Puente Duero, sus montes y ríos

Gracias a Covid-19 los pinares de Valladolid, especialmente el de Antequera, se han llenado de paseantes y ciclistas. Como no nos dejan salir de término municipal, la mayoría nos hemos dirigido hacia el sur (Antequera) llegando incluso hasta los montes de la ribera del Adaja, pues nuestro término se alarga en dirección sur unos 14 km, mientras que hacia el norte no llega más allá de 7aproximadamente, igual que al este y al oeste.

El Puente

Puente Duero es Valladolid desde muy antiguo. Seguramente su origen se lo deba al mismo puente sobre el Duero, ya que todos los viajeros que se dirigían desde Simancas y Valladolid hacia el sur debían pasar por él, y no les vendría nada mal alguna venta o mesón. También cruzaban las cañadas de la Mesta leonesas y burgalesas que previamente habían pasado por Simancas o Valladolid. No hay más que contemplar la disposición de las casas de esta localidad o barrio para darse cuenta de que es una gran calle cuyas casas guardan la anchura de la vía pecuaria, tanto a un lado del río –del puente- como al otro, es decir, en dirección Valdestillas y Valladolid-Simancas.

Y no es nada aventurado pensar que aquí en la época romana existiera un puente, si bien no hay duda de que el origen del actual se remonta a la Edad Media. Poco hay que ver en Puente Duero al margen de la belleza austera y equilibrada del propio puente; la antigua iglesia cayó en el siglo XIX a consecuencia de una riada, si bien restos del retablo podemos contemplarlos en la nueva. En la orilla del río está, abandonada, la fuente del Caño y muy cerca de la iglesia podemos beber de una nueva.

Vaguada en el monte Blanco

Puente Duero, en fin, a pesar de pertenecer a Valladolid tuvo alcalde pedáneo hasta 1960, en que pasó a ser un barrio de la ciudad a todos los efectos.

Al sur del Duero se extiende un territorio de casi 8 km de largo, de este a oeste, por unos 4 km de ancho en su parte central, de norte a sur.

Piñonero y negral

Pinar del Esparragal, cerca de Aniago

En la parte norteoeste podemos pasear por el amplio pinar del Esparragal, casi todo él llano, con muchos pinos de buen porte y dos caminos de excelente firme que los atraviesan, ideales para rodar. Uno es el denominado camino de Aniago y el otro se dirige también a Aniago entre el pinar y una franja de tierras de labor junto al Duero. También lo recorren diversos caminos secundarios que, si no tienen tan buen firme, se rueda muy bien por ellos. Por senderos se puede llegar a diferentes puntos de la ribera del Duero: la Vega o la pesquera de Pesqueruela. El término municipal se queda a sólo 300 m de la desembocadura del Pisuerga y a kilómetro y medio de las ruinas de Aniago y la desembocadura del Adaja.

Efectos del último temporal de viento

Monte Blanco, un lujo para Valladolid

En la franja central o sur podemos pasear por un idílico y pintoresco lugar que sí, sí está en Valladolid y es el monte Blanco. Es monte en las dos acepciones de la palabra. Por una parte su altura máxima está 80 m por encima de Puente Duero y cuenta, por tanto, con cuestas y vaguadas. El punto más alto –Eras denominado- está señalado con un vértice geodésico, pero lo que nos facilita su localización es la torreta de vigilancia contra incendios. Y por otra parte es un auténtico monte mixto de pinos y –sobre todo- de encinas con algún roble aislado. También descubriremos una amplia pradera que ataño estuvo dedicada a cultivo. Hasta la cima del monte podemos rodar por estrechos senderos, rozándonos con encinas y arbustos, que parten de una antigua gravera al sur de Puente Duero. O bien podríamos utilizar caminos más accesibles desde la urbanización los Doctrinos o desde la cañada de merinas, hoy carretera de Valdestillas.

El punto más elevado

Merece especialmente la pena la asomada sobre el Adaja y su valle, e incluso bajar por las curiosas hornías hasta el mismo cauce y cruzarlo por el vado Ancho. Se divisa igualmente Simancas y Ciguñuela, Valladolid, Laguna, las Mamblas de Tudela, Olmedo, Valdestillas, Matapozuelos, Villavieja del Cerro… Un lujo de observatorio.

