Portillo y el Arrabal

 

Agradable recorrido otoñal, con poco sol pero sin mucho frío, desde Herrera por Tudela, La Parrilla, Portillo,  Arrabal y Aldeamayor. O sea por el denominado raso de Portillo. Y última excursión –por el momento- atravesando el pinar de los Arenales

Salimos de Herrera siguiendo el curso del Duero aguas arriba hasta parar en el puente de Hierro de la línea de Ariza. La ribera se está poniendo dorada, pero como no hay sol, el amarillo no brilla en todo su esplendor y se presenta un tanto mustia. Desde aquí, un sendero nos lleva siguiendo la vía hasta un camino que nos conduce entre pinares y cruza la carretera de las Maricas.

La subida a Portillo. A la izquierda, nogala.

Por el barco de Santinos –que hoy es una cascajera abandonada- subimos al pinar de Ontorio que termina en la fuente de Valdalar, seca.

Aunque conocemos bien La Parrilla, siempre que la cruzamos nos sorprenden sus casas de buena piedra del páramo, muchas de ellas bien cuidadas y adornadas con sencillez. Nos fijamos también en las bodegas: las hay de estilo clásico, otras mudéjar e incluso gótico… O eso nos parece. La que sí es gótica y mudéjar es la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, con un precioso arco carpanel bajo otro apuntado como entrada.

Negrales en el pinar

Finalmente, tomamos el camino del Arrabal que, como ya hemos señalado, es uno de los pocos ciclables, pues no tiene arena en demasía y, en mitad del pinar de las Arenas nos pasaremos al camino de Portillo, también practicable. A la salida del pinar nos espera una llanura de tierras arenosas destinadas al cultivo, y de telonero el páramo al que subiremos después.

Paramos a reponer fuerzas junto a una vieja nogala en plena cuesta de subida a Portillo, cercana a la fuente del Pilón que permanece sin agua. Ya desde aquí se puede apreciar hacia al sur la extensión de un paisaje que luego veremos hacia los cuatro puntos cardinales. En primer plano, viñedos y frutales que van cambiando del verde al amarillo. La  torre de la iglesia de La Parrilla se recorta sobre la línea de pinos, a una distancia de 6 km.

El Arrabal. Al fondo, el Llano de san Marugán.

Subimos a Portillo y pasamos entre el castillo y los Aljibes. Siguiendo el cerral llegamos al pico del Calvario. Sólo íbamos buscando el lugar del emplazamiento de la antigua fortaleza que fue destruida –según las crónicas musulmanas- por Abderramán III allá por el 939, pero nos encontramos con una agradable sorpresa: un mirador a todos los vientos, acondicionado no ha muchos años, pues no lo conocíamos. Merece la pena acercarse hasta aquí aunque no sea en bici: un paseo de 400 m desde el extremo oeste de la localidad nos conducirá hasta él y… ¡a disfrutar de un espectacular paisaje! Aunque no tenga una gran altura –ningún mirador de nuestra provincia la tiene- la extensión visible es inmensa, en cualquier dirección que mires.

Los Tejares en primer plano a la derecha

Bajamos por una pista que sale de las inmediaciones del pico y vamos perdiendo altura hasta que descubrimos otra joya: un crucero gótico del siglo XV. Hay que verla en la ladera para admirar su belleza. En la cumbre de la cruz vemos lo que parecía ser los restos de un águila esculpida, pero después comprobamos que se trata de un pelícano que da nombre a la cruz, pues es conocida por ese nombre: Cruz del Pelícano.

Arroyo de Santa María

Y seguimos nuestro descenso, ahora pasando junto a los Tejares: dos había hasta hace poco en esta tierra de arcilla y alfares. Precisamente el barro se extrae en este pago desde tiempos inmemoriales hasta el día de hoy. ¡Y que sea por muchos años, pues aquí la alfarería sigue viva!

Siguiendo el curso del arroyo de Santa María y pasando por el no molino de los Álamos [ver la entrada anterior], nos presentamos en las lagunas de La Pedraja, con abundante agua. Después, por las cañadas y humedales de Aldeamayor llegamos hasta la cuesta Otero, desde donde bajamos al Duero.

