Villalba de la Loma

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¿Has estado alguna vez en Villalba de la Loma? Seguramente no, pues es una pequeña población sin atractivos aparentes, alejada de la capital y queda a trasmano de cualquier ruta.

Pero fue la primera parada en nuestro trayecto después de cruzar el Valderaduey en Castroponce. En Villalba se respira la luz de Tierra de Campos. Se esconde -y se presenta- entre llanuras alomadas, posee una fuente romana –un tanto modificada por el cemento de nuestro siglo- y palomares de todos los tipos y en todos los procesos de vuelta a la tierra. Por si fuera poco, la torre de la iglesia de San Andrés –lo único que queda de la iglesia- se ha aprovechado como atalaya terracampina.

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En Saelices –San Felices– nos encontramos con el Cea. Una ermita blanca que brilla entre verdes cereales nos saluda en las afueras, aún en Tierra de Campos. Detrás, un palomar del mismo color y más atrás aún, Espigüete y Curavacas también se visten de blanco…  Luego, en el cauce del Cea, un viejo molino con su puente cortado se cae poco a poco mientras un pescador intenta –sin mucho éxito- engañar a los barbos. Una fuente en la ribera nos recuerda la de Villalba.

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Y los palomares  se extienden de nuevo por la campiña del Cea. Vamos hacia la dehesa de San Llorente, ahora por el páramo leonés.

Nada hemos dicho de Castroponce, pero es otro de tantos pueblos de esta Tierra. De su personalidad resalta un teso aprovechado hoy para horadar bodegas si bien antaño hubo un castillo y mucho antes un poblado prerromano. La vega del Valderaduey le da agua y cierto frescor.