La Peña de Castromembibre

Hemos dado un paseo por los Torozos, hasta llegar a un curioso y agradable paraje llamado la Peña, en el término de Castromembibre. Se trata de una colina que, saliendo del páramo, se quiere introducir, por unos cuantos metros, sobre la Tierra de Campos. Recuerda un poco a la Mella del Garañón, a unos 45 km, en Montealegre, en la misma ladera noroeste de Tierra de Campos.

Hace raya divisoria entre Castromembibre y Vezdemarbán, o entre Valladolid y Zamora, que viene a ser lo mismo. Es como la proa de un barco que quisiera atravesar y romper estos infinitos campos de tierra. En su cima afloran grandes rocas calizas y la mano del hombre plantó, hace muchos años, almendros, que siguen adornando las laderas. Sin duda, lo mejor es el panorama sobre los Campos de diferentes matices (ahora) que se extienden a los pies. En primer plano tenemos el amplio valle del Sequillo, verde ya al final de este invierno; un poco más allá, las laderas rojas de Belver de los Montes, bajo el monte o raso de Villalpando; como saliendo de las estribaciones del páramo, Vezdemarbán con sus torres, y, al fondo, cien pueblos mal escondidos entre las colinas y ondulaciones de esta Tierra… ¡Todo un espectáculo!

Y, si hay nubes, como ha sido el caso, veremos cómo navegan por los cielos mientras sus sombras surcan la tierra. En el horizonte, los montes de León. En fin, otra de las muchas sorpresas que nos tenía reservadas este inabarcable páramo de los Torozos.

Buscamos, sin encontrarla, la fuente de Hoyos. En su lugar, vemos una pequeña jungla de zarzales donde se esconden los conejos, y un suelo más húmedo de lo normal. Después, por un sendero en ladera, conectamos con el camino que sube a Castromembibre. Esta localidad se encuentra, curiosamente, en una hoya rodeada de colinas por todas partes menos por la que conecta con la Tierra de Campos, que baja.

De ahí subimos al llano del páramo nos llevó, dejando a un lado Villavellid, hasta la siempre sorprendente fuente del Tayo, junto a la antigua calzada de Toro. Y luego a Tiedra, donde visitamos las ruinas de su barrio sur. Pudimos ver restos de antiguas habitaciones horadadas en la ladera del páramo, aprovechando una capa de tierra bajo la piedra caliza. Encima, el castillo.

Dejando atrás el teso de las Brujas y luego el Torrogal, tomamos la cañada que, en línea recta, nos llevó al punto donde habíamos iniciado el trayecto.

* * *

Antes, saliendo de Villalbarba, habíamos visitado el cerro o paramillo de las Canteras, que comparten Villalonso y Benafarces. Se encuentra sembrado de bloques de piedra caliza que hablan de lo que un día hubo aquí: canteras. Bueno, también había sembrados de cereal. Y abundantes almendros que, cuando pasamos, se encontraban en auténtica explosión de espuma… Es un agradable balcón sobre los valles y cerros de Mota –al este- y la llanura de Toro -al oeste.

Bajando de este cerro cruzamos Benafarces y de aquí, atravesando la caída de Tiedra hacia Toro, llegamos hasta la Peña que fue, por esta vez, nuestra meta.

Aquí, el trayecto según wikiloc.

En los dominios de la Pindonga

Día luminoso y frío de un otoño ya invernal. Amenazaban nubes  que no llegaron a presentarse salvo en el horizonte lejano.  Desde Castromembibre –bien señalado por la torreta caliza de su molino de viento- nos dirigimos atravesando la Tierra del Pan hasta la desembocadura del Sequillo, para luego volver bordeando el monte y vadeando el valle de ese río.

El páramo hecho pedazos

Al fondo, los últimos cerros del páramo

La primera parte de la excursión discurrió entre motas, picos y cuestas desgajados del páramo de los Torozos. Si en Grijota este páramo comienza con una subida fuerte y repentina –un verdadero muro de 150 m- aquí, 77 km después, se diluye en cuestas insignificantes hasta desaparecer por completo para verse sustituido por unas onduladas llanuras de pan llevar.

Pasamos a la provincia de Zamora y llegamos a Vezdemarbán donde visitamos el Pozo de Agua o fuente de Arriba para continuar camino, escoltados durante unos pocos kilómetros por dos enhiestas torres de sendas iglesias, que dos tiene esta localidad por falta de una.