Todos conocemos el refrán Soy Duero, que de todas aguas bebo, menos del Adaja, que me ataja. Pues bien, tal vez desemboque este río cabreado porque precisamente aquí, este monte lo detiene en su constante y rectilínea dirección norte para hacerle desembocar con rumbo oeste. Y muy enfadado por ello, ataja al Duero.

Uno de los muchos senderos

Y el Cega desemboca por aquí

Y al este tenemos el denominado Montico de Duero, otro precioso monte de pinos, encinas y abundante retama con suelo de grava y arena que se acerca hasta Viana o, para ser exactos, hasta la vía del AVE. En esta zona se encuentra la desembocadura del río Cega en el Duero, pero no se puede acceder a ella en bici, pues está todo vallado. Recuerdo que, de chavales, íbamos a pescar y pasar el día a ese idílico paraje, y ya entonces teníamos que cruzar por una estrecha franja, llena de maleza, entre el río y los gallineros y terrenos cerrados, desde Puente Duero. No hace muchos años pude llegar a ella caminando sobre las arenas del Cega en verano, aprovechando la buena temperatura y el exiguo caudal del río.

Entre Viana y Valladolid

Pues nada, a rodar por el término administrativo de Pucela. Es lo que hay. Si se tercia,  prepararemos  entregas administrativas: Pinar de Antequera, Arcas Reales, Esgueva, La Overuela, La Bambilla…  Claro que antes nos podemos morir de hambre o de pena –jamás por Covid- ya que la consejera parece dispuesta a mantener la fase 0 hasta Navidad.

Zapatitos de la Virgen

Alguien, hace ya unos cuantos años, aprovechó una de las primeras arcas reales  (que data de 1588) como mural para su expresión artística (!). Casi al mismo tiempo, un zapatitos de la Virgen decidió que era buen sitio para nacer.

Así no vas a llegar a viejo, no tienes espacio para sostenerte y nutrirte bien, le dijeron.

No importa -contestó- disfrutaré de la luz, la lluvia y la vida el tiempo que me corresponda y seré feliz, siempre merece la pena vivir y más en primavera. Aunque estés casi emparedado. (O confinado que diríamos hoy)

Y así estaba un 18 de abril de 2004.

Paseando junto a la Esgueva interior

Vamos a seguir el viaje de la Esgueva interior, o norte, o derecha, pues este río se dividía en dos al llegar al Puente de la Reina, que se encontraba donde hoy le cruza el canal del Duero. Precisamente aquí existieron unas compuertas de regulación, cuya finalidad era evitar las inundaciones en la ciudad en caso de fuertes crecidas, pues, como cita Matías Sangrador, gracias a ellas se permitirá únicamente pasar por este ramal interior la cantidad de agua que se crea conveniente, pudiendo dirigirla en su totalidad, en casos de avenidas, por el exterior, que por la profundidad de su cauce no ofrece el menor peligro. Este ingenio se hizo con motivo del encauzamiento de la Esgueva interior, entre 1848 y 1860.

Arquetas del comienzo

Por el campo

Es relativamente fácil seguirla: en los planos del IGN más antiguos se señala este cauce como brazo seco y en algunos de los posteriores se señala, al menos en parte, como si fuera una acequia. Hoy lo distinguimos gracias a que el lugar por el que discurría está marcado por una línea de espadañas. Este cauce se niveló con el terreno adyacente, pero seguramente quedó como acequia durante un tiempo y, finalmente, ha quedado en muchos puntos como divisoria de tierras. Sea como fuere lo cierto es que desde el sifón del Canal del Duero vemos una línea señalada por arquetas hasta que se transforma en una línea de espadañas que a veces desaparece pero que vuelve a renacer. Incluso al toparse con la VA-30 le han construido un pequeño túnel para que lo cruce (!), aunque la Esgueva no existe ya. Sigue después manteniendo las espadañas hasta que, sin llegar a perderlas, vemos una hilera de grandes chopos -el primero, seco- que se aprovechan de la humedad del antiguo lecho. Este es uno de los pocos puntos donde distinguimos un cauce bien marcado, si bien pequeño. Todas estas tierras -desde Puente la Reina a la ciudad- son de muy buena calidad y, si nos fijamos, veremos un suave lomillo entre las dos esguevas. Por cierto, este pago sigue llamándose Entresguevas.

