Palenzuela

Palenzuela

Ya dijimos que la provincia de Valladolid, hasta mediados del siglo XIX, fue algo diferente a la actual. En el siglo XVI se cita el partido de Palenzuela como perteneciente a Valladolid, razón por la cual nos damos un paseo por esta región, que hoy pertenece a Palencia y a Burgos, y sigue perteneciendo, desde el punto de vista físico, a la comarca del Cerrato.

La villa

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De entrada, Palenzuela (la Pallantia romana) es tierra repleta de historia. Fue cabeza del alfoz, luego cabeza de la merindad del Cerrato, hasta que la perdiera en beneficio de Baltanás. No hay más que pasear por sus empinadas y estrechas callejas y visitar sus alrededores para comprenderlo. Un largo puente sobre el Arlanza nos dirige hacia la localidad, que se solaza en la ladera de un cerro. En la orilla del río hemos dejado las ruinas del convento de San Francisco, y entre las calles volvemos a ver restos de grandes construcciones, tanto religiosas como civiles: la iglesia de Santa Eulalia o el castillo, un poco más alejado. Nos llamarán poderosamente la atención los soportales de la plaza, sostenidos por auténticos troncos de árbol sin casi trabajar.

 Callejas combadas, con verdaderas cárcavas urbanas en los muros roídos por los siglos. Boquean las ruinas en silencio, pues ni se oye el estertor de su agonía. Castilla en escombros, que dijo Senador, dejó escrito Unamuno.

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Pero el paisaje es cerrateño y, por tanto, luminoso. Las claras aguas de sus ríos –el Arlanza el primero, que nace junto al Duero- brillan con el sol y dan, si cabe, más luz al ambiente.

Río Franco

Después de visitar las ruinas del castillo, nos vamos por caminos ondulados hacia el cauce del Arlanza, donde no faltan ni los prados ni las alamedas. Aguas abajo, más allá del puente, hemos dejado un molino junto a un largo y rústico puente; parece salido de una ilustración de cuento de hadas.DSCN1717

Pero nos desviamos para introducirnos en el cauce del río Franco. Pasamos por la granja Retortillo (con iglesia de origen mozárabe) y por Hontoria –muchas localidades en el Cerrato llevan este nombre, debido a la abundancia de fuentes- pero no llegamos hasta San Juan de Castellanos. Una curiosidad: estas tres granjas pertenecen a la familia Sánchez Junco, propietarios de la revista ¡Hola!  Es la finca más extensa de la provincia de Burgos, dedicada a la ganadería, agricultura y cinegética. Tiene en su interior un museo de taxidermia con todos los animales cazados por la familia.

Subimos al páramo –corrales, cañadas y robles- para acabar en Cobos de Cerrato que también perteneció a Valladolid, como todos los pueblos de los alrededores de Palenzuela. Es un lugar perdido y olvidado: hay que proponérselo seriamente para acabar aquí. Y de nuevo al páramo, donde veremos los corrales de Valdemén y los de la Senda.

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Torrepadre, Villahoz, Escuderos…

Bajamos al cauce del Arlanza. Bajo el puente se humilla el río, siempre acompañado por una hilera de álamos. Torrepadre también es historia; lo de Torre le viene por ser una más de las torres defensivas extendidas a lo largo del Arlanza; lo de Padre se debe a su poblador. Lo cierto es que este río, con sus pueblos, sus puentes, sus presas y molinos, sus campos ribereños, sus cerros… tiene mucho de poético y olvidado, y por eso nos alegramos de haber aparecido por aquí, lejos de las grandes ciudades y de los cruces de caminos. Pero así es el Arlanza olvidado.

