Excursión por el Cerrato: de Castroverde a Canillas por el arroyo de San Juan y vuelta por el páramo al norte del Esgueva. Tiempo más veraniego que otoñal, cielo limpio, viento no muy fuerte. O sea, un agradable paseo.
La subida por el valle de San Juan fue muy tendida, pues recorrimos unos 8 km para llegar hasta el ras del páramo –aunque con algún que otro tobogán, eso sí. Además, por allí se tiene la sensación de estar en un lugar perdido, donde no llega nadie. Bien es verdad que al principio, el valle es muy amplio y abundan las pequeñas alamedas, amplios sembrados y antiguos bancales aprovechados para cultivar majuelos y almendreras. Pero después se va cerrando, las laderas se pueblan de robles y sólo queda una estrecha lengua de cultivo. Parece un lugar adecuado como refugio de lobos, pues siempre los hubo en el Cerrato.
Aspecto del valle Esgueva desde el monte de Moyano
Pero al fin llegamos al ras del páramo, asomando la gaita por los majuelos de la Revilla. De allí pasamos hasta la solitaria casa Moyano, de donde cruzamos a campo traviesa hasta el monte de Moyano, otro lugar recóndito y solitario pero, al estar en lo alto, con inmejorables balconadas al valle Esgueva. Seguimos a campo traviesa por el mismo monte, hacia Valdeleche y sus corrales hasta que conectamos con el camino de la Fuente Nueva que nos condujo hasta Canillas.
Aquí descansamos en el pintoresco barrio de las bodegas, junto a las ruinas cilíndricas del viejo castillo y a ras del campanario, todo producía una peculiar sensación.
En Canillas
Ya de vuelta, la subida nos costó un poco más. No fue como la del valle de San Juan ni mucho menos, pues por el camino del Vallejo tardamos algo más de tres kilómetros en coronar. Arriba fue donde notamos el calor, también por efecto del viento, que ya no refrescaba. Tomamos la cañada de Valdecerdoño o de Puente Nueva, de excelente firme y con abundantes corrales y chozos en vías de desaparición.
Detalle de un chozo de pastor
Fuimos cambiando de rumbo para mantenernos en el páramo sin bajar a ninguno de los valles que lo modelan, y sin perder contacto con los abundantes chozos y corrales que lo pueblan: de Blas, de Valdealar, de Miranda, de la Cabañona… En el barco de San Antonio nos habían colocado un banco para descansar y contemplar el paisaje, lo que ahora agradecemos a quien corresponda.
Desde la Cabañona tomamos diferentes caminos y cañadas que nos llevaron hasta los restos del viejo castro –y castillo- que da nombre a Castroverde, que se asienta justo encima de la localidad. Fue otra buena balconada para contemplar el valle Esgueva y otros que rodean Castroverde.
Restos del castillo de Castroverde
Aquí podéis consultar el trayecto seguido.