Entre Tudela y Traspinedo por senderos

Muchos recorridos los conocemos muy bien, pero no cansan. Tienen un aquel que les hace adecuados en todo momento y, a la vez, distintos. Es el caso, por ejemplo del trayecto desde Tudela a Traspinedo por el páramo y, de vuelta, por la ribera del Duero.

Subimos por un antiguo firme perfectamente conocido, muy  suave y sin dejar de contemplar el amplio valle del Duero.   Ya arriba, bordeamos el cercado de Toros Taru y nos acercamos al vallejo de la dehesa de Tovilla, donde está la fuente de Arriba y álamos y chopos que rompen el bosque de encina y roble.

Después, el sendero nos lleva por el mismo cerral, si bien las vistas no abundan precisamente por la abundancia de arbolado, que las impide. El monte se alterna con sembrados y el sendero nos ofrece la posibilidad de ir por la ladera.

Finalmente, un camino ancho nos deja en las ruinas del humilladero de Traspinedo. Atravesamos el pueblo y luego, por el antiguo camino del apeadero, cruzamos la vía e Ariza y la carretera de Soria para acercarnos a la dehesa de Peñalba, tomar por unos metros el canal del Duero y conectar, finalmente, con el otro sendero, o– la senda del Duero.

Un poco más y estamos de vuelta en Tudela. Trayecto corto, intenso, interesante y hermoso. No se le puede pedir más. He aquí el recorrido, de unos 28 km.

Las piedras del Valcorba

Como no podía ser de otra manera, las piedras que encontramos en su valle y cercanías son calizas. Corrales, casas, molinos, acequias, fuentes… todo se construye con ese material. Los ladrillos son de ayer y el adobe casi no se conoce. Por eso, en Traspinedo, al empezar la excursión visitamos su hermosa fuente con amplio lavadero construidos ambos con esa piedra, al igual que el molino, cuyos restos se levantan al lado. Y, entre ambas construcciones, una pequeña laguna. Un lugar con encanto, uno de tantos.

Fuente en Traspinedo

Hasta el arroyo del molino -que en realidad es artificial, o sea, una acequia o caz y luego un socaz después de trabajar en la molienda- posee un precioso puentecillo de piedra con tres arcos, tan humilde -y tan fuerte- que no levanta dos dedos el camino al que da servicio. Siguiendo el arroyo dimos con otro molino, este ya en Santibáñez. Después, siguiendo el cauce del Valcorba dimos con otra fuente, de hermosa arca, en la que nace una reguera que se dirige a nuestro arroyo principal.

Y desde allí comenzamos la subida al páramo. Subida que nada tiene que envidiar a una de auténtica montaña, con su sendero de herradura que nos introduce como en un bosque de robles, con el suelo alfombrado de sus pequeñas hojas amarillas. Termina junto a la fuente de los Rasillos, oculta entre la maleza, que hace no mucho manaba.

El rasillo del Portillano

Y, en el primer rasillo, vemos la casa del Portillano o del Monte. Fuertes muros de caliza aun se mantienen en pie, después de que cayeran las cubiertas. Resalta con fuerza en medio de un campo en el que no se ve otro vestigio humano. Avanzamos hasta tomar el camino de la Pared que parece conducir hacia la Pared del Castro, pero sin llegar a ella, pues está por medio el mismo valle del Valcorba. Hermoso y perdido lugar, en el que se alterna el monte de roble y encina con algunos rodales de cultivo y con linderos diseñados con estos árboles y sus matas.

El camino nos lleva hasta Montemayor; de allí a La Fraila rodando por un camino entre pinares y, por una carretera tan recta como poco transitada, nos presentamos en el pinar de las Cercas, donde buscamos una de las pocas -¿la única?- simas conocidas que hay en la provincia, hasta que la encontramos. Naturalmente, la boca -y el interior, al que no bajamos porque no llevabámos equipo- es de piedra caliza. Seguramente haya muchas más bajo esta roca, pero o no tienen entrada o esta se encuentra taponada. Justo en la misma boca crece una pequeña mata de enebro: tal vez dentro de unos años oculte la entrada o, por el contrario, sus raíces sirvan para descolgarse al interior sin necesidad de cuerda. Aprovechamos para descansar bajo el templado sol de un diciembre recién estrenado.