La Tierra del Pan

La silueta que nos acompañó

Después, en una de las pocas cuestas potentes que se nos presentaron, buscamos sin resultado la Fontana. Al menos la subida nos compensó por la vista del paisaje, con los montes de León al fondo y un montón de pueblos que salpicaban la Tierra del Pan. También, al norte, se dejaba ver adornado con sus tierras rojas, el valle del Sequillo y más allá el monte de encinas de Belver. Como la claridad sin neblina lo dominaba todo, el paisaje de esta excursión resultó ciertamente espectacular.

Otro detalle importante: aquí empezamos a ver la Pindonga, cuya figura nos acompañaría durante casi toda la excursión.  Es la iglesia de San Esteban, de Fuentesecas. Le encanta lucir –cual pindonga- hacia todas partes, ¡y vaya si lo consigue! También se veía, más humilde, eso sí, la silueta de la ermita del Tobar, de Malva.

La Tierra del Pan

Pero bueno, todavía nos quedaba un rato por rodar hacia el oeste y, al llegar a un humedal con un pozo con una barandilla muy chula, giramos hacia el norte. Saludamos a algunos pastores jubilados que se entretenían con sus pequeños rebaños y llegamos a Bustillo del Oro, donde tomamos –en la misma torre de la iglesia, bien señalado- que camino de Castronuevo.

Esta fue la parte más dura del trayecto. Un camino recto y al fondo, destacada, la torre de la iglesia de Castronuevo de los Arcos; el viento en contra. Parecía que nunca se iba a acabar. Castronuevo no se acercaba. Siempre la misma distancia. Detrás, como vigilándonos, la Pindonga. Abajo la tierra y arriba el cielo. Así durante un tiempo que parecía interminable. Menos mal que dulcificaron este camino dos bandos de avutardas que levantamos al pasar.

No faltaron animadoras

El Valderaduey

Pero todo llega. Llegó la carretera de Zamora, llegó el Valderaduey y su puente y llegó Castronuevo. ¿Y ahora, qué? Pues ahora cruzamos a la otra orilla –la derecha- y nos fuimos por la carreta, adornada a ambos lados de grandes encinas, hasta un camino que nos dejó justo en la desembocadura del Sequillo, enfrente.

La confluencia

¿Y ahora qué? Como no hay puente –lo hubo, el que daba servicio al camino de Villarrín a Belver- remontamos el río en dirección a Cañizo, ya en Tierra de Campos. Nos encontramos con las ruinas del molino de Bragadilla, que llegó a tener 4 muelas, donde paramos a reponer fuerzas y pasar un agradable momento, protegidos del viento norte y expuestos al sol caliente de mediodía. Los saltamontes y otros insectos estaban tan felices como nosotros, pues aquí se habían olvidado de que estábamos en un día invernizo de otoño.  Lo ideal hubiera sido tomar un camino que sale junto al puente de Castronuevo, que atraviesa el Sequillo por una pequeña presa y, tras hacer unos metros a campo través, conectar con el camino de Belver. Otra vez será.

Restos del molino de Bragadilla

Pasado el buen rato del molino, nos dirigimos a Cañizo para pasar junto a  la casa natal de Aniano Gago y cruzar allí el río. Paramos un momento en el navajo y alameda del camino de Belver y rodamos bordeando el monte de encinas y tierras de labor. El sol de la tarde empezaba a inclinarse más y sacaba colores rojizos a las tierras y verdosos a las encinas. Motas verdes sobre fondo rojo.  Al fondo, la omnipresente Pindonga seguía destacando. A la torre de Castronuevo había que buscarla, pues su fondo no la facilitaba destacar. Los continuos toboganes ponían a prueba nuestras debilidades –más psicológicas que reales- a la vez que el viento de culo nos daba fuerzas.

Navajo

Y de vuelta por el Sequillo

En estas, caímos el cauce del Sequillo y pasamos junto al molino del Maroto, convertido en un restaurante famoso por la paella que prepara la dueña y que probaremos  en otra excursión, pues se hace tarde. Y por la carretera rodamos hasta la altura de Belver, somnoliento y acostado sobre la ladera roja del monte. Nos acercamos  a ver un bello puente del s. XIX que sustituyó a la puente vieja, románico, del camino de Toro.

