Aguilafuente, Turégano, Sauquillo

Seguimos por el alto Cega, en Segovia. Los ríos –el Cega- y arroyos venían crecidos, pero mucho menos que en la entrada de hace poco más de una semana. Los charcos, abundantes. La sierra, cercana y sin nieve salvo manchas en Peñalara. Hacía bueno –hasta calor- y se podía rodar en traje corto. Lo importante es que dejamos la niebla en Portillo y el sol salió antes de llegar a Cuéllar. (Y es que se rueda mal con niebla, sobre todo si sabes que tienes muy cerquita el sol).

Salimos de un pueblo –Aguilafuente– que, al parecer, fue importante. De entrada, en la iglesia de Santa María –de bella portada gótica- tuvo lugar en 1472 un sínodo de la diócesis que fue recogido en el Sinodal de Aguilafuente, primer libro impreso en castellano. La portada se encuentra en una plaza con soportales y, al lado, el ayuntamiento, modernista de hace casi un siglo (1926).

Ventana en ángulo del palacio de los marqueses de Aguilafuente

Pero ahí no acaba todo. En esa plaza, y también en la plaza mayor, vemos la escultura de sendos águilas –de aguilafuente– pero el origen de la localidad se debe a Bagvila, tal vez su repoblador.  Pasamos también por un gran lavadero público que ahora es gimnasio; por los restos de una fábrica resinera; por la iglesia románica de san Juan, hoy museo; por la ermita del Santo Cristo de la Peña;  junto a un palacio del que sólo quedan las ventanas; junto a la escultura de Adán arrepentido, de Florentino Trapero, hijo del pueblo… Por donde no pasamos fue por unos restos romanos próximos al pueblo que están excavando. No está nada mal el patrimonio de esta localidad segoviana.

Pista para bicis compartida con rebaños, aunque no coincidimos con ellos

Después de este empacho de arte e historia nos fuimos a rodar por los pinares. Un camino de buen firme habilitado sólo para caminantes y ciclistas nos fue aproximando al Cega, si bien nos dejó en una pista que atraviesa –más o menos paralela al Cega- los pinares de Aguilafuente, Sauquillo y Turégano. Pero desde la pista nos acercamos hasta las ruinas de un molino próximo al puente de la carretera de Lastras, que también visitamos, y que cuenta con una fuente casi debajo del arco.

Buena charca -que no atravesamos- en medio del camino

Ahora nos  toca la parte más dura de la excursión, por la abundancia de arena. A pesar de que está relativamente compactada por las últimas lluvias, cuesta bastante rodar, y en más de una ocasión hay que echar pie a tierra, por ejemplo en alguna subida y al llegar a una zona donde ha habido máquinas entresacando pinos. Pero, como siempre, compensa: el paisaje junto a la ribera del Cega y entre grandes pinos resineros, reconforta. Además, parece que el sol está llamando a la primavera y multitud de pajarillos forestales quieren participar, con sus trinos, en la fiesta.

El Cega ha regado bien las tierras adyacentes

Abajo, serpentea el Cega creando lo que aquí llaman dehesas, que son praderas habitualmente verdes en las que crecen sauces y otros árboles de ribera. Algunas han sido aprovechadas para plantaciones industriales de chopos. Y muchas siguen todavía inundadas por las aguas del río.

Hasta que nos cansamos de tanta arena y nos vamos por un camino hacia el sur hasta la pista de servicio por la que ahora nos resulta muy agradable rodar. Pasamos por refugios forestales y encharcamientos hasta llegar a la Casa del Ingeniero, convertida en museo forestal, donde nos damos un merecido descanso.

Castillo de Turégano 

Saliendo de los límites del pinar, seguimos el rastro del río de las Mulas hasta que distinguimos en el horizonte el perfil de Turégano, donde nos sentimos irresistiblemente atraídos por su castillo, y allí nos dirigimos. Es una fortaleza perfecta, de libro, restaurada; domina la localidad desde un promontorio. Al otro lado, restos de viejas murallas. Y lo mejor y más curioso: en su interior contiene una iglesia, dedicada a San Miguel, románica.