Lagunas de La Pedraja. Al fondo, Portillo

Nuestra última etapa fue la pesquera de Herrera, donde las orillas del Duero habían sido desbrozadas, desapareciendo la maleza que impedía el paseo por estas riberas. 57 km y dos subiditas al páramo.

Aquí puedes ver el trazado de la excursión y otro entrada (por Duriusaquae) del mismo recorrido por el mismo precio.

…y Herrera.

La cuesta La Parrilla

Es una de las cuestas más conocidas de la provincia, y eso que hay unas cuantas, casi tantas como subidas a los páramos. Hace ya tiempo, durante los años setenta y ochenta del pasado siglo, incluso tenía lugar una prueba de automóviles y motos puntuable para el campeonato de España: la Subida a La Parrilla; debía de ser una prueba espectacular gracias a las revueltas que entonces mantenía la carretera. Hoy, desgraciadamente, por carretera es una subida feota y ordinaria, totalmente recta, sin la gracia que tienen las curvas, y eso que la falda del páramo y toda cuesta en sí es preciosa; existe la costumbre –que ha llegado hasta nuestros días- de subir a la cuesta el cinco de febrero a dar un paseo y merendar. Empezó siendo una romería con motivo de la festividad de San Francisco de San Miguel, el santo de La Parrilla, y hoy unos llegan a La Parrilla y otros no, que la Parrilla está muy lejos para ir andando en habiendo como hay automóviles.

Encinas, carretera, sauces, pinos…

Yendo a la bici, que es lo que interesa, diremos que esta subida es una de las más suaves, agradables, variadas y hermosas de las muchas que tenemos en la provincia. Eso sí, hay que saber dar con el perfil adecuado. A ello vamos.

Empezaremos en el cruce de la carretera con la línea de Ariza, donde tomamos la cañada real Leonesa. Unos cientos de metros por el pinar, con un firme enarenado que nos hará sufrir un pelín, pero que servirá para valorar más aun el suelo por el que rodaremos más tarde. No sólo veremos pinar, también algunos juncos que señalan el cauce de una antigua reguera.

La vieja carretera entre almendros

El sendero que llevamos se empina un poco pero aparece el firme –asfalto más o menos bacheado- de la antigua carretera. Surgen también zarzales en los que justo ahora se pueden comer excelentes zarzamoras. Vemos también abundantes sauces. O sea, que claramente hubo un arroyo. Y algunso almendros. Cañada, carretera vieja, carretera nueva, arroyo… todo lo hubo en esta subida.

La carretera nos da una preciosa revuelta de 360 grados –si estamos muy fuertes también podríamos subir por un sendero adyacente- y nos saca a la carretera actual, por donde recorremos unos 250 metros.

El sendero alto

Y, en un momento determinado, antes de llegar a los quitamiedos del lado izquierdo, sale un sendero en ese lado. Un sendero que inmediatamente se convierte en lo mejor de la subida: una senda con un firme excelente que discurre entre matas de roble y encina y que nos permite ver el amplio paisaje de la cuesta y del valle del Duero: aquí, majuelos y algunos almendros; un poco más allá pinares y matas de encina en la ladera; luego Tudela y más alfombras pinariegas; al fondo, campos cultivados que conectan con las laderas del valle y de los páramos; más lejos aún, los cerros de Geria y Tordesillas… Y, contemplando todo, no te das cuenta de que vas ascendiendo, pues la cuesta es muy suave, como si el firme hubiera sido trazado pensando en un ferrocarril. Supongo que formaría parte del camino anterior a la vieja carretera… Sea como fuere, esta subida es perfecta para cualquier ciclista a cualquier edad. Eso sí: ¡ojo con los 250 m de carretera actual! Los coches se embalan en esta recta, aunque sea de subida, y no digamos de bajada…

Laderas de la cuesta

Ya arriba, junto a la cañada, vemos que en la cabecera del antiguo arroyo abundan los chopos y los sauces y todo está más verde, pero no encontramos ninguna fuente, aunque hay trazas de que pudo haber un manantial.