La tierra roja con el monte al fondo

Ahora, por el fondo del valle, rodamos hasta la meta siguiente: el molino del Jesuíta, que fue un gran complejo fabril. Tuvo varias muelas y sus ejes daban fuerza mediante correas a un sinfín de variadas máquinas… Además, el complejo contaba con viviendas para los que allí trabajaban. Todo esto, perdido en un punto del Sequillo, lejos de cualquier población. Bueno, ahora no sólo está perdido, sino también oculto por la maleza en medio de la ribera, y en vías de desaparición.

Muela del Jesuíta

Salimos del valle en dirección sur, poniendo rumbo a Castromembibre. Después de tomar varios caminos, cañadas y direcciones, acabamos en el camino que deja a un lado, en una alameda, la fuente de los Villares. Y entonces, el sol se puso sobre el páramo de los Torozos, la Tierra de Campos y la Tierra del Pan. Llegamos con 68 kilómetros a la espalda.

Aquí dejamos el recorrido.

 

Por el Camino Real de Toro

Suave colina en Tierra de Campos
Suave colina en Tierra de Campos

Segunda y última parte del recorrido iniciado en la entrada anterior. Aquí rodamos más por el páramo que por la Tierra de Campos.

Castromembibre y los Villares

Desde San Pedro de Latarce, subimos al páramo. Nos vamos poniendo de lado respecto al viento. Tierra de Campos nunca es la misma: ahora tenemos a nuestra izquierda una colina en la que, como si fuera una larga ola, surfean algunos árboles y se cobijan majuelos. En éstas acontece el primer pinchazo de la jornada. Enseguida, mientras el pinchado comprueba que todo va bien y que la rueda se recupera (y se nos escapa a Castromembibre, todo hay que decirlo), algunos aprovechamos para acercarnos a la fuente de los Villares. ¡Qué sorpresa tan grata! Una chopera fresca e irregular que esconde, además de unas mesas, una fuente de arca hundida, de buenas proporciones, cubierta con bóveda de piedra caliza de perfecta cantería. ¿Cómo es posible que haya esto aquí? Prometemos volver a merendar en otra ocasión. De haberlo sabido…

Fuente de los Villares
Fuente de los Villares

Y llegamos a unos de los últimos pueblos del páramo de Torozos, Castromembibre, que lo vemos como pegado a la superficie del páramo, aprovechando sus ondulaciones y con casas del color de la tierra. O sea, camuflado, hecho uno con la tierra.

Nos alegramos de que la iglesia de Nuestra Señora del Templo –por la Presentación de la Virgen en el Templo, nada que ver con los Templarios- esté por fin, restaurada. Y ya que estamos aquí, subimos a contemplar los restos pétreos de un viejo molino de viento, en una elevación al sureste del pueblo. En la otra elevación, más al oeste, se levantó el antiguo castro.

Molino
Molino

Hacia Almaraz de la Mota

Ya vamos poniendo rumbo a la meta final de la excursión. Pero decidimos rodar por el antiguo Camino Real de Toro a Medina de Rioseco, que tomamos a casi tres kilómetros de Castromembibre, cerca ya de Tiedra y Pobladura. Cambiamos de paisaje por completo, pues ahora vamos como por un pequeño cañón, siguiendo el cauce del arroyo de la Fuentecilla y con el viento en popa. Curiosamente no tiene casi revueltas, sino que es recto y de subida suave, razón por la cual este accidente del terreno fue aprovechado al trazar la vía de comunicación.

Enseguida vemos los restos de un gran palomar de barro, con tres calles y cuatro círculos con nidales: ¡esto era una verdadera fábrica de pichones y palomina! Hoy sólo los almendros y perales que lo circundan están todavía en plena actividad.

Fuente del Tayo
Fuente del Tayo

Escondida una pequeña entrada hacia el norte está la fuente del Tayo –una de las muchas que hay en Tiedra, en cuyo término nos encontramos- que sin duda abasteció a caminantes y carreteros de otras épocas. Es verdaderamente señorial, en la ladera del páramo, con un gran frontis de piedra bien tallada, poyos del mismo material cada lado y un abrevadero separado, un poco más abajo. Hacen más agradable el lugar dos viejas acacias y vegetación variada.

Nos desviamos del arroyo a la altura del puente de la Camella y emergemos sobre el páramo para introducirnos en el monte de Almaraz, de buenas encinas y suelo rojo. Es, de los montes de Torozos, el que se encuentra más al poniente. Enseguida divisamos la inmensidad de Campos al norte. Acabamos llegando a la autovía que nos impide el paso, seguimos un camino paralelo que nos lleva a una antena y ahí nos quedamos. Los animales no pueden cruzar esta doble vía, nosotros tampoco: ahí se ve Almaraz de la Mota, a un tiro de piedra, pero no podemos volar y nos quedamos con las ganas y ¿otra vez será? Pues ya van… Además, ¡segundo pinchazo!