Iglesia y fuente, Turégano

Damos una vuelta por el pueblo, precioso, y en la plaza de la iglesia, junto a la iglesia, descubrimos la fuente, empujada por las casas cercanas. Pero resiste.

El camino de Escalona nos lleva hasta la laguna de Navalcarnero, que está recrecida y da cobijo a un bando de azulones. Después, por una cañada, llegamos a Sauquillo, que tiene buenas casas señoriales y una digna torre en su iglesia parroquial.

Muchas tierras y caminos estaban así

Cruzando prados y humedales con algunas matas de roble aisladas, cruzamos con bastante dificultad el arroyo de Valdeurraca, bien crecido, de la mata. Un pie al agua, pero no importa, que no hace frío. Enseguida cruzamos los Pinarejos y estamos, al fin, en Aguilafuente. Aquí, el recorrido, de casi 50 km.

Alto Cega, agua y lodo

Hoy hemos navegado por el agua y por el barro. Muchos caminos estaban intransitables por el barro, el suelo se pegaba a las ruedas de tal modo que a la más pequeña cuesta arriba tenías que echar pie a tierra. Otros se encontraban totalmente inundados, simplemente porque algún arroyo o algún río –caso del Cega- se habían salido de madre. Y, en el mejor de los casos, estaban salpicados de abundantes charcos.

Pero al fondo, al sur, se levantaba Somosierra, que alegraba el paisaje a pesar de no contar ni con un copo de nieve. Y, arriba, el cielo azul con alguna nube que, incluso, nos dejó algún chubasco perfectamente soportable.

Puebla

De manera que salimos de Cabezuela por un camino asfaltado que nos trasladó cómodamente a Puebla de Pedraza, en el valle del arroyo de Avilés.  Lo más llamativo para nosotros fue el espléndido reloj de sol que luce en el lado sur de la torre de la iglesia, recientemente  restaurado y puesto en hora.

Por campos abiertos y pequeños encinares nos presentamos en Rebollo, cuya iglesia cuenta también con un ancestral  reloj de sol y varias cruces de piedra junto a la puerta, en la plaza. Saliendo, a quinientos metros nos encontramos con una sorpresa: las paredes de la ermita de Nuestra Señora de las Nieves, convertidas en el recinto sacro del cementerio. Fue una iglesia románica de buen porte y aún se reconocen muchos de sus elementos como los ábsides, arcos y huecos. Buen lugar para descansar –en cualquier sentido de la palabra.

San Pedro y sus campos

Después de naufragar en el camino que va junto al arroyo, salimos a una pista ¡asfaltada! que agradecemos y que nos lleva hasta San Pedro de Gaíllos. Aquí descubrimos  que la originalísima decoración de la portada del atrio de la iglesia de San Pedro, es igual a la de la Virgen de las Nieves que acabamos de ver (y que no habíamos visto nunca  en ningún otro sitio), una disposición de molduras de baquetones en zigzag resaltados (hay que verlo). Por otra parte, los arcos del pórtico son apuntados y descansan sobre columnas muy altas para ser de estilo románico. Todo muy curioso. Excepcional.

Calvario junto a la ermita de la Virgen del Amparo

De nuevo rodamos por campos abiertos y ondulados hasta llegar a los restos de la iglesia de Santiago, perteneciente tal vez a otro despoblado, pues parece que fue un templo de buenas proporciones. Y, del siguiente empujón nos presentamos en La Matilla, población con buenas balconadas a la sierra y sus estribaciones.  Bajamos a las inundadas riberas del arroyo Ancho y subimos a Valleruela de Pedraza, que se encuentra en la ladera del páramo.

Valleruela

Valleruela tiene una hermosa ermita dedicada a la Virgen del Amparo, a la que se llega por una pradera en la que se levanta un viejo viacrucis en piedra. Grandes sabinas parecen hacer guardia en su honor. Un camino con hileras de sabinas nos invita a seguirle, pero volveríamos a Rebollo. Así que nos  vamos por otro que bordea el páramo hasta caer sobre Tejadilla, en donde descubrimos que buena parte de la ladera del páramo es una enorme cantera.