…y Tordemoronta, la espadaña olvidada

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 En estas estamos, habiendo salido ya de Escuderos cuando, de repente, ¡otra sorpresa!: una solitaria espadaña, sin ermita ni construcción, haciendo, a duras penas, guardia en la cresta de un páramo. Son los restos del monasterio de Tordemoronta, o sea, la Torre, en este caso, de Moronta. Abajo, en el mismo lecho del río, se han encontrado huellas de animales prehistóricos. Desde aquí divisamos el ancho valle del Arlanza, con las tierras de Retortillo en primer plano..

Y como el paseo se nos ha hecho más largo de lo previsto, volvemos por la carretera hasta Peral, que tiene otro puente precioso, casi absorbido por las alamedas, y hasta Palenzuela por tranquilos caminos.

Junto a la ermita de Allende el Río descansamos, mientras los pescadores trajinan en busca de barbos y truchas.

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Los polvorines del Pinar (y 3): los lugares

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(Tienes el mapa en la primera entrada)

Partiendo del muro sur de las tapias del Parque de Artillería podemos observar dos trazas: por un lado, la entrada al Parque de la antigua vía del ferrocarril y algo más adelante, arrancando de la misma tapia, un antiguo camino empedrado, el cual es el eje de todas estas construcciones. Este camino, de algo mas de un kilómetro daba servicio a 6 polvorines, tres a cada lado. De ellos dos explosionaron, uno se conserva y los otros tres han sido tapados.

Si iniciamos el paseo junto a la tapia, nada más comenzar se observa el primer polvorín de los enterrados: podemos ver la base de su garita de vigilancia y trazas de la entrada, además de sus respiraderos.

A unos 125 meros de la tapia, por el camino y al lado contrario de la anterior, se ve la base de otra garita de centinela: pues bien, enfrente de la misma, a unos 50 metros del camino, nos encontraríamos en el centro del cráter, el cual fue tapado sobre el 2005 y del que aún pueden observarse las puntas secas de algunos chopos que crecían al lado de la charca existente. También se aprecia que los pinos y retamas de su interior son de reciente plantación. Este corresponde a la segunda explosión, en 1950. (41.590667, -4.763120) (La ubicación en el mapa es aproximada 41°35’26.4″N 4°45’47.2″W)

Base de la garita frente a los restos del cráter del Polvorín nº 3
Base de la garita frente a los restos del cráter del Polvorín nº 3

Si avanzamos por el camino nos topamos con la carreterilla que sube desde la cañada y con el Parque de Tirolinas: aquí, desde el exterior de la valla se aprecia el único polvorín que sigue tal cual fue abandonado en su momento: puede observarse su puerta e incluso su sirena de alarma instalada bajo una teja. ¡Ojala se conserve para recuerdo y se le pueda dar alguna utilidad!

Único polvorín que se conserva (nº 5)
Único polvorín que se conserva (nº 5)

Para retomar el Camino de los Polvorines tenemos que rodear la absurda y antiestética valla que han instalado para aislar el anterior. Una vez en él, llegamos al cruce con la nueva Senda de la Legua, que en esta parte se corresponde con el camino que iba desde Laguna de Duero a Simancas. Si la atravesamos y seguimos por el camino, encontraremos a la derecha otro polvorín, también tapado pero al que se le aprecian bien los respiraderos superiores: era de los más grandes.

Los restos del segundo cráter son más difíciles de identificar pues han quedado muy bien integrados en el terreno y está poco definido: seguimos por el camino empedrado, cruzamos una alcantarilla que salva una vaguada y mas adelante un camino, también perteneciente a estas instalaciones. A unos 200 metros de este cruce, a la derecha, se encuentra el lugar donde se produjo la terrible explosión de 1940. Aun se pueden apreciar tímidos desgarros en la tierra junto con nueva vegetación. (41.584506,-4.770652) (41°35’04.2″N 4°46’14.3″W)

Zona del cráter de la primera explosión
Zona del cráter de la primera explosión

Todavía hoy se pueden observar escombros procedentes de la explosión, semienterrados y erosionados. Hay que pensar en las toneladas de grava, greda, estructuras del propio polvorín y, desgraciadamente, restos humanos, que saltaron por los aires.

