Entre Villafranca de Duero y Toro

Hemos dado otro paseo, transcurrido un año, para ver algunas fuentes del término de Toro que no conocíamos. Esta vez hemos recorrido las que se encuentran entre Villafranca de Duero –desde donde salimos- y la ciudad de Toro. Como siempre que venimos por esta comarca, el paisaje es encantador; cuando uno termina la excursión ya está pensando en la próxima… aunque sea dentro de un año. Son campos grava o arena, suavemente alomados –o no tanto, que las piernas del ciclista los notan sin excesiva suavidad- con pequeños llanos en el centro, entre el Duero y la Guareña. El norte está dominado por la torre de la Colegiata de Toro, el este por la línea lejana de Torozos –entre ambos puntos se divisa San Román de Hornija-, el oeste por los picones y tesos de Villabuena del Puente y el río Guareña, y el sur por otros tesos que no sobresalen tanto.

Paisaje de la comarca

En los campos de cultivo abunda el viñedo y en este tiempo las cepas se muestran desnudas. También vemos cereal que no levanta más de un palmo y algunas tierras sembradas de plantas forrajeras. También abundan las manchas de pinares, encinares, así como corpulentas encinas (encinos, por aquí) solitarias. Y las vistas: son frecuentes las asomadas a los diferentes valles y vallejos comarcales. También quedan restos –pocos- de antiguas cañadas y monte bajo, ruinas de viejas casas de labrantío y algunas tudas olvidadas. Luego hablaremos de la sorpresa del día, esta vez en forma de puente.

Encino

El progreso no podía faltar. Se nota en la atención esmerada al viñedo, en el trazado nuevo de la red de caminos, y en el trazado del AVE, que dificulta enormemente algunos accesos y divide esta pequeña comarca. Sin embargo, durante el espacio tiempo que duró nuestro paseo sólo oímos un tren. ¿Tanta inversión para eso? A lo que parece, somos el país más rico del mundo, pero a costa de nuestros tataranietos… ¡Y encima querremos que nos paguen la jubilación, pobres!

Fuente Nueva de Bardales

Pero vayamos allá. Como ya conocemos la fuente de la Quintana, nos dirigimos a la fuente Nueva de Bardales por donde estuvo antigua cañada -hoy soñada- en el ancho valle de Magarín. Del manantial brota agua, pero no de la fuente, que ya no se repara. Está en un aislado y agradable lugar, verde y fresco, con buenas vistas y corpulentas encinas. Antaño pasaba por aquí el camino y cañada que conducían, desde Toro, a la cercana casa de Joseinés. Hoy todo ha cambiado y la fuente se pierde lejos de cualquier camino.

Fuente de las Brozas

Desde aquí, manteniéndonos a buena altura en el valle, vamos hasta el famoso camino de Bardales, o lo que queda de él en su nuevo trazado, y lo tomamos en dirección norte. Después de diversas asomadas y llanos, nos presentamos en la espectacular fuente de las Brozas, de la que, milagrosamente, mana un poco de agua. Su arca, en ladrillo, está abierta por un gran arco de medio punto y surte de agua a un abrevadero enorme, en piedra de buenos sillares que se encuentra a su derecha. Bajo el arco, un pretil de piedra protege las aguas y sobre el arca dos pináculos en los extremos frontales adornan y diferencian esta construcción. Según nos cuenta Otero Toral, era esta una de las fuentes de referencia en la comarca, pues junto a ella pasaban caminos muy transitados. Hoy deja ver algo de lo que fue, y agradecemos que sus alrededores no se encuentren cultivados. Una mesa megalítica para las meriendas completa el conjunto.