El siguiente paso se convierte en una bajada técnica dominada por continuas regueras  y aderezada por un buen chaparrón. Abajo nos espera el río Cega que ¡ha ocupado nuestro camino! Así que hacemos lo que podemos: a ratos por el agua, a ratos por la tierra embarrada del sembrado contiguo.

Camino junto al Cega

Medio oculta entre sabinas al pie de la peña Tuero, otra sorpresa: los restos de la ermita de las Santas Justa y Rufina o de la Vega, cuyo interior sin cubierta es el antiguo cementerio de la localidad a la que nos dirigimos, en uso hasta no hace mucho. Otro lugar increíble bajo una peña de ensueño junto a una agradable ribera.

Pasamos Pajares de Pedraza por la carretera y siguiendo al Cega hasta tomar un camino de unos 10 km que –salvo los primeros metros- se nos hace durísimo debido al omnipresente barro y a los continuos toboganes, que nos obligan a bajar de la bici en más de una ocasión. No obstante, el paisaje sigue siendo precioso: el Cega salido de madre a la izquierda, peñas a la derecha, y nosotros avanzando por un monte mixto de sabinas, encinas y pinos. Bueno, al final todo se acaba y salimos a la ermita de la Virgen del Carmen.

Último kilómetro

Hacemos por lo carretera poco más de un kilómetro y el resto por pinares y tierras de labor. O arena o barro, pero los dos te atrapan. Al final, entre charcos y lagunas, llegamos por fin a nuestro destino. Y descansamos después de pasar junto a los viejos lavaderos.

Aquí, el recorrido, de unos 56 km.

Monte común Grande de las Pegueras

Según la documentación que obra en la red, este monte que pertenece a la jurisdicción de la Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar es el más grande de la región, pues cuenta con casi 7.500 hectáreas. El día estaba gris, había llovido en abundancia durante las jornadas anteriores, se esperaba viento… ¿qué momento mejor para acudir a Tierra de Pinares y no dejarse embarrar las ruedas de la bici? ¡Pues entre Sanchonuño, Zarzuela y Pinarejos teníamos monte y arena para dar y tomar!

Aquí no hay piedra caliza, pero puedes encontrar estas curiosas «figuras» en granito

Empecemos por la noticia mala: si alguien dijo que Tierra de Campos son, en realidad, campos de tierra, nosotros hemos experimentado que Tierra de Pinares son, en realidad, campos de arena. O pinares de arena. Y es que este gran monte muy tiene pocas pistas firmes y dispone, sin embargo, cuasi infinitos caminos y senderos de arena, que es lo que constituye el suelo del pinar. Eso significa que los ciclistas deben esforzarse y mucho para rodar entre sus pinos. Y, desde luego, me da la impresión de que está impracticable en verano: nosotros hemos ido después del diluvio y, aun así, todo era pura arena: aunque nos quedamos clavados en pocas ocasiones, el avance era siempre complicado, las cubiertas se hundían en la arena…

La buena es todo lo demás.

Salimos de Sanchonuño –localidad repoblada por Sancho Nuño, claramente- que cuenta con una larga tradición industrial visible hoy en su polígono y ayer en las curiosas chimeneas fabriles que quedan, coronadas por nidos de cigüeña. Y no sólo posee monte, también extensos prados boyales y abundantes huertas.

Pinos olivados en una zona de cortas

Los pinares son aquí de pinos resineros, que se aprovechaban precisamente para extraer la resina y un subproducto suyo, la pez. Más esbeltos y espigados que los de Portillo u Olmedo, por ejemplo. Muy cuidados, todos están olivados. La densidad del monte es alta en número de negrales y con frecuencia aparecen cortas. Se ve que están trabajados, también por la abundancia de palos y tubos de colores, mojones y cartelitos que señalizan algo que a nosotros se nos escapa. Ya se ve que este pinar sigue siendo la materia prima de otros productos más elaborados relacionados con la resina. El suelo es una capa continua de tamuja con restos de ramas. No hay otra especie de árboles: no vimos ningún piñonero, si bien había alguna zona con robles, fáciles de distinguir porque las hojas, amarillas aún no se habían caído.