Finalmente y a la izquierda del camino se aprecia el último de ellos (nº 4), también tapado junto con algunos restos de otros edificios auxiliares.

Un rincón del Pinar
Un rincón del Pinar

En cuanto a nuestro paseo, la zona en concreto, se ha convertido en una de las más divertidas para disfrutar de la bicicleta de montaña y, por supuesto, también caminando.

En fin, esperemos que esta pequeña reseña, nos facilite recordar algo de nuestra historia y del sufrimiento allí vivido por tantas personas cuando ahora rodemos por este delicioso laberinto de senderos.

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Javiloby

Los polvorines del Pinar (2): las explosiones

Respiraderos de uno de los polvorines (nº 2)
Respiraderos de uno de los polvorines (nº 2)

 

Explosión del Sábado, 21 de septiembre de 1940 (Fiesta de San Mateo en Valladolid)

Esta violenta explosión ocurrida en la penuria de la postguerra, acabó con la vida de más de 150 personas, entre militares y bomberos. Aunque no se conoce con precisión el origen del incendio que lo provocó, parece que fue debido a un contenedor de alquitrán. El afán por controlarlo y apagarlo, en lugar de evacuar el lugar, hizo que la tragedia fuera de esta magnitud.

Explosion 1940

Nos cuenta el cabo César Bartomeu en sus memorias que se entrevistó con el hijo menor del coronel Juan Sáez Ortega, jefe del Parque, muerto junto con otro de sus hijos en la explosión, y a este, a su vez, se lo contó el chofer que sobrevivió y fue testigo directo:

….sobre las dos de la tarde del sábado 21 de septiembre de 1940, fiesta de San Mateo en Valladolid, estando el coronel almorzando con su familia en el Parque de la Rubia, recibió una llamada telefónica informándole de que se había declarado un incendio en el polvorín, sito en el Pinar de Antequera, distante unos cuatro kilómetros. Inmediatamente se desplazaron allí el coronel, su ayudante, el capitán Redondo y el maestro artificiero Carlos Sáez Antón, hijo del coronel, y el chofer.

Dice que cuando llegaron pretendieron cerrar los respiraderos de un montículo por donde salía humo. En ese momento se produjo la primera explosión pillándoles de lleno al coronel, a su hijo y al capitán. El chofer, que se había quedado junto al coche, fue desplazado contra un pino por la onda expansiva, sufriendo rotura de clavícula y conmoción cerebral…

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Del parque de bomberos de las Eras

 

Explosión del Miércoles, 14 de junio de 1950

En esta, casi 10 años después, murieron cinco personas, cuatro militares y una mujer, vecina del Pinar, además de más de 70 heridos y numerosos desperfectos en la zona.

De esta explosión, afortunadamente, aun es posible encontrar personas que la vivieron de cerca, entre ellas mi madre, Josefa, que me cuenta:

… yo estaba trabajando en Valladolid, al oír la explosión acudí caminando a la casa del Pinar a ver a mis padres y hermanos, afortunadamente todos estaban bien pero en la huerta que tenían, había aparecido un trozo de hormigón rasgado de unos 100 kg, el aspecto del pinar era desolador… (La finca estaba situada a unos 2 km. en línea recta del lugar de la explosión).

La mujer fallecida de 36 años, Hilaria Gómez salía de su casa con su cría en brazos cuando le cayó una piedra encima de 16 kg, la niña salió despedida, felizmente ilesa. Nos llama la atención, al consultar la hemeroteca, cómo la prensa de la época suavizaba y tergiversaba estas noticias.Explosion 1950

También sabemos que la vivienda en la que viven los guardas del Pinar, a unos 200 m del lugar, fue totalmente destruida y sus moradores sobrevivieron fruto de la casualidad. La madre, Consuelo, tuvo que dar a luz por aquellos días y optó por ir a su pueblo, allí estuvieron seis meses hasta que les reconstruyeron la casa.

