Volando a Medina del Campo

Como el domingo pasado amenazaba fuerte viento del norte, decidimos ir en bici hasta Medina del Campo, para volver tranquilamente en tren. Y, efectivamente, la amenaza se cumplió, de tal manera que en algunos momentos parecía que –en vez de rodar- volábamos. Pero no todo fue volar, como se verá.

De Valladolid al puente del Adaja fuimos por tierra trillada, o sea, muy conocida: Cañada real a Puenteduero atravesando el pinar de Antequera, cruzado el puente del Duero tomamos en camino de Aniago que, pasando por este arruinado monasterio, nos dejó casi en el mismo puente del Adaja, que bajaba trasparente y arenoso. Además, ya tenemos otro viaje a Medina en una situación parecida hace dos años, y hasta el Adaja el camino es el mismo.

Y a partir de aquí no todo fue coser y cantar, o volar. Que en la zona de pinares entre Villanueva de Duero y Valdestillas, debido a la abundancia de arena, nos quedamos con las bicis clavadas mas de una vez. O sea, pie a tierra y a llevar la burra por los cuernos. La verdad es que por estos pinares sólo se va relativamente bien en época de lluvia, con la arena mojada. Y a veces ni por esas. Pero lo cierto es que este paisaje siempre es agradable, con aromas a resina y cierta oscuridad que le da un toque distinto.

Tomamos la cañada del Judío para intentar ver la fuente del Prado, en el pinar de San Juan de Dios, pero ha desaparecido. Seguramente hubo aquí hace años, además de la fuente, un pequeño humedal, pero hoy todo es un gran claro arenoso entre pinares dedicado a tierra de labor. En vez de fuente, un gran pivot que parece aprovechar el manantial. Es lo que hay.

Tras una cuesta arriba dejamos definitivamente los pinares y subimos por la cañada de Valderramos a una pequeña meseta y ¡oh claridad y amplitud del paisaje! vimos un extenso y luminoso panorama; detrás de nosotros el valle del Duero con el páramo de los Torozos al fondo, al Este Valdestillas, hacia el sur un pinar el que sobresale la espadaña blanca de la ermita de la Virgen de la Moya… Siguiendo un poco más vimos al fondo Matapozuelos con su giralda. No en vano el lugar se llama Buenavista. Y los kilos que pesamos nos dejaron gracias a la fuerza de la gravedad y sin dar pedales en la Cañada real merinera que une Valdestillas y Medina del Campo y que se encuentra perfectamente amojonada. A un lado y a otro de nuestra ruta se extiende los viñedos de la Verdejo.

Ahora sí que el viento empujaba. ¡Qué manera de volar! En vez de una cañada, en vez de un camino, parecía una autopista. En un santiamén nos llevó a la altura de Ventosa de la Cuesta, que dejamos a la izquierda después de saludar a un pastor con su rebaño que avanzaban por la cañada en sentido  contrario al nuestro.

Luego, subimos una agradable cuesta protegida por almendros casi sin darnos cuenta. Más tarde cruzamos un camino que lleva a Pozaldez: al fondo se divisa el árbol que señala la fuente del Angelillo. Enseguida destacan a la izquierda las torres de Pozaldez; subida la cuesta se distingue el pueblo con su olivar delante.

La bajada a Rodilana la hicimos siguiendo la amplia cañada que, sin dejar de ser una buena pista, es también aquí una pradera o humedal. Otra torre enorme en ladrillo tiene la iglesia de este pueblo. Muy cerca, una fuente con un amplio abrevadero. Esta localidad -como Ventosa-  es bien sana: de hecho trajeron aquí a Rosa Chacel de niña sus familiares para que curara de una enfermedad pulmonar.

Y como la cañada va por la carretera, decidimos tomar otro camino más o menos cercano a la vía del tren. Al poco nos plantamos en el casco urbano de Medina donde tenemos varios trenes para elegir: 15;47, 16:00, 16:41; 17: 56, 18:08…

De Valladolid a Medina del Campo

El domingo pasado, como tantos otros domingos, nos preparábamos para salir a dar una vuelta en bici. El día anterior había dominado la niebla hasta las doce y luego luego salía el sol. Pero he aquí que la mañana dominguera se despertó helada y ventosa a más no poder. Así que nos fuimos hasta la estación de ferrocarril para ver los horarios y resultó que de Medina del Campo a Valladolid había un tren a las 5 menos cuarto de la tarde. ¡Perfecto! ¡A Medina en bici! Así comenzaba la jornada ciclista.

La primera parte discurrió por la popular senda verde del pinar de Antequera. Otros fines de semana estaba llena. El domingo pasado no había nadie. ¡Qué malo hacía! Luego, ya en Puente Duero tomamos el camino de Aniago donde nos encontramos con algunos ciclistas que, como nosotros, se reían del frío. Pero la verdad es que los pinos daban demasiada sombra y se notaba cierto fresquito.

Después de pasar junto a Aniago, llegamos al puente del Colagón sobre el Adaja y luego a Villanueva. Esta localidad nos brinda la desembocadura del Adaja, la vieja pesquera en el Duero, la fuente lavar -renovada y restaurada- o  la Cerviguera y su gravera  próxima, donde abundan las aves. También podemos seguir la ruta sin más. Es lo que hicimos, pues no estaba el horno, digo el día, para bollos o para demasiadas exquisiteces, que si no pedaleabas te quedabas como una estatua… de hielo.

Desde Villanueva un buen camino nos sube a Buenavista. El topónimo lo dice todo. Y el valle del Duero con el fondo de la paramera nos lo termina de explicar.

Cruzamos terrenos de grava inundados de majuelos  pertenecientes al término de Serrada . Algunas encinas solitarias. Manchas de pinarillos (en una de ellos, la ermita de la Virgen de la Moya). Y el aire batiéndonos.

Hasta que nos plantamos en Ventosa de la Cuesta: buena balconada para contemplar los amplios horizontes en el lado Noreste de la Iglesia mientras escuchamos por encima el aletear de las palomas y los gritos  de los tordos. Reponemos fuerzas. ¡Menos mal que hemos traído caldo calentito y tortilla de patatas!

Desde aquí a Pozaldez (Portillo y Pozaldez, desde los infiernos se ven) el camino es una buena pista de continuos toboganes. Pero como llevamos el viento en popa, casi ni se notan estas cuestecillas. Se nos van asomando las torres de Santa María y San Boal que, si llegar a lo que dice el refrán, la verdad es que  se ven desde media provincia. Aquí lo llamativo es el olivar que todavía resiste el paso del tiempo; con el de La Cistérniga es el más antigüo de Valladolid.También merecerían un desvío los restos del castillo. Pero lo dejamos para otro día más favorable.

Y después de seguir un camino con árboles esqueléticos, bajamos la cuesta y vemos ¡Medina! Cruzamos la vía y seguimos por la carretera.

Aunque bien podemos dar un paseo por esta bella localidad, como el castillo está muy cerca de la estación, sí debemos acercarnos para, desde la Mota, contemplar la villa alrededor de la torre de la Colegiata.

Después de recorrer a golpe de pedal más de 56 km, el tren nos devuelve, descansados, a casa.