Un aspecto del molino del Ladrón

Desde Sanchonuño un camino nos llevó, entre claros del bosque destinados a agricultura, hasta un lugar denominado el Manzano, junto a la garganta del Cega. No pudimos resistir la tentación y bajamos hasta su orilla misma, hasta un paraje conocido como vega o vado de Santudovico. No es mal sitio, sobre todo para verano.

Pues el Cega lleva agua

Y de allí, luchando a pierna partida contra la arena, nos fuimos hasta la presa del bodón de Ibienza, donde pudimos comprobar que el  Cega llevaba agua en abundancia. Un agradable sendero de ribera nos condujo al puente del molino del Ladrón. Hasta aquí llega una excelente pista que viene de la autovía (entre Sanchonuño y Pinarejos) y se dirige a Lastras de Cuéllar. Es otra opción para conocer el pinar sin los agobios de la arena. Y, por la misma orilla nos presentamos en la potente presa de este molino.

Cortados del Cega

Otro empujón y nos presentamos en Zarzuela del Pinar, entrando por la ermita del Cristo, al que vemos por un ventanuco. La localidad está presidida por la iglesia de la Exaltación de la Santa Cruz , pero también por una buena chimenea industrial, al otro extremo del pueblo.

Seguimos rodando –ahora por una excelente pista- hasta la laguna del Santo, en un agradable lugar con hierba abundante y rodeado de pinares. Las ranas cantan que es un gusto, pero se tiran al agua conforme avanzamos por la orilla.

Laguna del Santo

Un poco más allá, las ruinas de la ermita de San Cebrián, en un alto. Otro hermoso lugar, éste para contemplar la alfombra infinita que es el monte común grande de la Peguera. Pero también vemos cómo las nubes pasan, cargadas y veloces, amenazando lluvia.

Ya sólo nos quedar pedalear y pedalear por el monte, con sus negrales más o menos altos, más o menos fuertes, pero siempre limpios y cuidados. Con los palos que no sabemos lo que significan. Con retamas que aún no han sido recogidas. Con algunos refugios para caso de intensa lluvia que, al final, no ha sido preciso utilizar. Con grandes zonas de cortas. Con otras en las que los pinos son todavía pimpollos.  Y siempre apretando con fuerza los pedales para avanzar entre los arenales…

Lo que queda de la ermita de San Cebrián

Algunos claros dedicados al cereal y al fin salimos al Pradejón y a los prados boyales. Rodamos por una pista que nos descansa y llegamos a Sanchonuño. Nos han caído cuatro gotas, pero los aguaceros que nos veían pasar nos han respetado.

Han sido 48 k cuyo trayecto podéis ver aquí.

3 ríos creciditos, 3

Día gris con niebla meona, si bien el sol asomó tímidamente al final de la excursión. A la mitad del trayecto empezó a llover pero lo dejó enseguida. Pudimos comprobar en los ríos que la nieve de las montañas se está derritiendo. Viento fuerte, amortiguado por los pinares. Elevada temperatura para el mes de enero.

El primer objetivo consistió en acercarse a la confluencia del Eresma y Adaja. Entre ambos, salía un Adaja muy fuerte con corriente y anchura digna del Pisuerga. La pena es que en el cauce abundaban los árboles, arbustos y matas y no se disfrutaba de una buena vista. Pero fue  suficiente para darse uno cuenta del momentáneo poderío de este río normalmente tranquilo y austero.

