Asomada a la Guareña

Torrecilla de la Orden se encuentra en el extremo suroccidental de nuestra provincia, lindando con las de Zamora y Salamanca. Perteneció a León –o pertenece, en el caso de que verdaderamente seamos Castilla y León, también perteneció a la Orden de San Juan y se incluyó en la extinta provincia de Toro hasta principios del siglo XIX. Estos son parte de sus rasgos desde el punto de vista político, el menos importante para nosotros.

Desde un punto de vista más natural y geográfico, esta localidad se asienta sobre una amplia llanura, gracias a lo cual la torre de la iglesia de Santa María del Castillo se puede distinguir desde varios kilómetros a la redonda, por lo que sirve de referencia al caminante o ciclista. Pero esta planicie se ve repentinamente quebrada por la acción del río Guareña, más al oeste. No nos lo esperábamos, acostumbrados a las llanas tierras de Medina, pero así es. Además, el corte es abrupto salvo en los vallejos que se dirigen al río, por lo que el canto sirve de mirador para contemplar el amplio valle que aparenta no tener ladera por la otra orilla ya que, en realidad, es mucho más tendida y, por tanto, extensa.

Desde Castillejo

Pues aquí nos acercamos para contemplar la Guareña. Como ya estuvimos en el pico del Molino, vamos hasta el pico del Castillejo, que se adelanta hacia el oeste para así contemplar mejor el ancho valle y las localidades de Vadillo y Fuentelapeña. Bajo el pico hay varias terrazas que constituyen como grandes escalones; están adornados con almendros. Más abajo, los prados con sus puntitos de toros bravos, las alamedas del río y los campos abiertos, unos verdes por el cereal en crecimiento, otros marrones por la tierra al descubierto. Y, en la ladera, la piedra vieja, especie de caliza arenisca, de hace millones de años que parece deshacerse sólo con mirarla. El paisaje se completa con encinas solitarias, muchas de ellas en forma de carrasca.

Desde la Calderona. Al fondo, Olmo.

Recorremos el canto del paramillo para salvar luego un vallejo y subir de nuevo hasta el pico de la Calderona. Curiosamente es el punto más alto de la excursión (823 m). Y digo curiosamente porque la llanura se eleva ligeramente desde Torrecilla (787 m) hasta estos bordes, que caen hacia el río. De hecho, Torrecilla no está en la cuenca del Guareña, sino del Trabancos. Desde aquí se contempla un panorama similar al anterior. A nuestros pies, el molino de la Carrera, con sus amplios prados y el soto de Olmo de Guareña. Tras de nosotros, al este, la provincia de Salamanca con la localidad de Tarazona. Al suroeste, Zamora. Toda esta zona es, además, la más antigua de la provincia de Valladolid ya que las areniscas que aquí afloran datan del Oligoceno, o sea, de hace más de 30 millones de años. Casi nada.

Peña Redonda

Bajamos al valle y nos acercamos a las rocas verticales de Peñarredonda, que se están desmoronando como cualquier arenisca. Abajo, los caballos pastan en los todavía húmedos prados del río. Y por el desaparecido camino que unía el molino Nuevo –también desaparecido- con Tarazona, subimos al paramillo entre matas de encina y zarzales.

Pasamos por Tarazona –buenos edificios en ladrillo- y nos vamos acercando a Fresno el Viejo, sin llegar a él. En este término municipal los campos de labor están adornados con árboles frutales y abundan las parcelas de tamaño mediano con su correspondiente caseto o cabaña que hasta hace pocos años disponía de su correspondiente noria. También son frecuentes los pequeños pinares.

Lavajo -seco- de Socastillo. Al fondo, Torrecilla

Ya enfilando Torrecilla comprobamos que los lavajos como el de Socastillo y en la ida el de Carreordeño –en esta comarca pequeños y redondos- están bien secos. ¿Lloverá esta primavera lo suficiente para que se dé una cosecha normal en estos campos y para llenarlos?

Aquí tenéis el recorrido, de unos 38 km.

Pico Ordoño

Los alcornoques del monte Cano

El monte Cano, que se localiza en Torrecilla de la Orden junto a la raya de Zamora, es lo que nos queda de un monte que en otros tiempos debió ser mucho más extenso. Hoy se ha reducido a una superficie que no llega a un kilómetro de largo por una anchura de poco más de cien metros, algo casi simbólico. Ocupa las laderas y la pequeña cima de una colina, es decir, el único lugar no apto para cultivos: menos mal, pues de otra forma hubiera desaparecido por completo. Hay otra colina –La Huesa– paralela por el norte donde se conserva monte bajo con algunas encinas, pero solo en las laderas, pues la cima es plana relativamente ancha y está cultivada, además de ofrecer sustento a una antena de telefonía. Por el lado sur, también en paralelo pero más lejos, vemos otra colina mucho más suave que tiene en lo alto algunas matas de encina.

