Almendros florecidos en Torozos (Villalba, Montealegre, Valdenebro)

El almendro es un árbol habitual en los paisajes de la provincia. Lo vemos, sobre todo, señalando límites y, en hileras, acompañando caminos. O lo veíamos porque, la verdad, va a menos: si un camino se ensancha o se convierte en carretera –como fue el caso de la conexión de Herrera de Duero con la carretera de Segovia- el almendro es arrancado, y puede ocurrir lo mismo si en la tierra delimitada por almendros se comienza a cultivar por grandes máquinas. No solía haber plantaciones exclusivas de almendros, sino que todas tenían un carácter complementario, acompañando huertas, viñas u otros cultivos. Tampoco ocurre así hoy, pues empezamos a ver extensas plantaciones de almendros (por ejemplo, en Villamarciel).

Viña cerca de El Mazcar

Pero aún quedan muchos almendros perdidos por nuestros campos: no sólo la UE, también los reyes de Castilla dictaron leyes promoviendo los plantones de árboles; con frecuencia los agricultores de antaño plantaban almendros -mientras que los de hoy planta, sobre todo, pinos- pues sus ventajas eran manifiestas: prácticamente crece solo, pues no necesita de excesivos cuidados; nos ofrece un fruto, el almendruco, con el que se elabora repostería variada y otros productos, como la sopa de almendra que en nuestra zona se tomaba tradicionalmente en Nochebuena, preparados medicinales, aceites y cremas…

Volviendo de Landemesa

El caso es que la figura del almendro nos es particularmente familiar en febrero o marzo, cuando estallan en flores blancas o rosáceas por estos andurriales. Esta vez no nos los encontramos, sino que salimos a su encuentro por los términos de Villalba de los Alcores, Montealegre y Valdenebro de los Valles y en lugares donde sabíamos que es abundante.

Blanco el suelo y no es escarcha

La Picotera de Landemesa

En primer lugar nos acercamos a la Picotera de Landemesa –o Vandemesa, según quieran los mapas- en dirección norte. Allí nos encontramos con un curioso complejo de corrales, parcelas o tierras delimitadas por buenos muros de piedra –muchos caídos, algunos muy anchos e incluso de piedra trabajada- y almendros entre ellos o, por mejor decir, en ellos mismos, como si formaran parte del muro. O, simplemente, se trata de restos de una agricultura que no concentró la concentración parcelaria por la abundancia de árboles. Sea como fuere, lo cierto es que estaba especialmente llamativo, con todos los almendros estallando en flor. Claro que no disfrutamos demasiado del espectáculo, pues la niebla se cernía sobre nosotros impidiendo la entrada del sol. Dejamos las burras pastando en uno de los corrales y recorrimos el lugar caminando. ¡Más de cien parcelas componen este lugar tan curioso! Nos acercamos hasta el cerral para contemplar Tierra de Campos, con los restos de dos antiguos monasterios en primer plano: Matallana y Valdebustos, este último menos conocido, lo fue de Jerónimos hasta la desamortización del siglo XIX en que se convirtió en granja agrícola. Hacia el este nos asomamos también a la laguna de Valdebustos, en el vallejo de Valdecán.

Señalando el horizonte

Conforme nos dirigíamos al siguiente objetivo, las hileras de almendros y los ejemplares solitarios no dejaban de adornar el paisaje; la niebla se iba levantando poco a poco y los claros por los que se colaba el sol se ampliaban.

El Mazcar

Al oeste de Villalba vemos los corrales de San Vicente, de un tenor muy similar a los anteriores pero mucho menos extensos y, por tanto, con menos almendros de fiesta. Además, la densidad de estos árboles es aquí menor.

Al fondo, el páramo del Moclín

De nuevo a rodar en dirección a Montelegre, para conquistar el curioso sitio de El Mazcar, que se levanta como en una colina, en el sitio más elevado de la zona. Como la colina es alargada, las parcelas siguen ese mismo patrón, en lo más alto. A nuestro ras, el verde del cereal naciendo; arriba el blanco de los almendros y, más arriba el azul del cielo. Buen lugar para perderse. En el extremo de la colina nos acercamos hasta la fuente de Valderrina, que está seca. Y al bajar hacia el valle del Anguijón también estaba seca la fuente del Barruelo, pero al menos disfrutamos de unas preciosas vistas sobre el Montealegre y su castillo.

Viejo almendro y muro derrumbado, escena muchas veces repetida

En la ribera del Anguijón, los álamos también estaban en flor, pero se trata de una flor muy humilde y pequeña, que no pretende revestirse de un color llamativo. No obstante, el color de estos árboles es ahora distinto, tirando al amarillo unos ejemplares y al encarnado otros. Y tiene con el almendro que saca antes la flor que las hojas.

La Picotera, El Mirabel, los Pajares

Después de una cuesta, carretera y campo, llegamos a la Picotera, otro amplio entramado de corrales, parcelas y almendros con sus correspondientes calles. Y como está precisamente en una picotera, ofrece excelentes vistas sobre Valdenebro, y el valle que se abre hacia el Moclín. Bajamos al vallejo de Arenillas para subir de nuevo al páramo por el Mirabel, otro conjunto de vallados almendrados en explosión. Pero ya no entramos. Con todo lo anterior teníamos más que suficiente para llevar como corresponde este día tan primaveral.