Adaja y Eresma confluyendo

Nuestra idea era cruzar el Adaja por el puente de Sieteiglesias pero ¡ja! el puente aparecía sumergido en las aguas, y únicamente sobresalían unos metros del lomo central. Hay que decirlo: no nos atrevimos a cruzarlo para no estar mojados toda la excursión, si hubiera sido al final del trayecto, otro gallo hubiera cantado. Pero el río –gracias a la nieve derretida- nos venció y la verdad es la verdad. No hay más que hablar.

El puente asoma ligeramente el lomo

De manera que nos fuimos al ñuente de la carretera y de allí al Eresma, cuyo caudal ya daba la impresión de haber comenzado a menguar. Las praderas de la orilla habían sido anegadas recientemente y aparecían con sus hierbas peinadas en el sentido de la corriente; ya  levantarán.

Los pinares que atravesamos se mostraban limpios y relucientes por efecto de la nieve y la lluvia recientes. El suelo era una alfombra continua brillante y verde. No es normal verlos así. Pasado el caserío de Brazuelas, seguimos el camino de Santiago en dirección contraria hasta llegar a Alcazarén. Vimos que habían rehabilitado la mayoría de sus bodegas, al menos todas las que se encuentran junto al Ruedo. No sé si originalmente eran como las presentan ahora, pues nos daba la impresión de estar en un agradable pueblecito árabe… Desde luego, más vale así antes de que se caigan. Y en todo caso, Alcazarén -los dos castillos- es árabe. Es posible que señale la bifurcación hacia las (2) fortalezas de Simancas y Cabezón. Pero a saber.

Hacia el Colladillo

El siguiente paso no fue el de un río, sino el de un puerto: el Colladillo, que atraviesa un brazo de páramo hacia Mojados. ¡Uff, estuvimos a punto de ser derrotados por esa greda o barro que se pega a las cubiertas hasta bloquear la rueda. Pero mal que bien, pasamos al otro lado y llegamos a conectar con el cordel de Valdecoba y finalmente aterrizamos -bien sucios- en Mojados.

Llegando a Valdestillas

¡El cauce del Cega se ensanchaba y sus aguas pasaban bajo todos los arcos del puente! Pocas veces lo hemos visto así. Y con fuerte corriente. El agua también lamía los muros de la vieja fábrica de harina.

Ya sólo nos quedaba volver al punto de partida atravesando los pinares de La Minguela y del Tamarizo, que estaban limpios y –con el tímido sol que asomaba- hasta resplandecientes.  Nos paramos a contemplar un pino de tres brazos o troncos en una zona donde casi todos los piñoneros poseían dos.

Presa del Adaja

Finalmente, caímos junto a la centralita de Valdestillas: el elevado caudal caía rápido por el rebosadero y formaba una nube blanca de gotitas que se expandían por los aires llegando a refrescarnos, lo que agradecimos en un momento en que el sol ya calentaba por encima de lo habitual…

Aquí dejo el recorrido, de unos 45 km.

En la Huelga del Señor, o entre Cega y Pirón

Bien nos hemos mojado en esta salida. Eso sí, ha sido en Tierra de Pinares o, por mejor decir, sobre la arena de los pinares, lo que hace más soportable la mojadura, dado que las arenas no se pegan a las cubiertas de la ruedas. Pero no todo fue tan sencillo: en la bajada del páramo hacia Mata de Cuéllar, las ruedas dejaron de rodar porque la greda unió cubiertas con horquilla. Y hubimos de parar para liberar la bici y seguir, primero por la cuneta malamente y luego por el centro del camino, donde crecía algo de hierba, evitando la zona más rodada y pegajosa. Este fue el momento más trágico del trayecto, si se puede hablar así.

Salida por la cañada real Burgalesa desde Cogeces de Íscar. La dejamos enseguida, al llegar al arroyo de Cantalavacía, que seguimos cuesta arriba y ya entre pinares. En el Sombrío siguen los restos del famoso pino Gordo y, un poco más arriba la ladera se adorna como de bancales con almendros, recuerdo de otros tiempos en los que abundaba –al menos por aquí- la agricultura de las pequeñas plantaciones.

