torozos hace unos días. Y con ese matiz gris brillante que le dan los corros e hileras de escobas. Después de cruzar el río y seguir la vía por unos metros, tomamos el camino de Laguna que habíamos dejado en una entrada anterior. Momento en el que también empezábamos a retomar la misteriosa Calzada de Clunia.

Vista Este de El Priorato
Vista Este de El Priorato

El Priorato

Pasamos como una exhalación por Tudela, que hervía en actividad. La Calzada nos condujo hasta darnos de lleno con el Priorato. De hecho se mete en él. Nosotros ahora no podemos, nos lo impide una puerta candada. Está justo entre el río y el canal. En este pequeño espacio se encierran insondables misterios. Al margen de su historia antigua –se encuentra en medio de la Calzada- sabemos que fue uno de los primeros puntos en repoblar, una avanzadilla justo en la frontera del Duero en plena reconquista. Enseguida lo arrasa Abderramán III al volver de Simancas con el rabo entre las piernas y en el siglo XI los monjes de Silos constituyen aquí el Priorato de Nuestra Señora de Duero o de las Mamblas, en cuyo dominio se encontraban Villabáñez, Albura y la Sinova. Y, como otras tantas joyas, se pierde con la Desamortización en el siglo XIX. El conde Oliva transforma en lo que ahora vemos: un edificio neogótico de dudoso gusto. Pero ahí está; un puntiagudo abeto lo acompaña señalando al cielo. En algún momento, nos gustaría entrar para ver qué es lo que queda tras esos muros.

Entre el Priorato y el acueducto
Entre el Priorato y el acueducto

Acueducto sobre el Duero

Nos alejamos del Priorato buscando el canal. Una fuente entre el río y la Calzada apagaba la sed de caminantes, hoy de rodadores.  El canal salta el Duero pero nosotros no podemos imitarle: damos una vuelta por el sur del canal para ver que una vieja y agradable ribera ha quedado reducida a escombros entre almendros, parras e higueras, y seguimos hacia el norte donde parece esperarnos la tercera Mambla.

Cerca del collado de Peñalba
Cerca del collado de Peñalba

La Calzada

La concentración parcelaria –suponemos- ha borrado de la faz de la tierra el trazado de la vieja calzada que se dirigía en línea recta –que curiosamente venía a coincidir con la línea de más suave inclinación- hacia el collado de Peñalba. Ahora, por los caminos nuevos, vamos como en zigzag y nos cruzamos con la Calzada en varios puntos; en algunos observamos pequeños montones de piedras calizas como más planas por un lado que por el otro. ¿Restos de la Calzada? Qui lo sa! Lo cierto es que en mapas antiguos viene señalado el viejo trayecto  como Camino de la Calzada y en los modernos aparece en varios puntos al sur de Villabáñez el topónimo La Calzada.

Villabáñez
Villabáñez

Conforme vamos ascendiendo podemos contemplar en toda su belleza el valle del Duero y, en particular, las vegas de Tovilla y de Peñalba. Entre Torcenite y el Mirador entramos en el ámbito de Villabáñez –lo siento, no puedo evitar pensar en la cerveza que aquí se elabora- pero no tocamos la localidad; sólo un pozo perdido en el campo y nos vamos por la carretera de Olivares hasta coronar el páramo. Allí torcemos a la derecha hasta asomarnos –nos quedamos sin habla ante tal panorama- al valle del Duero, pero contemplando en un primer plano tan directo como profundo, el Valle del caserío de Peñalba, el monte también de Peñalba, el Cabezo… No podemos describirlo con palabras, sólo animar a que la gente se acerque por estos andurriales.

Valle del Caserío de Peñalba
Valle del Caserío de Peñalba

Pero retrocedemos un poco hasta toparnos, de nuevo en bajada hacia el Este, con las Callejas, topónimo que también hace referencia a la vieja Calzada, que tal vez subiría por aquí, sin perder altura como la carretera, hasta el páramo. Luego, sí, la Calzada y  la carretera actual volverían al mismo camino.