Algunos pormenores más de estos desastres pueden ser consultados en diferentes fuentes de internet, tales como las memorias del soldado republicano César Bartomeu que vivió de cerca la primera explosión perdiendo a un amigo (se ha transcrito anteriormente parte de su relato) y también en las reseñas históricas del Parque de Artillería. Las hemerotecas del Norte de Castilla o ABC, incluso prensa extranjera dan cuenta del segundo. No obstante la información es escasa e imprecisa. Tanto en el Parque de Bomberos como en el Parque de Artillería hay lápidas en mármol que recuerdan el nombre de los fallecidos. También hay una sepultura colectiva en el Cementerio del Carmen, probablemente con un conjunto de restos, ya que consultados los partes de accidente en el Archivo del Ayuntamiento, los 9 bomberos fallecidos figuran desaparecidos. Y es que les pilló de lleno la explosión.

Se me pasa por la cabeza el pensamiento del triste destino de tantos soldados que tras la alegría de sobrevivir a los campos de batalla de la guerra murieron pocos meses después en esta tragedia.

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Lápida que se puede leer en la parte trasera del monolito a los Caídos del Parque de Artilleria. Destaca el número de fallecidos el 21-9-1940

Los polvorines del Pinar de Antequera

Polvorin Antequera

Ya se ha descrito en el blog en numerosas ocasiones el placer que supone internarse con la bicicleta por los entresijos del Pinar de Antequera que, como se mantiene bien conservado, invita a nuevos habitantes como el corzo, que cada vez se ve con más frecuencia. Hoy vamos a recordar algo de su pasado como asentamiento militar, lo que puede apreciarse al recorrer ciertas áreas en las que tuvieron lugar dos de los hechos más desgraciados acaecidos en la historia de Valladolid.

Cuando ahora pedaleamos libremente por sus caminos nos llama la atención algunos restos de construcciones en las inmediaciones de las piscinas de FASA y del nuevo Parque de Tirolinas, pues hasta bien entrados los años 70, allí había un campo de tiro, una pista de aplicación, otra de carros de combate, además de algunos polvorines abandonados. Y todo ello aderezado con alambradas y algunos carteles que avisaban de que se trataba de una zona militar.

 

Parada del autobús del Pinar sobre 1965
Parada del autobús del Pinar sobre 1965

Por aquellos años la parada del autobús se convertía en un colorido punto de reunión que, en días festivos, se atestaba de soldados de reemplazo de aviación, artillería y caballería junto con lugareños y veraneantes. En verano era frecuente que el autobús fuera o llegara abarrotado, al mejor estilo de las grandes ciudades, dejando a veces numerosas personas abandonadas en la parada a la espera de algún probable refuerzo de otro autobús. Por aquella época además había otra línea de autobús y paraban varios trenes.

Los polvorines

Como una continuación del destacamento del Parque de Artillería, había distribuidos a lo largo de un camino empedrado, bien construido, recto, que salva desniveles y dispone de alcantarillas, una serie de polvorines semienterrados en los que se almacenaban explosivos y municiones que luego se distribuían entre las guarniciones de la desaparecida VII Región Militar. Su importancia era tal que incluso las vías del tren penetraban en el Parque de Artillería; era habitual la carga de convoyes con destino a las diferentes Unidades de la región. Estas vías aún pueden observarse en algunos lugares.

 

Vía de acceso al Parque
Vía de acceso al Parque

Hasta hace bien poco, también eran visibles dos enormes cráteres, en cuyo interior se había formado una pequeña charca procedente de aguas freáticas pobladas de ranas y rodeadas de chopos, sauces y zarzas.