Pinar del Sombrío

En el páramo –pinos y encinas- hay ahora ganado vacuno protegido por mastines. La tela metálica impide comunicarnos demasiado. Después de asomarnos al barco de la Calera, cruzamos el barco Platero para contemplar la inmensidad finita de esta tierra pinariega desde el Cabezo. Y digo finita porque la lluvia y las nubes bajas, como enganchadas en los los pinos, no nos dejaron ver esa alfombra casi ilimitada que forman las copas de los pinos. Antes del pinar, una ancha franja de tierras cultivadas. Eso hacia el sur. Hacia el este, Vallelado con sus –de momento- nítidas laderas del páramo y hacia el oeste Íscar con su castillo entre nubes. Dos buitres leonados y uno negro me sorprenden tras la mata de una sabina; les cuesta coger altura.

Vallelado al fondo

Sucede el episodio del barro, cruzamos Mata de Cuéllar y nos acercamos a la ribera del Cega que, como el día, se ha puesto triste, gris y descolorida. Algunos chopos están amarillos, pero como no hay sol su tonalidad es mortecina. Sorprende la magnitud que tuvo la toma de agua para el molino del Pino: una gran presa parte la corriente para sustraer las aguas del Cega hasta el molino, un kilómetro más abajo. La presa se convierte, sin solución de continuidad en una de las orillas, la del dique, casi dentro del cauce del río. Los barrancos verticales del cauce dejan ver esa greda pegajosa y damos gracias por el trabajo secular de Eolo, que nos ha traído desde la sierra las arenas de estos pinares.

Paisaje con buitre visto desde arriba

En fin, tras cruzar a la orilla izquierda por el puente del Pino, vemos de lejos los restos del molino, también del Pino y seguimos nuestro camino aguas abajo entre piñoneros y negrales y alguna despistada sabina o encina. Son los pinares de Entranbasaguas, lugar perdido, especialmente en su extremo norte, porque está delimitado y protegido por los ríos Cega y Pirón. Por aquí no se pasa, hay que venir expresamente a visitarlo de manera que vuelves casi siempre al mismo sitio. Nosotros, sin embargo, hemos entrado por la orilla izquierda del Cega y volveremos por la derecha del Pirón. A pesar de lo que ha llovido hemos visto muy pocas setas; seguramente saldrán dentro de unos días. Aquí la lluvia ha arreciado hasta empaparnos.

Restos del caz

El Cega, aunque tiene una ribera enmarañada, ofrece de vez en cuando cortados que reflejan lo que fue su corriente.

Llegamos a la Huelga del Señor, que es el extremo en pico antes de la confluencia. Hoy es una gran pinar, pero debió ser un terreno de cultivo especialmente fértil, que eso significa la palabra huelga. Lo del Señor se debe, seguramente, a que formó parte de alguna donación a iglesia o convento. Este triángulo está más protegido aun que Entrambasaguas, pues hay que pasar por éste para llegar a aquel.

Cortado en el Cega

Y llegamos a la confluencia. Ninguno de los dos ríos va sobrado, si bien el Cega lleva algo más de caudal y viene limpio, no así el Pirón. El primero posee un pequeño prado con algunos chopos centenarios. No deja de ser un curioso lugar: aquí se conjuran ambas corrientes y unen sus fuerzas para cruzar un potente páramo calcáreo al que tajan sin piedad. No han podido con la inmensa mole del páramo del Rey, hacia el oeste, pero tampoco han trabajado mal. El Cega le tenía ganas, pues viene desde Cuéllar lamiendo la paramera, que le hace cambiar de dirección, hasta aquí, donde vuelve a retomar su rumbo hacia el noreste.

Pirón (i) entrando en el Cega (d)

Nos vamos siguiendo, aguas arriba al Pirón. Nos asomamos a su presa y cruzamos por la Nariz hasta llegar a Puente Blanca. Aquí cruzamos a la otra orilla e invertimos el rumbo. Nos paramos un momento en las ruinas del molino Rodero, cruzamos el pinarillo de Valconejero y pasamos de nuevo por la confluencia, esta vez desde la orilla izquierda del Pirón. La carretera nos deja en Cogeces, donde tuvimos la oportunidad de entrar en el interior de su iglesia, dominado por un llamativo arco triunfal apuntado.