El puente

Un kilómetro más al norte sufrimos lo que parece una extraña alucinación: en medio de un praderío de monte bajo, se levanta un puente de excelente factura, ancho, de piedra y en perfecto estado de conservación. No tiene ni camino ni río. Lo primero es fácil de entender, pues por aquí pasó el de Bardales in illo tempore, pero ¿qué fue del río? No vemos sino monte bajo, no hay restos de cauce alguno, ni de vegetación de ribera: es más, aguas abajo –por decir algo- vemos los restos de lo que fue un majuelo y aguas arriba, un campo de cereal. ¿Entonces…? Pues entonces lo hubo, hubo un río; el viejo mapa señala un arroyo intermitente y nos dice que el puente se llama de la Alcantarilla. Pues ahí lo dejamos, con su misterio. ¡Que perdure mucho tiempo con tan buena salud!

Esto es lo que queda de la fuente de la Marinácea

Siguiendo el imaginario cauce del arroyo llegamos al idílico lugar donde brotaba la fuente de la Marinácea. Antaño tuvo una pequeña negrillera al lado, hoy sólo vemos sus retoños que brotan sobre el mismo arca de la fuente y su pilón y acabarán pe destrozarlos por completo.  Bueno, el arca de distribución ya está destrozada, tiene hundido el tejadillo, y otra arca que hay un poco más arriba, para recoger el agua del manantial, está medio desaparecido. Es una pena pero esta ya no se recuperará.

Fuente del Cantador

Damos marcha atrás unos metros y ante nuestros ojos otra visión similar a la del puente: justo en medio de un viñedo aparece, como por ensalmo, la fuente del Cantador. Pocas veces veremos una cosa así, pero ahí está, se puede palpar, no estamos soñando. Recuerda a la fuente de las Brozas: gran arca de ladrillo sobre piedras sillares, bóveda de medio punto con cubierta a dos aguas, al exterior se abre una ventana dentro de un arco cerrado. En el lado izquierdo, un pilón abrevadero de gran capacidad. Está seca, tal vez por la destrucción del pequeño montículo por el que circulaba el manantial. Nos podemos sentar sobre el pilón para contemplar el majuelo próximo y los campos de frutales con sus casetos, más lejanos. Al fondo pequeñas manchas de pinar.

Y de momento, lo dejamos aquí para continuar en la próxima entrada.

 

Campos ondulados, casas de labranza, fuentes y tudas

6 febero 017

Esta vez el paseo lo damos por la comarca que se extiende entre Villafranca de Duero y Villabuena del Puente. El paisaje es de tesos alargados e irregulares o con forma mambla o de cuesta redonda. No hay valles claros, ni terrenos llanos. Todo es un continuo sube y baja desde el Duero a la Guareña con altitudes que van desde los 640 metros en la desembocadura de este último a los 820 de algunos cerros, o sea, 150 de desnivel, como en nuestros páramo y ríos más próximos.

Antaño este territorio estuvo dedicado a la agricultura y ganadería. Hoy queda algún monte en el que pastan ovejas, pero la inmensa mayoría son amplios terrenos destinados a la agricultura extensiva con riego mediante máquinas por aspersión tipo pívot que ya forman parte del paisaje. Los caminos son pistas trazadas por ingenieros en su estudio: rectos, cruzan de un punto a otro recortando cerros y atravesando regueras.

Asomada a la Guareña
Asomada a la Guareña

Y como antaño era necesario estar –o pasar largas temporadas- en el campo vemos todavía restos de caseríos y fuentes con sus abrevaderos.

Fuente los Villares

Hay que imaginársela. Una almendrera en el fondo de un amplio valle. Laderas con bacillares y tierras en tempero. No se sabe si baja o no algún camino. Sí, allá va un sendero, pero hay que volver por el mismo sitio. Llegamos: una pequeña pradera. A contramano, ya en el fondo, aparece una bóveda mudéjar perfectamente construida por un maestro albañil que se permitió colocar ladrillos en diente de sierra rematando el arco. El suelo es de mampostería de cantos y está cerrada sólo por una valla baja de sillería. El agua tendría medio metro de profundidad. Delante, un abrevadero protegido por paredes de mampuesto, algunas derrumbadas, que son continuación de las paredes de la bóveda. En la dovela –de piedra, no de ladrillo-, la fecha: 1870. Aunque seguramente el origen sea mucho más antiguo.