La Isla

En fin, bajamos hacia Peñalba en descenso tan intenso que no lo disfrutamos: tiene demasiada pendiente este camino. Contemplamos unos instantes el pequeño encajonamiento del río y nos vamos por un delicioso sendero junto a la orilla –la hierba está verde y tierna por aquí- entre sauces, chopos, fresnos –todos sin hoja- y algunas encinas y escobas. Nos agachamos sobre la bici y ¡cuidado con la cabeza!; menos mal que no tenemos la cabellera de Absalón…

En la Isla
En la Isla

El sendero nos lleva hasta la Isla, que en realidad es un ensanchamiento de la orilla derecha del  río en una amplia pradera, cantizales y algunos árboles solitarios. Antaño debió ser una verdadera isla, pues se ve que el agua también pasaba por la zona de la derecha, formando la correspondiente isla. Eran tiempos de un Duero más caudaloso, cuando no le robábamos el agua para el canal. La tierra descarnada aparece en un cortado no tan alto como los de Peñalba, pero con los mismos colores apetitosos de una tarta, que hasta parecen dulces.

Y la vuelta

Pero la tarde cae a gran velocidad; el cansancio aparece y hemos de volver. Tememos al viento, que ahora nos va dar de cara.

Acueducto del canal sobre el Duero
Acueducto del canal sobre el Duero

Primero alcanzamos el puente de Sardón.  Pero antes, nos refrescamos en una fuente que conocemos, un tanto escondida en la ribera. Cruzado el río pasamos por el Jardín del Carretero y seguimos la sirga del canal que atraviesa la apacible dehesa de Peñalba. A nuestra z derecha, nos acompaña el Duero, bien acompañado a su vez de viñas y huertas.

Al llegar al acueducto que ya conocemos, nos desviamos por la senda del Duero y, para ganar en velocidad –casi no se ve ya- salimos de la ribera por las casas de Cantarranas.  Carretera de Tudela, Tudela, pinar de Santinos, la Cabezada de Fuentes y… ¡estamos en Herrera! Es de noche pero el viento –primero porque íbamos metidos en la ribera y luego porque ha amainado un poco- nos ha respetado.

Ya está preparada

Ayer, después de que estuviera jarreando casi toda la noche, algunos ciclistas -pocos, como pude comprobar por los caminos- nos animamos a salir. ¡Y qué bien se presentaba el día, después de todo! Ahí está la idílica estampa del Canal de Castilla que auguraba una buenas rodaduras.

Pero al llegar, por el camino de sirga, a la fuente de Santa Cruz, empezó a caer agua. En Cabezón diluviaba, y así de gris se puso la mañana en cuestión de minutos. Por si fuera poco, al saltar a la isla de grava para coger de frente en la foto el ojo del puente, me hundí -sólo una pierna, eso sí- hasta el corvejón. Pero, ¿qué importaba ya? Además, no hacía frío y el viento era sur.

Bajo el puente de Aguilarejo descansé -de la lluvia- unos 15 minutos, con otro ciclista que hacía lo mismo. Me invitó a media naranja, que acepté encantado. (¡Gracias de nuevo!) Luego, me desvié del camino de sirga para acercarme al Pisuerga, a la vega de Aguilarejo. Estaba preciosa, bien verde. Pero con los árboles, como ese fresno, desdudo.  Seguía jarreando. Y todo gris. No sentía frío.

Hasta que, cerca de Valoria, me acerqué a ver algunos almendros. De lejos parecía que tenían como hinchadas las ramas. Y, efectivamente, eran las flores que estaban a punto de estallar. Eso quiere decir que, en cuanto venga un día bueno y apacible, con un poco de sol y un poquito de calor, la primera primavera, la que anuncian los almendros, ¡ha llegado! Luego irán viniendo otras, pero el invierno gris, dentro de nada, será vencido.

¡Mereció la empaparse!

(luego me volví en tren)

Almendro