Un Cerrato primaveral

Excursión del primer día del invierno oficial: 12-14 grados, sol con alguna nube, agradable brisa del sur, campos verdes… ¡parecía que estábamos iniciando algo más que una tímida primavera! Pero así son las cosas –o las excursiones- y en estas latitudes puede hacer un día muy bueno o muy mal en cualquier momento.

El lugar elegido para salir fue Magaz de Pisuerga que vive constreñido entre el ferrocarril y la autovía. Hay cierta actividad –restauración, construcción- pero debió haber más a juzgar por los enormes caserones abandonados que todavía pueden verse… En cualquier caso, nos sorprendió el ábside románico de la iglesia de san Mamés, que lo dice todo acerca de la antigüedad de este lugar.

Aspecto de una de las casas-cueva.

Cruzamos la autovía para ver el tradicional barrio de bodegas y nos encaramamos al Castillo. Bueno, al cerro del Castillo, último baluarte o estribación de una alargada colina que procede del páramo. Aquí nos sorprendió el barrio, abandonado hace tiempo, de casas cueva. Aunque se encuentra semiderruidas y medio tapadas, pudimos entrar en alguna. Es como un edificio de cuevas, pues las casas se encuentran a diferentes alturas. En la mayoría de los casos, la escorrentía se ha llevado el acceso y es peligroso llegar a ellas. Dentro, aún pueden distinguirse las estancias, puertas, ventanas, chimeneas, cocinas, cuadras; muchas se encuentran incluso revocadas. Al exterior, tuvieron cubrición de piedra caliza, conforme puede apreciarse por lo que queda…

Esto nos encontramos al fondo del Val

Bueno, es una manera de comprobar las condiciones en las que antaño vivían en estas tierras cerrateñas. No sólo las veremos aquí, que también quedan restos en la mayoría de los pueblos de los alrededores. Puestos a ser positivos, al menos tenían un agradable paisaje para contemplar, aunque seguramente hubieran preferido menos vistas y mejores condiciones habitacionales.

El paso siguiente consistió en embocar el valle arroyo del Val, formado entre el páramo de Magaz, (que al otro lado cae a la ciudad de Palencia) y, a nuestra derecha, los picones de Marchena que, puestos en fila con sus portillos, forman una original colina. Es un valle suave y tendido, protegido de los vientos, dedicado al sembrado de cereal. Al fondo, distinguimos una pared blanca con bocaminas de yeso que reluce al sol. Y, a su lado, el pico Morilla. Conforme nos acercamos, el paisaje va cambiando y aparecen algunas solitarias encinas, primeros ejemplares de una dehesa que se divisa al fondo.

Bocaminas de yeso en la abrupta ladera

Subimos al páramo pero no llegamos al tal, pues la cuesta acaba en un portillo que nos deja caer en suave descenso en dirección Valdeolmillos. Zigzagueamos un poco entre el monte Aragón y la fuente de Valdiciero. De frente, hacia el norte, otra pared blanca con bocaminas. Nos atrae tanto que tomamos el camino que nos lleva hacia ellas, pero en valde, pues el último tramo que accede a las cuevas está vallado. Vuelta atrás.

Paisaje en la subida hacia el monte Aragón

Valdeolmillos no puede levantarse en un lugar más encantador, pues los cerros y tierras onduladas del Cerrato convierten este lugar en una auténtica delicia. Además, cuenta con una iglesia románica dedicada a san Juan Bautista bien conservada. Lo malo es que muchas de sus casas que se están cayendo, así como tapias, casetas, bodegas y otras muestras de arquitectura popular… el paso de las estaciones puede con todo. Nos vamos por la carretera de Villamediana y contemplamos una preciosa estampa de la localidad.

En Valdeolmillos

Ahora rodamos por un paisaje que se va abriendo cada vez más conforme avanzamos hacia el Pisuerga. Vamos dejando atrás los últimos picos: los de san Millán y san Cristóbal, éste último con chozos y corrales en su falda. Pasamos junto a viejas canteras: topónimos como las Pedreras y el Amoladero así nos lo quieren decir. El pico Barrojo se adorna en su cerral con hileras de almendros. Tomamos la sirga del canal de Villalaco hasta que cruzamos la autovía y el ferrocarril.

Hacia el Pisuerga los campos se suavizan

A partir de aquí el terreno es totalmente llano. Por una amplia pista llegamos a la carretera de Aranda y cruzamos el Pisuerga para dirigirnos a Reinoso de Cerrato no sin antes aproximarnos al pequeño embalse que forma el dique de una centralita eléctrica. Patos de diferentes especies levantan el vuelo al notar nuestra presencia.

Entre sembrados de cereal, graveras restauradas en las que todavía se buscan setas, alamedas y la propia ribera del río, llegamos al puente por el que cruzamos a la orilla derecha. Ya sólo queda continuar por un camino junto a la vía que nos conduce a Magaz, donde cerramos el círculo de esta excursión primaveral.

El Pisuerga embalsado en Reinoso

Y aquí el recorrido seguido, de casi 45 km.