Descansando en la boca de la sima

Bajamos no sin antes parar un momento en la fuente de la Mora, que suelta un buen chorro, y en la cueva de al lado, donde queda el recuerdo de la Virgen de los Remedios, Patrona del Valle.

Y tomamos el arroyo aguas abajo. Una cruz y un molino nos señalan el camino y después varios corrales levantados en piedra seca nos acompañan entre altos pinos, encinas, robles, sabinas. El valle está tranquilo, el sol lo ha templado. El agua corre por sus cauces y se estanca en los charcos; los cuervos aprovechan para graznar y vuelan ratoneros, milanos y palomas.

Una ladera del valle

Llegamos al molino de los Álamos, que es un molino diferente pues nos da la impresión de que tenía dos ejes: el de la rueda motriz, horizontal como en las grandes aceñas, con sus paletas que movía el chorro agua y el de la rueda molinera, vertical. Al llegar a casa, pudimos comprobar en el libro de Molinos de García Tapica y Carricajo que así era efectivamente, y que precisamente en el Valcorba estaban los tres ejemplares de este tipo de molinos en la provincia. Por eso, el recinto donde se asentaba la maquinaria era especialmente amplio y diferente a los habituales. Pero es que, además, el edificio se completa con la casa del molinero, un corral-ruedo y una balsa que recogía agua para regar la huerta próxima, o al menos esa impresión daba. Todo en piedra caliza, naturalmente.

Fachada del molino

En fin, solo quedaba seguir rodando por el camino del valle. Al llegar a la carretera de Montemayor pasamos a la otra ribera y nos metimos en un diabólico arenal. A pesar de lo que había llovido en días anteriores, la arena estaba suelta y hubimos de hacer varios tramos tirando de la burra. Pero no importó: la tarde estaba cayendo y el sol en horizontal le sacaba los mejores colores a los habitantes del valle.

Tierras y pinares del valle

Al poco estábamos junto a la iglesia de Traspinedo y enseguida rodando por la calle mayor, con sus típicos y agradables soportales. El aire todavía portaba las esencias de los pinchos de lechazo asados con sarmiento, típicos de la comarca.

Aquí tenéis el trayecto según Durius Aquae.

Un claro entre nubes

El pasado fin de semana estuvo lloviendo a jarros. Nada animaba a dar una vuelta en bici; en casa se estaba tan ricamente oyendo llover. Pero el sábado, después de comer, dejó de caer agua a la vez que se puso a soplar el viento. Y acabó saliendo el sol, muy tímidamente y solo a ratos. ¿Para qué más? El campo parecía decir ven a verme.

De manera que le hice caso y allá que fui. Solo un rato. Solo hasta que se hizo de noche, que ahora el sol se mete pronto. Pero lo justo para saludar a un noviembre ocre, lluvioso y embarrado.

Punto de partida: Traspinedo, por el camino del Arenal. Después de pasar junto a las desmochadas ruinas del molino de Papel, llegas, claro, al arenal. Pura arena. Tanto, que tienes que ir con la bici de la mano. No hay otra. Y cuesta caminar. Al poco, pasas por un puente, rústico como pocos, hecho de grandes lajas de caliza colocadas sobre arroyo del Molino, que no es arroyo de verdad aunque tenga algunos árboles en las orillas, sino una zanja o acequia seca.

Después de seguir el arroyo, el paseo discurrió entre pinos por caminos con firme normal, que se agradecía. Este monte -de abundantes juncos y con algunos pozos y lagunas- olía a lluvia, y los pinos parecían limpios, nuevos, como recién estrenados para uno que pasaba por allí (!). La tamuja también estaba pulcra, sin polvo, suave. Así, acabamos en Sardón, para rellenar el bidón en la fuente de la plaza.