Aquí, el trayecto.

Adaja, Cega y pinares de Valdestillas y Mojados

valdestillas-2016

Salimos de Valdestillas, el pueblo de las Cañadas, y nos introducimos en el pinar de la orilla derecha del Adaja, compuesto de pinos –piñoneros y negrales- de buen porte: Es uno de los pinares más extensos de la provincia y podemos rodar varios kilómetros sin salirnos de él. Ideal para días de lluvia –la arena mojada respeta a los ciclistas- y también para días ventosos –los árboles doman al viento.

Cortafuegos
Cortafuegos

Hay muy pocas setas; la tierra sigue sedienta a pesar de que la lluvia se ha dejado caer este otoño. Las poquitas que hay no parecen comestibles. A este suelo no ha llegado la otoñada, pues el color dominante es el marrón de la tamuja. A nuestro aguerrido guía se le ocurrió meterse por los cortafuegos -¡mira que hay caminos con buen firme en este lugar!- y nuestras piernas se resintieron. Sólo un poco, también es cierto. Pero el aire llevaba ese agradable aroma a tierra y madera mojadas.

Desde la fábrica
Desde la fábrica

Salimos a Mojados y nos paramos a contemplar esa maravilla que es el arenoso Cega con su puente de piedra. No casan puente tan largo e hilo de agua. Seguramente en otros tiempos fue mucho más caudaloso. Ahora, hasta lo secan en verano. Muy cerca, la triste y arruinada fábrica de harina llena de estériles ventanas… Eran otros tiempos que no volverán.

Por el Caño enfilamos el camino que nos conducirá a lo alto del páramo. Y otra vez a sufrir con la arena. La cuesta es muy empinada pero corta, de manera  que no tardamos demasiado en plantarnos en la ermita de San Cristóbal, que tiene una olmeda que quiere y no puede. Desde el cerral se domina Portillo y su raso, Valladolid, los bordes del páramo de Torozos, los pinares de Valdestillas y Mojados… El aire sopla fuerte y nos vamos cuando alguien empieza a preparar su parapente.

Riberas del Cega
Riberas del Cega

Por un camino resbaladizo nos dejamos caer casi sobre el Montón de Trigo –los nombres son lo que parecen- y hacemos parada y fonda en el vado de Megeces, pues tanta arena sobre la que hemos navegado nos ha dejado sin fuerzas y ahora las reparamos.

El día había amanecido con nubes o niebla alta pero ahora, después de comer, el sol se decidía a lucir un poco y provocar reflejos en las choperas del Cega. Todo se alegraba de repente, hasta nuestro ánimo, de manera que la vuelta hasta Mojados fue hasta más agradable. Laderas y cortados por el norte y pinares y riberas al sur. También, la ermita de la Virgen de Luguillas. Sin darnos casi cuenta, en uno de los charcos, embarramos las ruedas que acabaron por bloquearse.

Junto al Adaja
Junto al Adaja

Y de nuevo estábamos navegando por los pinares de Mojados y Valdestillas. Esta vez –con buen criterio- elegimos un camino con buen firme que hizo de la vuelta un entretenido paseo por un bosque húmedo y otoñal, con ondulaciones y curvas continuas y algunos corzos saltando al fondo.

Pinares
Pinares

Ya en Valdestillas nos acercamos a la presilla del Adaja que se utiliza para producción de electricidad. El agua limpia dejaba traslucir las figuras de barbos buscando comida y lo árboles reflejaban los últimos rayos del sol. Y un poco más abajo nos paramos para contemplar el salto de los tres puentes sobre el río. El más viejo de todos, heredero sin duda del romano que hubo cuando esta localidad era cruce de calzadas, tan antigua es Valdestillas.

Otoñal
Otoñal