Los Villares
Los Villares

Pegas: la zona del pilón estaba inundada debido a que la salida del agua fuera de la fuente estaba cegada. Y esa misma zona tenía abundante maleza.

No esperaba encontrar nada parecido, pero allí estaba. Se encuentra en el término de Toro.

Chaquinote

Chaquinote es una enorme casa, también en medio de la nada, situada en el término de Villabuena, a más de 5 km de esta localidad. Impresiona verla así, de repente, pues no abundan esas moles en el campo. Pero allí está, también de ladrillo mudéjar, por eso aguanta. Las traseras y establos –de ladrillo hueco o barro- han caído ya.

El caserón
El caserón

Al lado, una fuente que mana agua con la que se llena una laguna que pudo servir para que el ganado abrevara. Prados, grandes álamos, un cerro que la protege al este y campos que tienden a la horizontal. En fin, otro precioso y olvidado lugar.

A unos 3 km vimos también la casa de Moco Crudo –término de Villafranca- hoy utilizada para almacenar maquinaria agrícola, coches que son chatarra y material semejante. Sus pozos y abrevaderos se están fundiendo con la tierra.

Cabillas
Cabillas

También pasamos por la casa Cabillas, muy pequeña y en ruina. Pero desde su ladera domina el amplio paisaje típico de la zona.

Otras fuentes

Cerca de Villabuena paramos en la fuente del Regato, de claro uso ganadero, con pilón y abrevadero. El agua se recoge en una rústica arca de piedra. Como al lado hay una caseta en la que alguien guarda enseres, dos perros vigilan y parece que también se preocupan de la fuente; pero tienen más ganas de jugar con alguien que de asustar.

Fuente y abrevadero
Fuente y pilón

Curiosa la fuente de la Quintana, toresana. Está en la ladera de un mogote, su arca es de sillería al exterior, hay agua –que no llega al nivel necesario para fluir- y tiene el pilón a unos 15 metros. Pero como el agricultor ha ido rebanando el mogote para ganar terreno de cultivo, buena parte de la base del pilón se ha quedado al aire, como flotando. Eso quiere decir, por otra parte, que tiene los días contados. Ejemplo paradójico de lo que está ocurriendo entre lo moderno y lo tradicional en la zona.

La fuente de la Rana, en Villafranca, se encuentra totalmente seca. Está en una ladera, entre un pinar y un majuelo, un álamo la señala y alguien puso al lado un banco metálico para contemplar el paisaje, que no esta anda mal. Dentro del arca otro alguien ha colgado dos cuadros de la Purísima y uno de San Antonio.

Fuente de la Rana
Fuente de la Rana

En fin, es un milagro que viendo las perforaciones que hay en la comarca, fluya todavía agua en algunos manantiales.

…y una tuda

Una de tantas que hay en Zamora, aprovechando la peña de una ladera. Su entrada mira al oeste y cuenta con dos espacios en el interior: el de la derecha destinado a habitación del pastor y el de la izquierda para ser utilizado como establo. Está en los Bardales, término de Toro. Como es un término tan grande que se extiende lejos de la localidad, era necesario que hubiera al menos abundantes casas de labranza, fuentes y tudas, para proteger y abastecer a personas y animales.

Interior
Interior

El paisaje de laderas y montículos se ve completado por viñedos muy cuidados –estamos en una denominación de origen-, montes de pino y encina, y encinas aisladas en medio de campos de cultivo, respetadas, éstas sí, por los agricultores. Y, de vez en cuando, aflora la peña gris-naranja que los trazadores de caminos dejan al descubierto y los antiguos labradores aprovechaban para, como hemos visto, guarecerse en ella.

Habrá que volver por estos andurriales. Resulta que en el término de Toro hay ¡más de 100 fuentes! según he podido enterarme leyendo esto. De modo que ya tenemos la meta de una próxima excursión.

Fue un paseo de 38 km. En wikiloc tenéis el recorrido.