Otro parón en los majuelos próximos, haciendo un poco de rebusca: ¡qué dulces y ricas estaban las tempranillo! Entre majuelos y encinas, con miedo a la pegajosa arcilla, fuimos cuesta arriba por el camino de los Robles que, en el mismo cerral, nos esperaban (los dos) para darnos la bienvenida tras la sudorosa subida. Estaban vestidos como arlequines, al modo pop-art: con una mitad seca y otra mojada. Viejos y simpáticos. Un poco más allá, siguiendo un camino de ásperos bogales, los restos de un horno de la cal.

Y, otro poco más allá, el plato fuerte de la excursión: el mirador del Pico del Moro que nos mostraba, a nuestros pies, el valle del Duero. Hacia el este, el valle acogía entre sus laderas, muy separadas, la luz del poniente que se metía difuminada entre nubes volanderas de puro algodón, vapores traslúcidos y algún chaparrón. Al frente, Sardón, los chopos de la ribera, las laderas del pico Melero, la Abadía de Retuerta y sus viñedos, Quintanilla de Onésimo, y todo a la luz casi horizontal del sol que se colaba desde la boca del valle iluminando cada resalte para sacar sus matices otoñales… ¡Un auténtico espectáculo natural y gratuito!

Poco después, en la bajada, el sol seguía sacando los colores a los pinos y encinas del barco del Gollón y se dejaba ver entre las hierbas y matas del borde del camino. Entre pinares, ya de noche cerrada, llegamos a Santibáñez y más tarde a Traspinedo, donde los vecinos celebraban a su patrono, san Martín.

Aquí, el recorrido, de unos 30 km.

El Montecillo

Santibañez el Montecillo

El paisaje ha cambiado, vaya si ha cambiado. La paja –y por tanto ese color amarillo mortecino- empieza a estar omnipresente: en el suelo de los pinares, en algunos herbazales, en los perdidos, en el monte bajo, en el cereal. Bueno, si te acercas al cereal –sobre todo al trigo- verás todavía espigas verdes, sobre todo en lugares donde el agua se acumuló formando charcos, bajo las encinas y en otros lugares húmedos. Las flores o, al menos, la abundancia de flores es ya un recuerdo de la pasada primavera. No hemos visto en el pinar ni las tardías jaras.

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También han aparecido, terribles, las chicharras. Lo de terribles es por el espantoso ruido que producen . No sé por qué me recordaban a esos momentos inmediatamente anteriores a las antiguas batallas cuando los tambores de un ejército intentaban amedrentar al contrario con ruidos ensordecedores. Pero bueno, las cigarras en formación de ataque no aparecieron. A Dios gracias. Aunque sí hubo otros insectos ¿coleópteros? que revoloteando bajo los pinos chocaban contra nuestro cuerpo. Los ratoneros, águilas calzadas y aguiluchos estaban cazando pero no se acercaron a nosotros. Cernícalos hay pero muy pocos este año.

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¡Ah! Pero qué buen año de frutas. Al pasar por las cercanías de Traspinedo, ¡qué en sazón estaban las cerezas! Repusieron las fuerzas de cansados ciclistas… Y, en las laderas, las endrinas maduraban al sol. Este otoño habrá materia abundante para elaborar pacharán. Los majuelos ya se adivinan cargados de pesados de racimos, a fecha de hoy de mínimas dimensiones.

Buena parte del recorrido del pasado domingo discurrió por terrenos bien conocidos, de excursiones anteriores: la vía de Ariza, las laderas y el páramo de La Parrilla.