Tienes otras dos subidas en las que seguramente te acabarás bajando de la bici: una al oeste, que se toma cerca de la granja de camellos y sube por las antiguas minas de yeso, y la otra –ya no es propiamente en la cuesta de La Parrilla- por el camino de Valdecarros, al este. Sin contar los muchos senderos utilizados por las motos para subir incluso por la línea de máxima pendiente…

El Montecillo

Santibañez el Montecillo

El paisaje ha cambiado, vaya si ha cambiado. La paja –y por tanto ese color amarillo mortecino- empieza a estar omnipresente: en el suelo de los pinares, en algunos herbazales, en los perdidos, en el monte bajo, en el cereal. Bueno, si te acercas al cereal –sobre todo al trigo- verás todavía espigas verdes, sobre todo en lugares donde el agua se acumuló formando charcos, bajo las encinas y en otros lugares húmedos. Las flores o, al menos, la abundancia de flores es ya un recuerdo de la pasada primavera. No hemos visto en el pinar ni las tardías jaras.

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También han aparecido, terribles, las chicharras. Lo de terribles es por el espantoso ruido que producen . No sé por qué me recordaban a esos momentos inmediatamente anteriores a las antiguas batallas cuando los tambores de un ejército intentaban amedrentar al contrario con ruidos ensordecedores. Pero bueno, las cigarras en formación de ataque no aparecieron. A Dios gracias. Aunque sí hubo otros insectos ¿coleópteros? que revoloteando bajo los pinos chocaban contra nuestro cuerpo. Los ratoneros, águilas calzadas y aguiluchos estaban cazando pero no se acercaron a nosotros. Cernícalos hay pero muy pocos este año.

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¡Ah! Pero qué buen año de frutas. Al pasar por las cercanías de Traspinedo, ¡qué en sazón estaban las cerezas! Repusieron las fuerzas de cansados ciclistas… Y, en las laderas, las endrinas maduraban al sol. Este otoño habrá materia abundante para elaborar pacharán. Los majuelos ya se adivinan cargados de pesados de racimos, a fecha de hoy de mínimas dimensiones.

Buena parte del recorrido del pasado domingo discurrió por terrenos bien conocidos, de excursiones anteriores: la vía de Ariza, las laderas y el páramo de La Parrilla.

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Otra buena parte discurrió por el Montecillo, monte no muy grande situado en una lengua de páramo entre los arroyos de Cogeces, Valcorba, Valdecas y Valimón, que han producido empinadas cuestas hoy tapizadas de pinares.  Era el típico lugar perdido en ninguna parte, pues no pilla de paso hacia ningún sitio. Pero ahora los senderistas han señalado un sendero –con su mirador y todo- para subir y bajar, de manera que está algo más concurrido. Magníficas vistas al valle del Valcorba, al Valimón, a las localidades de Traspinedo y Santibáñez… incluso asoma, en el ras de enfrente, la torre de la iglesia de Montemayor de Pililla.

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Aunque en las laderas hay pinos, arriba predominan las encinas carrasqueñas, y de tal manera que llegan a impedir el paso por su densidad. También hay unos pocos y grandes robles, y algunas sabinas. Otra amplia zona, que hasta hace no mucho fue bosque, se encuentra dedicada al cereal.  Un camino lo atraviesa a lo largo, desde Santibáñez hasta que, por el lado contrario, baja hasta el Valimón después de pasar junto a una nave agrícola con una piscina y columpios en desuso.

De vuelta, además de saborear cerezas, pudimos apreciar la preciosa calle porticada de Traspinedo con pies de madera, las ruinas de la ermita y su crucero, aun en pie. Y después de chocar contra la valla de Tovilla, pasamos por el desierto industrial de Tuduero, para recalar en Tudela por la vía de Ariza.DSCN5633

Laderas de La Parrilla

Laderas de Tudela

El Duero deja los páramos de la orilla izquierda al pasar por Tudela. La cuesta popularmente conocida como de La Parrilla será la última que encuentre por esa orilla, pues por la derecha le acompañan hasta Tordesillas. El páramo de La Parrilla se dirige desde el Duero hacia el sur, al encuentro del río Eresma entre Alcazarén y Olmedo.

