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Desde Quintanilla de Arriba, hay un viejo camino sube al páramo en directo: es el que unía esta localidad con la de Langayo. Hoy ya no se utiliza; tanto, que su ancho ha quedado reducido a un par de metros, y su trazado en zigzag, dificultan la circulación de cualquier vehículo moderno, salvo que se trate de una bici todo terreno, claro. Además, el firme está cubierto de maleza y de piedras caídas de más arriba. Pero es lo que tenían hasta hace unas cuantas decenas de años.
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El guardaviñas
Este camino también daba servicio a los antiguos majuelos cultivados en las zonas más altas de la ladera, donde aún quedan restos de bancales y de alguna parra asilvestrada, además de almendros. Pasamos junto a un chozo, no de pastor en este caso, sino guardaviñas, pues su construcción arranca de un muro de piedra de sujeción del bancal.
Al poco tomamos la cañada soriana o burgalesa, que se mantiene a duras penas con grandes irregularidades en su anchura gracias a que aprovecha una especie de como espina dorsal repleta de piedra y maleza. Vemos el amplio valle del Duero, también los Piñeles.
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La paramera
Finalmente salimos al páramo abierto. Circulamos un buen rato por la cañada hasta tomar el camino de los Aguaduchos que nos baja hasta el arroyo de Fuente la Peña y de ahí volvemos a subir a la paramera por un agradable valle en el que abundan robles y encinas. Cruzamos junto a un chozo de pastor. Arriba nos esperaban una pareja de corzos. Cada vez temen menos al hombre.
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Un viejo corral
Ahora, con la referencia de la gigantesca antena de TV de Fompedraza en el horizonte, nos dirigimos hacia Canalejas, que está 3 km más allá. Todo es raso. Algún pequeño pinar. Alguna encina o algún pino solitario. La cordillera central en el horizonte. También Campaspero. Nos acercamos a El Encinar y seguimos. Bordeamos Canalejas y llegamos hasta la cañada de Martín Abad; poco más de un kilómetro y estaríamos en la provincia de Segovia, pero no avanzamos más.
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Comienzo del barranco
Ahora nos introducimos, cuesta abajo, por el barranco del Olmar. Hay que superar unos pasos no muy complicados entre paredes de piedra y luego zonas de maleza abundante hasta y se sale a un pequeño claro donde se está reparando una caseta o refugio. Luego el barranco se va ensanchando y se aprovecha para el cultivo.
Llegamos a la Piedra Mediana, donde hemos estado alguna vez. Es muy curiosa y enorme: parece que se hubiera desprendido del cerral del páramo y, deslizándose por la ladera, se hubiera quedado en su mitad, de ahí lo de mediana. Es una gran piedra, prueba de ello son las grietas que sufre debido a las fuerzas a las que se ve sometida… Tiene varias cuevas, al menos a una de ellas hay que entrar escalando, pues se encuentra en la pared, a unos 4 m del suelo y, al parecer, alguna sepultura, cosa que también ocurre en el suelo de piedra sobre el que se asienta la cercana ermita del Olmar. O sea, que la piedra bien pudo ser un eremitorio medieval.
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Detalle de la Piedra
Seguimos por el camino que nos lleva, en ligera subida, hacia Canalejas y nos encontramos de frente con una garduña que nos mira con curiosidad durante varios segundos. Nos asomamos al ahora amplio valle del Olmar, contemplando Torre de Peñafiel y el valle del Duratón. No hemos pasado por la ermita, pues ya la hemos visitado en numerosas ocasiones. Pero recomendamos visitarla si no se la conoce, merece la pena el lugar.
La vuelta podríamos haber la hecho por el valle del Duratón y Peñafiel, pero seguimos por el páramo. Nos topamos con la cañada de la Yunta que nos conduce a las ruinas del monasterio de Oreja; bajamos hacia Langayo por otro camino que está poco transitado, de Vaspalomar le llama el mapa y baja muy en directo, sin concesiones al desnivel, hasta el precioso lugar donde se junta el arroyo de las Conejeras con el de Oreja, que mantiene el nombre.
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Cruz en Manzanillo
Ya sólo nos queda sortear los muchos picos, motas, mesas, peñas, hoyos y cuestas en los que se va deshaciendo el páramo entre Manzanillo y Quintanilla. Y es que, efectivamente se trata de un paisaje peculiar, aparentemente desordenado y caótico, pero –como todo- tiene su explicación: un montón de arroyos y regueras pretenden desembocar en el Duero, a contra mano, y convierten lo que podía ser un tranquilo vallejo tributario en laberinto orográfico. Cosas de la tierra y sus elementos.
Pero al fin llegamos a Quintanilla por donde hemos salido, por la vieja estación del ferrocarril de Ariza. Aquí podéis consultar el trayecto seguido. Por cierto: hace años hicimos una ruta muy parecida por estos mismos andurriales.
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