La línea del «brazo seco»

La VA-20, por el contrario, no respeta la Esgueva y la corta. Si nos fijamos, en este punto también abundan las junqueras. Por cierto, a nuestra derecha iba -quedan los restos con firme de buena piedra- el camino viejo de Renedo y a la izquierda el camino de Puente la Reina, que sale de la calle del mismo propio nombre.

Poco antes de llegar a la ciudad

Y por la ciudad

Continúa separando buenos labrantíos hasta que llega un momento en que se acaba la tierra y empieza el asfalto. Ahora la Esgueva sigue una linea recta e imaginaria que nos lleva, cortando la calle Universo -primera con la que ahora se topa en la nueva ciudad- hasta las proximidades de un gran gimnasio, en la calle del Asteroide. Allí mismo, junto a la puerta, la acequia posterior hacía un meandro cuya huella todavía puede observarse. Luego, retomaba su rumbo dirigiéndose por la hoy calle Andrómeda para atravesar el ferrocarril justo por donde hoy están excavando un nuevo paso subterráneo. ¡Hasta en esto nos hemos aprovechado de la vieja Esgueva, después de muerta! Desde el gimnasio hasta aquí vemos claramente como el plano está inclinado para favorecer la bajada de las aguas.

Atravesada la calle Nueva del Carmen la Esgueva iría por lo que es la calle Nochevieja a encontrarse con su futuro: el nuevo cauce que recoge las aguas de las antiguas Esguevas a partir de 1910. O sea, este ramal lleva muerto casi 110 años. Al norte quedaba un amplio espacio que se dedico a eras, en el siglo XVIII. Después, la Esgueva entraba en el prado de la Magdalena por los ojos de un puente que ha quedado como recuerdo y vestigio de otros tiempos en una zona hoy ajardinada. Pero estos arcos no daban servicio a un camino, sino que por formaban parte de la antigua cerca de la ciudad y permitían la entrada de la Esgueva en Valladolid. Allí mismo podemos contemplar restos de la citada cerca, en el lado sur.

Rotonda en la calle Universo, atravesada por una Esgueva imaginaria

El prado de la Magdalena llegaba, en el siglo XVIII, hasta la iglesia que le da nombre y hasta la misma calle Paraíso, por donde nuestra Esgueva seguía. Poseía arbolado y pradera, pero también abundaba en encharcamientos y zonas pantanosas, no solo debido a las aguas de la Esgueva, sino también a los muchos manantiales que aquí surgían, tal como refleja el plano de Bentura Seco. Por eso, al desviar la Esgueva a principios del siglo pasado, se procedió al avenamiento del prado. Si nos situamos cerca de los arcos citados, vemos un amplio cauce y su correspondiente inclinación para dirigir las aguas. Se vislumbra que por aquí cruzaba un río de poco fondo y, por tanto, más ancho de lo que sería normal. Por cierto, junto a los arcos hubo una fábrica de papel continuo que, desviada la Esgueva, llegó a utilizar, a su vez, agua del nuevo encauzamiento. Caprichos de las aguas.

Aquí se construyó un puente sobre la Esgueva para el ferrocarril; ahora se aprovechará como paso de vehículos y peatones… si no hay sorpresa.

La Esgueva soterrada

A partir de la calle Paraíso y desde mediados del siglo XIX, la Esgueva interior fue soterrada, es decir, encauzada mediante dos muros cerrados con su correspondiente bóveda y tapado todo ello con tierra, de manera que la ciudad ganó superficie para nuevas calles y plazas, pero perdió su Esgueva. El recorrido urbano ya lo conocemos: calle Paraíso, la Antigua, Portugalete, Cantarranas, el Val, San Benito, el Poniente, las Moreras y desembocadura en el Pisuerga. Sirvió como colector hasta la inauguración de la EDAR.