El pico de las Cuevas

Va a ser ésta una excursión muy fresca,  ideal para jornadas estivales o calurosas. Tendremos a nuestra disposición las aguas trucheras del Durantón para pegarnos un baño reparador, y los altos páramos de Olmos y Fompedraza, donde siempre sopla una brisa que refresca al acalorado ciclista.

La salida de Peñafiel -y subsiguiente subida al páramo- la hacemos por cañada de la Yunta, viejo camino ganadero y medieval que unía esta villa con la de Cuéllar y que cruza la paramera por tierras de labor, algunos montes y lugares mágicos como Oreja y Minguela, que ya conocemos.  El camino de subida es amplio, cruzamos una granja y pasamos entre algún almendro y restos de vallas de piedra por el barranco de Carralpozo. Pero al llegar arriba dejamos la cañada  para desviarnos por los corrales de Sebellares -inundados de maleza por el desuso- en dirección a Aldeayuso.

Aquí nos dirigimos a visitar algo curioso: el pico de las Cuevas, que se levanta tras la vieja iglesia arruinada. Por cierto, que aquí veremos algún mochuelo o alguna lechuza; el lugar es tan tranquilo que duermen o anidan entre sus huecos.  Conforme nos acercamos al cerro, aumenta la cantidad de brillantes espejuelos en forma de  puntas de flecha. Y vemos una pared vertical con cuevas a diferentes niveles. Aunque hemos preguntado a varios vecinos, ninguno estaba seguro del origen de estas cuevas –siempre estuvieron ahí– pero parece claro que se trata de antiguas explotaciones -más o menos familiares- de yeso. Buen sitio para contemplar el vallejo resguardados del viento o de la lluvia.

Si continuáramos por el valle, pasaríamos por Molpeceres, pueblo casi arruinado, y acabaríamos asuso, en Fompedraza, con su enorme antena al lado de un diminuto crucero, pero también con su recién restaurada iglesia que exhibe unos increíbles frescos góticos. Su alcaldesa lloraba al presentarlos. Eso le honra, a ella y al pueblo por ella representado. (Aldeayuso es aldea de abajo)

También veríamos las blanqueras que caen del páramo, y algunas paredes donde se atreven a descansar los buitres, y quién sabe si a anidar. Pero vamos a subir de frente, por la ladera opuesta a donde se encuentra Aldeayuso. Y tras la fuerte  subida, atravesamos un páramo con suaves ondulaciones y restos de corralizas. Si nos acercamos hacia el Este, contemplaremos el amplio panorama del valle del Duratón. Pero dejemos aquí la narración para continuar en la entrada siguiente.


Una fuente en el cortado

Cabezón de Pisuerga -o de Cerrato, que también lleva ese apellido- siempre depara sorpresas. Es uno de los pocos lugares de la provincia donde vemos las tripas del páramo.  (Por dentro, el páramo parace una tarta debido a los estratos yeso y margas).

Cabezón tiene una serie de senderos y rutas perfectamente señaladas para facilitar que el caminante conozca mejor sus parajes. Uno de estos es el sendero de la Vecilla. Podemos tomarlo en la zona alta de las bodegas, al lado del depósito de agua.

Puente

Conforme ascendemos, vemos con agrado que la localidad ha conservado su aire de siempre, a pasar de las nuevas oconstrucciones: dentro del mar de casas  sobresale la parte más elevada de la iglesia y su torre, como si fuera un vaquero pastoreando el rebaño.  Al poco, un estrecho sendero nos introduce en plena ladera del páramo. Pasamos por herbazales verdes incluso en verano, salpicados de bosquetes de encina y pino.

Pero enseguida tenemos que pararnos, pues se nos presentan continuas y agradables balconadas para contemplar el paisaje del valle, esto es, del ancho río que se presenta pegado a nuestra ladera, con el puente medieval -en cuesta pero pecfectamente equilibrado-, las alamedas, el pueblo y la vega que sube de forma suave y casi imperceptible hasta el páramo de los Torozos…

A nuestras espaldas descubrimos, por un momento, una zona de cortado donde distinguimos la tarta interior. Y, ya sin esperar hollar ningún sendero, nos dirigimos cuesta arriba hasta ese pequeño cortado que esconde ¡una fuente!

En realidad es un manantial que durante la mayor parte del año encontramos seco por mor de los cambios que artificialmente hemos introducido en la aguas subterráneas las últimas décadas. El paisaje cambia y, por un momento, la ladera se hace vertical -cortada- y casi horizontal -para albergar por un momento la fuente. Al lado debió haber una huertecilla, pues además de los típicos chopos de zonas húmedas vemos también almendros, algún nogal y otros frutales.

Cortado

Pero las sorpresas de esta paisaje no acaban aquí. Solo diremos que podríamos subir al pico o cabezo -que bautiza la localidad- de Altamira, donde antaño se levantara un castillo, a contemplar las anchuras de Castilla, o seguir nuestra senda hacia los cortados que se caen más al Norte, o dar una vuelta en barca, o contemplar los restos de las casas cueva de la ladera, o…