Pues bien, cada uno de ellos se correspondía con sendas explosiones ocurridas durante el siglo pasado y de las que, dadas las circunstancias de la época, ha trascendido muy poca información. Se conoce que en la primera explosión deflagraron 201 toneladas de pólvora siendo la medida del cráter de 80 m. de diámetro y 23 de profundidad, nada menos.

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Unos de los 6 polvorines construidos sobre los años 30

Estos cráteres fueron prácticamente tapados a mediados de la pasada década y me pregunto si no hubiera sido más oportuno conservarlos adecuadamente con el fin, no sólo de mantener vivo el recuerdo de las tremendas desgracias allí acaecidas, sino además de conservar los pequeños ecosistemas que se habían generado en sus charcas. Aún podrían recuperarse junto con algún pequeño memorial de recuerdo que animaría y daría más interés, sin duda, a los paseos por los alrededores de la nueva Senda de la Legua.

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Paramos un momento: en la siguente entrada narraremos brevemente las explosiones y en otra posterior la situación de los lugares, que ya adelantamos en el mapa de arriba.

 

 

 

Un 10 para Bikes y birras

 

El equipo en la meta
El equipo en la salida

Un gran día entre Sardón de Duero y Quintanilla de Onésimo para los ciclistas todo terreno.

Y no sólo porque hizo –por fin- calor, lo cual siempre suele ser bueno para rodar, sino porque todo estaba perfectamente organizado.

Todos teníamos un poco en la cabeza la dificultad del recorrido, o sea, las cuatro subiditas al páramo. ¿Cómo responderíamos? Pero la organización lo había previsto muy bien, de manera que, siendo el desnivel prácticamente el mismo para las cuatro subidas, la primera fue, con mucho, la más dura y la dificultad fue decreciendo progresivamente hasta la última, que resultó ser la más suave. Los que iban pensando que sólo subirían dos, acabaron subiendo tres. Y los que creíamos que sufriríamos, pues felices.

La subida espera
La subida espera

¡Y qué avituallamiento! Nada menos que en Quintanilla, ¡un barril de cerveza de la buena! Nos dio alas para subir.

Mil gracias a los organizadores y a todos los que estaban para indicar el rumbo en los cruces de caminos. Y a los participantes. Abundaban los equipos tipo Jarra y Pedal, o Porrón y Parrilla. O sea, gente normal.

El paisaje mereció la pena, eso ya lo sabíamos: páramos, encinares, vistas sobre el Duero y el Valcorba, el Canal y el Duero…

Saliendo del encinar de "El Montecillo"
Saliendo del encinar de «El Montecillo»

La última bajada fue un disfrute. ¡Qué sensación tirarse por el senderillo!

Estupendo el hornazo, la empanada, las cervezas (ya lo hemos dicho, pero lo repetimos), los pinchos, y la piscina.

Gracias,  enhorabuena y¡hasta el año que viene!

Esta encina nunca vio tantos ciclistas
Esta encina nunca vio tantos ciclistas

 

Rueda del Almirante

Rueda
Rueda

(Viene de la entrada anterior)

{ Mis compañeros de ruta me dicen que, en la entrada anterior, se me ha olvidado poner que nada más salir de Mansilla nos cayó un fuerte aguacero que nos empapó hasta los tuétanos. Y que entre San Pedro de Eslonza y San Miguel de Escalada nos pasó lo mismo. Pues nada, ya lo he escrito. Lo que pasa es que uno, cuando va en bici, hasta disfruta con estas mojaduras. Y tampoco hay que ponerlo todo… Dicho lo cual podemos seguir, ¿no?}

Repuestos de la sorpresa y como queriendo oír los cánticos de la liturgia mozárabe entre las sendas ásperas del monte, nos introducimos de nuevo entre campos de robles y brezales. Ahora la subida, dando un amplio giro nos conduce, por fin, a Rueda el Almirante, cabeza de esta amplia comarca durante muchos siglos. Era la capital de 38 pueblos –hoy todavía llevan el apellido de Rueda– diseminados por buena parte del valle y la montaña. Aquí el Almirante –o su valido- gobernaba desde su castillo.  Y el pueblo es un auténtico picón que se adelanta sobre el Esla, una verdadera plaza fuerte natural. Hoy, sin embargo, la vemos perdida y olvidada. Con escasos habitantes, ya no tiene la primacía municipal que perdió en beneficio de Gradefes, y la comarcal a favor de Mansilla de las Mulas.