6 febero 055

Y de Villafranca a Pollos subiendo y bajando

–Viene de la entrada anterior–

Después de descansar en la ribera, subimos pequeñas colinas, pasando junto a las bodegas de Villafranca. Cruzamos el trazado del AVE. El paisaje nos ofrece tierras de cultivo –cereal sobre todo, algo de alfalfa- y trozos de monte donde abunda la encina, las escobas, el tomillo, el cantueso, el lino blanco… En primavera todo es una sinfonía de colores y olores. Detrás de nosotros, el valle del Duero y la inmensa dehesa de Cubillas. Pinarillos, árboles aislados, praderíos, suaves laderas, majuelos… Al Oeste vislumbramos la Guareña, aunque no nos acercamos. ¡Qué variedad! Verdaderamente, la estepa castellana es mucho más diversa y compleja de lo que creemos. Aunque, si hablamos con propiedad, estamos más bien en tierras que históricamente son leonesas.

Pasamos junto a la casa de Cantadales, muy arruinada, colocada en un lugar estratégico. Pero si nos alejamos un poco –unos metros bastan-  veremos otro inmenso panorama, esta vez sí, del valle de la Guareña. Y pequeñas subidas y bajadas nos conducen hasta la cañada real de Salamanca. Se ha conservado bastante bien su anchura y hoy la tenemos perfectamente amojonada, al menos mientras discurre por la provincia vallisoletana.

¡Menuda nos espera! Ahora sí que vamos a saber lo que es bueno. ¡Estos sí que son verdaderos toboganes! Y más teniendo en cuenta que llevamos ya unos cuantos kilómetros en cada pantorrilla. Dejamos a la derecha la casa del Reventón con su alberca, sus almendros y su sauceda cercana y ¡primera subida! Van a ser unas cuantas.

En una de estas vemos que el trazado del AVE ha atravesado la loma por la que rodamos y están construyendo un puente para dar continuidad a la cañada. Pero no lo han terminado, de manera que vamos para abajo una vez más y arriba. Menos mal que el paisaje merece la pena. Al Este vemos cómo las torres de Alaejos surgen de la llanura y al Oeste, hundido, Castronuño.

Sin dejar los toboganes, resulta que, llegado un momento, alguien ha ido colocando bancos de madera y los ha situado estratégicamente junto al camino. No creo que se utilicen demasiado, pues tenemos todo el suelo para tumbarnos, pero bueno, así también puede uno sentarse cómodamente si quuiere.

Por fin, parece que las cuestecillas acaban. Eso ocurre cuando el camino se vuelve arenoso –la felicidad nunca es completa- y aparecen enormes encinas a la izquierda. Y, enseguida, el cauce seco del Trabancos con sus prados y alamedas.

Después de subir el ribazo del Trabancos, rodamos por campos de majuelos y la ruta nos devuelve, descendiendo una suave cuesta, a nuestro punto final que también fue el inicial: Pollos.

De Pollos a Villafranca por el Duero

Esta ruta la hicimos en primavera, un trece de mayo. Es la época ideal, pero en cualquier otra época también es agradable, pues encontraremos buena parte del trayecto verde gracias a la ribera y al monte de encinas. Y, en todo caso, los miradores estarán siempre dispuestos para ofrecer un panorama inmenso (salvo caso de niebla, claro).

Pollos es nuestro punto de partida. Hay que ver su iglesia dedicada a San Nicolás, en ladrillo cos aspecto de fortaleza, restaurada por dentro y por fuera. Su torre –como la de San Román de Hornija- se levanta sobre una especia de pórtico. Otro dato interesante es que aquí se elabora un sabroso queso, según hemos podido comprobar.

Al poco de salir siguiendo la dirección del Duero nos encontramos con el prado de la Alegría. Debió de serlo, pues ahora es una jungla en la que es imposible internarse. Lo de la alegría suponemos que hace referencia a que –al ser también una isla en el Duero- surtía siempre de abundantes y frescos pastos. Y ahora seguro que es un paraíso para aves y otros animales.