En la Picotera de Valdenebro

En fin, bordeamos el monte de las Liebres y Navafría y pasamos junto a los corrales o parcelas del Tío Perdiguero y la Huelga. Pero en estos no hay almendros, sino encinas y robles entre los muros, por lo que pasaron desapercibidos para nosotros. No nos acercamos a los Pajares, entre Villalba y la cañada leonesa, de abundantes almendros y parcelas alargadas y con un chozo. Más lejos, en Navalba, en plenos Torozos podemos ver un gran claro de unos 4 km² de extensión dividido en parcelas casi idénticas de 350 por 60 metros con linderos formados por robles y encinas. Algo parecido observamos en los montes de Cigales y Ampudia: modos seculares de explotación de estas tierras.

Y, enseguida, bien asendereados, llegábamos a Villalba. Cayeron casi 50 km sin darnos cuenta, entre almendro y almendro, que no entre almendruco y almendruco, lo que hubiera sido más reconfortante y energético. Aquí, el recorrido.

Nuestra Arcadia

Tanto le impresionaron a García Escobar los montes Torozos que los describió como un apacible paisaje de la Arcadia, entre otros piropos. Corría de eso el año 1854; hoy las cosas han cambiado un poco, el robledal vastísimo no lo es tanto, pero la comarca conserva todavía pintorescos y misteriosos bosques, porque en algunas zonas son tan cerrados y densos que nunca sabes lo que puedes encontrar…

Pero lo más llamativo hoy día en los montes y páramo de Torozos son los molinillos aerogeneradores, que reflejan muy bien esta Arcadia feliz y –sobre todo- rica en la que vivimos, ya que no solamente somos el país del mundo con más órganos políticos y administrativos que se preocupan de nuestro  bienestar, sino que también  pretendemos duplicar la infraestructura de producción de energía eléctrica. Si la queremos generar mediante molinos y placas solares, como resulta que no siempre hay viento y sol –pero sí queremos disfrutar siempre de electricidad- hemos de tener también el carbón o la nuclear preparados. ¡Lógico que suba el recibo de la luz!

Total, que hoy el páramo, otrora plano como la superficie de un lago, que también escribiera G. Escobar, se encuentra erizado de cientos (sí, cientos) de enormes torres con sus ascensores, generadores y aspas correspondientes. ¡Ah! y como las torres necesitan estar unidas por anchos caminos de buen firme, el verde idílico que viera ese mismo autor ya lo es menos. Pero todo sea por nuestra felicidad.

Menos mal que todavía triscan alegremente algunos rebaños cuyos vellones resaltan en la pintada alfombra. Y gracias a ellos -¡eso sí que es progreso del bueno!- las queserías de la comarca elaboran un insuperable producto que además ¡no está subvencionado!

Subiendo al páramo

Después de dejar Mucientes nos acercamos al páramo que encaramos por un abrupto sendero. Como acabamos de empezar la excursión tenemos fuerzas suficientes para no bajarnos de la bici. Bueno, alguno se resiste.  Arriba, el lugar se llama las Canteras por razones evidentes. Nuestro camino conecta directamente con Cigales, pero no con el que nos llevará hasta la casa de la Barranca, por lo que aconsejamos tomar el señalado en el plano, que nos deja en un pinarillo a muy pocos metros a campo traviesa del buen camino.

Entre molinillos

Hasta la Barranca la ruta pasa entre pedazos -¿torozos?- de monte, tierras de regadío -¡antes no había por aquí!- y de secano, estas últimas con esa forma de dividirlas y cercarlas con matas de roble tan típica de la comarca. Desde el cielo se vería aun mejor.

Superada la Barranca a la altura de un pozo -luego vemos otro en mitad de un camp- cruzamos la cañada que divide Valladolid y Palencia,  nos adentramos bajo molinillos y junto a corpulentos robles que todavía viven en esta extraña Arcadia, en curiosa asociación con torres y pinos.

Tierra de Campos

La torre de Ampudia se levanta inconfundible y adornada en medio del pueblo. Aunque lo mejor está fuera entramos dentro y nos sorprende el mecanismo -pesas de piedra caliza- de un enorme reloj.

Salimos por las bodegas y paramos en la sencilla Virgen de Castrillo para contemplar el inmenso panorama de Campos: llanura infinita, pueblos y más pueblos que la adornan. Esta ermita debió tener un manantial junto a su lado izquierdo.

Seguimos camino y vemos en lo alto otra ermita, la de la Virgen de Guadalupe, en Valoria del Alcor. Una breve parada para ver el oasis y las ruinas de Valdebustos, que ahora alojan una colonia de cernícalos primillas.

Dominios de Villalba

Y precisamente por el vallejo de Valdebustos ponemos rumbo a Villalba de los Alcores. El camino parece poco transitado, las ramas de los negrillos entorpecen al ciclista. La ruta se desvía de su reflejo en el mapa y en vez de seguir por el valle nos sube al páramo, justo a la picotera de Landemesa. Se trata de un lugar en el que las tierras están delimitadas por tapiales de piedra y almendros, muy parecido a lo que vimos en Valdenebro, por  lo que estaría hace unos cuantos años plantado de viñas. Todavía queda aquí un ambiente de la primavera que nos dejó hace unas semanas, pues abundan las flores de todos los colores. Pero no hay caminos, y sufrimos de lo lindo hasta tomar el que nos conduce a Villalba.

Parada y fonda junto al pozo de Villalba, o sea, en la pradera de las piscinas, para reparar fuerzas y enfilar el camino de Cigales. Gracias a los pintorescos y misteriosos bosques Torozos, pero sobre todo aquí tupidos, no vemos ningún molino. Y terminamos la excursión como los carreteros de siglos pasados, cruzando el corazón de estos montes por el camino real de Cigales, del que nos desviamos para conocer la zona recreativa de El Común. Ya al final, tomamos el sendero a  Mucientes pasando junto a los corrales de Casas Negras.