No decimos nada de la Esgueva exterior, así llamada porque históricamente no cruzaba la ciudad, como la otra, sino que la evitaba. Hoy es la única Esgueva hasta el puente del ferrocarril y, a partir de ese punto, fue encauzada artificialmente en dirección norte; es la Esgueva que hoy conocemos. Según algunos investigadores como Watemberg hubo incluso una tercera Esgueva que pasaba cerca de San Pablo y desembocaba en la playa. Otros piensan que se trata de un arroyo ajeno a la Esgueva. Pero lo cierto es que las Esguevas hicieron Valladolid, aportando la tierra de su amplia llanura, e incluso empujaron al Pisuerga hacia el oeste, haciendo más grande esta superficie. Y Valladolid, agradecida se deshizo de sus Esguevas, después de ensuciarlas y ocultarlas. Así de sencillo.

Aquí tienes el recorrido aproximado de esta Esgueva.

Atravesando Valladolid con don Jorgito el Inglés

George Barrow -o don Jorgito el Inglés- fue un viajero que anduvo por España durante los años 1835-1840 enviado por la Sociedad Bíblica británica para divulgar el Nuevo Testamento sin notas por nuestra península. Sabía multitud de lenguas, desde el manchú al romaní, esta última aprendida viviendo entre gitanos durante varios años. Incluso llegó a publicar el Evangelio de San Lucas en romaní (Embeo e Majaró Lucas, Madrid 1837).

En su libro La Biblia en España (con nota previa para la edición española de Manuel Azaña), narra su periplo viajero y, puesto que pasó por nuestros campos, vamos a acompañarle en su andadura vallisoletana.

Salida de Salamanca

El día 10 de junio de 1835 partió en su caballo y casi se pierde: la ruta se Salamanca a Valladolid, a veces carril a veces senda, es muy difícil de distinguir; no tardamos en perdernos y anduvimos mucho más de lo que en rigor es necesario. Ya se ve que los caminos de entonces no estaban tan bien trazados como las actuales carreteras…

Durmió, con sus acompañantes en Pitiega –pueblecito formado por chozas de tierra– y de allí se dirigieron a Pedroso, donde de nuevo hicieron noche para salir hacia Medina del Campo. Ese día anota que hizo mucho calor y que en todo lo perteneciente a España la inmensidad y la sublimidad se asocian. Grandes son sus montañas y no menos grandes sus planicies, ilimitadas, al parecer. A pesar de que estaban todavía en primavera, ésta no debía haber sido especialmente húmeda, pues exclama ¡cuánta melancolía por doquier; qué escasas las notas vivas, joviales! …tierra sin límites, donde los olmos, las encinas y los fresnos son desconocidos; tierra sin verdor… O tal vez exageraba, al acordarse de los siempre verdes campos ingleses.

Medina del Campo

En Medina, la ciudad de la llanura, se fija en que inmensas ruinas la rodean por todas partes y que estaba llena de gente, pues en dos días se celebraría la feria. Por eso le costó que les admitieran en la posada, ocupada principalmente por catalanes. Al día siguiente reanudaron la ruta pasando por tierras muy semejantes a las de días anteriores y a medio día pararon en una venta a media legua del Duero. No sabemos dónde se sitúa esta venta, pues tanto Valdestillas como Villanueva se encuentran a poco más de una legua de Puente Duero…

Riberas del Duero

Aquí el paisaje cambia de verdad para el Inglés, y escribe que las márgenes del Duero son muy bellas y pobladas de árboles y arbustos en los que trinaban melodiosamente a nuestro paso algunos pajarillos a la vez que un delicioso frescor subía del agua que, a veces, se embravecía entre las piedras o fluía veloz sobre la blanca arena o se estancaba con mansedumbre en las pozas azules, de considerable hondura.

Y junto al Duero recuerda a una mujer, como de treinta años, vestida a lo labrador, con pulcritud, que miraba fijamente el agua, arrojando a ella, de vez en cuando, flores y ramitas. Me detuve un momento y la hablé, pero sin mirarme ni contestar, siguió contemplando el agua como si hubiera perdido la conciencia de cuanto le rodeaba.