Pero Rueda conserva el espíritu de lo que fue, eso que nadie le podrá arrebatar. Los cimientos del castillo están visibles y un paseo-mirador que la bordea nos deja ver lo extenso y fértil de su viejo territorio. Y parece que nos dice: todo esto, y más que no se ve, fue mío.

La Fuente Romana
La Fuente Romana

Otro adorno importante de Rueda son sus fuentes. Nada más entrar nos reciben tres grandes pilones para abrevar el ganado; al pasear por sus calles descubrimos fuentes de todos los tipos, tamaños, edades: una artística con cuatro grifos; la de la Asunción, que es la única fuente-altar que he visto en mi vida, y, la Fuente Romana, verdadero vestigio de otros tiempos. Ésta tiene, además un estanque con ranas y peces y una amplia pradera con mesas para reponer fuerzas. Es lo que hicimos.

El valle del Esla

Cuesta marcharse de Rueda, pero como sólo hemos de dejarnos caer… en un pis-pas estábamos abajo, en el valle. Cruzamos Casasola de Rueda y Cifuentes de Rueda. Una carretera de las de antes, angosta y con hileras de chopos que juntan sus ramas sobre el asfalto, oscura, nos lleva a Gradefes.

6 julio 214

Otra visita, esta vez al monasterio de Santa María la Real, ocupado todavía por monjas cistercienses. Y otra peculiaridad en este monasterio: aunque es románico –su iglesia tiene una espléndida girola, algo que no es muy habitual- el claustro, sin embargo, nos recuerda las construcciones tradicionales de la comarca, con la balconada en madera que se asoma desde el primer piso. Las monjas son verdaderas hermanas en la vida y en la muerte, pues en el mismo patio del claustro, bajo unas sencillas cruces de madera, las fallecidas descansan como sin querer irse del todo, acompañando a las que todavía viven entre estas paredes.

¡Ah! estas monjas son unas expertas reposteras. Gracias a sus virutas, pudimos reponer fuerzas para seguir el camino.

Monasterio de Gradefes
Monasterio de Gradefes

Y la trampa final

La vuelta fue por el río, pues tomamos las sendas y caminos de la orilla izquierda, y atravesamos pueblos y campos de labor. La comarca es un verdadero vergel: gracias al Esla y al canal de Payuelos sobra agua para estos campos. Incluso atravesamos –algunos, que otros prefirieron dar un rodeo, todo hay que decirlo- vados con agua cristalina que nos llegaba por encima de las rodillas. Y es el paraíso de los pescadores: el ancho río ofrece sus tablas y pozas al pescador que aquí se encuentra a sus anchas para engañar a la trucha.

Los pueblos son sencillos –domina la torre piramidal picuda en la iglesia en vez de la espadaña- con fuentes de ricas aguas, con acequias y lagunas que quieren inundarlo todo, con caces que llevan agua al molino y socaces que lo devuelven al río-, con alamedas.

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Ya desde la carretera, pasamos junto a La Cenia, desde donde nos miraban los ciervos con cierto respeto.

Para terminar, nos metimos en la boca del lobo, o sea, entre el Esla y un cuérnago: después de intentar salir de frente por donde no había paso, media vuelta y de nuevo a la carretera. Pero ya estábamos en Mansilla, donde el bullicio del Camino de Santiago contrasta con la tranquilidad del río y el monte de los que venimos.

Aquí, la ruta según Miguel Ángel

Entrando en Mansilla
Entrando en Mansilla