Una vega protegida por la ribera y las lomas del Sur nos conduce hasta Bayona, despoblado en la desembocadura del Trabancos, que hoy es una casa de labor. Naturalmente, el agua del Trabancos es pura historia. Luego, rodeamos un pinar. Desde una casa derruida divisamos los cortados de Cubillas, en la otra orilla del Duero.

Al fin, salimos a la carretera, pues no nos atrevemos a meternos en la dehesa de Cartago, no sea que haya perros y les parezca inoportuna nuestra presencia. A veces con los canes no se puede dialogar. Pero la dehesa es preciosa, al menos lo que se ve desde la carretera. En el paso a nivel torcemos a la derecha –vemos un pozo con su caseta- y el camino nos acaba dejando junto al puente del ferrocarril. Ya estamos en la otra orilla.

Hasta Villafranca disfrutamos de los húmedos paisajes del Duero. Garzas –reales y alguna imperial-, patos de varias especies, cormoranes buceando en busca de pescado fresco, algún milano negro… la vida bulle en esta parte del Duero. Y si el recorrido lo hiciéramos en invierno, se cernirían sobre nosotros verdaderas nubes de patos y ánsares.

Nada más pasar la localidad, descansamos en las Peñas del Duero, a la sombra de enormes álamos. Aquí el río hace unos rápidos y las peñas también permiten adentrarse sobre las aguas sin las molestias de la espesa vegetación. Por cierto que en los troncos de los álamos un artista local ha dejado su pintura queriendo hacer algo así como el bosque de Oma, de Ibarrola. Lugar agradable.

Y dejamos para la siguiente entrada la segunda parte de la excursión.

El bajo Duero

El Duero atraviesa, de Este a Oeste, la provincia de Valladolid.  En ella se le pueden distinguir tres partes bien diferenciadas:

  • La primera, desde que entra por Castrillo hasta Quintanilla de Onésimo. Va entre páramos, con agua abundante y con frecuentes tablas y rápidos, a pesar de que en algunas zonas lo han remansado para producción de energía eléctrica. Como afluente más importante, recibe al Duratón en Peñafiel.
  • La segunda parte –de Quintanilla a Pesqueruela– debería ser muy parecida a la primera, pero en Quintanilla le absorvemos bastante agua para regar la vega y para apagar la sed de los vallisoletanos. Como consecuencia de ello, los veranos más secos el Duero -sin llegar a secarse- puede convertirse en un conjunto de charcas sin caudal. Por eso, a veces no lleva corriente y se encuentra relativamente contaminado. Recibe las tímidas aguas del Cega.
  • En la tercera –a partir de Pesqueruela– recupera bríos y caudal gracias al aporte del Pisuerga, que lo hace renacer. Aquí gana en anchura y lo vemos remansado por numerosas aceñas y centralitas eléctricas. La de San José, en Castronuño es, sin duda la más alta. Quedaron lejos los páramos; por aquí le acompaña la llanura. Además del Pisuerga recibe las aguas del Adaja. Y se le acercan, secos, el Zapardiel y el Trabancos por la izquierda y, por la derecha, el Bajoz con el H0rnija.

Pues bien, en la presa de San José, le vuelven a quitar parte de su caudal -sobre todo en verano- los canales de Toro y de San José, el primero por la derecha y el segundo por la izquierda. Gracias a ellos, puede regarse la amplia vega de Toro, rica en maíz y remolacha.

Desde esta presa a Toro podemos ir por los caminos de servicio de los propios canales -los del canal de Toro son excelentes, pero ojo al cruzar el Hornija, que se cortan- y también por los muchos caminos agrícolas de que dispone la vega. Para no perder la orientac ión, siempre tendremos la hilera de chopos y álamos del río, que marcan el territorio.

Los caminos son buenos: de gravilla o de tierra que no produce excesivo barro en época de lluvia.