Y continúa: “¿Quién es esa mujer?”, pregunté a un pastor que encontré momento más tarde. “Es una loca, la pobrecita, -respondió-. Hace un mes se le ahogó un hijo en esa poza y desde entonces ha perdido el juicio. La van a llevar a Valladolid a la Casa de los Locos. Todos los años se ahoga bastante gente en los remolinos del Duero; este es un río muy malo. Vaya usted con la Virgen, caballero”.

Valladolid

Cruzaron el río por un hermoso puente de piedra si bien, a continuación, entraron en los mezquinos y ralos pinares que bordean el camino a Valladolid. Parece que el inglés no podía seguir mucho tiempo sin vituperar el paisaje por el que cruzaba y que no acababa de comprender.

Ya en Valladolid, le llamó la atención su forma, pues se encuentra en el fondo de un valle de escabrosas pendientes y aspecto insólito. Comenta que tiene muchos conventos, que es ciudad fabril y con su comercio en manos de catalanes. Se hospedaron los dos primeros días en la Posada de las Diligencias, para quedarse luego en el Caballo de Troya. Contactó con libreros, con los colegios Inglés y Escocés, con el de las Misiones Filipinas. Cuenta diversas anécdotas y sucedidos hasta que, después de permanecer diez días en Valladolid, continuó viaje.

Dueñas y Palencia

Pasa por Dueñas, situada en una ladera sobre la que se alza una montaña de tierra calcárea coronada por un castillo en ruinas. Le llaman la atención sus bodegas, donde se guarda el vino que en abundancia produce la comarca y que se vende principalmente a navarros y montañeses.

Terminamos con la llegada a la ciudad del Carrión: Dos horas de caballo nos pusieron en Palencia, ciudad antigua y bella, admirablemente situada a orillas del Carrión… ¡Menos mal que los ríos eran para don Jorgito como un oasis en medio de las terribles estepas castellanas!

Un rebaño en la cañada

No es normal encontrar ovejas en la ciudad de Valladolid, ni tan siquiera en una cañada real como lo es la Leonesa Occidental. Pero ahí estaban pastando el pasado domingo, entre Covaresa y el Peral, cerca de la VA-30.

De lejos pensamos que se trataría de algún rebaño trashumante de merinas, pero no, que eran churras y venían de Simancas. Habían llegado hasta el Peral atravesando el puente sobre la VA-30 y en el momento en que llegamos se daban la vuelta para volver a casa. El rebaño era de Simancas y el pastor, un joven gaditano afincado en Moraleja de las Panaderas. Llevaba los enseres en un burro y le ayudaban en su trabajo al menos tres perros careas.

Los ciclistas y paseantes aprovecharon para sacar fotos: ¡no todos los días cruzan rebaños por la cañada real!

¿Vendrán tiempos en los que sea raro encontrar vehículos en las carreteras?

Riberas, lagares y casillas

Desde la colada del Abrevadero

El paseo Zorrilla llega hasta la Rubia, donde antaño había abundantes huertas y casas molineras. Después, se dividía en tres vías de distinto tipo: el camino Viejo de Simancas, la Cañada Real de Puente Duero y la carretera de Rueda. Hasta llegar al pinar de Antequera y al término de Simancas, abundaron también las huertas, así como los viñedos y tierras de labor en general.

Atardecer en la ribera de Santa Ana

Por ejemplo, lo que hoy se conoce como Santa Ana es una de las primeras urbanizaciones de la zona. Tan de las primeras que, como estaba desconectada de otras calles de la ciudad y rodeada de campo, el Ayuntamiento no se hizo cargo del mantenimiento de sus vías y jardines, sino la propia comunidad de propietarios, lo que ocasionaría más tarde un conflicto entre los vecinos, la promotora y dueña inicial de los terrenos y el Ayuntamiento. Parece que, al fin, hoy está en vías de solución. Al margen de ello, este territorio era la ribera de Santa Ana, dedicada a huertos y otros cultivos. Todavía hoy podemos ver entre las casas y el río restos de acequias y balsas de riego y los brotes de los antiguos almendros. En esta ribera había también un lagar precisamente donde hoy vemos el restaurante del club social en el que, a modo de recuerdo se conserva una piedra incrustada en una de las paredes con una inscripción que recuerda que el agua del Pisuerga llegó hasta el suelo de este lagar el 6 de diciembre de 1739. Y la casa Azul, que estuvo donde hoy se sitúa un helipuerto. Al lado de este helipuerto, junto al río y no lejos del puente de la ronda exterior, vemos los restos en barro con zócalo de piedra de una tapia que perteneciera a la casa de Iturralde, junto a algunos almendros y una antigua balsa o piscina invadida por la vegetación.