A la izquierda del camino Zamora, a la derecha Valladolid

Hasta aquí nada de excepcional. Pero lo mejor del monte Cano es que posee –además de encinas- un importante número de alcornoques de buen porte, sobre todo en la zona próxima a la vaguada cultivada. Es un monte limpio, cuyos ejemplares se olivan con cierta regularidad, según ponen de manifiesto los montones de leña que encontramos. Sin embargo, parece que los alcornoques no se encuentran en explotación, pues no había ninguno al que se le hubiera extraído la corcha recientemente. Pero ahí están. Es el segundo monte de alcornoque en la provincia, después de Valdegalindo.

Al fondo, el monte Cano

Otra particularidad que le hace atractivo es que su cima, alargada, con una altura de unos 825 metros, constituye una estupenda balconada desde el oeste para contemplar el valle de La Guareña. Desde aquí, el terreno va perdiendo altura de manera suave hasta el río; al fondo se distinguen los picos y los caminos que suben hacia Torrecilla y, más cerca, los chopos que señalan el río y los arroyos tributarios. Un paisaje diferente al del resto de la provincia, compartido desde aquí con Zamora y Salamanca.

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Alcornoque. Detrás, La Huesa

El trayecto

Salimos de Castrillo de la Guareña y pasamos al otro lado de la autovía. Podemos acercarnos al molino del Pico, e incluso al mismo Pico, pues quedan a poco más de un kilómetro, la excursión de hoy no es muy larga y parece que nos están llamando. Del Pico ya hemos hablado hace no mucho y del molino no mucho tuvo nada menos que tres piedras, una balsa grande ocupada ahora por una tupida alameda, amplias zonas dedicadas a almacén, cuadras, etc. Según la raya provincial, se encuentra más en Valladolid que en Zamora; el ayuntamiento de Torrecilla lo incluía en su término a la hora de rellenar la encuesta para el Catastro de la Ensenada. Si el Pico es descarnado y seco, la ribera está salpicada de prados y arboledas, llena de vida y frescura. Un buen contraste.

Desde el monte Cano

Pero seguimos nuestro itinerario para tomar un camino cuya orilla derecha pertenece a Zamora y la izquierda a Valladolid hasta la primera curva a la izquierda. Luego seguimos por un camino que no viene señalado en los mapas pero que nos conduce directamente al monte Cano. Si el propio camino y no digamos los cultivos son abundantes en arena, el monte no, su suelo es firme, apelmazado. Se puede rodar bien si te lo permite la maleza. Esta es otra: el monte no ha tenido primavera; el suelo cruje como el pleno verano, todo está seco y de color marrón. Si seguimos el lindero del monte con la tierra de cultivo de la vaguada, iremos pasando junto a los alcornoques, y veremos que los hay de todo tipo y tamaño.

La casita «perdida»

Después de contemplar el valle desde los miradores, bajamos hasta el caserío del Monte, que ahora está sin habitantes. En otro tiempo vivían las familias que cultivaban estos campos y cuidaban del monte; todavía podemos ver la casa principal, la era empedrada al modo de la comarca, las muros de buena piedra, y una simpática casa en medio de los campos de cultivos que se ha quedado sin accesos por los cambios de caminos. Hora sólo está habitada por las golondrinas.

Vuelta a subir, ahora por el camino de Cañizal, dejando a la izquierda el valle de los Lobos y a la derecha el de los Juncales. La cuesta es suave, y la bajada a cañizal, rápida y fuerte. Visitamos el pueblo; la iglesia está abierta y a su alrededor se agrupan las bodegas. El arroyo del pueblo tiene un poco de agua, pero parece un gran río por la abundancia y altura de su vegetación. Lo cruzamos por un vado que tiene al lado un simpático puentecillo para peatones. Antes de salir por el camino de Fuentelapeña tomamos agua en la fuente del Caño en cuyo pilón nadan barbos y carpas.