Como puntos de referencia entre la presa y Toro, podemos distinguir:

  • La caída de la presa. Pasada la torrentera, las aguas rápidas del Duero avanzan entre cantos rodados y saucedas.Es fácil acercarse a la orilla, pues la vegetación aquí lo permite; no hay zarzas ni arbustos. Podemos contemplar numerosos patos y garzas, y algún cormorán pescando.
  • Villafranca de Duero, pueblo peculiar por su doble condición vinatera, ya que pertence tanto a la denominación de Origen de Rueda como a la de Toro. Y también por la pesquera que posee aguas abajo. Bueno, realmente no es una pesquera, es un pequeño salto o rápido del río sobre la peña, peinada por las aguas a lo largo de milenios. Junto a ella, una alameda con merendero y, en la otra orilla, una zona con diques trasversales dispuestos para que las aguas no se lleven los campos de labor… Además, en los alrededores de la localidad abundan los palomares a pesar de estar lejos de Tierra de Campos. Todos son muy sencillos.
  • En la orilla derecha, la desembocadura del Bajoz con el Hornija (¿o del Hornija con el Bajoz?). Es una zona de abundantes alamedas, muy cerca de Villaguer -ya en Zamora- donde las garzas han aprovechado una de ellas para criar en una amplia colonia. El último pueblo por el que atraviesa el Hornija es San Román: en la alta edad media hubo, al parecer, un monasterio visigótivo -vemos capiteles en las casas del pueblo- y en su iglesia descansan los restos del rey Chindasvinto y su esposa Reciberga.

  • Ya en el término de Toro, el caserio de los Tímulos. Muy cerca han levantado recientemente otra presa con su central eléctrica. Todavía vemos los árboles, cubiertos de agua y muriendo empantanados en el remanso. También han construido -para compensar- un observatorio de aves acuáticas, pues  suelen invernar aquí.
  • Y Toro. Con su puente de origen romano, su ermita mudéjar de Santa María de la Vega junto al río, sus escarpes con la Virgen del Canto (en el canto, claro) y la colegiata en lo más alto dominando el puente, el río y la vega..

No está mal pasear o rodar por los dominios del bajo Duero…Por cierto, en esta época todavía abunda la fruta madura: peras limoneras, manzanas, higos, almendrucos y racimos de uva no vendimiados.. ¡qué dulce estaba toda!

Castronuño es diferente

Al oeste, un paisaje diferente nos espera. El río es caudaloso, tanto que llena un embalse. Forma una gran curva, un gran arco, visible desde su vértice, la Muela. No hay llanuras, las tierras son onduladas. Tampoco hay arroyos, que son barrancos. Y las dehesas se extienden por los alrededores; se llaman Carmona, Cartago, Cubillas… y ofrecen portentosas y viejas encinas.

Pero hablemos del pequeño paseo de hace unos días. Después de visitar la pesquera de Villafranca, nos encaminamos, rumbo al sur, por una amplia pista que, en primer lugar, nos llevó hacia las bodegas, bordeándolas. Fue la primera parada para ver algunos detalles artesanos en las puertas. Son una pequeña joya de la arquitectura popular. Además, desde las bodegas se podía contemplar el pueblo y el valle del Duero, aquí especialmente amplio.

Después, todo fue un continuo subir y bajar por toboganes, manteniendo perfectamente el rumbo hasta que la pista giraba a la derecha para sortear un cerro en cuyas laderas crecían las encinas acompañadas de pinos, lino blanco, cantueso, tomillo. Luego, al llegar a una T tomamos la izquierda –hacia la derecha iríamos a la Bóveda de Toro- y, enseguida, otra vez hacia el sur por la derecha; hasta que salimos a una carretera, la que va de Castronuño a la Bóveda.

Ahora, en dirección a Castonuño, tomamos la primera salida a la derecha y cruzamos un valle y ya, sin dejar de este camino, acabamos en Castronuño. El paisaje, entre pinarillos, almendros, campos de trigo, fuentes, alamedas, torrenteras… no defraudó en absoluto.