Tapias de Iturralde

Al otro lado de la autovía, cerca del río, antes de llegar a El Barrio, hay una ribera que fue casa de descanso de los Agustinos Filipinos. Y aguas abajo, la ribera del Pino, hoy centro de educación especial que mantiene este último nombre. Finalmente, antes de llegar al término de Simancas estamos en Badarroyo, esto es, el pago próximo al vado por el que se cruzaba el Pisuerga hacia Arroyo de la Encomienda.

El Peral

Pero volvamos a la ribera de Santa Ana: donde hoy está Villa Pilar, en la calle Villagarcía de Campos y próxima al puente de la Hispanidad, estuvo la ribera de Paniagua. Y en Vallsur estuvo la ribera de Mengoti, de abundante arbolado.

Donde hoy vemos la urbanización del Peral hubo huertas y tierras de labor. De hecho por aquí estaban los lagares de Chacón y de Cano, que tienen calle en el barrio de las Villas, lo que sirve al menos de recuerdo. En las Villas también prensaba uva el lagar de Pinto. Y es que la superficie dedicada a viñedo fue siempre muy abundante en nuestra provincia y para muchos pueblos limítrofes como Boecillo, Herrera o Tudela, la vid y el vino constituyeron la principal riqueza durante siglos. Al poner en servicio el Canal del Duero y sus acequias, a finales del siglo XIX, aumentaron las huertas y disminuyeron los majuelos.

Llueve en el camino de las Berzosas

Siguiendo hacia Simancas por el camino de las Berzosas veremos, una vez pasada la ronda, en el cruce de la acequia con la colada del Abrevadero, un caserío custodiado por un tranquilo mastín donde estuvo el lagar de la Visitación, que sigue manteniendo ese nombre. Más al sur, a la derecha estaba la ribera del Carmen, abundante en majuelos. Pasado un pinarillo descubrimos la casilla de María Blanco y en el lado opuesto del camino, estuvo la casilla de la Era y vemos todavía los escombros del lagar de Morán. En el límite con Simancas vemos todavía, los restos con cercado roto en varios puntos, de la casa de labor los Quemadillos y siguiendo hacia el Pinar por la raya, una balsa natural -ahora está seca- de donde se sacaba agua para riego. En esa misma dirección llegaremos a la derruida granja Ronquines, al otro lado de la acequia.

Restos de la casilla de María Blanco, en la ribera del Carmen

Como es lógico, por toda esta zona había abundantes casillas en las que se guardaban los aperos de labranza de todos estos campos entre el Pisuerga y el pinar, especialmente fértiles y fáciles de trabajar, pues el resto del terreno de Valladolid estaba más bien en cuesta a causa de los diferentes páramos. En esta última zona se programó una urbanización –que luego no llevó a cabo por la crisis y problemas legales- denominada precisamente Las Riberas.

Entre el lagar del Ciego y el vivero forestal

Hasta los años 90 del pasado siglo, junto al camino Viejo sobrevivió un olivar además de una vaquería contigua. Creo recordar que estaba no lejos de la desviación para la ronda exterior.

No olvidemos que estas riberas eran precisamente casas de campo con viñas y árboles frutales próximas a las orillas del río o cercanas a la capital, acepción que recoge el DRAE como particular de Valladolid. Por eso abundaban también los lagares, si bien este nombre es común en toda la provincia y, en general, en Castilla.

Dentro de unos años desaparecerán por completo, una vez que la promoción de viviendas se desperece después del parón de la crisis.