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Ya hemos dado hace poco un paseo por esta falda, pero no habíamos tomado el sendero en su inicio. Hay que subir desde Tudela por el camino que hay junto a la carretera de la Parrilla, paralelo, que acaba conectando con la carretera antigua. En la primera revuelta, seguimos de frente por un camino y tomamos enseguida la senda que sale a la derecha atravesando el curso de un minúsculo arroyo seco. Ya estamos encaminados.

Ahora pasamos encima de un majuelo que al fondo nos presenta Tudela, luego por un pinarillo. Lo mejor es el paisaje que nos acompaña, tanto en primer plano como de fondo: el valle del Duero, los páramos lejanos, los pinares de Tudela y Herrera… También pasamos entre viejos almendros abandonados.DSCN5537

El sendero hace continuas curvas, subidas y bajadas. Es alegre y vivo, nada aburrido, con cambios continuos de paisaje. Alguna subida es fuerte pero, como es corta, si hemos tomado carrerilla podremos con ella. Si nos obliga a bajar de la bici tampoco se nos hará larga.

Pasamos junto a antiguas minas de yeso, también por caleras ya destruidas,  y por los restos de unos colmenares. Al final, entre pinares, llegamos a La Parrilla.

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Sendero de Ariza, laderas de Ontorio, pinar de las Arenas

Herrera de Duero La Parrilla

Cierto que todas las excursiones son diferentes, aunque sólo sea por la época del año, que hace distinto cualquier paisaje aunque se haya pasado por el mismo lugar un montón de veces. Pero es que esta vez hemos ido por estrechos senderos, ideales para pasear en bici aunque eso lleve consigo ir más despacio de lo normal. No importa.

Sendero de Ariza

Los senderos empezaron junto en el puente de hierro del ferrocarril de Ariza, entre Hererra y Tudela. Hasta ahí hemos ido desde Herrera, por una pista asflatada entre pinares dejando a la izquierda una ribera con los árboles ya totalmente cubiertos de hoja. La única pena es que el cielo estaba cubierto; no se puede pedir todo.

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A partir del puente tomamos, en el cruce del pasao a nivel,  un sendero –o sea un caminillo por el que sólo puede pasar un solo caminante o un solo ciclista, y los demás en filia india- entre maleza verde, flores, robles y encinas. A pesar de que va siguiendo la vía de Ariza no lo hace siempre en paralelo perfecto, sino que gira suavemente y a veces se aleja para volver más tarde. No vas por campo abierto, sino metido en una especie de bosque tupido, el mismo que ha ido invadiendo y comiendo poro a poco esta línea de ferrocarril. En otro momento vas como a media ladera, divisando buena parte de la llanura pinariega. Por cierto, que aunque el suelo del pinar sigue estando hermoso, ya van apareciendo algunas tonalidades amarillentas que anuncian la proximidad del verano.

Laderas del Lagar y de Ontorio

DSCN4965Podíamos seguir, sendero adelante, por el sendero. Pero tomamos a la derecha un buen camino que cruza y salimos a la carretera de las Maricas; por ella rodamos unos pocos cientos de metros hasta que en la desviación de Aldeamayor tomamos de nuevo un camino entre pinares. Es el que va de Tudela a Portillo, asfaltado en parte debido a que en las proximidades ha habido graveras en explotación hasta hace poco.

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Pero de nuevo nos desviamos hacia… ¡nuevos senderos! Estos se encuentran a media ladera, entre el páramo y el  pinar, y supongo que han sido hechos por moteros. No importa, si en la mayoría de los casos las motos han destrozado caminos (como los que van junto a las riberas del Cega o del Adaja) en este caso han trazado senderos que luego pueden aprovechar caminantes y ciclistas. Y es que es una maravilla ir por un estrecho sendero, por verdes laderas y divisando a un lado la alfombra de copas de pinos a tus pies (o a tus ruedas). Eso sí, a veces hay un fuerte repecho y no lo subes sin tomar carrerilla; y, cuando lo bajas, cuidadín. En el horizonte al fondo se veía Pozaldez. También Aldea de San Miguel, Mojados, La Pedraja, Aldeamayo, Boecillo…

Además, pasamos junto a los restos de un viejo horno de cal, por graveras abandonadas y repobladas, por corrales donde hubo colmenas, por zonas de monte, junto a lenguas sembradas de trigo o cebada, todo iba cambiando a nuestro paso.DSCN4996

En estas laderas no faltaron a la cita con la primavera el lino blanco y azul, la salvia, el tomillo salsero, los socarrillos y las coronillas, entre otras muchas.