En Fuentelapeña

El camino que rodamos hasta Fuentelapeña es una línea recta de 7 kilómetros. Sobre el mapa parecía que iba a ser muy aburrida, pero luego no lo fue. Porque si bien es recta, las subidas y bajadas cruzando valles y arroyos –casi todos secos- la hicieron llevadera y agradable. El campo aparecía como un conjunto de lomas de todos los colores –desde el marrón oscuro de algunas tierras al verde de diferentes cultivos-, con adornos de árboles solitarios o en hilera, algún manchón de pinos, pequeños prados y grandes arboledas en los valles. Al este, la línea de los páramos que forman el valle.

Saliendo de Fuentelapeña

Entrando por una zona de bodegas, llegamos a Fuentelapeña, pueblo relativamente grande y de variada arquitectura, con predominio de la popular. Algunos letreros de comercios nos hacían pensar que aquí se había detenido el tiempo. Bella iglesia; al otro lado del arroyo del Caño, prados alargados donde pastan las ovejas.

La vuelta hasta Castrillo fue también por un camino recto y con cuestas hasta casi el final. Nos acercamos al río Guareña: seco.

El pico del Molino

La Guareña (1)

alaejos guareña

Después de las últimas lluvias se han sucedido los días luminosos… y fresquitos. El pasado domingo heló bien por la noche, pero la jornada –con sol y sin viento-  fue magnífica para salir al campo a pasear, en bici o a pie.

A lo largo de todo el recorrido pudimos comprobar que los charcos y lavajos se encontraban helados. Ni tan siquiera al final de la tarde se habían deshelado. Pero en ningún momento tuvimos frío.Lavajo en Alaejos

La Guareña es una comarca a la que da nombre este río de 63 km que pasa por las provincias de Salamanca, Valladolid y Zamora para desembocar en el Duero frente a Toro. Crea un paisaje fresco, con abundantes prados y alamedas. Antaño era rico en cangrejos y especies piscícolas; hoy suele secarse durante el verano.

De Alaejos a Torrecilla nos paramos en el nacimiento del arroyo Valdelafuente (seco, claro) y luego en  el  pico Cabra para contemplar el inmenso panorama. Decenas de pueblos se veían a lo lejos, sobre todo en dirección sureste. Claramente se divisaba Madrigal de las Altas Torres y, más al Este, dos pueblos  en los que se distinguían –con prismáticos- sendas torres del telégrafo, encima. ¿Tolocirio y Codorniz?

También se distingue, al Este de Torrecilla la ermita del Carmen cuyo origen está ligado con la andariega Teresa de Jesús: en uno de sus muchos viajes entre Medina del Campo y Salamanca, propuso la construcción de una ermita dedicada a la Virgen del carmen en el cerrillo de San Ginés.

Torrecilla

Después de cruzar junto al lavajo –helado- del campo santo pasamos entre las casas de ladrillo de Torrecilla sin casi pararnos para tomar el camino de Tarazona, ya en La Guareña salmantina. La iglesia ya no está construida con la típica piedra caliza de Valladolid, sino con una arenisca que se deshace al rozarla. En todo este trayecto desde Alaejos pudimos comprobar que por aquí ha llovido bastante, pues los lavajos tienen agua. También había galgueros en los campos. Y buscadores de setas, si bien las que nosotros encontramos estaban heladas.

Cortados de arenisca

Al llegar al valle pasamos por el puente del río Mazores, precisamente donde recibe al Poveda. Juntos llevan sus aguas al Guareña, a la altura de Olmo. Aquí el paisaje ha cambiado por completo, pues ya estamos metidos de lleno en La Guareña. ¡Qué pena que no podamos acercarnos a los molinos Nuevo y de la Villa! Nos lo impiden las cercas para el ganado vacuno de la finca La Carolina y el agua del propio Mazores.

Seguimos avanzando junto al río en la dirección de las aguas, dejando a la derecha la galería que forman álamos, sauces y chopos y, más allá todavía, los cortados que caen rompiendo la plataforma del páramo de Tarazona. En otra ocasión iremos por la orilla derecha para inspeccionar de cerca esas paredes de arenisca tan llamativas.

Olmo de la Guareña

Cruzamos sobre la bici un vado del Guareña, que lleva agua, y ya estamos en Olmo, provincia de Zamora. Se trata de un pueblo alargado, tendido en la ribera izquierda del río. Posee un delicioso ábside mudéjar en la iglesia de San Andrés.

Al salir, superado el cementerio, pudimos asistir a la carrera de una liebre perseguida por tres galgos: quiebros a izquierda y derecha, subidas y bajadas… pero no supimos el resultado, de tanto que se alejaron la perseguida y sus perseguidores.