Por el monte de Almaraz
Por el monte de Almaraz

Y Villardefrades

Tras un breve recorrido a campo traviesa por los rastrojos del páramo hasta que enlazamos con el camino de Valderranos, adornado de chopos, que nos conduce por rápidos toboganes hasta nuestra meta, Villardefrades. Aquí vemos la inacabada iglesia de San Andrés, así como el interior de la ingenua y simpática ermita de San Cucufate que esconde, al menos, una joya en madera policromada: la Virgen con el Niño, de mediados del siglo XIII. Ella sostiene una manzana en la mano derecha y Él un librito en su izquierda.

Como estamos ya cansados de rodar y lo conocemos, no vamos hasta el monte de los molinos, repleto de restos de estos ingenios de viento. Curiosamente, esta zona de Campos estuvo llena de molinos: además de los que aquí vemos y del que ya vimos en Castromembibre, los hay en Villagarcía y Cabreros.

Dimos por concluida la excursión tomando una caña en el mesón Carmela recordando a don Camilo J. Cela, q.e.p.d.

San Cucufate
San Cucufate

 

En la ladera del páramo

Villavellid desde Tierra de Campos

El páramo de los Torozos es una inmensa planicie que se extiende unos 70 kms a lo largo por unos 30 a lo ancho, entre las provincias de Valladolid y Palencia (sobre todo por la primera). Pero es mucho más que eso, pues esconde agradables e intrincados vallejos en los que descubrimos manantiales y arroyos, y también montes de roble y encina, por no hablar de algunas construcciones de tipo secundario –chozos, corrales, pozos, palomares- que se ya han fundido con la llanura gracias al transcurso de los siglos.

En muchos casos las faldas del páramo hacia la Tierra de Campos o hacia el Duero o el Pisuerga son suaves, como si se extendieran sin prisa durante varios kilómetros. En otras ocasiones, forman caídas un tanto abruptas, como ocurre en Villavieja del Cerro.

Ya hemos hablado de nuestra excursión por el valle del Sequillo. Comentaremos ahora algunos otros hitos de esa salida, en concreto los que se encuentran en las suaves faldas del páramo.

Ruta completa -50 kms aprox.-

Castromembibre

A esa localidad, que no oculta en el nombre su origen militar, hemos llegamos en bici desde Pobladura de Sotierra, después de atravesar campos ondulados marcados por motas y arroyos. Fue como pasear por un mar, pero de tierra.

Hay que decir que aquí se encuentran las estribaciones mas occidentales del páramo de los Torozos, y que llega un momento -ya en tierras zamoranas, por Abezames y Pozoantiguo– en que no se sabe si estamos en un páramo, en un cerro o en una llanura de ligeras cuestas.

En Castromembibre hay dos cosas que no hemos de pasar por alto. La primera es un torrejón en la loma que domina el pueblo, de piedra caliza, que fue nada menos que un molino de viento. Sí, esta perfectamente documentado que en estas tierra hubo estas máquinas. Y he aquí un claro resto. También podemos ver mas vestigios en la cercana localidad de Villardefrades.

Y la segunda es Tierra de Campos. No es tan alto como el mirador de Urueña, pero también asombra la inmensidad del territorio divisado. Es una estupenda miranda.Un paseo por sus calles, entre casas de barro o de piedra, fuentes y corralizas nos hablará de lo que es y lo que fue este pueblo perdido en los confines de Torozos.

Panorama en Castromembibre

Villavellid

Esta localidad -acentúese como Valladolid- también se encuentra en la suave y distendida falda del páramo y dista 3 kms de la anterior. Tiene castillo, que ha sido remozado, fuentes de agua reparadora para el caminante, frescos sotos y dos iglesias. También es, por su situación, una buena atalaya para contemplar el paisaje terracampino.

Desgraciadamente la iglesia de San Miguel se encuentra en avanzada ruina. Se levanta sola en las afueras del pueblo, y se han adueñado de ella cernícalos, grajillas y lechuzas. Pero nos habla, a su manera, mucho de lo que tuvo que ser esta villa. En otro tiempo. Hoy las hierbas campan por sus respetos; mañana…

San Miguel