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Otra buena parte discurrió por el Montecillo, monte no muy grande situado en una lengua de páramo entre los arroyos de Cogeces, Valcorba, Valdecas y Valimón, que han producido empinadas cuestas hoy tapizadas de pinares.  Era el típico lugar perdido en ninguna parte, pues no pilla de paso hacia ningún sitio. Pero ahora los senderistas han señalado un sendero –con su mirador y todo- para subir y bajar, de manera que está algo más concurrido. Magníficas vistas al valle del Valcorba, al Valimón, a las localidades de Traspinedo y Santibáñez… incluso asoma, en el ras de enfrente, la torre de la iglesia de Montemayor de Pililla.

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Aunque en las laderas hay pinos, arriba predominan las encinas carrasqueñas, y de tal manera que llegan a impedir el paso por su densidad. También hay unos pocos y grandes robles, y algunas sabinas. Otra amplia zona, que hasta hace no mucho fue bosque, se encuentra dedicada al cereal.  Un camino lo atraviesa a lo largo, desde Santibáñez hasta que, por el lado contrario, baja hasta el Valimón después de pasar junto a una nave agrícola con una piscina y columpios en desuso.

De vuelta, además de saborear cerezas, pudimos apreciar la preciosa calle porticada de Traspinedo con pies de madera, las ruinas de la ermita y su crucero, aun en pie. Y después de chocar contra la valla de Tovilla, pasamos por el desierto industrial de Tuduero, para recalar en Tudela por la vía de Ariza.DSCN5633

Páramo de La Parrilla

Herrera de Duero

El domingo pasado fue el primer día de verano, después de una larga temporada de lluvias. Sol radiante, alta temperatura. La piel se nos chamuscó un poco, no estábamos acostumbrados a tanto sol. Los campos estaban relucientes, por todas partes el color dominante era un verde vivo y brillante. Partimos de Herrera de Duero para volver al mismo sitio

Pinares junto al Duero

De Herrera tomamos el camino a Tudela atravesando pinares tapizados de hierba bastante alta y, por supuesto, verde. De vez en cuando, nos asomamos al Duero, que había removido muchos árboles de sus orillas. Luego lo contemplamos desde el puente de hierro del ferrocarril de Ariza y más tarde desde un talud pinariego. Aún venía fuerte y marrón.

Subiendo

El páramo

La subida tuvo su aquél. Nos hizo vernos como somos, o sea, con poca fuerza, pues nos bajó de la bici más de una vez. Una cura de humildad, vamos. Pero desde la ladera, ¡qué bien se veía el valle del Duero! Por una vez, totalmente verde.

Y por arriba, daba gusto pasear. También todo verde y brillante. Agradecimos el calor, que siempre ayuda al ciclista. Campos de cereal, prados de hierba rala, encinares, algún pinarillo con sus procesionarias. La fuente de Arriba manaba agua en su escondite.

Traspinedo
Traspinedo

Nos asomamos al valle del Valcorba desde la Talaya de Traspinedo que también domina Santibáñez. Un verdadero encanto. Esplendoroso. ¡Qué día tan perfecto!, que exclamaría Jorge Guillén.

El Compasco

Desde La Parrilla en agradable bajada por dos valles y rodeando la Dehesilla, llegamos a Casa Blanca y luego a la ermita del Compasco. Tuvimos la suerte de que algunos cofrades estaban almorzando en los alrededores y nos abrieron la ermita para saludar a esta Virgen Pastora, pues ha tiempo tuvo un rebaño de ovejas, aparte de que lo de Compasco hace referencia precisamente a pastos.

Por la Dehesilla

El Raso

Y del Compasco, por el Raso de Portillo –atravesando ahora una urbanización- nos presentamos en Aldeamayor. Creíamos que los humedales tendrían abundante agua, pero nos equivocamos: había de todo. No obstante, nos acercamos al pinar próximo a los pastos de la ganadería del Raso y vimos que alguna laguna tenía agua. Una zona pantanosa nos quiso cortar el paso pero, dando un pequeño rodeo, llegamos a Herrera donde nos esperaban viandas reparadoras. Fin.

Contemplando el Valcorba
Contemplando el Valcorba