
Al sur de las tierras de Olmedo y Medina, ya en la provincia de Ávila, se extiende la Moraña, comarca más bien llana, dedicada sobre todo al cultivo del cereal que cuenta con algunos pinares. Hay dos localidades importantes y conocidas por razones históricas: Arévalo y Madrigal de las Altas Torres. Las demás, en su inmensa mayoría, tienen nombres que nunca hemos oído; es una comarca desconocida. Nosotros vamos a penetrar por la vía del Zapardiel, río al que, en su tramo final, conocemos bien.
La idea era llegar desde Salvador de Zapardiel, todavía en Valladolid, hasta el caserío de Torralba, a unos 24 km. El día no ayudó: comenzamos el trayecto con un viento frío y huracanado en contra, por más que venía del sur. Pero a los ciclistas nos pasa un poco lo que al toro, que se crece en el castigo, y pensamos que al menos, a la vuelta, volaríamos sin dar pedales, cuesta abajo, y por buenos caminos. Así que ¡a por el viento!

Prados, llanuras y pequeños pueblos
El camino al salir de Salvador se transformó en un prado extenso y llano, de hierba rala y húmeda en el que también crecían setas gracias a este invernal buen tiempo. Desde la colada Angosta, llegamos al cauce viejo del Zapardiel, convertido ahora en una agradable pradera. Así llegamos a San Esteban.
En este pequeño pueblo –que, entre otras cosas, posee una vieja fuente junto a una alameda y una torre militar utilizada luego como campanario- nos introdujimos (sic) en el cauce del Zapardiel. Es una zanja seca por completo. En el lecho nacen juncales y hierba. Mal que bien, se puede rodar. Llegando a Castellanos parece un cauce natural, pues dibuja curvas y nacen algunos árboles en la orilla. Desde aquí, adelantamos por la pista-carretera hasta la siguiente localidad.

En Barromán, si algo impresiona, es la iglesia. Increíble mole que en nada se diferencia de un castillo. Situada en el punto central y más alto del pueblo, parece una cruz o una torre sobre un montículo. Aquí, vuelve a renacer esa Castilla de las grandes iglesias con casas que, bajo ellas, recuerdan chabolas. En todo caso, Barromán es una bonita y aireada localidad. No parece tan olvidada como las otras por las que hemos pasado, al revés, ha conseguido montarse en el tren del tiempo…
Seguimos de cerca al Zapardiel
En la desembocadura del arroyo del Molino volvemos a introducirnos en el cauce del Zapardiel, pero enseguida subimos a uno de los caballones de la orilla, pues aquí el lecho es arena difícil de rodar, y no tenemos el motor de gasolina. Cerca de las riberas hay pinarillos, alguna alameda, restos de pozos… Como anécdota, en la orilla izquierda, durante tres o cuatro kilómetros alguien ha ido formando una línea dejando un caramelo cada dos o tres metros. Ya se ve que hay gente para todo. La figura de la inmensa iglesia no deja de acompañarnos desde atrás. Por delante, la iglesia de Bercial, que tampoco es moco de pavo; ¡menuda torre!

En Bercial el cauce mantiene agua estancada. Es una simple charca, sucia, acompañada de carrizo. El pueblo tiene estructura alargada, y lo atravesamos de punta a cabo. Al salir, no bajamos al cauce –sigue con arena abundante- y rodamos por la colada de Mamblas, que se transforma en una alfombra de hierba. De vez en cuando, algún chopo o álamo hacen esta vía más agradable. Va paralela al cauce durante casi tres kilómetros y finalmente sale a la carretera.
Estamos en Mamblas. Otra vez una enorme iglesia mudéjar. En el camposanto, los restos de otra. Tomamos el camino de Cisla. El Zapardiel va al este. A partir de Mamblas y ya hasta Torralba al menos, el cauce parece tomar un poco de vida, pues se encuentra acompañado de hileras de chopos y variada vegetación arbustiva. Incluso, cuando lo cruzamos, unos kilómetros antes de Torralba… ¡llevaba agua! La bici lo vadea sin problema.

Torralba, fin del agónico trayecto
Enseguida nos encontramos con las ruinas del molino de Torralba. Seguro que lleva muchos años ¿siglos tal vez? sin utilizarse. Sin embargo, la excelente calidad del ladrillo mudéjar ha hecho que podamos ver todavía los bocines, parte de la presa y los cárcavos. Y es que parece que se construyó a conciencia. Este ladrillo recuerda la piedra por su fortaleza y dureza.

El camino nos deja en Torralba, donde efectivamente vemos una torre blanca en lo más alto, que tiene pinta de palomar. También conserva las ruinas de un castillo, algunas casas, una ermita y establos para ovejas y otros ganados. Poco podemos decir del origen de este castillo; la finca pertenece al ayuntamiento de La Coruña.
Aquí parece que el Zapardiel lleva más agua. Desde luego, ha crecido en anchura. Pero hay que cruzarlo y… ¡glup! ¡plas! ¡zriiiisssssschchch! la bici cumple su función y sí que hay más agua: ¡pies mojados! Pero ahora ya nada importa, pues vamos a tener el viento de culo. ¡Qué descanso, ufff!

Media vuelta
De vuelta, empezamos volando pero… ¡ay! a mitad de camino, el viento amaina y la tarde se serena. Es igual, hemos aprovechado la mitad de la vuelta y en la otra mitad, al menos el viento no lo tenemos en contra, que de todo hay que alegrarse.
Cerca de Bercial contemplamos una preciosa estampa que dura casi 10 minutos: una liebre perseguida por dos galgos. Primero quiebra a los perseguidores en increíbles y zigzagueantes acelerones; luego recorre casi dos kilómetros en círculo, alrededor de nosotros, nos pasa a diez metros, y se aleja durante un kilómetro hasta que perdemos al grupo de vista. Ha ido sacando distancia a los galgos. Creo que los tres acabarán reventados. Sólo esta tierra llana nos puede ofrecer un espectáculo igual.

También vemos algunos bandos de avutardas, muchos de jilgueros y ¡por fin! avefrías: ¿es que ha entrado ya el invierno? No sé, hay algunos almendros en flor. Seguiremos esperando acontecimientos.
Algunas tierras están anegadas, otras han drenado bien. En el horizonte se recortan, hacia el oeste, las torres de Madrigal y de Moraleja de Matacabras; al este, los pueblos de Donvidas, Sinlabajos, Fuentes. Es una llanura que se va elevando suavemente.

Entramos en Salvador por una pradera inmensa, que es continuación de aquella otra por la que salimos, pues el mapa señala que por aquí pasó el viejo Zapardiel. La hierba brilla con el último sol de la tarde. Hemos llegado.

Preciosas fotografías, que reflejan nuestro entorno.