Pinar de las Arenas

Al final, salimos al Pinar de las Arenas que ya conocemos bien por otras excursiones. Pinar curioso, con zonas verdes por la humedad de la fuente de Sangueño y otros manantiales desaparecidos. A pesar de lo seco y arenoso que es este monte, todavía está verde. Y entre la tierra mojada y las plantas aromáticas, da gusto respirar en él: el tomillo y el cantueso están casi en plenitud.

Y en estos pinares –y en los atravesados por la vía de Ariza- pudimos contemplar extensiones amarillas de zumillo, violetas de clavelinas silvestres y cantuesos, además de nazarenos o la simpática flor de la hierba turmera (amarilla con manchas oscuras), arenarias, asperillas, jaguarcillos, tomillo blanco, retama amarilla, genista y otras muchas de las que desconocemos los nombres.

Pinar

Por cierto que los parrillanos estaban celebrando las fiestas en aniversario de la canonización de San Francisco de San Miguel, hijo del pueblo martirizado en Japón, y los todos habían pasado la noche en la fuente del Sangüeño, en medio del pinar. Luego fue el encierro y finalmente los toros recorrieron las calles de La Parrilla.

La vuelta incluyó un buen chaparrón con su correspondiente mojadura y una agradable -por continua- cuesta abajo hasta la ribera del Duero. Dejamos las burras en Herrera.

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Páramo de La Parrilla

Herrera de Duero

El domingo pasado fue el primer día de verano, después de una larga temporada de lluvias. Sol radiante, alta temperatura. La piel se nos chamuscó un poco, no estábamos acostumbrados a tanto sol. Los campos estaban relucientes, por todas partes el color dominante era un verde vivo y brillante. Partimos de Herrera de Duero para volver al mismo sitio

Pinares junto al Duero

De Herrera tomamos el camino a Tudela atravesando pinares tapizados de hierba bastante alta y, por supuesto, verde. De vez en cuando, nos asomamos al Duero, que había removido muchos árboles de sus orillas. Luego lo contemplamos desde el puente de hierro del ferrocarril de Ariza y más tarde desde un talud pinariego. Aún venía fuerte y marrón.

Subiendo

El páramo

La subida tuvo su aquél. Nos hizo vernos como somos, o sea, con poca fuerza, pues nos bajó de la bici más de una vez. Una cura de humildad, vamos. Pero desde la ladera, ¡qué bien se veía el valle del Duero! Por una vez, totalmente verde.

Y por arriba, daba gusto pasear. También todo verde y brillante. Agradecimos el calor, que siempre ayuda al ciclista. Campos de cereal, prados de hierba rala, encinares, algún pinarillo con sus procesionarias. La fuente de Arriba manaba agua en su escondite.

Traspinedo
Traspinedo

Nos asomamos al valle del Valcorba desde la Talaya de Traspinedo que también domina Santibáñez. Un verdadero encanto. Esplendoroso. ¡Qué día tan perfecto!, que exclamaría Jorge Guillén.

El Compasco

Desde La Parrilla en agradable bajada por dos valles y rodeando la Dehesilla, llegamos a Casa Blanca y luego a la ermita del Compasco. Tuvimos la suerte de que algunos cofrades estaban almorzando en los alrededores y nos abrieron la ermita para saludar a esta Virgen Pastora, pues ha tiempo tuvo un rebaño de ovejas, aparte de que lo de Compasco hace referencia precisamente a pastos.

Por la Dehesilla

El Raso

Y del Compasco, por el Raso de Portillo –atravesando ahora una urbanización- nos presentamos en Aldeamayor. Creíamos que los humedales tendrían abundante agua, pero nos equivocamos: había de todo. No obstante, nos acercamos al pinar próximo a los pastos de la ganadería del Raso y vimos que alguna laguna tenía agua. Una zona pantanosa nos quiso cortar el paso pero, dando un pequeño rodeo, llegamos a Herrera donde nos esperaban viandas reparadoras. Fin.

Contemplando el Valcorba
Contemplando el Valcorba